E-Book, Spanisch, 380 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
Enquist / Uriz La partida de los músicos
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-16440-74-0
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 380 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
ISBN: 978-84-16440-74-0
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
A principios del siglo xx, en el extremo norte de Suecia, una tierra de bosques y hielo aislada del resto del mundo en la que nació y se crio, allí ambienta Per Olov Enquist esta novela, una de sus grandes obras. Narrando el durísimo esfuerzo del agitador Elmblad, enviado por el sindicato para intentar organizar a los trabajadores, el autor vuelve a preguntar a la Historia, en un intento de comprender la realidad que llevó a muchos suecos a la emigración. Una historia del pasado que en otras partes del mundo sigue siendo una trágica historia de hoy.
Partiendo de documentos reales, testimonios y anécdotas familiares, la novela nos lleva a los años 1903-1910: el nacimiento y la muerte de las primeras asociaciones de trabajadores; la adherencia tímida a las primeras huelgas, el trabajo lento y arduo camino hacia una conciencia política en los agricultores y los trabajadores de los aserraderos de la 'tierra de la oscuridad', adonde llegó por primera vez la 'buena nueva' del socialismo.
Hjoggböle, 1934. Novelista, dramaturgo y crítico literario sueco. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Upsala, está considerado como el escritor sueco contemporáneo más importante. Escritor analítico, intelectual y experimental, describe contextos muy complejos de una manera esencial y pura. Ha sido galardonado con el Premio de Literatura del Consejo Nórdico de 1969 y propuesto varias veces al premio Nobel. Entre sus obras destacan: La visita del médico de cámara, La biblioteca del capitán Nemo y La partida de los músicos (estas dos últimas aparecerán próximamente en Nórdica Libros).
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Prólogo «Por supuesto que hay lucha de clases, pero la mía va ganando». Warren Buffet Revolviendo en viejos papeles para comprobar una fecha en un trabajo conmemorativo del centenario del nacimiento de Peter Weiss, encontré una carta, de 1985, en la que destacaba un hermoso escudo con los dos conocidos delfines sobre el nombre BARRAL y a su lado un membrete que decía «Biblioteca Personal Argos Vergara», carta en la que Carlos Barral me pedía «la traducción de Los musicantes, novela para la que un día se hicieron gestiones. Pero me doy cuenta de que te hayas olvidado completamente de este asunto. Y el caso es que Argos, en la agonía de sus líneas libreras, me reclama esa traducción». Se refería a Musikanternas uttåg, la novela que usted tiene en sus manos, que yo le había recomendado pero cuya traducción él nunca me había encargado… y terminaba: «Yo tengo interés personal en que el libro aparezca». Pues no, no apareció. El proyecto no llegó a ver la luz por motivos ajenos a la voluntad de Barral, y a la mía, porque Argos Vergara dejó de publicar ese tipo de libros. Intermitentemente seguí comentando la novela con diversos editores hasta que hace unos años le hablé, con mi aún no apagado entusiasmo, a un amante de literaturas nórdicas, admirador y editor de Per Olov Enquist, Diego Moreno, que decidió publicarla en Nórdica. Treinta y tantos años después de mi primera escaramuza editorial. Posiblemente es la novela sueca cuya publicación más he recomendado. ¿Por qué tanta insistencia? Aparte de la calidad de la novela, el motivo ha sido sin duda que su lectura fue para mí (y creo que puedo incluir a mi mujer, Marina Torres) una de las lecciones más instructivas sobre la historia moderna de Suecia, país al que me había trasladado a finales de la década de 1950. ¿Era posible que el próspero país en el que yo trabajaba hubiese sido, 50 años atrás, el miserable país explotador y clasista que presentaba la novela? Claro que había leído la historia de la pobreza de Suecia y de las grandes migraciones suecas del s. xix a Estados Unidos, pero aquello eran estadísticas. Esto era otra cosa. Era como vivirlo en propia carne. La novela se desarrolla a principios del s. XX en un pequeño rincón del país, situado a 800 kilómetros al norte de Estocolmo (una distancia que en aquellos años colocaría la zona en los límites de lo remoto) y cuenta la historia de un agitador socialdemócrata enviado desde la capital a predicar la buena nueva socialista a territorio comanche. Una región pobre, aislada, dependiente de la industria maderera, con una población que lucha contra la miseria y el durísimo clima, bajo la férula de una iglesia severa y enemiga a muerte del socialismo, aliada con unos patronos rapaces. Una zona con la que el agitador no tiene nada en común —hasta el endiablado dialecto, prácticamente incomprensible, hace más peliaguda su labor de proselitismo—. Lo ha enviado a hablar de socialismo y a formar sindicatos una organización que tenía muy presente la frase de Marx: «La clase obrera posee un elemento de triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber».1 La novela nos hace testigos de los esfuerzos del agitador en su tarea de organizar a los obreros movido por una idea central de justicia abrazada ya por muchos. La tarea se lleva a cabo en condiciones penosas, las realmente existentes, y los magros resultados y derrotas hacen dudar al agitador de la utilidad de su trabajo. A pesar de ello insiste, tozudo. Las raíces de lo que estábamos disfrutando en la década de 1960 estaban allí, en la tenacidad de las luchas obreras de principios de siglo —aunque casi todas terminaron en derrotas—. Durante un tiempo de negociaciones y convenios el capital había ido cediendo de mala gana a las reivindicaciones obreras y aceptado ciertas reformas, entre ellas el derecho de voto, tal vez por prudencia o miedo tras la revolución rusa de 1917, y se había ido atenuando el omnipotente dominio de los grandes patronos de principios de siglo que no habían dudado en la utilización del ejército como elemento disuasorio en la huelga de Sundsvall. Un ejército que en 1931 disparó contra una manifestación obrera matando a cinco personas en Ådalen. Todo ello desembocó en la gran victoria electoral de la socialdemocracia que la llevó al Gobierno en 1932 y en el comienzo de la creación de lo que se llamó el modelo sueco. Un capitalismo con rostro humano. ¿Es eso posible? Así veía Felipe González la transformación recordando un discurso de Olof Palme: «Hacía una descripción de la sociedad sueca en el momento de la llegada al poder del partido socialdemócrata. Después situaba la realidad sueca diez años más tarde y hacía una descripción de lo que había ido cambiando y con una breve apostilla sólo añadía: habíamos mejorado. Diez años después volvía a hacer la misma reflexión, y añadía: habíamos mejorado». Lo que admiraba a González era la tenacidad, la constancia del reformismo en el poder… y que esos avances no tenían marcha atrás. Aquel apacible proceso duró algo más de 40 años, hasta la derrota electoral de 1976, un año que había empezado mal para la socialdemocracia: dos conocidos intelectuales socialdemócratas, Astrid Lindgren, la autora de Pippi Calzaslargas, e Ingmar Bergman, estaban en conflicto con el partido. Y el motivo eran los impuestos, una de las herramientas fundamentales para reducir las diferencias sociales y financiar el reformismo. Pero que había llegado a generar situaciones inadmisibles. Por un lado, Astrid Lindgren se vio obligada a pagar un impuesto del 102 % de sus ingresos y escribió su experiencia en un cuento que publicó Expressen, el vespertino más grande del país. El ministro de finanzas, sorprendido por un fotógrafo leyendo el cuento en su escaño del parlamento, ridiculizó a la escritora diciendo que «sabía contar cuentos pero no hacer cuentas», a lo que ella contestó que «él había aprendido a contar cuentos y que de cuentas lo justo y que sería mejor si intercambiaban sus trabajos». Las risas no estaban de parte del ministro. Aquella prepotencia con la que el partido trataba a los ciudadanos —y eso que ella era la escritora más famosa del país— le hizo comentar a la Lindgren: «¿Qué mosca les [a los dirigentes socialdemócratas] ha picado? ¿Es esto lo que realmente han construido los hombres sabios que yo admiraba y valoraba tanto? Oh, pura y ardorosa socialdemocracia de mi juventud, ¿qué han hecho de ti?». Aún fue peor el caso de Bergman al que, denunciado por la burocracia de la agencia tributaria, se lo llevó la policía de malas maneras cuando estaba ensayando en el Teatro Nacional. Luego fue declarado inocente.2 El suceso le hizo escribir: «He sido un socialdemócrata convencido. Con sincera pasión he abrazado esta ideología de las grises negociaciones y consensos. Creía que mi país era el mejor del mundo y aún lo creo, tal vez dependa de que conozco muy poco de los demás. Mi despertar ha sido un choque brutal». Dos años antes el convencido socialdemócrata había declarado:3 «Yo lo vivo así: que nuestro partido hoy es un partido con las raíces al aire, que está separado de sus nutrientes, toda la fuerza emocional de la socialdemocracia se está evaporando, ya no hay nada a lo que la gente pueda agarrarse emocionalmente… Creo que sólo un gran revés político puede devolver a la socialdemocracia su fuerza». Unos meses después llegó el revés: la derrota electoral de 1976 tras más de 40 años en el poder. Aunque al cabo de unos años hubo una cierta recuperación, ya nunca volvió a ser el gran Partido sueco que, durante casi cincuenta años, bordeaba y pasaba del 50 % de los votos en las elecciones (ahora está en el 30 %). Tras la caída del muro y la constatación del fracaso histórico del comunismo, el capital sueco fue recuperando posiciones e invocando libertad y eficiencia, fue privatizando, sin prisa pero sin pausa, parte de la escuela, del sistema de salud, del mercado laboral, etc., y empieza a echar el ojo a los suculentos capitales acumulados para las pensiones. Aún no se ha destruido el modelo sueco, pero van arañando aquí y allí y la solidaridad es una palabra que hay que explicar a los más jóvenes. Se teoriza abundantemente sobre las bondades de la privatización. Ahora lo encomiable es el trabajador solo, independiente, que puede discutir libremente su salario con el patrono; los sindicatos son la peste.4 Como lo eran en los tiempos de la novela. En ciertos relatos ya no se presenta la historia del modelo sueco como una creación de la socialdemocracia, sino de los generosos e inteligentes capitalistas suecos. Es significativo el hecho de que hoy Suecia, paraíso de la igualdad, sea el país del mundo donde más multimillonarios en dólares hay por 100.000 habitantes. * * * «Una conversación sobre árboles casi es un delito porque encubre el silencio sobre tantos crímenes». Bertolt Brecht Han transcurrido más de cien años desde las fechas en que se desarrolla la novela pero estamos ya en otro mundo. Hemos pasado de aquella economía tangible, la de la tierra, la madera y la mercancía, a la etérea, la de las grandes corporaciones financieras, la globalizada economía intangible de pantalla de ordenador. Un mundo en el que la economía tangible parece existir simplemente como indispensable...