Los Cuadernos negros
E-Book, Spanisch, 384 Seiten
ISBN: 978-84-9784-993-7
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Donatella Di Cesare, es catedrática de filosofía teorética en la Universidad de Roma La Sapienza y ha enseñado en numerosas universidades de Alemania y los Estados Unidos. Entre sus últimas publicaciones en italiano se cuentan Grammatica dei tempi messianici (2011), La giustizia deve essere di questo mondo (2012), Se Auschwitz è nulla. Contro il negazionismo (2012), Crimini contro l'ospitalità (2014) e Israele. Terra, ritorno, anarchia (2014).
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Entre política y filosofía «El arrepentimiento no es una virtud».4 «No esperéis ni negación ni arrepentimiento. […] Ha llegado el momento de aceptarme tal como fui: filósofo y nazi tanto como queráis, pero filósofo».5 1.1. Un asunto mediático No había sucedido nunca que un filósofo diera tanto que hablar post mortem. Desde que se destapó, ya en 1945, el «caso Heidegger» —el affaire, como dicen los franceses— se ha impuesto a la opinión pública, por fases alternas pero con una repercusión que, lejos de decaer, se ha intensificado en los últimos tiempos.6 La noticia de las recientes revelaciones ha saltado a la prensa y a los medios de todo el mundo. Y se ha hecho un hueco incluso en el New York Times.7 El pensamiento más elevado avenido al horror más insondable. No es difícil comprender el escándalo. La grandeza del filósofo y la mezquindad del nazi constituyen una antinomia extravagante, una paradoja inaceptable. Heidegger es como un Jano bifronte que, de manera inquietante, muestra sus dos rostros, el encomiable y el innoble. Para sustraerse a esta visión disgregadora y angustiosa, la alternativa —a la que urge también la presión mediática— parece clara y neta: si ha sido un gran filósofo, entonces no fue un nazi; si fue un nazi, entonces no ha sido un gran filósofo. Pero son los propios medios los que reabren una y otra vez el caso, exigiendo una respuesta sumaria y definitiva, su conclusión, y lo convierten en sensacional por el poder que tienen de publicar lo que permanecía oculto e ignorado. Así, con el paso de los años, el caso filosófico se ha convertido en un asunto mediático. Heidegger, atento al complejo asunto del periodismo, reflexionó sobre el tema de la «repercusión». Cuanto más se oculta la información tras la aparente objetividad, cuanto más aquélla simplifica, eliminando dificultades y problemas, y cuanto más innecesaria e inocua vuelve la pregunta, tanto más aumenta la necesidad de la experiencia vivida, el deseo espasmódico de acceder a aquello que, adivinándose misterioso, agita, emociona, embriaga y causa sensación.8 Y así como este deseo no conoce empacho ni pudor, tampoco conoce límites el dispositivo que posibilita dicho acceso, en un vértigo sin fin. Heidegger percibía que su pensamiento estaba amenazado por esa incapacidad de salvaguardar la pregunta. En una carta a Hannah Arendt del 12 de abril de 1950, escribía: Tal vez sea el periodismo planetario la primera convulsión de esa futura devastación de todos los principios y de su tradición. ¿Y entonces, qué? ¿Pesimismo, pues? ¿Desesperación, pues? ¡No! Sino un pensamiento que se para a pensar hasta qué punto la historia acontecida sólo representada históricamente no determina de forma necesaria el ser esencial del ser humano, y que la duración y su extensión no es medida para lo esenciante; que medio instante de subitaneidad puede ser más «esente»; que el ser humano debe prepararse para este «Ser» y aprender otra memoria; que con todo esto le espera algo supremo; que el destino de los judíos y los alemanes tiene desde luego su propia verdad que nuestro cálculo histórico no alcanza.9 Ciertamente, el periodismo no representaba para Heidegger una amenaza. En varias ocasiones alabó a la prensa por saber «ponerse a la escucha» de lo que va más allá de la mera actualidad.10 ¿Acaso no confió a Der Spiegel su última entrevista, casi un testamento filosófico? Intuía, más bien, que el suyo acabaría convertido en un caso de «periodismo planetario», y temía que la urgencia mediática precipitaría su conclusión, arrumbando la urgencia del pensamiento, borrando cualquier nueva pregunta. 1.2. Nazi por casualidad… Pese a la sucesión de nuevas revelaciones, al descubrimiento de cartas y documentos; pese a la lenta aparición, entre el legado de Heidegger, de textos inéditos y cursos universitarios; pese al trabajo precursor de Hugo Ott y a los libros provocadores de Victor Farías en 1987 y de Emmanuel Faye en 2005, a lo largo del tiempo se ha mantenido una versión oficial que sólo ocasionalmente ha sufrido algún retoque.11 Vale la pena resumirla brevemente. En una vida sin biografía, como debería ser la de todo filósofo —según la fórmula ideal «nació, trabajó y murió» con la que nuestro autor selló en 1924 la vida ejemplar de Aristóteles—, la innegable adhesión de Heidegger al nacionalsocialismo no fue sino un «intermedio político».12 Empujado por las circunstancias más que por una convicción profunda, tomó posesión del cargo de rector el 21 de abril de 1933 y el primero de mayo se inscribió en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (en alemán, Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, NSDAP) con el propósito específico de salvaguardar la libertad académica de las injerencias políticas. Su militancia no surtió efecto alguno, ya sea por las divergencias con la cúpula del partido, cada vez más patentes, ya sea por la ingenuidad misma con la que el filósofo había pretendido convertirse en guía espiritual del movimiento y guiar al propio Führer.13 La derrota fue clamorosa y el «fracaso», como recuerda Heidegger en una carta de 1935 a Karl Jaspers, habría de pesar largo tiempo sobre su ánimo.14 No le quedó más remedio que levantar acta de aquel error político; la dimisión le fue aceptada el 27 de abril de 1934. En total no se trató más que de un año, un paréntesis escabroso en su vida, un tropiezo, un nazismo accidental. ¿Y luego? La imagen de Heidegger difundida por la versión oficial es la del filósofo en su exilio, aislado en Todtnauberg, en su refugio de la Selva Negra, inclinado sobre los manuscritos de sus clases, inmerso en el sugestivo silencio del bosque, alejado de los clamores de la escena política, en busca de otro destino para Alemania junto a los ríos de Hölderlin. El tiempo de la Kehre, del «giro» o «viraje», habría coincidido con un distanciamiento cada vez más acusado respecto del nazismo y de sus trágicas vicisitudes, tanto como para que se hablara de oposición intelectual o de resistencia interna. Sospechoso primero a los nazis, mal visto después por las fuerzas de ocupación, Heidegger hubo de padecer hostilidades y humillaciones, pagando caro de este modo aquel fatal error suyo. Sometido en 1945 al veredicto de la Comisión de Depuración de la Universidad de Friburgo, fue apartado de la enseñanza en 1946. El dictamen de Jaspers resultó decisivo.15 En el invierno de 1945 a 1946, Heidegger quedó sumido en una profunda crisis y fue ingresado en una clínica de Badenweiler; se recuperó gracias al trabajo y a nuevos proyectos. Algunos años más tarde, el 26 de septiembre de 1951, se le reintegró a la docencia universitaria, pero sin restituirle la cátedra. Con este acto de rehabilitación quedó formalmente cerrado el capítulo «Heidegger y el nazismo». Esta versión deja abiertos muchos interrogantes. ¿Por qué Heidegger permaneció inscrito en el partido nazi hasta 1945? ¿Por qué no condenó nunca aquel error, si de un error se había tratado? ¿Por qué no se distanció nunca del pasado? ¿Y qué decir de su ostensible silencio, un silencio mudo e impenetrable contra el cual se han estrellado preguntas y conjeturas de poetas y filósofos, de Paul Celan a Jacques Derrida? 1.3. Pormenor biográfico o nudo filosófico Si el nazismo de Heidegger fue un error, limitado a la política, circunscrito a un período muy breve, entonces se lo puede tipificar como suceso histórico de escaso relieve. Más aún, no sería sino un pormenor biográfico. Por eso, en general, cuando no es silenciado, se lo trata expeditivamente en las páginas dedicadas a la vida del filósofo. El pormenor no concierne a la filosofía. ¿Qué tiene que ver el cargo de rector con la superación de la metafísica? De ahí la contrariedad de los filósofos, no tanto por el clamor que el caso ha levantado en los medios como por la enorme cantidad de panfletos y escritos polémicos que, al ensañarse con dicho detalle, han dado lugar a un debate encendido, en ocasiones virulento y, pese a todo, casi siempre romo y superficial. Lejos de esclarecer el asunto, la acumulación de datos y documentos, de luces y sombras, lo ha vuelto, si acaso, más oscuro. Con toda su evidente mediocridad, la discusión se ha prolongado, por fases alternas, sin casi modificarse. Porque, a menudo sin saberlo, también los profesionales de la acusación reducen el nazismo de Heidegger a un episodio histórico. Y así terminan por avalar la versión oficial. No es casual que, por lo común, sus intervenciones carezcan de densidad filosófica. Es que quien está concentrado en la historia...