E-Book, Spanisch, Band 424, 268 Seiten
Reihe: Historia
de Villalón El Crotalón
1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9897-215-3
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 424, 268 Seiten
Reihe: Historia
ISBN: 978-84-9897-215-3
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Cristóbal de Villalón (c. 1505-c. 1588). España. Se graduó de bachiller en artes en Alcalá. Estudió en la Universidad de Salamanca en 1525 y en su facultad de teología conoció a los más prestigiosos humanistas de su tiempo. En 1530 fue catedrático en Valladolid y en 1532 ejerció como profesor de latín de los hijos del Conde de Lemos. No se tienen noticias de su vida a partir de 1588. Se dice que profesó la fe luterana. Sin embargo, Marcelino Menéndez y Pelayo lo negó en el libro IV de su Historia de los heterodoxos españoles argumentando que el Crotalón contiene duras invectivas contra los protestantes. Su primera obra es la Tragedia de Mirrha (1536), novela dialogada que se inspira en los amores incestuosos entre Mirrha y su padre, el rey Cíniras, tratados por Ovidio en su Metamorfosis. Por entonces Villalón también escribió el Scholástico. Su obra más popular fue Provechoso tratado de cambios y contrataciones de mercaderes y reprobación de usuras, dedicado a los problemas morales de la actividad de los prestamistas desde una visión teológica y comercial. En 1558 publicó su Gramática castellana, más alejada del latín que la de Antonio de Nebrija.
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Argumento del primer canto del gallo
En el primer canto que se sigue el autor propone lo que ha de tratar en la presente obra, narrando el primer nacimiento del gallo y el suceso de su vida.
DIÁLOGO - INTERLOCUTORES
Micilo capatero pobre y un Gallo suyo
¡O líbreme Dios de gallo tan maldito y tan vocinglero! Dios te sea adverso en tu deseado mantenimiento, pues con tu ronco e importuno vocear me quitas y estorbas mi sabroso y bienaventurado sueño, holganza tan apacible de todas las cosas. Ayer en todo el día no levanté cabeza trabajando con el alesna y cerda, y aún sin dificultad es pasada la media noche y ya me desasosiegas en mi dormir. Calla; si no en verdad que te dé con esta horma en la cabeza, que más provecho me harás en la olla cuando amanezca, que haces ahí voceando.
Gallo: Maravíllome de tu ingratitud, Micilo, pues a mí que tanto provecho te hago en despertarte por ser ya hora conveniente al trabajo, con tanta cólera me maldices y blasfemas. No era eso lo que ayer decías renegando de la pobreza, sino que querías trabajar de noche y de día por haber alguna riqueza.
Micilo: ¡O Dios inmortal! ¿Qué es esto que oyo? ¿El gallo habla? ¿Qué mal agüero o monstruoso prodigio es éste?
Gallo: ¿Y deso te escandalizas, y con tanta turbación te maravillas, o Micilo?
Micilo: Pues, cómo ¿y no me tengo de maravillar de un tan prodigioso acontecimiento? ¿Qué tengo de pensar sino que algún demonio habla en ti? Por lo cual me conviene que te corte la cabeza, porque acaso en algún tiempo no me hagas otra más peligrosa ilusión. ¿Huyes? ¿Por qué no esperas?
Gallo: Ten paciencia, Micilo, y oye lo que te diré, que te quiero mostrar cuán poca razón tienes de escandalizarte, y aun confío que después no te pesará oírme.
Micilo: Agora siendo gallo, dime: ¿tú quién eres?
Gallo: ¿Nunca oíste decir de aquel gran filósofo Pitágoras, y de su famosa opinión que tenía?
Micilo: Pocos capateros has visto te entender con filósofos. A mí a lo menos poco me vaga para entender con ellos.
Gallo: Pues mira que éste fue el hombre más sabio que hubo en su tiempo, y éste afirmó y tuvo por cierto que las almas después de criadas por Dios pasaban de cuerpos en cuerpos. Probaba con gran eficacia de argumentos que, en cualquiera tiempo que un animal muere, está aparejado otro cuerpo en el vientre de alguna hembra en disposición, de recibir alma, y que a éste se pasa el alma del que agora murió. De manera que puede ser que una misma alma, habiendo sido criada de largo tiempo, haya venido en infinitos cuerpos, y que agora quinientos años hubiese sido rey, y después un miserables aguadero; y así en un tiempo un hombre sabio, y en otro un necio, y en otro rana, y en otro asno, caballo o puercos; ¿Nunca tú oíste decir esto?
Micilo: Por cierto, yo nunca oí cuentos ni músicas más agraciadas que aquellas que hacen entre sí cuando en mucha priesa se encuentran las hormas y charambiles con el tranchete.
Gallo: Así parece ser eso. Porque la poca experiencia que tienes de las cosas te es ocasión que agora te escandalizes de ver cosa tan común a los que leen.
Micilo: Por cierto que me espantas de oír lo que dices.
Gallo: Pues dime agora: ¿De dónde piensas que les viene a muchos brutos animales hacer cosas tan agudas y tan ingeniosas que aun muy enseñados hombres no bastaran hacerlas? ¿Qué has oído decir del elefante, del tigre, lebrel y raposa? ¿Qué has visto hacer a una mona? ¿Qué se podría decir de aquí a mañana? Ni habrá quien tanto te diga como yo si el tiempo nos diese a ello lugar, y tú tuvieses de oírlo gana y algún agradecimiento. Porque te hago saber que ha más de mil años que soy criado en el mundo, y después acá he vivido en infinitas diferencias de cuerpos, en cada uno de los cuales me han acontecido tanta diversidad de cuentos, que antes nos faltaría tiempo que me faltase a mí decir, y a ti que holgases de oír.
Micilo: ¡O mi buen gallo, qué bienaventurado me sería el señorío que tengo sobre ti, si me quisieses tanto agradar que con tu dulce y sabrosa lengua me comunicases alguna parte de los tus fortunosos acontecimientos! Yo te prometo que en pago y galardón de este inestimable servicio y placer te dé en amaneciendo la ración doblada, aunque sepa quitarlo de mi mantenimiento.
Gallo: Pues por ser tuyo te soy obligado agradar, y agora más por ver el premio relucir.
Micilo: Pues, aguarda, encenderé candela y ponerme he a trabajar. Agora comienza, que oyente tienes el más obediente y atento que nunca a maestro oyó.
Gallo: ¡O dioses y diosas, favoreced mi flaca y deleznable memoria!
Micilo: ¿Qué dices? ¿Eres hereje o gentil? ¿Cómo llamas a los dioses y diosas?
Gallo: Pues ¡cómo!, ¿y agora sabes que todos los gallos somos franceses como el nombre nos lo dice, y que los franceses hacemos deso poco caudal? Principalmente después que hizo liga con los turcos nuestro rey, trájolos allí, y medio profesamos su ley por la conversación. Pero de aquí adelante yo te prometo de hablar contigo en toda religión.
Micilo: Agora pues comienza, yo te ruego, y has de contar desde el primero día de tu ser.
Gallo: Así lo haré; tenme atención, yo te diré cosas tantas y tan admirables que con ningún tiempo se puedan medir, y si no fuese por tu mucha cordura no las podrías creer. Decirte he muchos acontecimientos de grande admiración. Verás los hombres convertidos en bestias, y las bestias convertidas en hombres y con gran facilidad. Oirás cautelas, astucias, industrias, agudezas, engaños, mentiras y tráfagos en que a la contina emplean los hombres su natural. Verás, en conclusión, como en un espejo lo que los hombres son de su natural inclinación, por donde juzgarás la gran liberalidad y misericordia de Dios.
Micilo: Mira, gallo, bien que pues yo me confío de ti, no pienses agora con arrogancias y soberbia de elocuentes palabras burlar de mí contándome tan grandes mentiras que no se puedan creer, porque puesto caso que todo me lo hagas con tu elocuencia muy claro y aparente, aventuras ganar poco interés mintiendo a un hombre tan bajo como yo, y hacer injuria a ese filósofo Pitágoras que dices que en otro tiempo fueste y al respeto que todo hombre se debe a sí. Porque el virtuoso en el cometimiento de la poquedad no ha de tener tanto temor a los que la verán, como a la vergüenza que debe haber de sí.
Gallo: No me maravillo, Micilo, que temas hoy de te confiar de mí, que te diré verdad por haber visto una tan gran cosa y tan no usada ni oída de ti como ver un gallo hablar. Pero mira bien que te obliga mucho, sobre todo lo que has dicho, a me creer, considerar que pues yo hablé, y para ti, que no es pequeña muestra de deidad, a la cual repugna el mentir. Y ya cuando no me quisieres considerar más de gallo confía de mí, que terné respecto al premio y galardón que me has prometido dar en mi comer, porque no quiero que me acontezca contigo hoy lo que aconteció a aquel ambicioso músico Evangelista en esta ciudad. Lo cual por te hacer perder el temor quiero que oyas aquí. Tú sabrás que aconteció en Castilla una gran pestilencia, que en un año entero y más fue perseguido todo el reino de gran mortandad. De manera que en ningún pueblo que fuese de algunos vecinos se sufría vivir, porque no se entendía sino en enterrar muertos desde que amanecía hasta en gran pieza de la noche que se recogían los hombres a descansar. Era la enfermedad un género de postema nacida en las ingles, sobacos o garganta, a la cual llamaban landre. De la cual, en siendo heridos, sucedía una terrible calentura, y dentro de veinte y cuatro horas hería la postema en el corazón y era cierta la muerte. Convenía huir de conversación y compañía, porque era mal contagioso, que luego se pegaba si había ayuntamiento de gentes; y así huían los ricos que podían de los grandes pueblos a las pequeñas aldeas que menos gente y congregación hubiese. Y después se defendía la entrada de los que viniesen de fuera con temor que trayendo consigo el mal corrompiese y contaminase el pueblo. Y así acontecía que el que no salía temprano de la ciudad juntamente con sus alhajas y hacienda, si acaso saliese algo tarde cuando ya estaba encendida la pestilencia, andaba vagando por los campos porque no le querían acoger en parte alguna, por lo cual sucedía morir por allí por mala provisión de hambre y miseria corridos y desconsolados. Y lo que más era de llorar, que puestos en la necesidad los padres, huían dellos los hijos con la mayor crueldad del mundo, y por el semejante huían dellos los padres por escapar cada cual con la vida. Y sucedía que por huir los sacerdotes el peligro de la pestilencia, no había quien confesase ni administrase los sacramentos, de manera que todos morían sin ellos; y en el entierro, o quedaban sin sepultura, o se echaban veinte personas en una. Era, en suma, la más trabajada y miserable vida e infeliz que ninguna lengua ni pluma puede escribir ni encarejer. Teníase por conveniente medio, do quiera que los hombres estaban ejercitarse en cosas de alegría y placer: en huertas, ríos, fuentes, florestas, jardines, prados, juegos, bailes y todo género de regocijo, huyendo a la contina con todas sus fuerzas de cualquiera ocasión que los pudiese dar tristeza y pesar. Agora quiero te decir una cosa notable que en esta nuestra ciudad pasó, y es que se tomó por ocupación y ejercicio salutífero, y muy conveniente para evitar la tristeza y ocasión del mal, hacer en todas las calles pasos, o lo que los antiguos llamaron palestras o estadios; y porque mejor me entiendas digo que se hacían en todas las calles unos palenques que...