Dos Passos | El Número Uno | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Impedimenta

Dos Passos El Número Uno


1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19581-13-6
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-19581-13-6
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
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Chuck Crawford es político de profesión, sureño, tramposo y adúltero. Dos Passos retrata al político populista que inspiraría «Todos los hombres del rey» de Penn Warren. Homer T. Crawford es un auténtico animal político. Es número uno en popularidad, contactos y favores. Número uno también en corrupción, demagogia y escándalos privados. Con la ayuda de un asesor de campaña, consigue el cargo de senador y pronto aspirará a la presidencia de Estados Unidos. Como haría Robert Penn Warren con «Todos los hombres del rey», Dos Passos esboza en esta obra una ácida caricatura de la figura de Huey Long, senador del estado de Luisiana en los años 30, y de su mano emprende un tortuoso recorrido por los lodazales de la corrupta política americana. Un relato en el que Crawford y sus secuaces saltan de las páginas del libro a las imágenes de nuestros telediarios sin tener que cambiarse de corbata. CRÍTICA «El de Chuck T. Crawford es el retrato del demagogo más ruidoso y mejor descrito de la literatura estadounidense.»-Time «Con la sensibilidad de un poeta, Dos Passos nos hace ver y sentir las calurosas tardes de las llanuras de Texas, el aire sofocante del valle del Potomac en una noche de verano, la humeante degradación de las habitaciones de hotel en las que Chuck planea sus campañas y olvida a su esposa y a sus hijos.» -The New York Times

John Dos Passos es uno de los principales exponentes de la llamada Generación Perdida de escritores estadounidenses. Descendiente de comerciantes portugueses, Dos Passos nació en Chicago en 1896, estudió en Harvard y, durante la Primera Guerra Mundial se unió a un cuerpo de voluntarios en Europa como conductor de ambulancias. Su novela «Manhattan Transfer» (1925) le granjeó su primer gran éxito, y en 1930 publicó la primera parte de la que se convertiría en su obra más destacada, la trilogía «U.S.A.». A lo largo de su carrera literaria, Dos Passos escribió cuarenta y dos novelas, así como poemas, ensayos y obras de teatro. Murió en Baltimore en 1970.

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NIÑO POBRE TYLER SPOTSWOOD SE ESTABA DEVANANDO LOS SESOS. Una gota de sudor le corría entre los omoplatos hasta el lugar donde la camisa mojada se pegaba a su columna vertebral. Soltó el cuaderno de notas, se recostó en la silla y se quedó contemplando el techo. El zumbido del ventilador eléctrico de la habitación del hotel le daba sueño. Hacía mucho calor esa noche. El tartajeo de la máquina de escribir lo despertó con un sobresalto. Empezó a caerse hacia atrás, pero recobró el equilibrio de un salto y aterrizó sobre la planta de los pies con la silla en una mano, igual que un acróbata al terminar una pirueta. Se frotó los ojos y fue al otro lado de la habitación, donde Ed James estaba encorvado sobre una máquina portátil a la luz de una lámpara con pantalla de flecos. Enseguida vio que Ed estaba escribiendo, una y otra vez: «Ha llegado el momento de que las personas de buena fe acudan en ayuda del partido».[1] Ed se quitó la visera verde y se secó la calva con un pañuelo. Alzó su cara de luna para mirar a Tyler con los ojos redondos y enrojecidos. —¿Acaso es culpa mía —preguntó con voz quejosa— que una casa de huéspedes al lado de la vía del tren no sea el mejor sitio para gestar un futuro presidente? —Te equivocas, Ed —respondió Tyler. Empezó a andar nervioso de aquí para allá—. Pero ¡si Chuck Crawford nació en el seno mismo del pueblo americano…! Ya verás cuando lo conozcas… Yo, desde luego, ya te he dicho lo mucho que lo admiro… De lo contrario, te aseguro que no estaría ahora en Washington. Lo que quiero que entiendas es que Chuck es uno de esos que da igual donde nazcan porque siempre será el sitio adecuado, ¿comprendes? —Bueno, políticamente, Texarcola tiene sus ventajas… Está en dos estados. —Ed, lo malo de ti es que has vivido demasiado tiempo en el Este… Te has vuelto cínico… Has olvidado cómo piensa la gente allí. Tyler se detuvo detrás de la silla de Ed y encendió un cigarrillo. Frunció el ceño, bajó la vista y observó su calva, el rostro sonrosado, surcado de arrugas y cubierto de gotitas de sudor, los hombros rollizos y pecosos que asomaban por debajo de la camiseta y las manos sin vello que se cernían indecisas sobre las teclas de la máquina de escribir. Los hombros de Ed habían empezado a estremecerse. Cuando se volvió, Tyler reparó en que tenía la cara convulsionada de risa. —Venga ya, Toby, a ver si ahora voy a ser yo el yanqui —balbució en cuanto pudo recobrar el aliento—. Vamos, hombre, nací y me crie allí. Yo soy esa gente. Tyler tampoco pudo contener la risa. —Bueno, reconozco que yo no soy ni una cosa ni la otra. —Bostezó—. Lo que pasa es que no duermo lo suficiente, como cualquiera que intente seguirle el ritmo a Chuck Crawford… Aun así, quiero que prepares una especie de borrador. Ya completarás los hechos con lo que diga Chuck. Ed soltó una risita. —¿Hechos, dices? —Ed… Chuck es un gran hombre. Algún día será presidente de los Estados Unidos. —Ya, como todos. Tyler notó que lo invadía el malhumor igual que el mal sabor de una resaca. Fue a la ventana para tratar de dominarse. El ruido resbaladizo de los coches llegó por la densa noche de mayo desde las carreteras que seguían el cauce del río donde los faros formaban un túnel luminoso que se retorcía a través del follaje. Junto con el olor asfixiante a gas etílico y gasolina quemada llegó un aroma de savia de hojas marchitas y hierba pisoteada que le recordó a la ropa interior femenina. Lanzó la colilla del cigarrillo con el pulgar y el índice y observó la estela de chispas rojizas que dejó antes de perderse de vista. —Toby —se oyó a sus espaldas la voz conciliadora de Ed—, ¿es que no quieres que disfrute con mi trabajo? —Siempre se me olvida que no lo conoces… Vamos a pedir algo de beber, por el amor de Dios… Cuando Tyler volvió del teléfono, Ed lo estaba esperando con una hoja en blanco en la máquina de escribir. —Bueno, nació en 1898 en Texarcola…, estudió en la escuela pública… ¿Cómo era su padre? —Conocí al viejo Andrew Crawford cuando pensaba dedicarme al negocio de la madera con Jerry Evans… Unos años antes, había sido un picapleitos de pueblo bastante bueno, pero era muy testarudo y siempre andaba metido en líos. Los predicadores decían que era ateo…, ya sabes…, siempre dispuesto a abrazar la causa más absurda… Un agnóstico de aldea. La pobre señora Crawford no tuvo buena suerte. Seguro que había veces en las que pensaba que el diablo en persona iría a llevarse al viejo. Pero él era muy popular entre algunos tipos del pueblo. Participaba en todas las campañas políticas locales y tenía muchos seguidores. Lo recuerdo soltando un discurso en la trastienda de la mercería de Ed Seafort con un sombrero polvoriento en la cabeza y un hilillo de jugo de tabaco a cada lado de la barbilla. La máquina de escribir de Ed estaba tamborileando. —Estupendo… —dijo Ed—, uno de los míos —añadió con amargura. —La señora Crawford era una mujer más bien triste. Su madre provenía de una antigua familia dueña de una plantación en Georgia, y se había casado con un predicador ambulante. Era una persona leída, pese a ser tan religiosa. Chuck aprendió mucho de ella. Imagino que eran la familia más culta del pueblo, aunque su situación era más bien apurada, por decirlo suavemente. Más de un día no tenían ni para comer. Chuck empezó a ganarse la vida nada más cumplir los diez años —¿La madre vive todavía? —Vive con unos parientes en Indian Springs. Chuck hace todo lo que puede por ella. —Es una suerte. Una madre anciana y presentable puede resultarle muy útil si llega a ser una figura nacional. A Tyler se le tensaron de rabia los músculos de la mandíbula. —Ed —empezó a decir con voz solemne—, si no fuese porque sé que harás un buen trabajo… —Claro que haré un buen trabajo… Pero que escriba la autobiografía de alguien no significa que… Caramba, si no le viera el lado gracioso, ya estaría muerto. —Ya verás cuando lo conozcas. —Lo de los padres suena bien… Me da que lo voy a pasar en grande escribiendo este libro. —Él te lo contará todo… Lo único que tienes que hacer es juntar los párrafos. Ed soltó una especie de bufido, aunque sin apartar la vista del teclado. Acababan de beber el primer trago de whisky con soda cuando sonó el teléfono. Tyler hizo una sonriente reverencia ante el auricular al reconocer la voz de Sue Ann. —Hola, Tyler, ¿qué tal os va? —parloteó ella sin aliento—. Menuda cena. Me llevé un susto de muerte. Estaba allí el presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Tendrías que haber visto a Chuck… Estaba guapísimo con su esmoquin… Como un niño pequeño comiéndose un helado con el maestro. Al salir, nos ofrecimos a llevar al senador Johns en coche a casa y Chuck lo convenció para que venga hoy. Así que vamos a ser unos cuantos. Me voy a pasar para hablar un momento con vosotros antes de entrar. —Aquí estaremos, Sue Ann. —Tyler colgó el teléfono. Volvió con Ed y se plantó detrás de su silla—. Era Sue Ann… Aún no te he hablado de ella. —¿La señora Crawford? Tyler asintió vigorosamente. —Es una mujer muy inteligente. Fueron juntos a la universidad… Los dos estudiaron derecho y aprobaron el examen del Colegio de Abogados la misma semana. Ella era Jones en el primer bufete de Chuck: Crawford y Jones. —¿De dónde es? —De un pueblecito de la franja de Oklahoma… Si no nos hubiese puesto firmes cuando más falta nos hacía, Chuck no estaría hoy donde está y yo tampoco. Va a venir un instante antes de llevarnos a la suite. El senador Johns está con ellos… Y el senador no se tomaría la molestia de venir si creyese que Chuck no era más que un palurdo, ¿no te parece? Mientras hablaba, Tyler se había inclinado sobre el cajón de la cómoda para sacar una camisa limpia. Con la camisa en la mano, apuró el whisky de un trago y entró en el baño a lavarse la cara. Ed siguió escribiendo a máquina. Cuando Tyler salió a anudarse la pajarita azul ante el espejo de la cómoda se detuvo un instante y se quedó mirando su rostro flaco y amarillento de cejas rectas y negras. Tenía bolsas debajo de los ojos y un principio de arrugas en las mejillas. No le gustaba el aspecto de su cara. Tenía el blanco de los ojos enrojecido. «Otra vez estoy bebiendo más de la cuenta», se dijo. Llamaron a la puerta de la habitación. Ed se levantó de un salto, cogió la camisa de la silla donde la había puesto a secar delante del ventilador eléctrico y se metió corriendo en el baño. Cuando Tyler abrió la puerta se encontró a Sue Ann fresca como una lechuga con un vestido de fiesta verde con frunces en las mangas y en la falda. En el extremo del escote tostado por el sol llevaba prendido el broche de diamantes en forma de corona que Chuck le había comprado el día que cerró su primer gran negocio petrolífero. Se había ondulado el espeso cabello rubio para la cena, pero ya empezaba a deshacérsele el peinado. —Tyler —dijo frunciendo las cejas como cuando insistía en algún detalle legal—, tenemos que conseguir un fotógrafo… Es la oportunidad ideal para que Homer se fotografíe con el senador. Tyler entró delante de ella en la habitación y sacó el...



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