E-Book, Spanisch, 400 Seiten
Reihe: Ágora
Destro / Pesce La muerte de Jesús
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-9073-208-3
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Investigación de un misterio
E-Book, Spanisch, 400 Seiten
Reihe: Ágora
ISBN: 978-84-9073-208-3
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Tras la muerte de Jesús, el episodio fue reelaborado, ampliado y nuevamente enfocado. Surgieron relatos y testimonios, pero se atribuyó un nuevo significado a todo cuanto el Maestro había dicho o hecho: la derrota de su muerte se transformó en victoria, y los seguidores corrigieron todo lo que ellos no comprendían o no aceptaban. El resultado fue que, poco a poco, las nuevas interpretaciones ocultaron y transformaron lo que había sucedido. Los autores de este libro llevan a cabo una investigación seria y de carácter interdisciplinar que nos ayudará a entender qué ocurrió realmente en Jerusalén tras la muerte de Jesús y a reflexionar sobre la determinante influencia que ese hecho ha tenido en nuestra historia y en nuestra cultura.
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I
Jesús: una historia que comienza al final
1. Jerusalén, primavera. Días de la fiesta de la Pascua
La salida de la luna marcaba el inicio de un nuevo día de la semana. Era sábado, el tiempo del reposo absoluto, un momento de santidad y de satisfacción.
No sabemos si aquel año caía la Pascua precisamente en sábado o bien el día anterior, el sexto de la semana, si la solemne cena pascual estaba a punto de comenzar o si ya se había realizado la noche anterior. En el primer caso, los peregrinos, centenares de miles, estarían reunidos en numerosísimos grupos y comerían juntos. Las muchedumbres que habían subido a Jerusalén desde todas las partes de la Tierra de Israel y de la diáspora judaica se encontrarían preparadas para comer los corderos sacrificados pocas horas antes. La zona del templo estaba impregnada de los aromas del incienso y del olor de la sangre de los animales inmolados. La ciudad no estaba en alerta. Al final de la noche brillaban tal vez en la oscuridad muchas pequeñas hogueras en las que se quemaban las sobras de la comida. La gente disfrutaba de la tranquilidad y la alegría del sábado.
El rey de Galilea, Herodes Antipas, que pasaba siempre la Pascua en Jerusalén, estaba en el palacio con su séquito. La ciudad se encontraba controlada por las tropas que el prefecto romano Poncio Pilato había desplazado desde Cesarea unos días antes. Los sacerdotes, que vivían en la parte alta de la ciudad, repetían el antiguo rito de la cena pascual, memorial de la liberación de la esclavitud egipcia.
Sin embargo, también es posible que la comida ritual se hubiera realizado ya el día anterior. En este caso, al inicio de la noche no se oirían los cánticos de la cena. La ciudad estaría más tranquila y silenciosa. Los peregrinos habrían permanecido aún en Jerusalén durante unos días más y regresarían a casa al final del descanso semanal. Muchos llevarían consigo recuerdos y noticias, buenas y malas, de aquella ciudad única. Un rito solemne, un dominio extranjero.
El día previo al sábado, al anochecer, algunos condenados habían sido crucificados. Los peregrinos lo sabían, como también sabían que las tropas romanas vigilaban las calles por temor a que se produjeran hechos sediciosos. Sin embargo, no había ambiente de revuelta.
Este escenario contiene la historia de una ejecución, la de Jesús. Pero su muerte no es el final de su aventura. Es el inicio de todo. En todo tiempo, quien quiera hablar de él tendrá que comenzar a partir de su drama final. No sabemos con certeza qué año era, el 30 o el 33 del siglo I1.
2. En la Tierra de Israel. Un hombre que viene de Galilea
Jesús está inmerso en su tiempo. Su existencia dramática presenta en primer plano un nudo de problemas políticos y existenciales. Pero su respuesta fue personal, original.
Cuando inició su actividad, la Tierra de Israel estaba bajo el yugo de la mayor potencia extranjera del Mediterráneo. Unos sesenta años antes de su nacimiento, Pompeyo había puesto fin a la independencia del país y a la dinastía judía de los asmoneos (142-63 a. C.). A partir de aquel momento, era Roma quien nombraba a los sumos sacerdotes. Todo el sistema religioso judío estaba sometido al control romano. Pompeyo había realizado un acto de extraordinaria impiedad para los judeos2, al violar la parte más sagrada del templo de Jerusalén, el «santo de los santos». Es evidente que los romanos, después de esta violación, aparecían no solo como extranjeros, sino también como irrespetuosos con aquello que era más venerado. En los años posteriores, los acontecimientos políticos de la Tierra de Israel y de las comunidades judaicas del Mediterráneo estuvieron determinados también por las luchas internas en el ámbito del poder romano3.
Sin embargo, la hostilidad hacia Roma no era compartida por todos. Las clases altas, sacerdotales y políticas, eran filorromanas y colaboraban con el Imperio. La intervención de Pompeyo, por lo demás, había sido provocada también por la lucha entre facciones de la clase dirigente judaica que se apoyaban en los romanos para prevalecer sobre sus rivales. Una de las consecuencias de la progresiva e inevitable romanización fue el surgimiento de una profunda escisión en la población local entre los filorromanos (a través de los cuales Roma ejercía su poder) y los antirromanos. En todo caso, era la clase política la que estaba dividida. Si los herodianos eran grandes aliados de los romanos, los nostálgicos de la dinastía asmonea perseguían una política exterior opuesta4.
A la muerte de Herodes el Grande, en el año 4 a. C., se produjeron violentos movimientos de rebelión que fueron sofocados por las tropas imperiales. Su hijo Arquelao llevó a cabo una cruel represión contra una muchedumbre que se había sublevado en nombre de los líderes religiosos Judas y Matías5. Durante la fiesta de la Pascua, en la que enormes masas de gente convergían en Jerusalén, arremetió con la caballería y mató a unas tres mil personas. Los desórdenes y las rebeliones sangrientas duraron largo tiempo en diversas zonas del país6. Al final, los romanos decidieron convertir Judea en una provincia del Imperio7. Un prefecto estaría a cargo del gobierno, que en tiempos de Jesús era Poncio Pilato8. Galilea y Perea fueron a manos de Herodes Antipas, bajo cuyo reinado vivieron Juan el Bautista y Jesús. Filipo recibió el territorio situado al este de Galilea.
Por entonces Jesús era un niño. No sabemos qué influencia tendrían estos sucesos en sus decisiones futuras. Lo que más concierne a su existencia, a su actitud hacia el pueblo, son las condiciones de vida y las dificultades provocadas por la llegada de los romanos.
Herodes el Grande, en efecto, había llevado a cabo una suntuosa política urbanística y había construido grandes ciudades cosmopolitas de tipo helenístico, como Sebasté, en Samaria, y Cesarea, en la costa mediterránea. Había reconstruido en parte la misma Jerusalén, un hecho de extraordinaria importancia. Los nombres dados a las ciudades en honor a la autoridad imperial son todo un síntoma de la profunda romanización, que se tradujo en la construcción de teatros, termas y caminos. Los hijos de Herodes, Antipas y Filipo, continuaron esta misma política, reconstruyendo como ciudades helenísticas Séforis, Tiberíades, Betsaida (con el nombre de Julia) y Cesarea de Filipo.
La construcción de este tipo de ciudades demuestra la voluntad de crear centros de poder en el territorio y de centralizar en ellos las funciones del gobierno. Se creó así una red de sedes urbanas importantes que se situaban a un nivel diferente del de los asentamientos judaicos dispersos, más o menos pequeños o marginales, y, por consiguiente, dependientes en gran medida de las ciudades. Los romanos, por otra parte, tenían un número limitado de funcionarios para gobernar las regiones del Imperio. Dominaban sin una presencia masiva en el país, casi sin estar presentes. A través de las élites de las ciudades, ejercían su influencia en los territorios circunstantes.
En Galilea, la tierra de Jesús, no había presencia de soldados ni de estructuras administrativas imperiales. Bastaba con el gobierno de Herodes Antipas. En la práctica, Jesús no se encontraba directamente con los romanos, sino con aquellos que ejercían el poder en su puesto o conjuntamente. Era uno más de cuantos llevaban sobre sí los signos de la dominación romana.
3. ¿Qué distinguía a Jesús?
Jesús inició su actividad siendo ya un hombre adulto, maduro. Había crecido en aldeas y no aspiraba a un ascenso social o a una buena inserción en el Imperio. En un determinado momento fue acogido por Juan el Bautista entre sus seguidores. Después, decidió anunciar la voluntad de Dios a su pueblo. Lo que no sabemos es cómo llegó a sus propias convicciones.
Su vida pública fue breve, pero supo atraer en torno a él a un gran número de personas. La muchedumbre es a menudo la protagonista de sus acciones. En cualquier parte, a su paso, hombres y mujeres se llenaban de grandes esperanzas y de admiración. Supo excitar los ánimos con la promesa de un mundo nuevo. Las aspiraciones de los campesinos y de la gente de los pueblos eran obviamente muy diferentes a las de las clases dominantes.
Jesús vivió toda su vida bajo el dominio de los romanos. Se cruzó con ellos tal vez durante sus idas y venidas por la Tierra de Israel y, posteriormente, se encontró cara a cara con ellos cuando le apresaron y le mataron deprisa y corriendo.
Él abandonó el trabajo, la casa y la familia para trasladarse de un pueblo a otro. Se desprendió de todo bienestar para encontrarse con las gentes del campo, a quienes les pedía hospitalidad. Se movía lejos de las ciudades, como también había hecho el Bautista, su maestro durante cierto período de tiempo. Todo esto era un signo de su diferencia con respecto al estilo de vida, a las aspiraciones y a las estrategias de la aristocracia judaica. Jesús hablaba evocativamente a la gente del Reino de Dios, que era el centro de su mensaje. Muchos de sus discursos muestran que era consciente de la situación y de los problemas de las personas. Quien se encontraba con él se hallaba ante un maestro que le hablaba de la vida usando su mismo lenguaje y mediante imágenes cotidianas de la familia, del trabajo en el campo y de la pesca. Actuando así, Jesús explicaba su misma actividad de renovación:
Un...