E-Book, Spanisch, 536 Seiten
Reihe: Historia
Enrique Conquista de México
1. Auflage 2024
ISBN: 978-607-03-1413-1
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Catástrofe de los pueblos originarios
E-Book, Spanisch, 536 Seiten
Reihe: Historia
ISBN: 978-607-03-1413-1
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
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Enrique Semo. Historiador y ensayista; investigador emérito de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2014, el título de Doctor Honoris Causa de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en 1997, la Medalla Hegel de la Universidad Humboldt de Berlín en 1971, la Beca John Simon Guggenheim Memorial Foundation en 1987, y la Beca John D. and Catherine T. MacArthur Foundation en1987. Es autor de Historia del capitalismo en México. Los orígenes 1521-1763; La antigüedad. De los cazadores y recolectores a las sociedades tributarias; México: del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y revolución; Viaje alrededor de la izquierda; La búsqueda (dos tomos); Crónica de un derrumbe, las revoluciones inconclusas del Este. Coordinador de los libros México: un pueblo en la historia (siete tomos); Historia económica de México (trece tomos); Siete ensayos sobre la hacienda mexicana, 1780-1880. Es también editorialista en varios periódicos y revistas nacionales y extranjeras. Fue secretario de Cultura del Gobierno del Distrito Federal del año 2000 al 2005.
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Introducción
La exploración y conquista de la Nueva España fue un suceso de importancia universal. Junto con la de Perú, abrió la época de la minería de plata y oro y la explotación de muchos millones de indígenas y con ello dio un impulso decisivo al desarrollo del capitalismo en Europa. Aumentó contundentemente los ritmos de acumulación de capital y posibilitó la conversión de la Corona española en centro de un gran imperio. Cincuenta años más tarde, cuando la monarquía hispánica fundó la ciudad de Manila, en Filipinas, y llegó el primer galeón cargado de plata a esta ciudad desde Acapulco, el virreinato de la Nueva España se constituyó en ramal del comercio mundial. Desde entonces, las mercancías producidas en América y Europa dieron la vuelta al mundo atravesando los océanos Atlántico y Pacífico para ser cambiadas por otras producidas en Asia (Comín Comín, 2012, p. 257).
Transformó al África en una reserva territorial para la caza de esclavos e introdujo cambios decisivos en el mundo y en la vida de los pueblos originarios de la Nueva España. Para fines del siglo XVI, la Nueva España se había transformado en el principal destino de emigrantes españoles.
La conquista es el paso inicial en la creación del primer imperio colonial en la historia. El surge al mismo tiempo que el capitalismo: a principios del siglo XVI; mejor dicho, del capitalismo desde su etapa temprana y sigue vigente en la forma de dependencia, hasta nuestros días. Es una relación que se establece entre la aristocracia y la burguesía de Europa que está en transición al capitalismo y sociedades precapitalistas en áreas menos avanzadas del mundo. Responde al hambre insaciable de plusvalía transformable en capital por la burguesía naciente y a la necesidad de dinero de los estados absolutistas para sus incesantes guerras y empresas imperiales. La relación que se establece es de y En la colonia surge una nueva sociedad en la cual la mayoría de los españoles pertenece a la clase dominante y los indígenas son los explotados. Éste es el tema principal del presente libro.
La conquista es también el principio de la historia moderna de México. Los cuatro actores de ese drama humano: pueblos originarios, españoles, europeos y negros africanos tuvieron una participación muy directa en el surgimiento de la colonia española en la América septentrional e influyeron profundamente en el desarrollo de su sociedad.
Durante veinticinco años, las islas del Caribe habían sido la colonia española por excelencia en el Nuevo Mundo. Pero hacia 1520-1530 su ciclo se agotó; tanto el oro como la población se acabaron, tragados por la voracidad de los conquistadores. Dos grandes corrientes humanas salieron de La Española casi simultáneamente en direcciones opuestas: una llegó a Panamá y luego a Perú, y la otra fue a Cuba, desde ahí a Yucatán y posteriormente hacia el Anáhuac. Ninguna de las dos sabía precisamente adónde iban. Se guiaban por lo que los indígenas les contaban y por las grandes ilusiones que los animaban, pero encontraron lo principal que querían: poblaciones de millones de indios adecuados a sus necesidades productivas y mucha plata y oro que colmaron sus esperanzas. El impulso hacia el norte del continente desembocó en el territorio de los mexicas en 1519-1521. En cambio, el que se dirigía al sur encontró más dificultades, sobre todo en el viaje a lo largo de la costa del Pacífico en Sudamérica y sólo se topó con el imperio de los incas, diez años más tarde, en 1532-1533. Ambos fueron pasos iniciales de prolongados procesos de exploración, conquista y colonización.
El entusiasmo de los primeros exploradores de la Nueva España se vio colmado de esperanza desde el momento inicial. La primera vez que se usó el nombre de la patria de los conquistadores para designar una parte del Nuevo Mundo fue en 1518. Antonio Solís cuenta que un soldado de la expedición de Juan de Grijalva, después de ver las ciudades de Yucatán y la costa del Golfo sugirió espontáneamente el nombre de Nueva España, y que éste agradó a todos los oyentes (Guzmán Betancourt, 2002, p. 35). Pero fue Cortés en su Segunda carta de relación, fechada el 30 de octubre 1520, después de conocer las maravillas del Anáhuac y de Tenochtitlan, y sobre todo después de haber impuesto a Moctezuma y sus aliados nobles la renuncia a su soberanía y la aceptación de la condición de vasallos y súbditos de Carlos V, quien le escribió al emperador rogándole que elevara a nivel oficial el nombre de Nueva España:
La similitud que toda esta tierra tiene a España, así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en otras muchas cosas que la equiparan con ella, me pareció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del mar Océano; y así en nombre de vuestra majestad se le puso aqueste nombre. Humildemente suplico a vuestra alteza lo tenga por bien y mande que se nombre así (Cortés, 1985, “Segunda carta de relación”, p. 190).
No la Castilla de Oro, o la Nueva Aragón, sino la como el Nuevo Mundo. En su ambición, Cortés quiso elevar su conquista al nivel de imperio y le sugirió a Carlos V:
porque he deseado que vuestra alteza supiese las cosas de esta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí (Cortés, 1985, “Segunda carta de relación”, p. 86).
Después de eso, el nombre de la Nueva España tuvo varios usos, pero el sentido que se impuso es el de designar a toda la colonia española en América septentrional, que comprendía tanto las tierras conquistadas por Hernán Cortés como las provincias norteñas de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, los reinos de Nuevo León y Nuevo México, así como las provincias de la Nueva y Vieja California y la de Nuevo Filipinas, y en el sur, Tabasco, Oaxaca, Chiapas y la península de Yucatán, además de los territorios de Guatemala y Centroamérica. Con el tiempo se impuso y se conservó con orgullo hasta finales de la colonia el uso del nombre de la Nueva España.
El escenario de la conquista debe ser la Nueva España en su totalidad, espacio en el cual vivían todos los pueblos originarios que más tarde serán parte del México independiente. Se trata íntegramente, en tanto espacio, como entidad política y jurídica, de una creación de la España imperial. No hay en el pasado antiguo nada que se le asemeje, y deja de existir sólo consumada la independencia. La presencia de los españoles modificó la geografía humana de la antigüedad indígena, pero no la liquidó. Durante la colonia, cada uno de los pueblos originarios consideraba como suyos los territorios de caza y recolección o de agricultura y concentración urbana sobre los cuales tenían dominio, y los defendió obstinadamente. La conquista es un proceso largo y complicado.
Durante la mayor parte del siglo XVI el poder español estuvo en las manos de los encomenderos, los frailes, los intermediarios indios y, más tarde, de los corregidores. Al recibir mando sobre los indígenas, los encomenderos tenían que comprometerse a preservar el poder de España; los frailes, que adquirieron un poder moral y político, debían adoctrinar a los indígenas en la fe católica y la vida política al estilo español. Los corregidores fueron un cargo designado directamente por el rey. Tenían poder en los ámbitos judicial, político y administrativo. Sus principales funciones tenían que ver con que se acataran las disposiciones de reyes y virreyes, dar seguimiento a las obras públicas y eclesiásticas, vigilar la seguridad, administrar justicia y regular el comercio, entre otras. Los Principales (por lo general antiguos nobles) indígenas eran los mediadores imprescindibles del dominio de los tres (Gibson, 2003, p. 157).
La Nueva España como entidad política centralizada e incluyente se fue construyendo lenta y desigualmente (García Martínez, 2012, pp. 243-254). Bernardo García considera que la organización de un poder central que se pueda llamar Reino de la Nueva España apenas culminó hacia 1620. Para designar a la totalidad del dominio español en la América Septentrional a lo largo de trescientos años, usaremos exclusivamente el topónimo de , no el de Reino de la Nueva España ni México. Las divisiones políticas, administrativas y eclesiásticas internas las usaremos siempre relacionadas al periodo en que estuvieron en uso. La verdad es que esas divisiones son bastante confusas y cambiantes y son expresión de la evolución de la conquista y la colonización en perpetuo movimiento. Es decir, la Nueva España como entidad política y como población va cambiando a lo largo de los trescientos años de su existencia. No hay un término único para designar a sus habitantes, porque las diferencias étnicas, políticas y sociales son demasiado grandes. Por eso la población es indígena, española, criolla, negroafricana, mestiza y mulata y cada pueblo originario o sociedad étnica tiene su nombre particular.
Mapa 1. La frontera norte de Nueva España, en disputa, 1803-1819. El número 4 señala los acuerdos del Tratado Adam-Onis, 1819. Los otros números se refieren a exploraciones anteriores.
Hasta hoy en día los pueblos originarios prefieren llamarse con su propio nombre.
Valga como ejemplo […] lo expuesto por un triqui de San Andrés Chicahuaxtla, que [en 1996] manifestó las reticencias de las...