Ferrer Negrón / Lecaros Urzúa / Molins Mota | Bioética: el pluralismo de la fundamentación | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 27, 456 Seiten

Reihe: Cátedra de Bioética

Ferrer Negrón / Lecaros Urzúa / Molins Mota Bioética: el pluralismo de la fundamentación


1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-8468-721-4
Verlag: Universidad Pontificia Comillas
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 27, 456 Seiten

Reihe: Cátedra de Bioética

ISBN: 978-84-8468-721-4
Verlag: Universidad Pontificia Comillas
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Los autores de esta obra han hecho un gran esfuerzo por analizar desde aquí, en perspectiva latina, los grandes problemas de la fundamentación de la ética y de la bioética. El problema de la fundamentación es el más básico de todos los temas que se tratan en bioética. La fundamentación tiene que ver con la justificación racional o razonable de nuestras opciones morales. Es verdad que, como este libro muestra hasta la saciedad, los modelos filosóficos de fundamentación son múltiples. H. T. Engelhardt escribió hace más de dos décadas que «bioética» es un sustantivo plural. Y es plural precisamente por la pluralidad de las fundamentaciones. Y como no podía ser de otro modo, en el libro muchas cuestiones quedan abiertas.

Ferrer Negrón / Lecaros Urzúa / Molins Mota Bioética: el pluralismo de la fundamentación jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


PRÓLOGO

El presente libro es singular por varios motivos, a cuál más interesante. Uno primero es porque demuestra dónde se encuentra hoy este movimiento que surgió hace ahora unos cuarenta y cinco años y todo el mundo conoce con el nombre de bioética. Durante la primera mitad de su existencia, la bioética fue un movimiento exclusivamente norteamericano. Allí se inició, a ese país pertenecieron todos los que hoy va siendo tópico llamar «fundadores de la bioética», aquellos que levantaron las primeras instituciones —el el los primeros departamentos universitarios— y quienes en su medio gestaron los primeros textos escritos para ayudar al profesional en el enfoque y resolución de los problemas que la nueva tecnología iba planteando en el ámbito biomédico, los de Beauchamp y Childress (1979), y la de Jonsen, Siegler y Winslade (1982). A tal punto llegó el monopolio norteamericano de esta disciplina, que Albert Jonsen pudo escribir en su, por lo demás, magnífica obra, (1998), que esta, la bioética, era un producto específico de lo que él denominó Con esto quería decir, no sólo que había aparecido en los Estados Unidos y alcanzado allí su primera madurez, sino algo mucho más sutil: que ese producto, típicamente norteamericano, tenía la característica, casi milagrosa, de ser aplicable, sin otras modificaciones que las meramente lingüísticas, en cualquier otro lugar del planeta. Se había encontrado, como ha sido tópico decir, un auténtico «mantra», casi un talismán, que de modo misterioso y algo mágico permitía solucionar los más intrincados problemas morales.

Esto solo debería haber sido suficiente para hacernos sospechar que algo extraño estaba sucediendo, pero el entusiasmo de los primeros momentos acalló todas las dudas. Cabía preguntarse, por ejemplo, si por autonomía era posible entender lo mismo en Nueva York que en Singapur o en Calcuta. Pero como nadie en los primeros momentos quiso hacerse tal pregunta, acabó viéndose como superfluo plantearla. Se daba por supuesto que la autonomía era idéntica en cualquier lugar del mundo. A su modo, estaba repitiéndose de nuevo lo ya sucedido medio siglo antes, al comienzo de lo que acabaría denominándose la «Declaración universal de derechos humanos» de la ONU (1948). Los antropólogos norteamericanos, y a la cabeza de todos, Melville Herzkovits, dudaron de que los términos «derecho» y «humano» tuvieran el mismo significado en diferentes culturas, y aún más que los occidentales tuvieran derecho a imponer su propio punto de vista a los demás. Mal que bien, fue preciso acabar aceptando las diferencias culturales, lo que dio como resultado que las tablas de derechos humanos estén formuladas en un lenguaje lo suficientemente abstracto y ambiguo como para permitir interpretaciones distintas y hasta opuestas en diversos lugares o en el interior de diferentes culturas.

El caso es que de 1970 a 1990, el dominio norteamericano en bioética fue tan significativo como su indubitable éxito. De hecho, todos acudimos en peregrinación durante esas décadas a sus centros, a fin de entender lo que hacían y aprender sus procedimientos. Ir al Instituto Kennedy o al Centro Hastings era una especie de peregrinación obligada, a fin de beber en las fuentes del movimiento. En aquellos años era usual encontrar en esas instituciones a personas, todas por lo general muy jóvenes, provenientes de los lugares más recónditos del planeta. Todos buscaban lo mismo: conocer lo que estaba sucediendo de primera mano, aprender esta especie de saber recóndito y algo esotérico.

Y tras eso, cada uno volvía a su lugar de origen, dispuesto a poner en práctica lo aprendido. Y aquí comenzaron las sorpresas. La mera trasposición o traducción, pronto se vio que no resultaba posible. No, autonomía no significa lo mismo en Nueva York que en Granada. Y justicia, aún menos. Con lo cual no cabe la mera trasposición o traducción. Es preciso llevar a cabo una labor mucho más compleja, la de recreación. Hay que rehacer todo desde cero, partiendo de los valores propios de cada cultura. Esto es lo que ha sucedido en el mundo de la bioética desde, aproximadamente, el año 1990. Cuando aquellos peregrinos volvieron a sus respectivos lugares, la realidad, que es más tozuda que cualquier teoría, les acabó convenciendo de que era preciso partir de la matriz cultural de su medio, de sus valores, para construir un edificio, el propio, o si se prefiere, para resultar inteligible y útil a las personas del medio en que tenían que llevar a cabo su labor. Con lo cual la bioética, de ser un producto norteamericano, pasó a convertirse en un fenómeno universal, global. Todo se ha globalizado en estas últimas décadas, pero la bioética también. Hay bioética europea, y asiática, y latinoamericana. Hay bioética de todas las partes del mundo. Aunque más no fuera porque las amenazas contra el respeto a la vida han cobrado también dimensiones globales: el deterioro del medio ambiente, el desarrollo insostenible del primer mundo y el subdesarrollo también insostenible del tercero, los deberes para con las futuras generaciones, etc.

Esto explica que hoy pueda y deba hablarse de una «bioética latinoamericana». Entiéndaseme bien. Ese tipo de expresiones, en buena medida emocionales, ha sido usual utilizarlas, o mal utilizarlas, para hacer demagogia. No pretendo tal cosa. Demos por pasados los tiempos de la «ciencia nazi» o de la «matemática soviética». Pero sí es cierto que las culturas son distintas, y que algo nos da identidad, identidad cultural, como «latinos». Habrá quien diga que es la religión. Otros, que la lengua. Yo iría algo más allá, afirmando que si algo nos distingue son los valores, el depósito de valores de nuestra cultura, que no es el momento de afirmar si es mejor o peor que el de otras, pero sí que es, cuando menos, matizadamente distinto. Llegado a este punto suelo poner siempre el mismo ejemplo. En mi país, España, las personas sencillas de las aldeas rurales buscan tener un médico de confianza. Cuando llega un nuevo médico al pueblo, comienzan desconfiando de él. Y cuando el médico consigue ganarse la confianza de la población, sus habitantes ya no tienen reparos en ponerse ciegamente en sus manos. Eso del consentimiento informado no lo entienden muy bien, porque para ellos es un signo de desconfianza. Si confían en el médico, ¿para qué quieren la información? Y si no confían, ¿cómo confiar en la información que les dé? Ni que decir tiene que en una comunidad así, el consentimiento informado es ya, de por sí, un signo de desconfianza. Eso no se hace con los amigos.

La cultura latina, mediterránea, tanto europea como americana, tiene que recrear la bioética desde el sistema de valores propio de su tradición cultural. Quizá conviene explicar esto algo más. Eso que llamamos cultura no es otra cosa que el depósito de valores que los miembros de una sociedad van objetivando a través de sus actos. Las valoraciones comienzan siempre siendo subjetivas, internas, personales. Pero a través de nuestros actos siempre se objetivan, cobran cuerpo y vida propios, distintos de los de su autor, de tal modo que entran a formar parte del depósito común, objetivo, de la cultura. Cada acto humano objetiva un valor o un disvalor. El artista que pinta un cuadro está objetivando un valor, la belleza, que una vez pintado es del cuadro, no del artista. Y el médico que opera a un paciente objetiva otro, la salud, o el bienestar, o la vida. También pueden objetivarse disvalores. Por eso hay sociedades indolentes, y sociedades impuntuales, y corruptas. Todo se objetiva. Y ese depósito objetivo que contiene los valores de nuestros actos y de quienes nos precedieron, es el que transmitiremos, querámoslo o no, a nuestros descendientes. Si hemos objetivado a través de nuestros actos la corrupción, si la sociedad es corrupta, a quienes nos sigan les transmitiremos corrupción. Luego, cuando sean adultos, autónomos, podrán, a través de sus actos, cambiar ese depósito objetivo, disminuyendo o aumentando el grado de corrupción. Y en esto, precisamente, consiste la ética. Los actos, nuestros actos, serán morales o inmorales, según que a través de ellos se objetiven valores o disvalores, enriquezcamos o empobrezcamos el depósito de valores de nuestra sociedad.

Esta es la gran tarea en la que todos, querámoslo o no, estamos embarcados. Esto es lo que nos hace sujetos humanos, seres morales, personas. En esto consiste la ética. Su objetivo último es, como ya enseñó Kant, construir ese mundo en el que todos los seres humanos puedan vivir dignamente, porque los valores que hemos ido introduciendo en el depósito objetivo de la cultura a través de nuestros actos son tan buenos que, como Kant dice, podrían convertirse en leyes en esa sociedad perfecta. Él la llamó el...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.