E-Book, Spanisch, 240 Seiten
Reihe: Sin Fronteras
Eizaguirre Todo contribuye
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-288-3053-9
Verlag: PPC Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 240 Seiten
Reihe: Sin Fronteras
ISBN: 978-84-288-3053-9
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Estudió arquitectura en Madrid y administración de empresas en Mondragón. Ha trabajado en las editoriales SM y PPC y como administrador provincial de la Compañía de María (marianistas). Es autor de artículos, conferencias y cursos sobre ecología, consumo y estilos de vida alternativos. Es el creador de la web biotropia.net
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LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA
CASA COMÚN
Después de los párrafos introductorios, Francisco dedica el primer capítulo de la encíclica a hablar de «Lo que le está pasando a nuestra casa común», en el que recoge algunos de los problemas más acuciantes del planeta: la contaminación y el cambio climático, la cuestión del agua, la pérdida de biodiversidad, el deterioro de la calidad de la vida humana, la inequidad planetaria. A continuación dedica dos capítulos para proponer un juicio sobre dicha situación, uno más basado en la Escritura («El Evangelio de la creación») y otro en la razón («Raíz humana de la crisis ecológica»), en el que vincula ese deterioro planetario con un sistema de producción y consumo que está resultando tremendamente perjudicial para la vida de muchas personas y de otras criaturas. Se repite aquí lo expuesto en Evangelii gaudium: la humanidad se ha organizado en torno a un sistema económico que pone en el centro el beneficio monetario en lugar de la vida de las personas y del medio natural. Se trata de un «antropocentrismo desviado» (nn. 69, 118, 119) que «da lugar a un estilo de vida desviado» (n. 122). «Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla» (n. 101). Desenmascarar este modo de entender la vida y este estilo de vida desviado es crucial para comprender lo que le está pasando a nuestra casa común.
En este desenmascaramiento hay un método pedagógico muy útil, y es comenzar por el final del proceso, por el consumo, e ir «tirando del hilo» hasta llegar a la producción. En particular, comenzar por objetos cotidianos de nuestra vida diaria y preguntarnos de dónde han venido y cómo se han producido. De esta manera nos sentiremos implicados desde el primer momento. Veamos esto con algunos ejemplos.
La ropa que vestimos
Tomemos una camiseta de algodón, de las muchas que seguramente componen nuestro vestuario. El algodón es un tejido muy común en nuestros armarios roperos. Se trata de un tejido cómodo, agradable al tacto, fácilmente lavable y muy versátil. No es extraño que desde que se popularizara en el siglo XVIII ocupara el puesto de otros tejidos habituales hasta entonces, como la lana.
¿De dónde vienen las camisetas que vestimos? Aunque las hayamos adquirido en nuestro país, miremos la etiqueta: lo más probable es que se hayan manufacturado muy lejos, en Bangladesh, Camboya o China. Sabemos que, en esos países, las condiciones de trabajo son muy duras. Allí se trabaja muchas horas al día muchos días a la semana, por muy poco dinero y sometidos a mucha presión. No es raro, por ejemplo, que solo se pueda ir al cuarto de baño una vez al día o que las mujeres embarazadas sean inmediatamente despedidas.
No solo son duras las condiciones de trabajo; también son inseguras. Recordamos cómo en 2013 colapsó un edificio en Dhaka, la capital de Bangladesh, en el que murieron más de 1.100 personas y casi 2.500 resultaron heridas. Occidente se conmovió al saber que en ese edificio se cosía la ropa de marcas habituales en nuestras tiendas y almacenes. ¡De modo que así es como se confecciona la ropa que vestimos!
Cuando, al conocer esto, las grandes ONG y organizaciones de derechos humanos preguntaron a las empresas de moda por qué fabrican la ropa en unas condiciones tan lamentables, la respuesta fue clara: «Esa es la manera de producir barato, y los consumidores lo prefieren barato». Esto, con ser cierto, oculta otra parte de verdad: esta es la manera en que las grandes empresas obtienen más beneficios, y ese es su principal objetivo.
Nos topamos ya con ese antropocentrismo desviado que nos presenta Francisco: tanto para productores como para consumidores, el beneficio económico es el principal criterio, si no el único, de comportamiento. Por tanto, no es de extrañar que todo se organice en torno a ello y que, consecuentemente, se recorten gastos allá donde se pueda. En este caso, gastos de personal, seguridad y salubridad en el trabajo; esta es la manera de producir barato.
Pero sigamos «tirando del hilo» –y nunca mejor dicho– de nuestra prenda de algodón. Ya hemos visto dónde se manufactura y en qué condiciones. Pero, antes de ser cosido, el algodón se ha tejido y teñido. ¿Dónde y cómo? Posiblemente en una factoría en la India o en Pakistán, donde encontramos nuevamente condiciones laborales duras e inseguras. En India, la legislación permite el uso de sustancias químicas que en Europa están prohibidas por resultar nocivas tanto para los trabajadores como para el medio ambiente (sin embargo, la Unión Europea permite la importación de ropa que contenga esos productos, siempre que se hayan utilizado en otros países. Una manera de derivar a otros los problemas asociados a esas sustancias). Estos trabajadores, además de estar sometidos a largas jornadas con un salario muy reducido, están en contacto directo con esos productos químicos agresivos, lo cual merma su salud y reduce su esperanza de vida. Por otra parte, las normativas de protección medioambiental en India y Pakistán no son ni de lejos tan exigentes como las de la Unión Europea, con lo que es fácil descubrir que en esos países la degradación ambiental es muy grave, resultado de décadas de vertidos incontrolados de sustancias químicas nocivas. De nuevo el mismo principio: para que aquí podamos acceder a ropa barata, en algún lugar están pagando costes –sociales y medioambientales– que nosotros no asumimos.
Pero sigamos «tirando del hilo». ¿Dónde y en qué condiciones se ha cultivado el algodón? Viajemos a una de las principales áreas productoras, en el centro de Asia, concretamente a las repúblicas de Kazajistán y Uzbekistán. Ya en tiempos de la Unión Soviética se decidió que estas regiones proveerían de algodón a todo su territorio, canalizando el agua de los ríos Amu Daria y Sir Daria, que vertían sus aguas al entonces llamado mar de Aral. Un programa que han heredado y continúan las nuevas repúblicas independientes.
El algodón es un cultivo que requiere grandes cantidades de productos químicos. Aunque a nivel mundial el algodón ocupa solo el 4 % de la superficie cultivada, utiliza casi el 9 % de los pesticidas agroquímicos, cerca del 20 % de los insecticidas y el 8 % de los fertilizantes químicos que se consumen en el mundo. Y además es un cultivo que necesita ingentes cantidades de agua, hasta el punto de que, como resultado de esta ambiciosa producción, en tan solo cincuenta años el mar de Aral ha perdido el 90 % de su superficie original, que era de 68.000 km2. Para hacernos una idea, equivale a la superficie que se perdería si el mar se retirara unos 15 km de todas las costas de la península Ibérica. Imaginemos que España y Portugal decidieran dedicar toda el agua dulce de sus ríos a cultivar algodón para la exportación y que de resultas de esta política no llegara agua a las costas, y estas se retiraran 15 km. ¿Podemos imaginarlo: San Sebastián, La Coruña, Lisboa, la Costa del Sol, Barcelona... a 15 km del mar? ¿Seguiríamos cultivando algodón para la exportación?
«En aquellos días, el desierto se convertirá en un vergel», profetizaba Isaías (32,15) hace casi tres mil años. Pues bien, hoy estamos provocando justo lo contrario: hemos convertido el mar en un desierto. La tragedia del mar de Aral es uno de los más graves y más desconocidos desastres medioambientales de nuestros tiempos. La mayoría de especies vegetales y animales de la zona han desaparecido. En los años sesenta del pasado siglo se llegaban a pescar 40.000 toneladas al año. Esa cantidad se ha reducido hoy a cero.
También el clima de la región se ha visto afectado de forma irrecuperable. Las tormentas de polvo son habituales, y lo peor es que no arrastran solo arena, sino también esporas tóxicas de ántrax procedentes de una antigua base secreta de investigación biológica de la Unión Soviética, instalada en una isla del lago, que ahora es un continuo desierto. No es de extrañar que los índices de enfermedades crónicas y de mortalidad infantil sean sensiblemente superiores a la media del entorno.
El drama no solo afecta a la salud medioambiental y de las personas. Se da la circunstancia de que Uzbekistán cuenta con uno de los regímenes políticos más totalitarios del mundo. Así, cada mes de septiembre, mientras niños de medio mundo comienzan sus clases, los jóvenes uzbecos dejan las aulas y son obligados a recoger algodón. La recolecta de este «oro blanco» está orquestada desde el mismo gobierno, que consigue con su venta una de sus principales fuentes de ingresos (no tanto para el Estado como para las empresas privadas en manos de la élite dirigente). En este gran campo de trabajo forzado no solo los niños son obligados a recoger la flor, también empleados del gobierno, como médicos o profesores, son amenazados con perder sus trabajos si no participan en la campaña. Aproximadamente un millón de personas son reclutadas cada año. Uzbekistán es uno de los principales exportadores de algodón del mundo, con unas 850.000 toneladas anuales, que acaban en su mayoría en Europa, después de pasar por las fábricas textiles de Bangladesh. Su materia prima es especialmente apreciada en los mercados internacionales,...




