E-Book, Spanisch, Band 5, 112 Seiten
Erskine Damas en bicicleta
1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-17115-63-0
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Cómo vestir y normas de comportamiento
E-Book, Spanisch, Band 5, 112 Seiten
Reihe: El Panteón Portátil de Impedimenta
ISBN: 978-84-17115-63-0
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
F. J. Erskine fue una autora victoriana cuya única obra conocida es el manual Damas en bicicleta. Fue escrito, en palabras de Erskine, 'para mujeres ciclistas por una mujer ciclista', y publicado en 1897, momento en el que las mujeres de todo el imperio británico se habían lanzado a la aventura en sus bicicletas, lo cual no fue muy bien recibido por la sociedad masculina de la época. La señorita Erskine fue, por tanto, una mujer transgresora que puso su granito de arena para que la llamada 'Nueva Mujer' se situara en igualdad de condiciones con el hombre.
Weitere Infos & Material
1
CICLISMO:
ASPECTOS SOCIALES Y DEPORTIVOS
HACE ALGUNOS DÍAS me topé con un prolijo artículo en el que el autor se preguntaba si, desde el punto de vista de la salud, las damas deberían practicar el ciclismo. «Pero tanto si deben practicarlo como si no, lo cierto es que las damas ya van en bicicleta —apuntaba el autor—, y hasta el momento los resultados parecen ser extraordinariamente beneficiosos para ellas.» En todo caso, no hay otro asunto sobre el que se haya desatado últimamente una controversia más feroz. Tal vez, como en otras cuestiones, las espantosas historias que una oye a todas horas a propósito de los peligros de andar en bicicleta contengan una pizca de verdad adornada con una buena dosis de exageración. En realidad, la cuestión sobre si es bueno o no para la mujer andar en bicicleta se puede resumir brevemente en el siguiente enunciado: si las damas recorren en bicicleta cincuenta millas cuando su límite razonable está en diez —en definitiva, si pierden el juicio y el sentido común y se vuelven majaretas—, en ese caso, sin ninguna duda, el ciclismo constituye una práctica dañina para las féminas.
Por ejemplo: las mujeres no deberían competir en carreras ciclistas, si es que tienen el más mínimo interés en preservar su salud; y si lo hacen, sin duda se tratará de una práctica suicida, condenada al más estrepitoso de los desastres… por no hablar de la perniciosa influencia que tendría en el deporte. En la actualidad, el ciclismo está tan firmemente arraigado entre los miembros más sanos de nuestra comunidad, como una forma sencilla y barata de locomoción, que la mujer que compitiera solo conseguiría perjudicarse o incluso hacerse daño físicamente.
Pero en cuanto forma de ejercicio —siempre que se realice con moderación, desde luego—, la práctica del ciclismo, en el caso de las mujeres, se encuentra en una posición excepcionalmente favorable respecto al resto de las actividades deportivas. Es evidente que el coste inicial de una bicicleta es casi tan elevado como el de un poni —aunque, claro, luego el poni requiere su propio equipamiento, por no hablar de la enorme cantidad de cosas que hay que hacer para mantenerlo en perfectas condiciones—. Por ejemplo, al coste de un poni hay que añadir el precio de un carro… lo que supone otras 25 libras, los arneses (7 libras más), el forraje, las mantas, y además un lacayo. Por su parte, la bicicleta no requiere más que una cuidadosa limpieza, que apenas lleva quince minutos, y un uso adecuado de la máquina. Aparte de todo esto, el ciclismo está dejando de ser un mero pasatiempo de moda y empieza a adquirir un papel más práctico y útil como medio para lograr determinados objetivos. Y es en este aspecto del asunto donde precisamente reside su fuerza. Si el ciclismo fuera solo una moda, ya se habría abandonado hace mucho tiempo. Pero el arte del pedaleo no es simplemente un deporte pasajero. El ciclismo —una vez que se supera la fase de aprendizaje, es decir, la etapa «acrobática» o «de equilibrio»—, en sentido estricto, requiere muy poco esfuerzo: «las ruedas van a toda pastilla», como decían los famosos y añorados Budge y Toddie en los libros del señor Habberton. Las payasadas que una puede cometer en una bicicleta tienen un límite y las consecuencias son muy evidentes. Pero una bicicleta es la puerta a tantos placeres y diversiones que no dudamos en abrirla porque nos conduce a un pródigo mundo de diversiones, tanto en Inglaterra como en el Continente. A nosotras, las ciclistas, nos es dado recorrer a placer toda Inglaterra, y Escocia, e Irlanda y Gales, solo con la ayuda de esas frágiles ruedas recubiertas de goma neumática. Gracias a las bicicletas los paisajistas han podido pintar más de lo que jamás hubieran soñado antes del advenimiento de este artefacto, cuando uno tenía que pasarse los días estudiando al detalle los horarios de los trenes para poder ir a un lugar, pintar una escena y regresar antes de que pasara el último convoy. Los arqueólogos, por fin, pueden dedicarse a su afición más querida con renovado entusiasmo. El fotógrafo ciclista es ya una figura familiar en nuestras carreteras. Por cierto, los caminos y senderos se están beneficiando notablemente de este incremento de usuarios. La razón es sencilla: ahora son los propios ciclistas los responsables de su mantenimiento, ciclistas a quienes «una especie de camaradería los convierte en individuos increíblemente educados» los unos con los otros, de modo que los baches y las roderas, los senderos imposibles y otras causas de preocupación están a punto de convertirse en historia… y todo gracias a la bicicleta.
Si la bicicleta es de uso casi indispensable para todos aquellos que viven en el campo, también lo es para aquellos que habitan en las ciudades. Pocos —salvo los que no los han sufrido— desconocen los horrores de una noche de agosto en Londres, asfixiante y abrasadora, con ese cielo tan turbio y oscuro, con esas paredes recalentadas, esas aceras chamuscadas, ese pestilente pavimento de madera embreada, esa imposibilidad de encontrar ningún lugar adonde huir. El tren metropolitano subterráneo londinense es sofocante y está mal ventilado, los agobiantes omnibuses pasan uno tras otro atestados de gente, atronando con su insoportable traqueteo. Los obreros que llevan trabajando todo el día, y que suspiran por un poco de aire fresco, apenas encuentran una especie de atmósfera polvorienta que llevarse a los pulmones, y los respiraderos de las calles no consiguen sino provocar en los ya de por sí sufridos londinenses episodios de cefalalgia y brotes de irritación nerviosa. Pues bien, hay que decir que un simple soplo de aire fresco aliviaría de un plumazo semejantes dolencias.
Es en este punto donde la bicicleta acude en nuestro auxilio. Durante años fue una herramienta utilísima para las jóvenes generaciones, que acostumbraban a salir a dar paseos campestres tan pronto como concluían sus labores cotidianas. Los tiempos han evolucionado, y nosotras con ellos, de modo que las mujeres comenzamos a participar en los distintos oficios y negocios —en aquellos en los que se nos admite, claro está— y, como consecuencia natural, también las mujeres empezamos a exigir el descanso preceptivo, igual que nuestros compañeros masculinos.
Fue entonces cuando se desató la bicimanía en Francia. Este país, tan alegre y audaz, siempre se mostró gustosamente proclive al uso de la bicicleta y, como ocurre con la mayoría de las modas procedentes de París, no transcurrió mucho tiempo antes de que el uso de la bicicleta —más bien escaso hasta ese momento en nuestro país— estallara también como una moda en las Islas. Pero como por naturaleza somos una nación de tenderos —«chicos de los recados», nos llaman cariñosamente nuestros primos continentales—, aunque el ciclismo parecía ser solo una tendencia pasajera, en nuestro país siempre fue menos una moda que una útil y práctica afición. Las damas van a hacer los recados sobre ruedas; se dice que las princesas prefieren montar en bicicleta a montar en sus caballos («las bicicletas son más manejables»); los campesinos y los habitantes de las comarcas rurales visitan a sus vecinos utilizando las dos ruedas, en vez de emplear el caballo… Y no solo eso, sino que es con harta frecuencia el deseo de utilizar la bicicleta precisamente lo que los impulsa a hacer dichas visitas.
Cada vez más señoritas meten sus aderezos en un pequeño hatillo o en una cesta y se van en bicicleta a pasar un par de días con una amiga que vive a veinte o incluso a treinta millas de distancia. La gente sale a cenar… ¡en bicicleta! A veces van a visitar a los amigos a la luz de la luna… ¡en bicicleta! Acuden a sus citas… ¡en bicicleta!; y, lo que es más, mucha gente cruza los campos en bicicleta… ¡vestida para ir de fiesta! Los sacerdotes y los hombres de iglesia consideran de todo punto imprescindible la bicicleta, dado que, por su oficio, se ven obligados a recorrer de modo constante largos e incómodos caminos rurales. Maestros, comerciantes, nobles, plebeyos, ricos, pobres, todos ven en la bicicleta un medio de locomoción barato y sencillo. Un artefacto que se mantendrá sin duda entre nosotros muchos años, y no como una moda, sino como un accesorio mecánico indispensable en cada hogar, grande o pequeño, con más posibles y con menos.
Las consecuencias de este movimiento, en un sentido estrictamente social, son difíciles de evaluar. Es probable que su influencia sea positiva, en tanto en cuanto el arte del pedaleo, sin ir más lejos, nivela los diferentes estratos sociales, iguala las clases. La gente de la ciudad tendrá más contacto con los habitantes de las zonas rurales, y así podrá hacerse una idea más ajustada de los intereses vitales de la sociedad en general. Un senador aficionado al ciclismo, yendo convenientemente de incógnito, podrá formarse seguramente una idea más ajustada de los problemas del campo que dedicándose al trabajo rutinario de oficina y leyendo aburridos informes sobre su distrito electoral. Se producirá un intercambio de ideas más fructífero, y un conocimiento mucho mayor de las bellezas del país que si nos limitáramos a ir de un lado para otro montados en un tren expreso. La gran lacra social y política de los últimos años ha sido la centralización, y parece que esto podría contrarrestarse con la práctica del ciclismo, que favorece el contacto entre las gentes y la propagación de las ideas y la cultura.
Al parecer, algunas personas creen que el ciclismo debe su éxito al hecho de que ciertos miembros de la nobleza hayan reconocido últimamente sus...