Esquirol | La escuela del alma | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 474, 192 Seiten

Reihe: El Acantilado

Esquirol La escuela del alma

De la forma de educar a la manera de vivir
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-19958-13-6
Verlag: Acantilado
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

De la forma de educar a la manera de vivir

E-Book, Spanisch, Band 474, 192 Seiten

Reihe: El Acantilado

ISBN: 978-84-19958-13-6
Verlag: Acantilado
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



«La escuela del alma» es una fascinante invitación para descubrir, partiendo de los cimientos de la educación, el horizonte de una vida madura, fecunda y espiritual. Paso a paso las realidades que nombran palabras como «lugar», «enseñanza», «compañía», «atención», «mundo», «cuidado», «contemplación», «creación»... van iluminando el camino con luz propia y nos descubren nuevos sentidos: cada ser humano se nos revela como origen, y el encuentro, como «un alma que toca otra alma». Una vez más, Josep Maria Esquirol, en su búsqueda de la esencia de las cosas, nos plantea una propuesta luminosa y esperanzada en tiempos de desorientación, una conspiración singularísima, «la orden filosófica del amor». «Josep Maria Esquirol desmiente que las instituciones educativas hayan de estar al servicio de la sociedad. Desde La escuela del alma apunta un horizonte ambicioso: las instituciones educativas deben 'configurar' la sociedad. No 'adaptarse', sino 'adaptarla'». Sergi Dòria, ABC «Cada nuevo libro de Josep Maria Esquirol constituye una aportación singular, valiosa, que refuerza su filosofía de la proximidad. La escuela del alma es un ensayo primorosamente escrito, que, aun proponiéndose no decir cosas nuevas, sostiene muchas que son fundamentales, lo cual ya resulta algo nuevo, incluso revolucionario». Jordi Llavina, La Vanguardia «Profundidad conceptual, amenidad expositiva y agudeza crítica caracterizan este interesantísimo ensayo, firme en la necesidad de un ético aprendizaje vital». Jesús Ferrer, La Razón «Un libro bello y profundo, un recorrido por los vericuetos de la escuela de los valores que nos enseñaron los clásicos». Jon Kortazar, El Correo «Ojalá las propuestas morales y educativas de La escuela del alma constituyan algún día los cimientos para un nuevo modelo educativo». Darío Luque, Anika entre libros

Josep Maria Esquirol es catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona, donde da clases de Filosofía Contemporánea y dirige el grupo de investigación Aporia, dedicado a la relación entre filosofía y psiquiatría. Ha publicado cerca de un centenar de artículos en revistas especializadas y una docena de libros. Especialmente en «La resistencia íntima» (Acantilado, 2015)-que recibió los premios Ciutat de Barcelona y Nacional de Ensayo-, junto con «La penúltima bondad» (Acantilado, 2018) y «Humano, más humano» (Acantilado, 2021), traducidos al italiano, portugués, inglés y alemán, el autor ha articulado su «filosofía de la proximidad». Acantilado también ha publicado «La escuela del alma» (2024).

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NOTAS INTRODUCTORIAS
Hay casa porque hay intemperie. Y la intemperie pide amparo. Hay escuela porque hay mundo. Y el mundo pide atención. Hay casa y hay escuela porque, en el amparo y en la atención, cada uno puede hacer camino y madurar, para dar fruto. ¿Qué tipo de fruto? Más casa y más mundo. He aquí el humano: quien ha de hacer su camino vital en el camino del mundo. Quien ha de formarse y madurar en la proximidad de los demás y en estrecha vecindad con las cosas del mundo. Sí, el mundo se manifiesta. Pero hace falta atención. Cuanta más atención, más manifestación de las cosas del mundo y más maduración del alma. La puerta de la escuela está abierta. Para todos, de cualquier edad. Dentro hay alguien. Quizá alguien como ese anciano que había sido esclavo y que después enseñaba a los demás a ser libres, a hacer el bien y a disfrutar de la fiesta del mundo. La puerta está abierta. Dentro, no hay paredes ni techo. Hay amplitud, e hileras curiosas: de nubes y de letras, de números y de herramientas, de pájaros y de sueños… Una escuela de verdad es un lugar donde se entrena el prestar atención a las cosas del mundo y a los demás. Puede llevar el nombre de escuela o no llevarlo. Puede tratarse de una escuela de primaria en un pueblecito del Mediterráneo o de un monasterio budista en las montañas del Tíbet; de la escuela que tenía Epicteto en Nicópolis hace dos mil años o de lo que, a pesar de todo, sigue ocurriendo hoy en alguna aula universitaria. Dado que el cultivo de la atención es siempre oportuno y beneficioso, podría haber—tendría que haber—escuela toda la vida. Sobre todo si se tiene en cuenta que hay cosas que se hacen esperar, como una revelación del mundo, que suele llegar al cabo de los años. Prestar atención y estudiar—que es la atención reiterada—, aunque tengan sentido por sí mismos, suscitan crecimiento, mayor madurez y, poco a poco, la articulación de una respuesta. La vida humana es una respuesta interminable. En la escuela puede producirse un encuentro que, al dar confianza, dé también un buen impulso. Educar es ayudar a esbozar algunos de los trazos de esa respuesta. Fácil de decir: educar tiene que ver con indicar e iniciar el camino que lleva hacia la madurez. Y ¿qué es la madurez? Pues también fácil de decir: dar frutos. Todo ser vivo tiende a la madurez. Pero principalmente, y de manera especialísima, el humano, porque pronto se sabe venido a la vida y mortal. La educación se relaciona con el proceso de maduración de las personas y, por tanto, con el fruto que termina dándose. Pero, entonces, cabe preguntar: ¿de qué clase es el fruto principal? Y, después, ¿qué lo hace madurar? Descubrir el gusto de este fruto y los elementos más apropiados para su cultivo es encontrar el sentido de la educación. El fruto maduro suele ser dulce. Buena pista. Y de esto podemos estar seguros: la quintaesencia de la educación o bien ha de coincidir, o, por lo menos, estar estrechamente relacionada con la de la vida. Ahora bien, la quintaesencia de la vida, de la vida humana, es la claridad y la calidez. Par indisociable que también puede decirse de otro modo: la no indiferencia. Como veremos, este concepto, raíz única de la dimensión cognitiva y de la moral, contiene todo un programa educativo. La no indiferencia es el cultivo del umbral. La no indiferencia es el cultivo del encuentro. La no indiferencia es el cultivo del origen. La no indiferencia es el cultivo de la atención. La no indiferencia es el cultivo de la forma. La no indiferencia es el cultivo de la bondad. En resumen: la no indiferencia es el cultivo de la vida espiritual y comunitaria. La amenaza viene de la indiferencia: es la amenaza de la inhumanidad, de la frialdad, de la insensibilidad, de la oscuridad, de la confusión y de cualquier tipo de totalitarismo. Que la escuela tenga que ver con la educación, con la enseñanza y con el encuentro la convierte en una bendición: un lugar y un gesto que hacen bien. Lo cual será oportuno subrayar de varias maneras, pero, ante todo, repitiendo que la escuela de verdad rechaza cualquier sombra de violencia. La acción de educar se da en el seno de nuestro mundo, de nuestras afueras. Y aquí, en las afueras, la desolación proviene principalmente—aunque no sólo—de las toneladas de sufrimiento que los humanos hemos sido y somos capaces de infligir a otros humanos. La educación no puede permanecer ajena a esa invasión tan perturbadora y persistente de la barbarie. Por eso, la primera determinación es negativa: sobre todo, no incrementar el infierno. Determinación negativa equivalente al «No matarás» bíblico y al «No hacer mal» socrático. Tener cuidado de no hacer mal ya es hacer bien. Lo que significa estar despierto y, quizá, tener como referente alguna de las incontables buenas personas de este mundo, la mayoría humildes y cuidadosas, y sobre las que tantísimas veces se ha querido poner énfasis en la literatura, en el teatro o en el cine. Si todos fuéramos como ellas, entonces el mundo giraría de otro modo. Mientras tanto, un solo rostro sufriente, debido a la indiferencia, nos pone a todos y a todo en cuestión y en evidencia. La escuela de la no indiferencia no es pura utopía. Ha habido intentos discretos y la mayoría anónimos a lo largo del tiempo. Hay utopías que son de ese mundo. Cuando la verdadera paz empapa las relaciones de una vida comunitaria, la utopía acontece. A la escuela que en verdad lo es, y que lleva al mundo una migaja de utopía, la llamaré altertopía. Por definición, la escuela del alma cuida y cultiva el alma. Ha de ser un buen lugar para el alma; allí donde el alma empiece a hacer camino; allí donde siga haciendo camino; y allí donde, haciendo camino, llegue hasta los penúltimos umbrales. Por lo pronto, pues, mejor utilizar la palabra escuela en su registro amplio y vago. A veces hay escuela en algunas de las escuelas—valga la redundancia—, institutos o universidades, o en otros lugares insospechados. Ahora bien, el criterio está claro: una escuela sin alma no es escuela; una escuela sin alma nunca podrá ser la escuela del alma. Habría que tener escuela toda la vida. Al igual que casa. Cuando la escuela cultiva lo humano, hace de escuela, enciende una luz, y se suma a la conspiración del desierto. De pequeños y jóvenes es bueno ir cada día a la escuela y volver a casa; de mayores, es bueno volver todos los días a casa y, de nuevo, ir algunos días a la escuela. Eso sí, hay sitios que parecen escuelas pero que no lo son. Y al revés: hay sitios que no parecen escuelas y que, sin embargo, lo son. No se trata de poner etiquetas de calidad. Etiquetas nos sobran. En la era de la confusión, esforzarse por la verdad es hacer que las cosas sean lo que son. Que el mundo sea mundo, que la vida sea vida. En esto hay verdad. Y que la escuela sea escuela. La reflexión filosófica ha de poner de relieve el sentido de la escuela y, al mismo tiempo, nutrir ese sentido. Aunque conozco los usos supuestamente más rigurosos y específicos de palabras como educación y enseñanza, aquí las utilizaré en su sentido casi literal. Educar significa ‘ayudar a alguien a conducirse, a orientarse’. Y enseñar significa ‘indicar, mostrar’. Por decirlo figuradamente, se educa más bien con el corazón y se enseña más bien con las manos. Se educa con el corazón, porque el corazón es símbolo de lo que acompaña y cuida. Se enseña con las manos o, mejor, con la mano y con el dedo, porque mano y dedo indican, señalan, se dirigen a las cosas. Enseñar, entonces, forma parte de la maravilla de la manifestación: hay mundo y el mundo se nos manifiesta. En el seno de la manifestación, la enseñanza. Justo a partir de esta significación emerge la estrategia docente de la escuela que conspira—esto es, que se inspira bien y con las demás—. Estrategia que cabe expresar bastante abreviadamente: se trata de acompañar al alumno hacia las cosas y, luego, con el tiempo, hacia la hondura. Es decir, primero, muy pacientemente, llevar al alumno hacia la proximidad de lo visible para, después, dirigirse un poco hacia lo invisible que está detrás. Quien hace camino es uno mismo. Y esto es la reflexividad. Educar es guiar a alguien para que, por sí mismo, recorra un camino que lo lleve más allá, que lo eleve por encima de dónde está, y que le dé una fuerza y una madurez que al principio no tenía. Educar es ayudar a que alguien se eduque, de la misma manera que orientar es ayudar a que alguien se oriente; es cultivar la reflexividad, el sí mismo. El educador no puede recorrer el camino por el alumno. La reflexión del educador no ahorra la del alumno. La del educador convoca la del alumno y la acompaña, pero el centro de gravedad reside en la flexión y en la reflexión del alumno. El centro de gravedad reside en quien debe orientarse, madurar y generar. En cuanto al modo de desarrollar este libro, debo pedir alguna benevolencia. La meditación sobre la forma de educar y la manera de vivir no es sistemática, pero está ordenada. Aunque sé en cada momento a quién me dirijo, puede parecer que se solapan las referencias a la educación en edades más tempranas con la de jóvenes, y con la de adultos. Sin embargo,...



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