E-Book, Spanisch, Band 19, 144 Seiten
Reihe: Religión
de Jesús Las moradas
1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9953-287-5
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 19, 144 Seiten
Reihe: Religión
ISBN: 978-84-9953-287-5
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Santa Teresa de Jesús (Ávila, 1515-1582). España. Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Ávila, el 28 de marzo de 1515, hija de los nobles Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila de Ahumada. En la casa donde nació se alza en la actualidad la iglesia conventual de Santa Teresa, construida por los carmelitas a inicios del siglo XVII. En su obra, santa Teresa habla de los efluvios del amor divino que experimentó ya en la niñez y juventud. Santa Teresa también tuvo en su juventud gran pasión por la lectura, en especial de libros de caballerías, al menos hasta que tomó votos como monja. A los doce años perdió a su madre, y a los dieciséis su padre la ingresó en el convento de Santa María de Gracia. Posteriormente, en 1534 (a los diecinueve años de edad), Teresa profesó en el convento carmelita de la Encarnación de Ávila. Poco después cayó gravemente enferma, y estuvo una temporada en un balneario de aguas medicinales. Al parecer, su salud estuvo marcada por periódicos episodios en que experimentaba algún tipo de éxtasis paroxístico que, en ocasiones, le hacían perder el sentido. Este extraño trastorno se ha asociado con el misticismo que caracteriza parte de su obra, pero también ha sido interpretado parcialmente como una muestra no tanto de trance místico, sino de asomo pudoroso de cierta incontinencia de la libido. En una carta a un hermano, también afectado por este tipo de arrobamientos místicos, le dice: '¡Bueno anda Nuestro Señor! Paréceme que quiere mostrar su grandeza en levantar gente ruin. Sepa que ha más de ocho días que ando de suerte, que, a durarme, pudiera mal acudir a tantos negocios [se encuentra en plena actividad de reforma de la Orden]. Desde antes que escribiese a vuestra merced me han tornado los arrobamientos, y me ha dado pena: porque ha sido en público... Ni basta resistir, ni se pueden disimular. Quedo tan corridísima, que me querría meter no sé dónde. Harto ruego a Dios que me quite esto en público: pídaselo vuestra merced...'. La labor conventual de santa Teresa se dirigió a un reformismo espiritualista que intensificó el enclaustramiento y la vida en el interior de los conventos. Creadora de la suborden de las carmelitas descalzas, su primer convento fue el de San José, fundado en 1562, en Ávila. Para ello obtuvo la colaboración de sus familiares y otros nobles (entre ellos, la duquesa de Alba). También obtuvo ayuda de religiosos, como san Juan de la Cruz, a quien la unieron la fe y también la amistad y la literatura. La creación de la orden reformada (o de las descalzas) no estuvo exenta de obstáculos, ya que fue causa de conflictos con autoridades civiles y eclesiásticas, y hasta le valió una pena de reclusión en Toledo y un proceso inquisitorial que, finalmente, no prosperó. Dedicada a implantar y consolidar su Orden, así como a la escritura, la vida de santa Teresa transcurrió en ambientes conventuales hasta su muerte, el 4 de octubre de 1582, a los sesenta y siete años de edad. Fue beatificada en 1614 y canonizada en 1622, y es habitual referirse a ella como santa Teresa de Ávila o santa Teresa de Jesús.
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Moradas segundas
Capítulo único
Ahora vengamos a hablar cuáles serán las almas que entran a las segundas Moradas y qué hacen en ellas. Querría deciros poco, porque lo he dicho en otras partes bien largo, y será imposible dejar de tornar a decir otra vez mucho de ello, porque cosa no se me acuerda de lo dicho; que si se pudiera guisar de diferentes maneras, bien sé que no os enfadárades, como nunca nos cansamos de los libros que tratan de esto, con ser muchos.
Es de los que ya han comenzado a tener oración y entendido lo que les importa, no se quedar en las primeras Moradas; mas no tienen an determinación para dejar muchas veces de estar en ella, porque no dejan las ocasiones, que es harto peligro. Mas harta misericordia es que algún rato procuren huir de las culebras y cosas emponzoñosas y entiendan que es bien dejarlas. Éstos, en parte, tienen harto más trabajo que los primeros, aunque no tanto peligro; porque ya parece lo entienden, y hay gran esperanza de que entrarán más adentro. Digo que tienen más trabajo, porque los primeros son como mudos, que no oyen, y así pasan mejor su trabajo de no hablar, lo que no pasarían sino muy mayor, los que oyesen y no pudiesen hablar; mas no por eso se desea más lo de los que no oyen, que, en fin, es gran cosa entender lo que nos dicen. Así éstos entienden los llamamientos que les hace el Señor; porque, como van entrando más cerca de donde está su Majestad es muy buen vecino, y tanta su misericordia y bondad, que an estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y contentos y baraterías del mundo, y an cayendo y levantando en pecados, porque estas bestias son tan ponzoñosas, y peligrosa su compañía, y bulliciosas, que por maravilla dejarán de tropezar en ellas para caer, con todo esto, tiene en tanto este Señor nuestro que le queramos y procuremos su compañía, que una vez u otra no nos deja de llamar, para que nos acerquemos a Él; y es esta voz tan dulce, que se deshace la pobre alma en no hacer luego lo que le manda; y así, como digo, es más trabajo que no lo oír. No digo que son estas voces y llamamientos como otras que diré después, sino con palabras que oyen a gente buena, o sermones, o con lo que leen en buenos libros, y cosas muchas que habéis oído, por donde llama Dios, o enfermedades, trabajos, y también con una verdad que enseña en aquellos ratos que estamos en la oración, sean cuan flojamente quisierdes, tiénelos Dios en mucho. Y vosotras, hermanas, no tengáis en poco esta primer merced, ni os desconsoléis, aunque no respondáis luego al Señor, que bien sabe su Majestad aguardar muchos días y años, en especial cuando ve perseverancia y buenos deseos. Esta es lo más necesario aquí, porque con ellas jamás se deja de ganar mucho. Mas es terrible la batería que aquí dan los demonios, de mil maneras, y con más pena del alma que an en la pasada; porque acullá estaba muda y sorda, al menos oía muy poco y resistía menos, como quien tiene, en parte, perdida la esperanza de vencer. Aquí está el entendimiento más vivo y las potencias más hábiles: andan los golpes y la artillería de manera que no lo puede el alma dejar de oír. Porque aquí es el representar los demonios estas culebras de las cosas del mundo y el hacer los contentos de él casi eternos: la estima en que está tenido en él, los amigos y parientes, la salud en las cosas de penitencia, que siempre comienza el alma que entra en esta Morada a desear hacer alguna, y otras mil maneras de impedimentos. ¡Oh Jesús, qué es la baraúnda que aquí ponen los demonios y las aflicciones de la pobre alma, que no sabe si pasar adelante o tornar a la primera pieza! Porque la razón, por otra parte, le representa el engaño que es pensar que todo esto vale nada en comparación de lo que pretende; la fe la enseña cuál es lo que le cumple; la memoria le representa en lo que paran todas estas cosas, trayéndole presente la muerte de los que mucho gozaron estas cosas que ha visto; cómo algunas ha visto súpitas, cuán presto son olvidados de todos, cómo ha visto a algunos que conoció en gran prosperidad pisar debajo de la tierra, y an pasado por la sepultura él muchas veces, y mirar que están en aquel cuerpo hirviendo muchos gusanos, y otras hartas cosas que le pueden poner delante. La voluntad se inclina a amar adonde tan innumerables cosas y muestras ha visto de amor, y querría pagar alguna; en especial se le pone delante, cómo nunca se quita de con él este verdadero amador, acompañándole, dándole vida y ser. Luego el entendimiento acude con darle a entender que no puede cobrar mejor amigo, aunque viva muchos años; que todo el mundo está lleno de falsedad, y estos contentos que le pone el Demonio de trabajos y cuidados y contradicciones, y le dice que esté cierto, que fuera de este Castillo no hallará seguridad ni paz; que se deje de andar por casas ajenas, pues la suya es tan llena de bienes, si la quiere gozar, que quién hay que halle todo lo que ha menester como en su casa, en especial teniendo tal huésped que le hará señor de todos los bienes, si él quiere no andar perdido, como el hijo pródigo, comiendo manjar de puercos. Razones son éstas para vencer los demonios. Mas, ¡oh Señor y Dios mío, que la costumbre en las cosas de vanidad, y el ver que todo el mundo trata de esto, lo estraga todo! Porque está tan muerta la fe, que queremos más lo que vemos que lo que ella nos dice. Y, a la verdad, no vemos sino harta mala ventura en los que se van tras estas cosas visibles; mas eso han hecho estas cosas emponzoñosas que tratamos, que, como si a uno muerde una víbora, se emponzoña todo y se hincha, así es acá: no nos guardamos; claro está que es menester muchas curas para sanar, y harta merced nos hace Dios si no morimos de ello. Cierto pasa el alma aquí grandes trabajos, en especial si entiende el Demonio que tiene aparejo en su condición y costumbres para ir muy adelante; todo el infierno juntará para hacerle tornar a salir fuera. ¡Ah, Señor mío, aquí es menester vuestra ayuda, que sin ella no se puede hacer nada! Por vuestra misericordia, no consintáis que esta alma sea engañada para dejar lo comenzado. Dadle luz para que vea cómo está en esto todo su bien y para que se aparte de malas compañías; que grandísima cosa es tratar con los que tratan de esto; allegarse no sólo a los que viere en estos aposentos que él está, sino a los que entendiere que han entrado a los de más cerca; porque le será gran ayuda, y tanto les puede conversar, que le metan consigo. Siempre esté con aviso de no se dejar vencer; porque si el Demonio le ve con una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso y todo lo que le ofrece que tornar a la pieza primera, muy más presto le dejará. Sea varón, y no de los que se echaban a beber de buzos cuando iban a la batalla, no me acuerdo con quién, sino que se determine, que va a pelear con todos los demonios, y que no hay mejores armas que las de la Cruz.
Aunque otras veces he dicho esto, importa tanto, que lo torno a decir aquí; es que no se acuerde que hay regalos en esto que comienza, porque es muy baja manera de comenzar a labrar un tan precioso y grande edificio; y si comienza sobre arena, darán con todo en el suelo; nunca acabarán de andar desgustados y tentados; porque no son estas las Moradas adonde se llueve la maná; están más adelante, adonde todo sabe a lo que quiere un alma, porque no quiere sino lo que quiere Dios. Es cosa donosa, que an nos estamos con mil embarazos y imperfecciones, y las virtudes que an no saben andar, sino que ha poco que comenzaron a nacer, y an plega a Dios estén comenzadas, ¿y no habemos vergüenza de querer gustos en la oración y quejarnos de sequedades? Nunca os acaezca, hermanas; abrazaos con la Cruz que vuestro esposo llevó sobre sí y entended que ésta ha de ser vuestra empresa: la que más pudiere padecer, que padezca más por Él, y será la mejor librada. Lo demás, como cosa accesoria, si os lo diere el Señor, dadle muchas gracias. Pareceros ha que para los trabajos exteriores bien determinadas estáis, con que os regale Dios en lo interior. Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene; no hay para qué le aconsejar lo que nos ha de dar, que nos puede con razón decir que no sabemos lo que pedimos. Toda la pretensión de quien comienza oración, y no se os olvide esto, que importa mucho, ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conformar con la de Dios, y, como diré después, estad muy cierta que en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual. Quién más perfectamente tuviere esto, más recibirá del Señor y más adelante está en este camino; no penséis que hay aquí más algarabías ni cosas no sabidas y entendidas, que en esto consiste todo nuestro bien. Pues si erramos en el principio queriendo luego que el Señor haga la nuestra, y que nos lleve como imaginamos, ¿qué firmeza puede llevar este edificio? Procuremos hacer lo que es en nosotros, y guardarnos de estas sabandijas ponzoñosas, que muchas veces quiere el Señor que nos persigan malos pensamientos y nos aflijan, sin poderlos echar de nosotras, y sequedades, y an algunas veces permite que nos muerdan, para que nos sepamos mejor guardar después, y para probar si nos pesa mucho de haberlo ofendido. Por eso no os desaniméis si alguna vez cayerdes, para dejar de procurar ir adelante, que an de esa caída sacará Dios bien, como hace el que vende la triaca para probar si es buena, que bebe la ponzoña primero. Cuando no viésemos en otra cosa nuestra miseria, y el gran daño que nos hace andar derramados, sino en esta batería que se pasa para tornarnos a recoger, bastaba. ¿Puede ser mayor mal que no nos hallemos en nuestra misma casa? ¿Qué esperanza podemos tener de hallar sosiego en...