E-Book, Spanisch, 352 Seiten
Reihe: TBR
Des Lauriers Si fuera más valiente
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-19621-56-6
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 352 Seiten
Reihe: TBR
ISBN: 978-84-19621-56-6
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
El Amanecer de los veteranos es el evento que da el pistoletazo de salida al último curso de instituto. Esa noche, los alumnos escriben unas cartas en las que plasman sus mayores deseos. Nadie debe leerlas: su destino es la hoguera. Natalia decide desahogarse poniendo todo lo que siente por Ethan, su... ¿exmejor amigo? El problema llega cuando, arrepentida, intenta recuperar su carta y salen todas volando. Con la ayuda de Ethan, consigue reunir la mayoría. Pero faltan siete. Siete secretos sueltos por ahí, esperando a que alguien los encuentre.
Weitere Infos & Material
CAPÍTULO UNO
Natalia
NOCHE DEL BAILE DE FIN DE CURSO, 2:08 A. M.
ME VIENEN A LA CABEZA unas diecinueve razones para no seguir a Ethan a su habitación ahora mismo.
Una: mañana tengo entrenamiento de atletismo. Dos: después toca grupo de estudio para los exámenes finales. Tres: mi empeño por ignorar estos sentimientos a toda costa.
Pero entonces él esboza esa media sonrisa tan suya y me pregunta con la voz un poco ronca por la hora que es:
–¿Un duelo de altavoces?
Y ahí se me acaban las razones.
Teniendo en cuenta que todos los demás han caído abatidos a nuestro alrededor después del baile, lo más sensato sería dormir.
Esbozo una sonrisa de oreja a oreja y lo sigo escaleras arriba.
Cuando cierro la puerta de su habitación, por fin nos quedamos solos. Algo que siempre me ha gustado.
O solía gustarme.
Echo un vistazo a su habitación en busca de cambios que me haya podido perder durante los meses que he dejado de venir. No hay nada drástico. Está todo colocado, como siempre, aunque se nota que es un cuarto en el que vive alguien. Conozco estas paredes de color azul cielo casi tanto como las mías. Pilas de libros junto a la cama. Un amplio escritorio cubierto de dispositivos y tazas. Me fijo en la foto enmarcada que le regalé el año pasado, donde salimos hombro con hombro, riendo en la playa, con los ojos cerrados y el pelo al viento. Es un dormitorio acogedor, que irradia una calidez y tranquilidad reconfortantes, igual que Ethan.
–Toma –dice, lanzándome una de sus sudaderas.
Contengo una sonrisa. Ni siquiera he tenido que pedírsela.
–Espero que esté limpia –señalo.
Ethan pone los ojos en blanco y se tumba en su enorme cama para encender la música. Tiene un cuerpo de extremidades largas y músculos definidos que se ha moldeado en la pista de baloncesto.
Me pongo la sudadera, que huele a él, y al hacerlo, se me sueltan un par de horquillas del peinado. Me coloco los mechones rebeldes y me remango porque me queda demasiado grande.
Me doy la vuelta y veo que Ethan me observa fijamente, como si hubiera estado pendiente de mí, pero enseguida desvía la mirada hacia su teléfono.
Antes me he quitado el vestido negro y barato que he llevado al baile y, al colgarlo junto al traje hecho a medida de Ethan, me he estremecido por dentro. Sabía que mi vestido no iba a destacar frente a las prendas de diseño del resto de alumnos, pero no esperaba sentirme tan insignificante. Es una sensación nueva para mí.
Mundos diferentes.
Las palabras retumban en mi mente. Una advertencia que no le he comentado a Ethan. Últimamente, hay muchas cosas que no le he contado a mi mejor amigo.
Nos tumbamos en la cama como siempre, uno al lado del otro, a un brazo de distancia, apoyados en nuestros codos y mirándonos a la cara. Nuestros cuerpos recuerdan la danza de nuestra amistad, aunque yo la haya olvidado.
Cojo el móvil para elegir alguna canción para el duelo de altavoces: el juego que tenemos para ver quién se empareja primero con su altavoz Bluetooth. Es una tontería, pero es una de nuestras tradiciones. Justo lo que necesitamos para aliviar la tensión que últimamente se cierne sobre nosotros.
–A ver, déjame adivinar, ¿vas a elegir algo triste e indie para chicas? –pregunta.
Detengo el pulgar. Era justo lo que iba a escoger, pero no pienso darle el gusto.
–Ya lo escucharás cuando te gane.
Baja la barbilla para alinear nuestras miradas.
–Hace tanto que no vienes que seguro que el altavoz ni te recuerda.
Está de broma, pero hay algo en su forma de decirlo que sugiere... ¿dolor? y, sin duda, confusión. Evito su mirada, tumbándome boca abajo y cruzando los tobillos como si tuviera una cola de sirena.
Ethan me mira los pies sorprendido, antes de clavar la vista en mis ojos.
–Natalia –dice con calma–, ¿te has subido a mi cama con los zapatos puestos?
Miro por encima del hombro hacia mis pies.
–¿Qué zapatos? Las chanclas no cuentan.
–Cuenta cualquier cosa que traiga arena a mi cama –afirma él, taladrándome con la mirada.
–No seas tan Virgo –le respondo, moviendo los pies de un lado a otro para fastidiarlo.
–Habló la maniática del control –murmura, negando con la cabeza. Se incorpora, se apoya en un brazo y me agarra los tobillos con sus grandes manos para detener mis movimientos. Luego me quita con cuidado las chanclas, que caen en la mullida alfombra con un sonido suave. Al notar sus dedos rozándome ligeramente las piernas antes de soltarlas, siento un cosquilleo en el estómago–. Cuando estamos solos, eres un auténtico demonio.
Bato las pestañas.
–Es parte de mi encanto.
–Ya lo creo –repone él con cariño.
Mientras vuelve a su posición anterior, no puedo evitar observar las líneas definidas de su mandíbula y pómulos. Los ángulos y curvas que tengo grabados en la memoria. Por enésima vez, me entran unas ganas enormes de dibujarlo y tengo que apretar las manos para reprimir la tentación.
Aunque le da vergüenza, no me extraña que esta noche lo hayan elegido rey del baile. Y eso que solo está en tercero, no en último curso. Con ese pelo oscuro y alborotado y esa mirada penetrante, parece un príncipe oscuro sacado de un cuento.
–¿Por qué me miras así? –pregunta, entrecerrando los ojos con curiosidad.
–No sé. ¿Así cómo? Bah, déjalo –digo a toda prisa.
–Va... le.
Del altavoz emana un leve bip anunciando que un teléfono se ha conectado. Esperamos. Cuando empieza a sonar un ritmo lo-fi, suelto un bufido y Ethan se regodea en su victoria. Puede que tuviera razón cuando me ha dicho que su altavoz ya no me recuerda. Algo que me pone más triste de lo que debería.
–¿Sabías que...? –empieza a decir, pero luego se detiene y se aclara la garganta–. No importa, es una tontería.
–Lo dudo –digo, animándolo a continuar.
Ethan nunca había considerado que sus ideas fueran una tontería hasta que empezó a llamar la atención del grupo de los populares. Y eso es algo que me cabrea. Me encantan esos giros inesperados en sus conversaciones, repletos de datos, trivialidades y citas. Son pistas de lo que está pensando. Le lanzo una mirada expectante.
–Está bien... ¿Sabías que Virgo significa «virgen» en latín?
–Sí –respondo, como si fuera una obviedad. Todos tenemos que estudiar un año de latín en el instituto Liberty. Recurro a mi tono sarcástico, porque ya me resulta bastante difícil contener estos sentimientos en cualquier noche que no sea la del baile y sin estar a solas con él. Pero ahora está increíblemente guapo bajo la luz de la luna y hablando de virginidad. ¿Qué será lo siguiente? ¿El absurdo pacto que hicimos en primero?
Ethan juega con un hilo suelto de su camiseta, enrollándolo alrededor de su dedo en un sentido, para desenrollarlo y volverlo a enrollar en el contrario.
–En el pasado, también se usaba como sinónimo de «doncella», lo que es ridículo, porque da entender que solo las chicas pueden tener esa condición.
Un momento.
Me incorporo, con los ojos muy abiertos.
–Ethan Forrester, ¿estás insinuando que te has acostado con alguien?
Me mira con la misma cara de sorpresa.
–¿Qué? ¡No, claro que no!
Siento un alivio tan grande que hasta me molesta. No quiero pensar en Ethan con otra persona; sin embargo, mentiría si dijera que no me lo he planteado nunca. Siempre ha sido un chico atractivo, pero todo el mundo se dio cuenta cuando «Ethan, el desgarbado» se convirtió en «el tío bueno de Ethan»; y yo no fui la excepción.
–Entonces, ¿sigues siendo un virgo Virgo? –digo en tono de broma.
–Bueno, supongo que depende de cómo lo interpretes –responde sin mirarme–. Pero, en teoría, sí.
Noto el calor ascendiendo por mi cuello.
–Vaya. Eso es bastante... concreto –logro decir–. ¿Desde cuándo hemos decidido que esto es algo de lo que vamos a hablar?
–¡Pero si me lo acabas de preguntar!
«Las chicas como tú hacen que los chicos cometan locuras». ¿Será esto una de ellas? Necesito cambiar de tema ya.
–Además –Ethan me mira de reojo–, nosotros hablamos de todo.
De todo no.
Siento un pinchazo de culpa en el pecho.
Ay, ¿qué estoy haciendo? No debería estar tumbada junto a Ethan...




