E-Book, Spanisch, 400 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
Enquist La visita del médico de cámara
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-17281-30-4
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 400 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
ISBN: 978-84-17281-30-4
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
El 5 de abril de 1768 Johann Friedrich Struensee fue contratado como médico de cámara del rey danés Cristián VII; cuatro años después era ejecutado.Entre ambos acontecimientos se desarrolla una de las más fascinantes historias de la Europa del siglo XVIII, en la cual un médico alemán se convierte en valido de un rey demente y logra introducir una serie de reformas progresistas para ofrecer más libertad al pueblo en los albores de la Ilustración; un proyecto político que enfurece a los nobles, temerosos de renunciar a su poder, mientras presencian escandalizados la influencia de Struensee, 'el silencioso', sobre el monarca y la joven reina, con la que inicia una apasionada y trágica relación 'Durante la época de Struensee, el contagio de la Ilustración había echado raíces, no se podían decapitar ni las palabras ni las ideas'.
Per Olov Enquist . Hjoggböle, 1934. Novelista, dramaturgo y crítico literario sueco. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Upsala, está considerado como el escritor sueco contemporáneo más importante. Escritor analítico, intelectual y experimental, describe contextos muy complejos de una manera esencial y pura. Ha sido galardonado con el Premio de Literatura del Consejo Nórdico de 1969 y propuesto varias veces al premio Nobel. Entre sus obras destacan: La visita del médico de cámara, La biblioteca del capitán Nemo y La partida de los músicos (estas dos últimas aparecerán próximamente en Nórdica Libros).
Weitere Infos & Material
2
El invulnerable 1 El preceptor suizo era flaco, encorvado y soñaba con la Ilustración como un amanecer sereno y hermosísimo; al principio imperceptible y de repente el nuevo día ya había llegado. Así la imaginaba. Suave, tranquila y sin resistencia. Así debería ser siempre. Se llamaba François Reverdil. Era el del patio de palacio. Reverdil cogió de la mano a Cristián porque olvidó el protocolo y lo único que sentía en ese instante era tristeza al ver llorar al chico. Por eso se quedaron inmóviles sobre la nieve en el patio del palacio, después de que Cristián fuera bendecido. La tarde de aquel mismo día, Cristián VII fue proclamado rey de Dinamarca desde el balcón del palacio. Reverdil permaneció a su lado en un segundo plano. El rey saludó con la mano mientras sonreía, lo cual despertó antipatía. Se consideró impropio. No se dio ninguna explicación al inadecuado comportamiento del rey. Cuando el suizo François Reverdil fue empleado en 1760 como preceptor del príncipe heredero Cristián, de once años de edad, consiguió ocultar durante mucho tiempo sus orígenes judíos. Sus otros dos nombres —Élie Salomon— no se escribieron en su contrato. Una precaución seguramente innecesaria. Hacía más de diez años que no había pogromos en Copenhague. Tampoco se dio a conocer que Reverdil era un ilustrado. Según su opinión, se trataba de una información inútil, que además podía hacer daño. Consideraba sus ideas políticas como un asunto privado. La precaución era su principio fundamental. Sus primeras impresiones sobre el chico fueron muy positivas. Cristián le pareció «encantador». Delgado, de baja estatura, casi como una niña, pero de apariencia y espíritu atractivos. Era agudo, se movía con suavidad y elegancia, y hablaba tres lenguas con fluidez: danés, alemán y francés. Ya después de algunas semanas esta imagen se complica. El chico pareció encariñarse muy deprisa de Reverdil, ante el cual, como dijo al cabo de solo un mes, «no sentía terror». Cuando Reverdil se preguntó sobre la desconcertante palabra «terror», pareció comprender que el miedo era el estado natural del joven. Con el tiempo, el término «encantador» ya no bastó para describir la imagen completa de Cristián. Durante sus paseos obligatorios, establecidos con una finalidad regeneradora y sin más compañía que la de su preceptor, aquel chico de once años expresaba sentimientos e ideas que Reverdil encontraba cada vez más alarmantes. Les daba, además, una extraña vestidura lingüística. Su añoranza de ser «fuerte» y «duro», repetida obsesivamente, no significaba en ningún modo el deseo de poseer una constitución física robusta; se refería a otra cosa. Quería hacer «progresos», pero tampoco esa idea se prestaba a una interpretación racional. Su lenguaje parecía compuesto por una enorme cantidad de palabras formadas según un código secreto, imposible de descifrar para alguien no iniciado. En las conversaciones con una tercera persona, o ante la corte, este lenguaje codificado desaparecía. Pero a solas con Reverdil, el uso frecuente de palabras codificadas se hacía casi enfermizo. Las palabras más extrañas eran «carne», «caníbal» y «castigo», que empleaba sin un significado comprensible; sin embargo, algunas expresiones se aclararon en seguida. Cuando volvían a clase después del paseo, el chico decía, por ejemplo, que se dirigían a un «examen severo» o a un «interrogatorio severo». La expresión equivalía, en términos jurídicos daneses, a «tortura», procedimiento no solo permitido en el ámbito jurídico de la época, sino también muy frecuente. Reverdil le preguntó, en broma, si pensaba que iba a ser torturado con unas tenazas al rojo vivo. El chico contestó sorprendido que sí. No le cabía duda. Hasta después de algún tiempo, Reverdil no cayó en la cuenta de que esta expresión en particular no se refería a otra cosa en su código secreto, sino que se trataba de una información objetiva. Le torturaban. Era normal. 2 La labor del preceptor consistía en la formación de un soberano danés con poderes absolutos. Sin embargo, no estaba solo en esta tarea. Reverdil ocupó su cargo justo cien años después de que la revolución de 1660 aplastara, en gran medida, el poder de la nobleza y devolviera la autoridad suprema al rey. Reverdil, en consecuencia, le inculcaba al joven príncipe la importancia de su posición, la idea de que tenía en sus manos el futuro del país; no obstante, por prudencia, omitió al joven príncipe los antecedentes: que por decadencia y degeneración de la monarquía con los reyes anteriores, el poder absoluto había caído en manos de ciertas personas de la corte que controlaban su propia instrucción, educación y forma de pensar. «El chico» (Reverdil lo llama así) no parecía sentir más que preocupación, aversión y desesperación ante su futuro papel de rey. El rey era soberano absoluto, pero el cuerpo administrativo del Estado ejercía el poder. Todos lo veían natural. La pedagogía para Cristián se adaptó a esta situación. Dios otorgaba el poder al rey, y este, a su vez, no lo ejercía, sino que lo traspasaba. El hecho de que el rey no ejerciera el poder no resultaba tan evidente. Se ponía como condición que el monarca fuera un enfermo mental, gravemente alcoholizado o reacio a trabajar. Si no entraba en ninguna de esas categorías, había que destruir su voluntad. Así, la apatía y el deterioro del rey, o se heredaban o se imprimían a través de la educación. La inteligencia de Cristián había sugerido a las personas de su entorno que había que intervenir en su formación para provocar esa falta de voluntad. Reverdil describe los métodos empleados con «el chico» como «una pedagogía sistemática orientada a generar impotencia y deterioro con el fin de mantener la influencia de los verdaderos regentes». Pronto sospechó que la corte danesa también estaba dispuesta a sacrificar la salud mental del joven príncipe para lograr el mismo resultado obtenido con los reyes anteriores. El objetivo consistió en hacer de este niño «un nuevo Federico». Querían, escribe más tarde en sus memorias, «crear, a través de la decadencia moral del poder monárquico, un vacío de poder para que ellos pudieran ejercer el suyo impunemente. Entonces no contaron con que un día un médico de cámara llamado Struensee podría hacer una visita en ese vacío del poder». Es Reverdil quien emplea la expresión «la visita del médico de cámara». Difícilmente pretende ser irónico, más bien contempla la desintegración del chico con los ojos abiertos y con rabia. Sobre la familia de Cristián, se decía que su madre murió cuando él tenía dos años y que el único recuerdo que guardaba de su padre era su mala fama; en cuanto a la persona que planificaba y dirigía su educación, el conde Ditlev Reventlow, era un hombre íntegro. Reventlow tenía un carácter fuerte. Para él la educación consistía en «un adiestramiento del que se podía encargar el más tonto de los campesinos con la condición de que tuviera un látigo en la mano». Por eso, el conde Reventlow llevaba un látigo en la mano. Había que dar mucha importancia al «sometimiento espiritual» y a la «ruptura de la independencia». No dudaba en emplear dichos principios con el pequeño Cristián. Estos métodos no eran tan inusuales en la educación infantil de la época. Lo singular y lo que convirtió el resultado en algo tan llamativo —incluso para la contemporaneidad— era que no se trataba de una formación en el seno de la burguesía o de la nobleza. El que iba a ser quebrantado a través del adiestramiento y del sometimiento espiritual para ser desposeído de cualquier forma de independencia con la ayuda del látigo, era el propio soberano de Dinamarca, el elegido por Dios. Una vez destrozado, sometido y con la voluntad quebrantada, le sería conferido todo el poder al regente supremo, y este lo cedería, a su vez, a sus educadores. Mucho más tarde, años después de la revolución danesa, Reverdil se pregunta en sus memorias por qué no intervino. No obtiene respuesta. Se describe a sí mismo como un intelectual y su análisis resulta claro. Pero no hay respuestas, no sobre este asunto. Reverdil empezó como profesor ayudante de alemán y francés. A su llegada, estudia el resultado del método pedagógico en los primeros diez años. Es verdad: era un subordinado. El conde Reventlow decidía los métodos, porque padres, claro está, no tenía. «Así, durante cinco años, abandonaba cada día el palacio con tristeza; veía cómo intentaban incesantemente quebrantar la capacidad espiritual de mi alumno para que no aprendiese nada acerca de aquello que pertenecía a su misión de reinar y a sus poderes. No recibía enseñanzas sobre la legislación civil de su país, desconocía por completo cómo se organizaba el trabajo en los ministerios o cómo se gobernaba el país en detalle, tampoco que el poder partía de la Corona y se ramificaba hasta los distintos funcionarios estatales. Nunca le explicaron en qué desembocarían las relaciones con los países vecinos, desconocía las fuerzas armadas terrestres y navales del reino. El maestro de cámara, que dirigía su educación y supervisaba cada día mis enseñanzas, fue nombrado ministro de Finanzas sin abandonar su puesto de supervisor, pero no enseñaba a su alumno nada de lo que...