Erskine Inglis | La vida en México | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 9, 520 Seiten

Reihe: Literatura

Erskine Inglis La vida en México

Durante una residencia de dos años en ese país
1 (NED)
ISBN: 978-84-92403-65-3
Verlag: Rey Lear
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Durante una residencia de dos años en ese país

E-Book, Spanisch, Band 9, 520 Seiten

Reihe: Literatura

ISBN: 978-84-92403-65-3
Verlag: Rey Lear
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



El 27 de octubre de 1839, Frances Erskine Inglis partió del puerto de Nueva York con su marido, el primer embajador español en México tras la independencia de ese país. Después de hacer escala en La Habana, el matrimonio llegó a Veracruz y, desde allí, se dirigieron a la capital mexicana, donde permanecerían hasta enero de 1842. Durante su experiencia centroamericana, la futura Marquesa de Calderón viajó por el país y escribió sus impresiones en una copiosa correspondencia a su familia, que residía en Boston. De estas cartas, la autora escogió 54 para ser publicadas en el libro La vida en México. La primera edición se imprimió en Boston en 1843, con prefacio del historiador William H. Prescott, y posteriormente se publicaría en Londres gracias a la mediación de Charles Dickens. Frances Erskine Inglis conoció personalmente a las principales personalidades políticas mexicanas -el general Santa Anna, Carlos María de Bustamante, Lucas Alamán, Manuel PaynóÂ -, pero su atención se centró preferentemente en las modas, pasiones y costumbres de la antigua colonia española, que analiza con una mirada europea caracterizada por su modernidad. Raquel Breznes ha traducido íntegramente esta obra, considerada una joya de la literatura de viajes escrita por una mujer.

Frances Erskine Inglis (Edimburgo, 1806 - Madrid 1882) Frances Erskine Inglis, más conocida como la Marquesa Calderón de la Barca, nació en Edimburgo en 1806 y murió en 1882 en el Palacio Real de Madrid. A la muerte de su padre se trasladó a Estados Unidos con su familia, donde conoció al diplomático español Ángel Calderón de la Barca, con quien contrajo matrimonio. Lectora culta e inteligente, conoció la obra de Moratín y fue amiga de Washinton Irving y del historiador William Prescott. Su matrimonio la ligaría estrechamente a España, su sociedad y costumbres, motivo por el que abandonó la religión protestante en favor de la católica. Políglota -dominaba las principales lenguas modernas de su época, frecuentó los ambientes culturales y políticos españoles del siglo XIX e incluso se vio obligada a exiliarse a Francia con su marido tras las revueltas liberales ocurridas durante el gobierno del general Espartero. Al quedar viuda se recluyó en un convento de la localidad francesa de Anglet, próxima a Biarritz, en donde fue reclamada por la Reina para que se hiciera cargo de la educación de la infanta Isabel, hermana mayor del heredero de la Corona. En 1876, Alfonso XII le otorgó el título de marquesa Calderón de la Barca, en reconocimiento a los servicios prestados a la familia real.

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PRESENTACIÓN
NACIDA EN ESCOCIA, aunque nombrada marquesa de Calderón de la Barca por un monarca español, el Rey Alfonso XII, Frances Erskine Inglis es tremendamente popular en México, país en el que apenas vivió poco más de dos años, y casi completamente desconocida en España, donde residió casi la mitad de su vida y murió. Desde que su libro La vida en México apareciese publicado en 1843 en Boston y Londres, apadrinado por el historiador norteamericano William H. Prescott, los lectores mexicanos no han dejado de leerlo. La indignación inicial con que lo recibieron se ha enfriado con el paso del tiempo, hasta convertirse en admiración hacia uno de los textos imprescindibles para comprender la agitada y peculiar sociedad de ese país a mediados del siglo XIX. Frances Erskine Inglis (Edimburgo, 1804-Madrid, 1882) conoció en Estados Unidos al hombre que la ligaría definitivamente a España, el diplomático Ángel Calderón de la Barca. Fanny, que así era llamada en familia, había cruzado el Atlántico en 1830, a la muerte de su padre, y se había establecido junto con su madre y hermanas en Boston, donde abrieron un colegio para señoritas. En esa ciudad, por entonces una de las más europeas de Norteamérica, entabló amistad con Prescott. Fue éste quien en 1838 le presentó a un político moderado español nacido en Buenos Aires, próximo a Francisco Cea Bermudez y que, al parecer, había luchado en Zaragoza junto al general Palafox en la Guerra de Independencia contra la invasión napoleónica. A don Ángel le apasionaba la lectura e incluso había traducido alguna obra. Frances, además de tocar el piano, hablaba varios idiomas, leía de un modo empedernido y hacía gala de una instrucción exquisita. Ninguno de los dos era joven, sobre todo desde la perspectiva de la época —él tenía por entonces 44 años, diez más que ella—, y tal vez por eso no alargaron su noviazgo. La escocesa episcopaliana y el español católico se casaron ese mismo año y meses después, en 1839, Ángel Calderón de la Barca es nombrado ministro plenipotenciario (embajador) de España en México, el primero después de la independencia de esa república que había sido proclamada recientemente. El 27 de octubre el matrimonio zarpó del puerto de Nueva York hacia su nuevo destino, a donde llegaría el 18 de diciembre, después de mes y medio de viaje en el que el único descanso en la navegación fue la escala que realizaron en La Habana, territorio de la Corona española. Desde que embarcaron y durante los dos años y veintiún días que permanecieron en México, Frances Erskine Inglis envió incesantemente cartas a Boston, dirigidas a su familia, donde además de contarles su situación personal describía con tintes costumbristas todo lo que le causaba sorpresa. Una selección de tan abundante correspondencia se convertiría en el libro La vida en México, que Prescott logró que imprimiese en Boston la editorial Charles C. Little and James Brown y en Londres Chapman and Hall, la misma firma que publicaba las obras de Charles Dickens. La ayuda del autor de Oliver Twist, a petición de Prescott, fue decisiva para que el libro de la marquesa viera la luz en Inglaterra. De regreso a los Estados Unidos, la vida del matrimonio Calderón fue tan convulsa como la política española del momento. Primero se establecieron en Madrid, hasta que en 1844 don Ángel fue nombrado embajador de España en Washington. Nueve años después volvió a ser reclamado desde España para ocupar la cartera de Estado en el Gobierno del conde de San Luis. Las revueltas liberales, que llegaron a poner en peligro la vida de don Ángel, les obligaron a exiliarse en Francia. Como reflejo de todas estas peripecias, Frances escribió bajó pseudónimo The Attaché in Madrid; or Sketches of the Court of Isabelle II (1856), donde ocultaba su identidad bajo la de un diplomático alemán. Cuando regresan del exilio, preocupados por la crispación madrileña, compran una casa cerca de San Sebastián, territorio más acorde con la moderación del matrimonio, donde don Ángel murió en 1861. A los 57 años, Frances se encontró sola y sin la compañía de amigos como Washington Irving, que después de años como embajador de Estados Unidos en Madrid había ya regresado a su país. La soledad y la convulsa vida política madrileña llevan a la viuda de Calderón a retirarse a un convento de Anglet, próximo a la localidad francesa de Biarritz, hasta que es reclamada por la Reina para ocuparse de la educación de la infanta Isabel Francisca de Borbón, hermana mayor de Alfonso XII. La etapa en el Palacio Real tampoco fue fácil. En 1868 la infanta Isabel contrae matrimonio con el hermano del rey de Nápoles y ese mismo año la Reina se ve obligada a partir hacia el exilio en París. En 1871, muere el marido de Isabel Francisca de Borbón y tres años más tarde la Familia Real regresa a Madrid con la restauración de la Monarquía. Frances sigue la misma suerte que la Corte, siempre detrás de la infanta, de la que se convierte en su principal apoyo cuando ésta enviuda. En agradecimiento, Alfonso XII nombra a Fanny en 1876 marquesa de Calderón de la Barca, lo que supone al mismo tiempo un homenaje a don Ángel. Ostentará el título en el Palacio de Oriente hasta el día de su muerte, el 3 de febrero de 1882. Resulta sorprendente que tanto éxito social no alcanzase a su obra literaria, porque La vida en México no fue publicada íntegramente en España hasta 1920 por la Librería de la viuda de Ch. Bouret, en traducción de Enrique Martínez de Sobral y prólogo del marqués de San Francisco, Manuel Martínez de Terreros. En la portada de la edición española figura como autora la marquesa de Calderón de la Barca, lo que contrasta con las primeras ediciones inglesas, donde sólo aparecían las iniciales Mme. C. de la B., fundamentalmente para salvaguardar los intereses profesionales de su esposo, ya que, en palabras de Prescott, es «contrario a las reglas de la etiqueta diplomática que el nombre de la mujer del embajador se ostentase frente a una obra que exhibe al mundo oficial y al país del que fueron residentes». Por el mismo motivo, la autora oculta en su libro muchos de los nombre de las personas que trató. Mientras en la España del siglo XX el interés por La vida en México se fue diluyendo hasta caer en el olvido, la traducción que realizó en México Felipe Teixidor sigue publicándose allí ininterrumpidamente desde 1959, lo que ha convertido el volumen en un bestseller. EL LEGADO DE HUMBOLDT
Aunque a la marquesa de Calderón no le movieron a escribir intereses históricos, geográficos ni antropológicos, la cantidad de veces que aparece citado en sus páginas el naturalista y viajero alemán Alexander von Humboldt (Berlín, 1769-Potsdam, 1859) demuestra que la aparente frivolidad que algunos le criticaron no logra ocultar a una viajera ilustrada y avisada, dispuesta ocasionalmente a enriquecer sus impresiones con datos contrastados y aceptados científicamente. Humboldt había visitado México y Estados Unidos entre 1803 y 1804 en compañía del naturalista Aimé Bonpland y las impresiones de ambos quedaron recogidas dos décadas más tarde en los treinta volúmenes del Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, que Madame Calderón parece haber leído con detenimiento. Lo que le diferencia principalmente de Humboldt es que, mientras éste centra su interés en la naturaleza y la geografía, ella desvía su foco de atención hacia los detalles cotidianos y las costumbres más nimias: la indumentaria de hombres y mujeres, la gastronomía, la pasión por el juego, las peleas de gallos y corridas de toros, las diferencias sociales, los múltiples colores de piel fruto del cruce entre españoles e indígenas, el poder dominante de la Iglesia… Humboldt intentó desplazarse por la mayor parte del país. Ella se circunscribió a la ciudad de México, aparte de los viajes que realizó a la ida y la vuelta desde y hasta el puerto de Veracruz y algunas excursiones ocasionales por los alrededores de la capital. Podría ser calificada de una viajera sedentaria, circunstancia debida a las obligaciones diplomáticas de su marido, que exigían la presencia del matrimonio cerca de los centros de poder de la república. El deber no les permitió ir más lejos en sus exploraciones. El país que observa su mirada europea y curiosa aparece incapaz de administrar su reciente independencia política —durante su estancia sufrirá dos pronunciamientos militares contra el presidente Anastasio Bustamante, que acabarán dando el poder al general Antonio López de Santa Anna—. La colonización española se desprecia al mismo tiempo que se añora por la estabilidad socio económica que supuso durante años. Sus ojos descubren un territorio empobrecido, infestado de bandidos, donde la violencia impera por los caminos y las calles y la discordia política eleva peligrosamente los índices de miseria, lo que alienta en su escritura abundantes reflexiones irónicas. Pero su afán no es destruir con la crítica mordaz, sino ser un testigo fiel que, conforme avanza el libro, se va enamorando de la república mexicana, acepta muchos de sus gustos y costumbres que antes denostaba y lamenta las desgracias que ha de soportar el pueblo. El mismo pulque que nada más llegar le produce repugnancia se convierte en las últimas páginas en un licor sin el que considera difícil vivir. El sentido del humor que preside toda la obra logra también suavizar el dramatismo de alguna de las situaciones relatadas. Por el...



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