Diéguez | La ciencia en cuestión | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 208 Seiten

Diéguez La ciencia en cuestión

Disenso, negación y objetividad
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-254-5077-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

Disenso, negación y objetividad

E-Book, Spanisch, 208 Seiten

ISBN: 978-84-254-5077-8
Verlag: Herder Editorial
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En los últimos años, debido a la gran influencia de las redes sociales y empujados por la crisis del COVID-19, los movimientos negacionistas, las pseudociencias y diversas actitudes anticientíficas han cobrado una visibilidad insólita. Para contrarrestar las críticas que provienen desde estos sectores, Antonio Diéguez se propone una defensa de la ciencia alejada de los tópicos habituales, que se han consolidado en una imagen poco acorde con el modo en que hoy se practica la investigación y que suele provenir de ideas filosóficas que, aunque hayan sido útiles en el pasado, conviene revisar. Partiendo de la idea de que no existe un método científico como tal, Diéguez traza un recorrido que pone en valor tanto el objeto como el alcance de la ciencia e insiste en la importancia del naturalismo metodológico, en el papel de la búsqueda de la verdad, en la inevitable incertidumbre de muchos contextos y en la dificultad de cualquier caracterización que quiera dar cuenta de los aspectos fundamentales de la investigación científica actual.

Antonio Diéguez es Doctor en Filosofía y Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga. Hasta septiembre de 2015 presidió Asociación Iberoamericana de Filosofía de la Biología (AIFIBI). Ha sido profesor invitado en la Universidad Autónoma de México (UNAM) e investigador visitante en las universidades de Helsinki, Harvard y Oxford. Ha investigado en las áreas de la Filosofía de la Tecnología y de la Biología y, en los últimos años, se ha interesado por el tema del transhumanismo. Su posición al respecto es crítica, pero reconociendo los efectos positivos de la biotecnología e incluso de su posible uso para el mejoramiento humano. Sobre este tema ha publicados los libros Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano (Herder, 2017) y Cuerpos inadecuados. El desafío transhumanista a la filosofía (Herder, 2021).
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2. El conocimiento científico es fiable y aproximadamente
verdadero, aunque sea un producto social


Es todavía un principio fundamental de la ciencia que la alegación de conocimiento no puede apoyarse o justificarse mediante la apelación a su potencial para satisfacer algún interés personal, político, económico o religioso. Si la violación de esta norma de objetividad se detecta, será corregida por otros científicos.

I. NIINILUOTO, «Social Aspects of Scientific Knowledge»


Pero los científicos […] están siendo empujados cada vez más al centro de atención con un micrófono frente a ellos. Esa es una situación que es peligrosa para ellos y peligrosa para el público […]. Debido a que la ciencia se financia con fondos públicos, tener un artículo sobre su trabajo publicado en LA Times o The New York Times […] se considera una verdadera ventaja. Es algo que posiblemente podría tener un impacto, por indirecto que sea, en la financiación futura de su investigación en un campo altamente competitivo. Estas consideraciones también agregan una motivación, en primer lugar, para ir a la prensa popular antes de ir a las revistas especializadas, antes de que pase por una revisión por pares, y en segundo lugar, quizás, para exagerar la importancia de sus hallazgos.

L. DASTON, «Does Science Need History? A Conversation
with Lorraine Daston»

Ciencia y verdad


Los términos «verdad» y «verdadero» son problemáticos porque pueden referirse a cosas distintas y porque son interpretados también de diversas maneras. Se habla de la verdad de los hechos, de la verdad de una persona (en el sentido de su autenticidad o de su honestidad), de la verdad de una historia, de una novela, de una obra de arte, e incluso los filósofos hablan a veces de la verdad de las cosas o de la «verdad del ser».

Aquí interpretaremos el término «verdad» como un predicado que se refiere a enunciados o proposiciones. Cuando decimos que es una verdad bien conocida que la nieve es blanca, esto puede entenderse como si indicáramos que es un hecho constatado que la nieve es blanca, pero también, de forma más precisa, como si afirmáramos que el enunciado «la nieve es blanca» es un enunciado verdadero. En este sentido lo tomamos aquí. Por lo tanto, en la ciencia, la verdad o falsedad será de forma primaria un atributo de los enunciados científicos (decimos así que el enunciado «a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud y sentido contrario» es verdadero), aunque de forma derivada puede aplicarse también a las teorías en su globalidad o a los modelos, ya que estos dan lugar a enunciados sobre los sistemas modelados, y podemos entonces decir que consideramos que la teoría de la relatividad es aproximadamente verdadera o que el modelo Lotka-Volterra del comportamiento de depredadores y presas, siendo estrictamente falso, puede ir aproximándose a la verdad si se van eliminando algunas idealizaciones para acercarlo al sistema real.

Cuando hablamos de verdad en la ciencia, nos referimos siempre a una verdad aproximada o a la verosimilitud. Esto es importante, porque prácticamente nadie pretende que tengamos una verdad definitiva o absoluta sobre nada. Lo normal es atribuir a nuestros enunciados un cierto grado de aproximación a la verdad o un cierto grado de verosimilitud. La verosimilitud es un término clásico, reivindicado por Karl Popper para la filosofía de la ciencia, sobre el que ha corrido mucha tinta. Puede entenderse como la unión de verdad aproximada y alto contenido informativo. Podríamos también decir que nuestros enunciados son solo verdaderos con un cierto grado de probabilidad, con perdón de Popper, al que no le habría gustado nada que mezcláramos a la probabilidad en esto, o, de forma quizá más exacta, que son verdaderos acerca de un mundo suficientemente similar al nuestro.

Si dejamos de lado a los que consideran que la verdad no existe o no importa (posverdad), o que es indefinible, o que es redundante, puesto que no hace más que enfatizar el enunciado del cual se predica, sin añadirle nada a su contenido, hay diversas definiciones de verdad que han sido propuestas a lo largo de la historia. Un relativista subjetivista diría que lo verdadero es lo que acepta como tal cada individuo. Un relativista cultural diría que es lo que acepta como tal una determinada comunidad. Un coherentista diría que verdadero es aquel enunciado que encaja bien o que mantiene la coherencia con el resto de enunciados que aceptamos. Un pragmatista sostendría que lo verdadero es aquello que alcanzaríamos cuando lográramos un estado ideal de conocimiento, como, por ejemplo, cuando la ciencia llegara a su final (si es que llega a él alguna vez), o cuando estableciéramos una comunidad ideal de diálogo, capaz de manejar toda la información de forma no sesgada, o cuando estuviéramos en situación de justificar con plenas garantías epistémicas todo lo que sostengamos. Pero la definición que sigue siendo más popular es la definición clásica, y es la que aceptan los filósofos llamados «realistas». Según esta definición, la verdad es la correspondencia de nuestros enunciados con la realidad. Aristóteles lo dijo de forma algo más enigmática, pero no demasiado distinta: la verdad es decir de aquello que es, que es, y de aquello que no es, que no es, y la falsedad, justo lo contrario. Aquí debemos presuponer que «decir de aquello que es, que es» equivale a «decir de aquello que es tal cosa, que es tal cosa» (Agazzi, 2019, p. 235). En lo que sigue, asumiremos esta noción de la verdad como correspondencia, no solo porque suele ser el sentido que le damos en la vida cotidiana, sino porque es que es el que ha centrado el debate en la filosofía de la ciencia, ya sea para conceder que cumple una función importante en la explicación del progreso científico, ya sea para rechazar tal cosa.

Para muchas personas, incluyendo muchos científicos, es obvio que la ciencia nos proporciona verdades sobre el mundo y están tan convencidos de ello que se molestan solo con la sugerencia de que podría no ser así, como si eso fuera denigrante para la imagen de la ciencia. Después de todo, la ciencia nos ofrece conocimientos sólidos y el conocimiento es, al menos en la definición clásica, la creencia verdadera que tiene justificación. Habrá también quien, de forma menos ambiciosa, coincidirá con Hoyningen-Huene en que en la ciencia es simplemente la creencia bien establecida.1 Sin embargo, no es infrecuente escuchar a científicos que dicen que a ellos eso de la verdad les parece algo abstruso y alejado de su trabajo cotidiano, y que sus pretensiones a la hora de hacer ciencia son mucho menos elevadas. Les basta con encontrar, cuando las cosas no se tuercen, alguna respuesta aceptable para los problemas que se plantean. Tratan de elaborar hipótesis o modelos que permitan encajar los hechos conocidos e, incluso en algunos casos afortunados, predecir algunos nuevos. Están interesados en «hacer que las cosas funcionen lo mejor posible por el momento», y lo demás es filosofía.

Y no hablamos aquí, porque estamos en cosas más serias, de esas personas que confunden lo que es una teoría científica con el sentido que damos a la palabra «teoría» en contextos cotidianos, en los que es casi sinónima de suposición que se formula sin demasiado fundamento o incluso sin evidencia alguna, y que, por lo tanto, es probablemente falsa (por ejemplo, «tengo la teoría de que Einstein era extraterrestre»). En la ciencia su significado es justo el contrario. Designa un conjunto de enunciados (o de modelos), algunas veces en forma de leyes, que cuentan con un sólido respaldo en la evidencia empírica, aunque, como todo en la ciencia, puede ser revisable en función de nuevas evidencias que se vayan encontrando. Este es el caso, por cierto, de la teoría de la evolución, a la que sus críticos, llevados por esta confusión, suelen acusar de ser «solo una teoría». Lo es, pero en el mismo sentido respetable en que lo es la teoría cuántica.

La cuestión entonces es: ¿busca la ciencia la verdad y consigue obtenerla? Pues depende. No es una pregunta fácil. Unas veces sí la busca y otras veces no, pero lo interesante es averiguar cuándo lo hace y por qué y cuándo no. Creo que es difícil negar que la verdad desempeña un papel importante en al menos dos de los objetivos que suelen destacarse en la investigación científica: la predicción y la explicación de los fenómenos. Si una predicción no es verdadera, y esto lo podemos constatar mediante la observación o la experimentación, por mucho que haya ocasiones en que los resultados no sean fácilmente interpretables, no consideramos tal predicción como aceptable científicamente (de hecho, podemos utilizar ese fallo predictivo en contra de la hipótesis de partida). Algo similar puede decirse de una explicación científica. Si consideramos que una explicación no es verdadera, entonces no nos la creemos en realidad y solo podemos asumirla como un esbozo de explicación o como una explicación tentativa, como ya indicó Carl Hempel en su día, no como una explicación genuina. Al menos no sería una explicación con la que uno se quisiera quedar; sería solo un paso intermedio para lograr algo mejor, para encontrar otras explicaciones más satisfactorias (más verdaderas). En cierto sentido podemos decir que el modelo ptolemaico explicaba el movimiento de retrogradación de los planetas, pero hoy sabemos que la explicación de dicho movimiento mediante epiciclos era falsa. Por eso, sería más apropiado decir que el modelo ptolemaico...



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