Doval Huecas | Breve Historia de los Indios Norteamericanos | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Reihe: Breve Historia

Doval Huecas Breve Historia de los Indios Norteamericanos


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9763-586-8
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Reihe: Breve Historia

ISBN: 978-84-9763-586-8
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
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'Leer Breve historia de los indios norteamericanos provoca tristeza. Y rabia. Pero es al mismo tiempo una aventura plagada de pequeñas maravillas en forma de personajes como Nube Roja, Toro Sentado o Caballo Loco.' (Paperblog) 'Gregorio Doval nos presenta la historia de los indios norteamericanos con toda su crudeza y toda su complejidad. Eran tantas y tan variadas las tribus que poblaban Norteamérica, aunque sólo nos hayamos acostumbrado a los nombres de unas cuantas, que resulta pavoroso saber que la mayoría de ellas fueron exterminadas.' (Blog Historia y libros) Absolutamente imprescindible para conocer uno de los episodios más sangrientos e innobles en la historia de la humanidad. El libro de Gregorio Doval nos narra, de un modo preciso y no exento de detalles, la historia del exterminio de los indios norteamericanos desde que Vázquez de Coronado se enfrentara con los zuñi en 1540 hasta que en 1880 la caballería estadounidense acabara con los sioux en Wounded Knee. En un primer capítulo introductorio, el autor, nos muestra la localización de las diversas tribus, su vida cotidiana y sus creencias y su cultura; el grueso del libro está compuesto por seis capítulos en los que se nos muestran los tres siglos de guerra entre 'rostros pálidos' y 'pieles rojas'; y en el último capítulo valora el genocidio indígena, analiza el sistema de reservas en la actualidad e introduce dos documentos de gran valor histórico: una carta del jefe squamish Seattle al presidente Franklin Pierce en la que se ve el panteísmo y la comunión con la naturaleza de los indios, y una carta de Nube Blanca en la que advierte a los blancos de una venganza india de ultratumba. Con un gran número de ilustraciones, grabados y fotografías de la época, Breve Historia de los indios americanos nos presenta una historia cargada de héroes, batallas, estrategas militares en ambos bandos y lugares terribles como Little Big Horn y Wounden Knee.

Gregorio Doval (Madrid, 1957). Licenciado en Ciencias de la Información (Periodismo), cursó también estudios universitarios de Psicología, Sociología, Psicología Social y Filología. Es autor de varios libros. Entre ellos destacan las biografías que ha escrito sobre Reagan, Juan Carlos I y Juan Pablo II y tratados y manuales sobre Historia del Cine y la Historia del Automovilismo Mundial. Es autor asimismo de la enciclopedia ¿Qué saber en nuestro tiempo?, y de diccionarios especializados en aforismos, etimología, historia, informática, economía y finanzas... Entre sus últimas obras se pueden mencionar: Nuevo diccionario de historia, Refranero temático español, Palabras con historia, Anecdotario Universal de Cabecera, El libro de los hechos insólitos, Diccionario de expresiones extranjeras, Los últimos años del franquismo y Crónica política de la Transición. En Ediciones Nowtilus ha publicado en 2008 la colección 1001 citas: El ser humano y la vida, El hombre y la mujer, El trabajo y el dinero, Profesiones y profesionales, La familia y los amigos y El amor, el sexo y el matrimonio.
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1


EL INDIO
NORTEAMERICANO


Para nosotros, las grandes llanuras abiertas, las hermosas colinas onduladas y los ríos serpenteantes y de curso enmarañado, no eran salvajes. Solo para el hombre blanco era salvaje la naturaleza, y solo para él estaba la tierra infestada de animales salvajes y gentes bárbaras. Para nosotros era dócil. La tierra era generosa y estábamos rodeados de las bendiciones del Gran Misterio. Para nosotros no fue salvaje hasta que llegó el hombre velludo del este y, con brutal frenesí, amontonó injusticias sobre nosotros y las familias que amábamos. Cuando los mismos animales del bosque empezaron a huir de su proximidad, entonces empezó para nosotros el Salvaje Oeste.

Hinmaton Yalaktit (1840-1904),
Jefe Joseph, de la banda wallowa de los nez percés (1879).

LOS PRIMEROS NORTEAMERICANOS


Antes de la llegada del hombre blanco, un heterogéneo conglomerado de más de 500 pueblos distintos habitaba Norteamérica. Todos ellos estaban emparentados entre sí por lazos ancestrales que, en la mayoría de los casos, yacían soterrados desde hacía tanto tiempo en el pasado olvidado y remoto que una tribu apenas veía en otra algo más que una potencial competidora. Esa poliédrica civilización se extendía de océano a océano, rica y, a la vez, diversa en formas y estilos de vida, en culturas, creencias y tradiciones. En ninguno de los casos, la vida era fácil o idílica. Todas aquellas tribus luchaban, cada cual a su modo, contra la naturaleza, sus caprichos y sus estaciones climáticas, contra los animales y, frecuentemente, unos contra otros. Luchaban, a veces encarnizadamente, pero, salvo contadísimas ocasiones, no se destruían unas a otras. Para eso tuvo que llegar el hombre blanco y sus codicias.

Unos, nómadas, cazaban y buscaban forraje, y desarrollaron sociedades belicosas de grandes guerreros. Otros, ya asentados, se dedicaban a la agricultura y construían montículos para sus dioses y sus difuntos. Unos y otros vivían en cuevas, chozas, tipis, cabañas de madera e, incluso, en estructuras de bloques de hielo, armaban embarcaciones, se interrelacionaban y desarrollaban culturas más sofisticadas de lo que se suele creer, aunque no tanto como en otras partes del continente.

Durante muchos años, se pensó que su llegada había ocurrido una única vez en la historia y que ello habría acontecido durante la última glaciación, hace aproximadamente unos 12.000 años. Pero eso no explica los restos de asentamientos humanos anteriores a esa fecha que se han encontrado en distintas partes de América, sobre todo en Sudamérica. No es probable que los yacimientos más antiguos del norte estén aún por descubrir. Como, además, algunos estudios han detectado diferencias genéticas entre los paleoindios sudamericanos y norteamericanos, algunos investigadores creen en un poblamiento autónomo de Sudamérica, no directamente relacionado con el de Norteamérica. Otras teorías, menos sustentadas, hablan de pueblos polinesios atravesando el océano Pacífico, o de aborígenes australianos entrando por la Antártida o, incluso, de incursiones europeas a través de las aguas circunstancialmente semiheladas del Atlántico… Hoy lo que parece más probable es que el poblamiento americano se realizara en varias oleadas sucesivas y por grupos humanos diferentes.

Sea como fuere, el poblamiento humano de América es una cuestión arduamente discutida por los científicos modernos, pero también lo fue por los antiguos. Desde 1492 se intentaron buscar explicaciones para el origen de esos seres con los que los europeos blancos se iban encontrando en sus exploraciones por América. Las primeras tesis fueron, cómo no, de índole religiosa: los pobladores de América eran, ni más ni menos, que los descendientes de las bíblicas Tribus Perdidas de Israel.

De momento, lo plenamente probado es que durante la última glaciación, la concentración de hielo en inmensas placas continentales hizo descender el nivel de los océanos. Este descenso hizo que en varios puntos del planeta se crearan conexiones terrestres entre regiones previa y posteriormente aisladas, como, por ejemplo, Australia y Tasmania con Nueva Guinea; Filipinas e Indonesia; Japón y Corea, y, por lo que aquí más nos interesa, entre los extremos septentrionales de Asia y América. Debido a que el estrecho de Bering, que separa ambos continentes, tiene una profundidad que oscila entre 30 y 50 metros, el descenso de las aguas dejó al descubierto un amplio puente de tierra, conocido por los prehistoriadores como Puente de Beringia, de 1.500 kilómetros de anchura, que unió las tierras de Siberia y Alaska hace aproximadamente 40.000 años y que permitió el tránsito de seres humanos entre uno y otro continente durante, al menos, 19.000 años.

Aquellos emigrantes asiáticos (seguramente siberianos, aunque también pudieron ser mongoles) continuaron camino enseguida hacia el sur, en un larguísimo y lento desplazamiento que, en esta primera etapa, les llevó desde Alaska y Canadá a las estribaciones del enorme y desaparecido glaciar Wisconsin, a lo largo de la vertiente oriental de las montañas Rocosas. Una vez fuera del glaciar, un ala de la migración se separó y se fue hacia el Este; después se subdividió de nuevo. Unos se encaminaron hacia los exuberantes bosques del Nordeste, mientras que los otros se dirigían hacia el Sudeste, para establecerse en la vasta región que se extiende entre la ribera oriental del río Mississippi y la península de Florida. Mientras tanto, la rama principal del éxodo continuó camino hacia el sur, dejando atrás colonias en las Grandes Llanuras, a ambos lados de las montañas Rocosas, en la Meseta y en la Gran Cuenca. Cuando la ola principal llegó a lo que hoy es Texas, todavía se desgajaron nuevos grupos, que se dirigieron hacia el Oeste, para establecerse en los desiertos del Sudoeste o avanzar hasta el sur de California. Con el tiempo, cruzaron también el río Grande y continuaron, a paso histórico, su marcha civilizadora hacia el sur.

Según todos los indicios, los primeros norteamericanos llegaron de Asia. Durante la última glaciación, la concentración de hielo en inmensas placas continentales hizo descender el nivel de los océanos, lo que dejó al descubierto un amplio puente de tierra, conocido como Puente de Beringia, de 1.500 kilómetros de anchura, que unió las tierras de Siberia y Alaska hace aproximadamente 40.000 años y que permitió el tránsito de seres humanos entre uno y otro continente durante, al menos, 19.000 años.

UN MOSAICO ÉTNICO-CULTURAL


Mucho antes de la llegada de los europeos, los nativos norteamericanos desarrollaron ricas y variadas culturas, tan diversas como las de cualquier otro continente. Cada grupo adoptó su propio estilo de vida acomodado a los recursos y a las demandas de su medio ambiente. Por ejemplo, cada uno desarrolló solo las herramientas, utensilios y armas más idóneos para sus trabajos agrícolas o sus esfuerzos cinegéticos. Cada cual construyó sus viviendas con los materiales asequibles en su zona y eligió diseños lo más adecuados posible a los requerimientos del clima en que vivían. Cada cultura tenía, por supuesto, su propio lenguaje, su propio estilo artístico, sus propias tradiciones orales, sus propias creencias y su propia organización sociopolítica. Dada esa tremenda diversidad, es muy difícil generalizar acerca de estos nativos norteamericanos. Cada cultura tenía su propia identidad y, aunque muchas estaban relacionadas entre sí, no había dos exactamente iguales. No obstante, sí es posible hallar algunos rasgos comunes. Por ejemplo, su profunda relación, casi simbiótica, con la naturaleza; sus fuertes ligazones con la tierra que pisaban; la percepción de una interrelación profunda entre lo natural y lo supranatural, como un todo indivisible, así como entre la espiritualidad y la salud; la concepción de la expresión artística como una actividad más de la vida cotidiana, sin sublimarla ni abstraerla; y un reforzado sistema de tradición oral que daba cohesión y raíces al grupo.

En todo caso, aunque algunas de estas culturas alcanzaron un respetable grado de desarrollo, jamás constituyeron civilizaciones tan brillantes como las del otro lado del río Grande. No poseían sistema alguno de escritura ni se organizaron en estados. La ganadería tampoco estaba muy desarrollada y ninguna de sus ciudades rozó siquiera el esplendor de las mayas, aztecas o incas.

A efectos de análisis, se suelen distinguir diez áreas culturales nativas norteamericanas: Ártico, Subártico, Bosques del Nordeste, Sudeste, Sudoeste, California, Costa Noroeste del Pacífico, Meseta, Gran Cuenca y Llanuras Centrales.

En las gélidas tierras de las zonas subártica y ártica, la agricultura se hace imposible ya que los veranos son muy cortos y la supervivencia está necesariamente ligada a la caza (renos, alces y focas) y a la pesca (en las zonas más árticas, incluso de ballenas). Sus pobladores indígenas pertenecían a tribus nómadas (dados los pocos recursos, muy reducidas) que vivían en casas circulares redondas construidas por debajo del nivel del suelo, recubiertas de piel y hierba, en la zona oeste, y en tiendas con estructuras de madera y huesos de ballena y recubrimientos de pieles, conocidas como wigwams, en el este, además de las de bloques de hielo o iglús, del extremo norte.

La zona ártica se habitó después del 2000 a.C., tras el deshielo, y sus tribus idearon ingeniosas formas de supervivencia. En Alaska, los esquimales (inuit) y los yupiks desarrollaron una ingeniosa tecnología para afrontar la dureza del...



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