de las Casas | De las antiguas gentes del Perú | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 93, 116 Seiten

Reihe: Historia

de las Casas De las antiguas gentes del Perú


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9897-034-0
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

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Reihe: Historia

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Basta esta cita de De las antiguas gentes del Perú para comprender la idea del 'buen gobierno' de los Incas descrita por Bartolomé de las Casas: Consideraba en esta visita de la tierra, si se podía hacer alguna semilla o árboles y frutales que no fructificaban, o no tanto, en otras partes, y era necesaria, y traía de otra tierra hombres que la supiesen sembrar y cultivar y a los naturales de allí lo enseñasen; a los cuales mandaba galardonar y repartir tierras y solares para sus casas y heredades. Consideraba asimismo la condición e inclinaciones de las gentes, y si entendía que eran orgullosos o inquietos, traía de otros pueblos, mayormente de los que tenía más conocidos y experimentados por fieles y obedientes, aprobados y leales, donde mandaba que morasen y usasen de sus oficios o ejercicios que en su naturaleza usaban, para que los de allí aprendiesen a vivir quietos, y para que, entendiendo que el rey los mandaba poner allí por esta causa, temiesen de hacer novedades, como quien tenía cabe si las espías y testigos que habían luego de avisar al señor, y por consiguiente, de causar en el pueblo inquietud se descuidasen.

Bartolomé de las Casas (Sevilla, 1474-Madrid, 1566). España. En 1502 fue a La Española (hoy República Dominicana) para hacerse cargo de las propiedades de su padre. Diez años después fue el primer sacerdote ordenado en América. Más tarde vivió en Cuba y obtuvo numerosas riquezas gracias a los repartimientos y encomiendas. En 1514 regresó a España, y renunció a todas sus propiedades. Afectado por su experiencia americana, pretendió imponer un nuevo modelo de evangelización y se convirtió en un ferviente defensor de los derechos de los indios. Sin embargo, su actitud provocó la enemistad de obispos, gobernadores y miembros del poderoso e influyente Consejo de Indias. En 1520 volvió a América para poner en práctica en Cumaná (Venezuela) sus ideas sobre una colonización pacífica. Fracasó. Años después predicó en tierras de Nicaragua y Guatemala, hasta que en 1540 regresó a España, donde fue uno de los más destacados impulsores de las Leyes Nuevas (1542). Nombrado obispo en Sevilla, en 1544, tomó posesión de la diócesis de Chiapas (provincia de la capitanía general de Guatemala), allí denunció los crímenes de los colonos. Tuvo muchos enemigos. En 1546 pasó a México y un año después regresó a España. Durante esta época redactó su Historia de las Indias (1552-1561), publicada en 1875. Su defensa de los indígenas le hizo reclamar la presencia de negros africanos para que trabajasen como esclavos en América en lugar de aquéllos.
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Capítulo V. De la gente militar, su educación y disciplina; armas, provisiones y almacenes para ellas; táctica y política en la guerra


Yendo, pues, por este camino, y prosiguiendo la materia comenzada de la gente de guerra, entremos en la relación de las gentes del Perú, dejados otros reinos y provincias.

Grande solía ser la provisión y cuidado tenía della, para que fuesen proveídos todos los hombres de guerra en aquella tierra. De aquí y de otros muchos argumentos que abajo se traerán, parece seguirse que en aquellos reinos del Perú había gente señalada y dedicada para sólo la guerra, sin tener ni que vacasen a otro ningún oficio; y es así, según afirman los religiosos que por muchos años de conversación y experiencia la lengua de aquella tierra estudiaron y supieron y de propósito han inquirido las leyes y costumbres y secretos y antigüedades de aquellas gentes penetrado. Tenían, pues, ordinarias guarniciones y gente de armas que no entendían en otra cosa sino en las guerras y estar aparejados para ellas. Por esto eran muy privilegiados y exentos de otros servicios.

El modo que se tenía en elegir los hombres para la milicia, era éste: En cada pueblo había maestros de enseñar la manera de pelear y ejercitarse en las armas. Estos tenían cargo de tomar todos los niños de diez hasta dieciocho años, en cierta hora o horas del día, y dábanles forma de reñir de burlas o de veras entre sí y [que] se ejercitasen como quiera en las armas; y los que destos salían de más fuerzas y más valientes, más ligeros y aptos para la guerra, y feroces, aquellos mandaba el rey que los señalasen y fuesen dedicados al ejercicio bélico, y desde adelante cada día más usasen a pelear de burlas o de veras, hasta que fuesen de edad para servirse dellos en las guerras. Mandábales dar sueldo conveniente de que comiesen y se criasen, y que gozasen de sus privilegios.

Tenían otra manera de probar los niños y conocer lo que después de grandes harían en las peleas. Después de llegados a los dieciocho años, poníanlos delante del capitán general o de aquel maestro que tenía cargo deste ejercicio, y mandaba a uno que tenía una porra o alguna otra arma en la mano, «ven acá, mátame aquél», [e] iba y alzaba la porra como que le quería dar; y si el mozo rehuía la cara de miedo, apartábalo y dejábalo para que toda su vida fuese labrador, y su oficio y ocupación fuesen obras serviles; pero al que no huía la cara, dedicábanlo para el arte militar, mandándole que siempre se ocupase en ella; y desde luego era hidalgo, y gozaba de los militares privilegios. Por estas vías tenían los reyes de aquellos reinos de señalados hombres muchas grandes guarniciones.

Todos los privilegios y exenciones que la gente de guerra de los reyes concedidos tenían, eran a costa del rey; y cuando movía guerra alguna, de sus rentas todos los gastos y sueldo de la gente pagaba, porque el pueblo en cosa ninguna fuese gravado. Para provisión de lo cual, tenían los reyes modo y providencia admirables. Habían mandado edificar en los cerros muy altos y lugares cómodos, según la calidad y disposición de las provincias muchas casas en renglera y juntas unas con otras, muy grandes, y depósitos de todas las cosas de que había en todo el reino, que ninguna cosa faltaba. Unas estaban llenas del maíz o trigo, pan común de la tierra firme destas Indias, y frísoles, habas, papas, camotes, xicamas, que todas son raíces comestibles y buenas, con otras especies dellas. Había depósitos de sal, de carne seca y curada al Sol sin sal, carne también salada y pescado salado y pescado sin sal, curado al Sol y otras cecinas; y finalmente grandísima provisión y abundancia de comida, cuanta se podía haber y había por todo el reino.

Había otros depósitos de ovejas y carneros vivos, así para comer como para llevar cargas. Había casas y depósitos llenos de lana en gran cantidad, y de mucho algodón con sus capullos y en pelo, y también hilado. Otras casas llenas de camisetas y mantas hechas de lana fina y de lindos colores, y de camisetas y mantas de algodón. Casas llenas de cabuya, henequén y de pita, que ya dijimos ser especie de lino, y de cáñamo; desta mucha en pelo y en cerro, y de hilada y torcida, e infinitas sogas y cabestros dello hechos. De inmensa cantidad de cotaras, que son su calzado para los pies, como alpargatas, hechos de diversas y lindas maneras. Había depósitos también de mantas muy ricas y de naguas, que son las faldillas o medias faldillas, y camisas riquísimas para solas las grandes señoras. Había depósitos de gran número de toldos, que son como tiendas de campo, para la gente de guerra. Infinita cantidad de hondas y piedras hechizas para tirar con ellas; arcos y flechas y hachas de armas y porras de cobre y de plata, y macanas, que son llanas, aunque sirven como porras; rodelas, plumajes; infinita bixa, ques la color bermeja, conque se untaban para se parar horribles y feroces en las batallas; de manera, que ninguna cosa en aquestos depósitos de provisión faltaba, ni para guerra ni para paz. Las porras eran a manera de estrellas, y pasaba el palo por medio con un astil cuasi de cuatro palmos, y traíanlas ceñidas al cuerpo del brazo, y las hachuelas de armas, con otro astil de tres palmos, al otro lado, atadas a la muñeca del brazo. Algunas porras eran de piedra labrada. Estos vocablos cotaras, macanas, bixa y maíz y maguey, fueron vocablos desta isla, y no de la Tierra Firme, porque por otros vocablos allá estas cosas llaman.

Las causas porque movían comúnmente sus guerras eran, o porque alguna provincia de las sujetas se venía a quejar de otra que no era súbdita, por alguna injuria o daño della recibido, o porque alguna de las sujetas contra el rey se rebelaba; y éstas eran las causas ordinarias. Otras hubo, algunas veces por ambición del rey, queriendo dilatar su imperio, y señorío, como hacen muchos tiranos en el mundo.

Antiguamente, antes que señoreasen aquellos reinos los reyes Incas, tenían guerra sobre las aguas y tierras; y por estas causas tenían sus pueblos en cerros altos y en peñas, y hacían fortalezas donde subían su comida con mucho trabajo y pena. No tenían otras armas sino hondas, y unas rodelas. Éstos eran los de las sierras; pero los de Los Llanos, que se llaman yungas, tenían flechas y unos dardos que tiraban con amiento, y debían ser como las tiraderas de esta isla.

Cuando la provincia era pequeña contra la cual se determinaba la guerra, enviaba el rey a un deudo suyo por capitán general; pero si era grande, iba él en persona a dar la batalla.

La gente de guerra estaba tan bien morigerada, tan modesta, tan ordenada y tan contenida dentro de los límites de la razón, que cincuenta mil hombres y muchos más que solían, si era menester, juntarse, iban por los caminos reales; y llegando y pasando por los términos de cualquiera lugar chico o grande, no entraba en el pueblo hombre alguno dellos, sino todos se aposentaban en el campo; y si convenía, por la comodidad, entrar en el pueblo, estábanse en la plaza sin entrar en alguna casa; y aunque viniesen rabiando de hambre, no osaría hombre de ellos tomar un pollo ni grano de maíz, ni hacer menos a ningún vecino, contra su voluntad, un hilo de lana.

Luego, los oficiales que para esto allí, el rey tenía puestos, sacaban las provisiones de comida y bastimento que tenían ya guisada y aparejada, y de todas las otras cosas que al ejército y a cada particular persona dél eran necesarias. Repartíanse por sus cohortes y capitanías los vestidos, calzados, tiendas y armas y todo lo demás que les faltaba. Hurto, agravio, fuerza, mala palabra a ninguna persona era dicha ni hecho, ni había quien ninguno del ejército se quejase, porque hubiera gran castigo, y sobre ello había gran orden y cuidosísimo recaudo. Pero, principalmente procedía esta observancia, de ser la gente de su naturaleza más que otra del mundo sujetísima y obedientísima a sus reyes y señores, por su innata mansedumbre y humildad. Y así, aquellos ejércitos, tanta era su modestia, su orden, su regla y la justicia que para con todos guardaban, que más se podían decir parecer convento de frailes muy regulados, no quiero decir que destos soldados, pero que ni muy quietos y honestos ciudadanos.

La misma provisión y en toda abundancia de las cosas necesarias hallaba el ejército en cualquiera despoblado por donde pasaba, porque en todas partes había los grandes depósitos llenos de las cosas de provisión de suso señaladas.

Cuando comenzaban a pelear, lo primero era con las hondas, en que eran muy diestros y con que disparaban infinita pedrería, como entre nosotros disparamos nuestra artillería, cuando al ejército contrario puede alcanzar; después que más se acercaban, peleaban con las flechas; a la postre venían a las manos y usaban de las porras y macanas y las otras armas.

Si la gente contraria o culpada salía a recibir de paz con humildad y satisfacía y aplacaba de obra o por palabra, siempre los recibían con benignidad, y a los que les hacían guerra solamente peleaban hasta sujetarlos. Después de sujetos, tomábanles alguna gente para su servicio, a manera de esclavos, los cuales poco diferían de libres en los trabajos que los imponían y en el ordinario tratamiento. No eran crueles contra los enemigos ni se holgaban de matar ni hacer en ellos crueldades después de rendidos, antes fácilmente se aplacaban y perdonaban las injurias recibidas, desque vían las victorias ser concluidas.

Tenían cierta manera de orden de caballería, cuasi como los de la Nueva España, aunque no con tantas ceremonias ni a tanta costa, puesto que, por ventura de más alta guisa; y debía ser para obligar los caballeros a hacer valentías en...



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