Du Bois | Las almas del pueblo negro | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Ensayo

Du Bois Las almas del pueblo negro


1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-122264-7-8
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-122264-7-8
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
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Las almas del pueblo negro es una obra clásica de la literatura estadounidense, un trabajo seminal en la historia de la sociología y una piedra angular en la historia de la literatura afroamericana. Originalmente publicado en 1903, es un estudio sobre raza, cultura y educación a principios del siglo XX. Con su combinación única de ensayo, memoria y ficción, catapultó a Du Bois a la vanguardia del comentario político estadounidense y el activismo por los derechos civiles. Es un relato apasionado y desgarrador de la situación de los afroamericanos en Estados Unidos, que desarrolla una defensa contundente de su acceso a la educación superior y ensalza de manera memorable los logros de la cultura negra. Se trata de uno de los primeros trabajos de lo que más tarde se denominó literatura de protesta negra. Du Bois desempeñó un papel clave en la estrategia y el programa que dominaron las reivindicaciones negras de principios del siglo XX en Estados Unidos. La publicación de Las almas del pueblo negro supuso un antes y un después que ayudó a polarizar a los líderes negros en dos grupos: los seguidores, más conservadores, de Booker T. Washington y los partidarios, más radicales, de la protesta agresiva. Su influencia es inmensa, por lo que se trata de una lectura esencial para todos aquellos interesados ??en la historia afroamericana y en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos.

Sociólogo, historiador, activista por los derechos civiles, panafricanista, autor y editor estadounidense. Tras graduarse en Harvard, donde fue el primer afroestadounidense en obtener un doctorado en filosofía, se convirtió en profesor de historia, sociología y economía en la Universidad de Atlanta. Fue uno de los cofundadores de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP) en 1909. Fue designado líder del Movimiento Niágara, un grupo de activistas que buscaban la igualdad de derechos para los negros. Fue un autor prolífico de novelas, ensayos y textos academicos.
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02

Del alba

de la libertad

«Imprudente parece el gran Vengador;

las lecciones de la historia apenas registran

una lucha mortal en las tinieblas

entre antiguos sistemas y la Palabra del Señor;

la Verdad siempre en el patíbulo,

la Injusticia siempre en el trono;

sin embargo, ese patíbulo mece el futuro,

y tras lo ignoto sombrío

se yergue Dios en la sombra

velando por los Suyos».

LOWELL[9]

[fragmento del espiritual negro

«My Lord, what a mourning!»]

El problema del siglo XX es el problema de la barrera de color, es decir, de la relación entre las razas humanas más oscuras y las más claras en Asia y en África, en América y en los diferentes territorios isleños. La guerra civil tuvo como causa dicho problema, o una parte de él; y aunque quienes combatían por el Sur y por el Norte en 1861 pudieran enredarse en discusiones técnicas referentes a la unión o a la autonomía local, como quien se agarra a un dogma de fe, todos sabían, al igual que nosotros hoy sabemos, que la cuestión de la esclavitud del negro constituía la verdadera causa del conflicto. Asimismo, resultaba curioso cómo existía una pregunta capital que nunca afloró a la superficie a pesar de los esfuerzos de algunos y de la desaprobación de muchos otros. Tan pronto como los ejércitos del Norte tocaron suelo sureño, brotó de la tierra, con un disfraz diferente, esa vieja cuestión: «¿Qué se va a hacer con los negros?». Las órdenes autoritarias de los militares, tanto de un bando como del otro, no pudieron dar respuesta al interrogante; la proclamación de la emancipación pareció solo ampliar e intensificar las dificultades; y las Enmiendas de la Guerra[10] crearon lo que viene a ser el problema negro en la actualidad.

El propósito de este ensayo es estudiar el periodo histórico que abarca desde 1861 a 1872 en lo relacionado con el negro norteamericano. En efecto, este relato del alba de la libertad es una descripción de ese gobierno de los hombres denominado Oficina de los Libertos, uno de los intentos más singulares e interesantes que haya realizado jamás una gran nación para tratar de resolver graves problemas raciales y de condición social.

La guerra nada tenía que ver con los esclavos, aseveraban a gritos el Congreso, el presidente y la nación. Sin embargo, tan pronto como los ejércitos, tanto los del este como los del oeste, penetraron en Virginia y en Tennessee, aparecieron esclavos fugitivos dentro de sus filas. Llegaban de noche, cuando las hogueras de los campamentos brillaban como grandes estrellas temblorosas a lo largo del negro horizonte: hombres viejos y delgados, con los cabellos grises, apelmazados; mujeres de mirada asustada, que arrastraban a niños hambrientos, sollozantes; hombres y muchachas, valientes y macilentos, un gentío de vagabundos famélicos, sin hogar, desvalidos y lastimosos, con su lóbrego sufrimiento. Había dos métodos para el tratamiento de estos recién llegados que parecían tener igual lógica para tipos opuestos de mentalidades. En Virginia, Ben Butler[11] se aprestó a declarar que la propiedad de los esclavos era contrabando de guerra, por lo que puso a trabajar a los fugitivos; mientras que, en Misuri, Frémont declaró libres a los esclavos bajo ley marcial. La acción de Butler fue aprobada, pero la de Frémont se revocó apresuradamente, porque Halleck, su sucesor, mantenía una opinión diferente al respecto. «En lo sucesivo —ordenó—, no se permitirá que los esclavos lleguen a vuestras líneas; si alguno lo hace sin vuestro conocimiento, entregadlos cuando los dueños los vayan a buscar». Hacer cumplir tal política resultó difícil; algunos de los refugiados negros se declararon hombres libres, otros demostraron que sus dueños los habían abandonado y algunos otros fueron capturados junto a fortificaciones y plantaciones. También resulta evidente que los esclavos eran una fuente de poder para la Confederación y que se utilizaban como peones y productores. «Constituyen un recurso militar —escribió el ministro Cameron a finales de 1861—, y siendo así, resulta demasiado evidente discutir por qué no deben ser entregados al enemigo». Por lo tanto, el tono de los altos cargos militares cambió gradualmente; el Congreso prohibió la rendición de los fugitivos, y el «contrabando» de Butler fue acogido con gusto como contingente de peones militares. Esto, más que resolverlo, fue agravando el problema, ya que los fugitivos dispersos se convirtieron en un fluir constante que se incorporaba a los ejércitos según estos marchaban.

Entonces el hombre de cráneo alargado y cara cincelada que presidía la Casa Blanca vio lo inevitable y emancipó a los esclavos el día de Año Nuevo de 1863. Un mes más tarde, el Congreso pidió con vehemencia soldados negros, a quienes el decreto de julio de 1862, y contra la voluntad de muchos, había permitido alistarse. Por consiguiente, se derribaron las barreras y se consumó el hecho. La corriente de fugitivos empezó a desbordarse, por lo que algunos oficiales del Ejército, nerviosos, se seguían preguntando: «¿Qué tenemos que hacer con los esclavos que llegan casi a diario? ¿Habremos de encontrar alimento y refugio para mujeres y niños?».

En Boston, un tal Pierce[12] dio con una solución, por lo que se convirtió en cierto sentido en el fundador de la Oficina de los Libertos. Era amigo íntimo del ministro Chase; y cuando en 1861 el cuidado de los esclavos y de las tierras abandonadas recayó en funcionarios de Hacienda, Pierce fue relevado especialmente de las filas del Ejército con el fin de estudiar la situación. En primer lugar, se encargó de los refugiados llegados a la fortaleza Monroe, y luego, después de que Sherman capturara Hilton Head, fue enviado allí para iniciar su experimento de Port Royal[13] de convertir a los esclavos en trabajadores. Sin embargo, antes de que su experimento comenzara, el problema de los fugitivos ya había alcanzado tales proporciones que se sacó de la incumbencia del sobrecargado Ministerio de Hacienda y se entregó a los funcionarios del Ejército. Entonces se empezaron a formar centros de libertos reagrupados en la fortaleza Monroe, en Washington, en Nueva Orleans, en Vicksburg y Corinth, en Columbus (Kentucky) y en Cairo (Illinois), al igual que en Port Royal. Los capellanes castrenses hallaron nuevos y fructíferos feligreses, los «superintendentes de contrabando» se multiplicaron y se realizaron algunos intentos de trabajo sistemático alistando a los de mejor condición física y brindando trabajo a los demás.

Luego aparecieron las sociedades de ayuda a los libertos, nacidas a raíz de los emotivos llamamientos de Pierce y de los susodichos centros de infortunio. Estaba la American Missionary Association, surgida del Amistad[14] y ahora con un completo desarrollo para el trabajo; también existían varias organizaciones eclesiásticas, como la National Freedman’s Relief Association, la American Freedmen’s Union o la Western Freedmen’s Aid Commission; en total, más de cincuenta organizaciones activas que enviaban ropa, dinero, libros escolares y maestros al Sur. Se necesitaba todo lo que pudieran hacer, ya que a menudo se informaba de que la miseria de los libertos era «tan espantosa que era difícil de creer», y la situación, lejos de mejorar, empeoraba día tras día.

También a diario parecía más evidente que no se trataba de una situación ordinaria de socorro temporal, sino de una crisis nacional, ya que ahí se vislumbraba un problema laboral de enormes dimensiones. Grandes cantidades de negros permanecían ociosos o, si trabajaban de forma intermitente, nunca tenían la seguridad de que fueran a cobrar la paga, y si por azar la recibían, despilfarraban esa novedad sin dilación. De esta manera, la vida en el campamento y la nueva libertad de los libertos no hacían más que desmoralizarlos. Resultaba evidente que se precisaba una organización económica más ambiciosa, que surgió en distintos lugares según determinaron la casualidad y las condiciones locales. Y el plan de Port Royal ideado por Pierce, que incluía el arrendamiento de plantaciones y la dirección de los trabajadores, enseguida demostró cuán arduas podían ser las dificultades a las que se habrían de enfrentar. En Washington, ante el urgente llamamiento del superintendente, el gobernador militar abrió fincas confiscadas para que los fugitivos las cultivaran, por lo que allí, muy cerca de la cúpula del Capitolio, se congregaron pueblos agrícolas de población negra. El general Dix[15] cedió fincas a los libertos de la fortaleza Monroe, y así sucesivamente tanto en el Sur como en el Oeste. El Gobierno y las organizaciones benéficas proporcionaron los medios para el cultivo; y poco a poco el negro se incorporó al trabajo. Los sistemas de control, iniciados de esta manera, crecieron con rapidez en distintos...



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