E-Book, Spanisch, Band 7, 336 Seiten
Reihe: Fragmentos
Duch Empalabrar el mundo
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10188-79-2
Verlag: Fragmenta Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
El pensamiento antropológico de Lluís Duch
E-Book, Spanisch, Band 7, 336 Seiten
Reihe: Fragmentos
ISBN: 978-84-10188-79-2
Verlag: Fragmenta Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Lluís Duch (Barcelona, 1936 - Montserrat, 2018) era doctor en antropología y teología por la Universidad de Tubinga y ha sido profesor en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Fructuoso de Tarragona y en la Abadía de Montserrat. Fue monje de Montserrat desde 1961. Tradujo escritos de Lutero, Müntzer, Silesius, Schleiermacher y Bonhoeffer. Fue galardonado con la Creu de Sant Jordi (2011). Es autor de más de cincuenta libros y opúsculos, y de más de trescientos artículos y colaboraciones en obras colectivas. Su dilatada trayectoria intelectual fue reconocida y estudiada en el libro de homenaje Empalabrar el mundo. El pensamiento antropológico de Lluís Duch (Fragmenta, 2011, también en catalán). A En Fragmenta publicó también Religión y comunicación (2012, también en catalán), obra que compone una suerte de díptico junto con el volumen Religión y política (2014), y El exilio de Dios (2017, también en catalán) y la obra póstuma Salida del laberinto. Una biografía intelectual (2020, también en catalán). En 2019 Ignasi Moreta publicó Conversación con Lluís Duch. Religión, comunicación y política, y en 2020 estuvo a cargo de la edición de Conceptos fundamentales de antropología y religión, de Lluís Duch. Duch ambién tradujo e introdujo Moisès i Aaron, de Arnold Schönberg (2012), con la colaboración de Josep Barcons. Y fue el autor de la introducción del libro Violencia y monoteísmo, del egiptólogo alemán Jan Assmann (2014).
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INTRODUCCIÓN
AL PENSAMIENTO DE LLUÍS DUCH:
EL TRABAJO DEL SÍMBOLO
Joan-Carles Mèlich
La religión es el arte de los no creadores.
RAINER MARIA RILKE
Nuestra vida es un relato muy parecido a una novela policíaca, porque no sabemos el final ni quiénes son el «bueno» y el «malo».
LLUÍS DUCH
NO TENDRÍA DEMASIADO sentido, me parece, resumir en unas pocas páginas el pensamiento del que, sin duda, es uno de los más singulares y estimulantes pensadores del ámbito hispano. No lo tendría, en primer lugar, porque la obra de Lluís Duch no es solamente filosófica (o antropológica, como a él le gusta llamarla) sino también . Como Duch se encargará a menudo de recordar, citando a su maestro Ernst Bloch, «una buena filosofía es aquella que tiene argumento», y la de Duch lo tiene. De ahí que sea imprescindible leerle directamente, sin intermediarios, para poder en toda su riqueza, intensidad y complejidad.
Pero, en segundo lugar, resumir las ideas de nuestro autor, aquí y ahora, supondría por mi parte un acto de arrogancia, porque su obra desborda cualquier intento de síntesis. Téngase presente que su pensamiento ha sido y está siendo utilizado más allá del ámbito estrictamente académico, y ha encontrado eco en las reflexiones de algunos pedagogos, comunicólogos, juristas, filósofos morales, filósofos de la religión, entre otros.
Dicho esto, lo que intentaré en las páginas que siguen es mostrar cuál es, a mi juicio, la novedad del pensamiento de Lluís Duch —especialmente en el terreno que me resulta más conocido, el de la ética—, porque si su obra tiene interés es sobre todo por su capacidad de nuevos ámbitos de reflexión en territorios inexplorados, o al menos que no se habían explorado a su modo.
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Está claro que la importancia de un autor se cifra en su capacidad para crear un lenguaje nuevo. Los grandes pensadores, artistas o literatos tienen , y este no radica únicamente en su forma de escribir, sino en sus palabras, en su léxico, en sus imágenes… Cuando uno lee a Heidegger o a Wittgenstein, contempla un cuadro de Picasso o de Rothko, se sumerge en una película de Bergman o de Tarkovski, escucha una sinfonía de Mozart o de Beethoven, es capaz de reconocer de inmediato a su autor. Los «grandes» crean un universo; los pequeños se limitan a reproducir —a veces ni siquiera eso— lo que otros han dicho o pensado. Si tuviera que resumir en una frase la mayor aportación de Lluís Duch en el panorama del pensamiento antropológico sería, sin duda, esta: la creación de un lenguaje singular. Sus «categorías» son fácilmente distinguibles: logomítica, estructura, historia, empalabramiento, transmisión, ambigüedad, teodicea práctica, condición adverbial, estructuras de acogida, praxis de dominio de la contingencia…
De entre todas diría, para empezar, que hay una que posee una especial relevancia, y por esta razón la hemos utilizado como título del presente libro: empalabramiento. De resonancias rilkeanas —habría que recordar que Rainer Maria Rilke es el poeta de cabecera de Duch (puede verse, en este sentido, el trabajo de Amador Vega en este mismo volumen)—,1 empalabrar es la tarea de los seres humanos en sus mundos. Empalabrar es fabricar «semánticas cordiales», invertir en procesos de cosmización, procesos que, todo hay que decirlo —y volveré sobre esta cuestión más adelante—, no podrán evitar nunca la amenaza del caos.
El ser humano vive empalabrando su mundo, es un empalabrador de mundos. No es posible una vida humana y humanizadora sin configuración y expresividad, sin la creación de estos ámbitos semánticos de cordialidad. Es evidente que ninguno de nosotros puede vivir en un entorno plenamente caótico, pero también es verdad que tampoco podría hacerlo en uno totalmente cósmico. Los procesos de empalabramiento del mundo no pueden ser definitivos; en otras palabras, nunca se puede exorcizar la amenaza del caos, de lo inhumano, de la contingencia. Por eso, la antropología de Duch otorga una especial relevancia a la provisionalidad.
Para comprender el sentido de esta noción será necesario ofrecer un pequeño rodeo por algunos de los autores que han configurado y siguen configurando el universo antropológico de nuestro autor. En primer lugar habría que mencionar a Helmuth Plessner. La idea central de Plessner se puede formular de modo aforístico: . Esta es una tesis que Duch hará suya explícitamente en el primer volumen de su Antropología de la vida cotidiana, titulado Simbolismo y salud, y a la que va a dedicar un capítulo entero.2
Siguiendo al gran antropólogo alemán, Duch sostiene que el humano, a diferencia de la gran mayoría de los animales, es un ser que vive en un universo en el que nunca está integrado del todo. Es estructural a toda vida humana (o inhumana, porque debe recordarse que para Duch siempre que aparece lo humano también hace su aparición, al modo de una presencia inquietante, la posibilidad de lo inhumano) una tensión entre el centro y la periferia, entre lo natural y lo cultural, entre la persistencia y el cambio, entre la referencia y la pérdida. Vivimos un poco extraviados. Y habría que subrayar este «un poco». No es soportable una vida totalmente extraviada, así como tampoco lo es una completamente integrada, sin fisuras, sin grietas ni espacios sombríos.
El empalabramiento es el intento de todo ser humano, en cuanto cultural, de vivir esta condición excéntrica o, en otras palabras, de cosmizar su entorno. Aun sabiendo que está fuera de sus posibilidades establecer un entorno plenamente cordial, los seres humanos no podemos sino configurar praxis de dominio de la contingencia para poder habitar el mundo, un habitar que, hay que insistir en esto, nunca podrá exorcizar la amenaza del caos, de la violencia, de la beligerancia, del sufrimiento, de la muerte…, porque —dicho en términos de Duch— la contingencia es ineludible.
En ese proceso de empalabramiento del mundo, condición de posibilidad del habitar humano, el símbolo —y, por consiguiente, los relatos simbólicos (los mitos) y las acciones simbólicas (los ritos)— desempeña un papel fundamental. Debido a la finitud constitutiva de todo lo humano, el proceso de empalabramiento del mundo o, lo que es lo mismo, de construcción simbólica de la realidad, no puede ser definitivo. Nunca estamos del todo situados o integrados en nuestro entorno. El nuestro es un existir in statu viæ y no cabe posibilidad alguna de que el empalabramiento se dé de una vez por todas, así como tampoco puede ser exclusivamente mítico o exclusivamente lógico. O, mejor dicho, sí que es posible un empalabramiento así, solo lógico o solo mítico, pero, en tal caso, habitaremos en un universo totalitario, porque el totalitarismo, sea cual sea la forma histórica que adopte, consiste siempre en un final de trayecto canónico, en un final de partida (Beckett), en el imperio de un único discurso a través del que se intentan regular todos los ámbitos de la existencia humana. Tanto el monolingüismo como el monomitismo constituyen, a juicio de Duch, los mayores atributos de cualquier tipo de dictadura.
El empalabramiento del mundo está íntimamente relacionado, pues, con el trabajo con el símbolo. De hecho podría decirse que, en definitiva, es .3 A veces —en Duch no puede olvidarse que la ambigüedad desempeña un papel fundamental— hay símbolos que salvan, y a veces los hay que matan.4 A diferencia del signo, caracterizado por su univocidad (porque el signo significa lo que significa y nada más que lo que significa),5 el símbolo es equívoco, el símbolo siempre significa . Mientras que el signo apunta al significado, el símbolo se refiere al sentido. Por eso, una hemenéutica simbólica se caracteriza porque no puede ser clausurada, porque nunca puede alcanzar el sentido último, porque en lo que se refiere al sentido nada ni nadie tiene la última palabra, porque en el territorio del sentido andamos moviéndonos en lo penúltimo. En otras palabras, porque si el sentido del símbolo se clausurase se convertiría en ídolo. De hecho, podría leerse la obra de Lluís Duch como un intenso combate contra todas las formas de idolatría, en todos los sentidos de esta palabra —religioso, moral, político, pedagógico…
Un ídolo es un símbolo que ha dejado de ser equívoco, que se ha convertido en una presencia total.6 Si el símbolo es «algo» (un objeto, una imagen, una palabra…) que hace mediatamente presente lo que está inmediatamente ausente y que siempre mantiene una dimensión de «ausencia», el ídolo se caracteriza porque ya no hay ausencia. Para la vida humana, debido a su ineludible finitud, la inmediatez es imposible. No podemos eludir las infinitas mediaciones, las eternas e inacabables traducciones. Necesitamos intermediarios y traductores no solamente entre cada uno de nosotros y los demás, sino también entre nosotros...




