De Cervantes / Carroggio | Novelas ejemplares | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 350 Seiten

Reihe: Literatura universal

De Cervantes / Carroggio Novelas ejemplares


1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-7254-656-1
Verlag: Century Carroggio
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

E-Book, Spanisch, 350 Seiten

Reihe: Literatura universal

ISBN: 978-84-7254-656-1
Verlag: Century Carroggio
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Escritas en diversos momentos de su vida, Miguel de Cervantes recopiló una docena de sus novelas cortas e hizo que se imprimieran en 1613, tres años antes de su muerte, titulándolas Novelas ejemplares. Ya había alcanzado la fama y podía sentirse a salvo de las envidias literarias y censuras de la época. En ese sentido, el calificativo ejemplares señala la propuesta de una literatura entendida como arte de narrar, y también una opción por la ejemplaridad de lo humano, precisamente por serlo. Hoy valoramos el alcance de aquel gesto, punto de partida de cuatro siglos de narrativa. Las doce novelas cervantinas aquí incluidas son mucho más que algo histórico para los eruditos. Siguen siendo ejemplares en lo que fue también su propósito: entretener y divertir al lector.

Miguel de Cervantes Saavedra fue novelista, poeta, dramaturgo y soldado. Se cree que nació el 29 de septiembre de 1547 en Alcalá de Henares y murió el 22 de abril de 1616 en Madrid, pero fue enterrado el 23 de abril y popularmente se conoce esta fecha como la de su muerte. Es considerado la máxima figura de la literatura española. Es universalmente conocido, sobre todo por haber escrito El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que muchos críticos han descrito como la primera novela moderna y una de las mejores obras de la literatura universal. Se le ha dado el sobrenombre de Príncipe de los Ingenios. Miguel de Cervantes nació en Alcalá de Henares en 1547. Fue el cuarto de los siete hijos de un modesto cirujano, Rodrigo de Cervantes, y de Leonor Cortinas. A los dieciocho años tuvo que huir a Italia porque había herido a un hombre; allí entró al servicio del cardenal Acquaviva. Poco después se alistó como soldado y participó heroicamente en la batalla de Lepanto, en 1571; donde fue herido en el pecho y en la mano izquierda, que le quedó anquilosada. Cervantes siempre se mostró orgulloso de haber participado en la batalla de Lepanto.Continuó unos años como soldado y, en 1575, cuando regresaba a la península junto a su hermano Rodrigo, fueron apresados y llevados cautivos a Argel. Cinco años estuvo prisionero, hasta que en 1580 pudo ser liberado gracias al rescate que aportó su familia y los padres trinitarios. Durante su cautiverio, Cervantes intentó fugarse varias veces, pero nunca lo logró. Cuando en 1580 volvió a la Península tres doce años de ausencia, intentó varios trabajos y solicitó un empleo en las indias que no le fue concedido. Fue una etapa dura para Cervantes, que empezaba a escribir en aquellos años. En 1584 se casó y, entre 1587 y 1600, residió en Sevilla ejerciendo un ingrato y humilde oficio -comisario de abastecimientos-, que le obligaba a recorrer Andalucía requisando alimentos para las expediciones que preparaba Felipe II. La estancia en Sevilla parece ser fundamental en la biografía cervantina, pues tanto los viajes como la cárcel le permitieron conocer todo tipo de gentes que aparecerán como personajes en su obra. Cervantes se transladó a Valladolid en 1604, en busca de mecenas en el entorno de la corte, pues tenía dificultades económicas. Cuando en 1605 publicó la primera parte del Quijote, alcanzó un gran éxito, lo que le permitió publicar en pocos años lo que había ido escribiendo. Sin embargo, a pesar del éxito del Quijote, Cervantes siempre vivió con estrecheces, buscando la protección de algún mecenas entre los nobles, lo que consiguió solo parcialmente del conde de Lemos, a quien dedicó su última obra, Los trabajos de Persiles y Segismunda.

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El amante liberal


  —¡Oh lamentables ruinas de la desdichada Nicosia, apenas enjutas de la sangre de vuestros valerosos y mal afortunados defensores!; si, como carecéis de sentido, le tuvierais ahora, en esta soledad donde estamos, pudiéramos lamentar juntamente nuestras desgracias, y quizá el haber hallado compañía en ellas aliviara nuestro tormento: esta esperanza os puede haber quedado, mal derribados torreones, que otra vez, aunque no para tan justa defensa como la en que os derribaron, os podéis ver levantados; mas yo, desdichado, ¿qué bien podré esperar en la miserable estrecheza en que me hallo, aunque vuelva al estado en que estaba antes de este en que me veo? Tal es mi desdicha, que en la libertad fui sin ventura, y en el cautiverio, ni la tengo, ni la espero.  Estas razones decía un cautivo cristiano, mirando desde un recuesto las murallas derribadas de la ya perdida Nicosia, y así hablaba con ellas, y hacía comparación de sus miserias a las suyas, como si ellas fueran capaces de entenderle (propia condición de afligidos, que, llevados de sus imaginaciones, hacen o dicen cosas ajenas de toda razón y buen discurso). En esto salió de un pabellón o tienda, de cuatro que estaban en aquella campaña puestas, un turco mancebo de muy buena disposición y gallardía, y llegándose al cristiano, le dijo:  —Apostaría yo, Ricardo amigo, que te traen por estos lugares tus continuos    pensamientos. —Sí traen —respondió Ricardo, que este era el nombre del cautivo—; mas ¿qué aprovecha si en ninguna parte a donde voy hallo tregua ni descanso en ellos, antes me los han acrecentado estas ruinas que desde aquí se descubren? -Por las de Nicosia dirás —dijo el turco. -Pues ¿por cuáles quieres que lo diga —repitió Ricardo—, si no hay otras que  a los ojos por aquí se ofrezcan? Bien tendrás que llorar —repitió el turco—, si en esas contemplaciones entras; porque los que vieron habrá dos años a esta nombrada y rica isla de Chipre en su tranquilidad y sosiego, gozando sus moradores en ella de todo aquello que la felicidad humana puede conceder a los hombres, y ahora los ven, o contemplan o desterrados de ella, o en ella cautivos y miserables, ¿cómo podrán dejar de no dolerse de su calamidad y desventura? Pero dejemos estas cosas, pues no llevan remedio, y vengamos a las tuyas, que quiero ver si le tienen; y así te ruego, por lo que debes a la buena voluntad que te he mostrado y por lo que te obliga el ser entrambos de una misma patria y habernos criado en nuestra niñez juntos, que me digas qué  es la causa que te trae demasiadamente triste; que puesto caso que sola la del cautiverio es bastante para entristecer el corazón más alegre del mundo, todavía imagino que de más atrás traen la corriente tus desgracias; porque los generosos ánimos como el tuyo no suelen rendirse a las comunes desdichas tanto que den muestra de extraordinarios sentimientos; y háceme creer esto el saber yo que no eres tan pobre que te falte para dar cuanto pidieren para tu rescate; ni estás en las torres del mar Negro, como cautivo de consideración que tarde o nunca alcanza la deseada libertad; así que, no habiéndote quitado la mala suerte las esperanzas de verte libre, y con todo esto verte rendido a dar miserables muestras de tu desventura, no es mucho que imagine que tu pena procede de otra causa que de la libertad que perdiste, la cual causa te suplico me digas, ofreciéndote cuanto puedo y valgo. Quizá para que yo te sirva ha traído la fortuna este rodeo de haberme hecho vestir de este hábito, que aborrezco. Ya sabes, Ricardo, que es mi amo el cadí de esta ciudad (que es lo mismo que ser su obispo); sabes también lo mucho que vale y lo mucho que con él puedo. Juntamente con esto no ignoras el deseo encendido que tengo de no morir en este estado que parece profeso, pues, cuando más no pueda, tengo que confesar y publicar a voces la fe de Jesucristo, de quien me apartó mi poca edad y menos entendimiento, puesto que sé que tal confesión me ha de costar la vida, que a trueco de no perder la del alma, daré por bien empleado perder la del cuerpo. De todo lo dicho quiero que infieras y que consideres que te puede ser de algún provecho mi amistad, y que, para saber qué remedios o alivios puede tener tu desdicha, es menester que me la cuentes como ha menester el médico la relación del enfermo, asegurándote que la depositaré en lo más escondido del silencio.  A todas estas razones estuvo callando Ricardo, y viéndose obligado de ellas y de la necesidad, le respondió con estas: —Si así como has acertado, ¡0h amigo Mahamut! —que así se llamaba el turco—, en lo que de mi desdicha imaginas acertaras en su remedio, tuviera por bien perdida mi libertad, y no trocara mi desgracia con la mayor ventura que imaginarse pudiera. Mas yo sé que ella es tal, que todo el mundo podrá saber bien la causa de donde procede, mas no habrá en él persona que se atreva, no solo a hallarle remedio, pero ni aun alivio. Y para que quedes satisfecho de esta verdad, te la contaré en las menos razones que pudiere. Pero antes que entre en el confuso laberinto de mis males, quiero que me digas qué es la causa que Hazán bajá, mi amo, ha hecho plantar en esta campaña estas tiendas y pabellones antes de entrar en Nicosia, adonde viene proveído por virrey o por bajá, como los turcos llaman a los virreyes. Yo te satisfaré brevemente —respondió Mahamut—, y así has de saber que es costumbre entre los turcos que los que van por virreyes de alguna provincia no entran en la ciudad donde su antecesor habita hasta que él salga de ella y deje hacer libremente al que viene la residencia; y en tanto que el bajá nuevo lo hace, el antiguo se está en la campaña esperando lo que resulta de sus cargos, los cuales se le hacen sin que él pueda intervenir a valerse de sobornos y amistades, si ya primero no lo ha hecho. Hecha, pues, la residencia, se la dan al que deja el cargo en un pergamino cerrado y sellado, y con ella se presenta a la puerta del gran señor, que es como decir en la corte ante el Gran Consejo del turco: la cual vista por el visir bajá y por los otros cuatro bajaes menores (como si dijésemos ante el presidente del Real Consejo y oidores), o le premian o le castigan, según la relación de la residencia; puesto que si viene culpado, con dineros rescata y excusa el castigo; si no viene culpado y no le premian, como sucede de ordinario, con dádivas y presentes alcanza el cargo que más se le antoja, porque no se dan allí los cargos y oficios por merecimientos, sino por dineros. Todo se vende y todo se compra. Los proveedores  de los cargos roban a los proveídos en ellos y los desuellan; de este oficio comprado sale la sustancia para comprar otro que más ganancia promete. Todo va como digo, todo este imperio es violento, señal que prometía no ser durable; pero a lo que yo creo, y así debe de ser verdad, le tienen sobre sus hombros nuestros pecados: quiero decir, los de aquellos que descaradamente y a rienda suelta ofenden a Dios, como yo hago: El se acuerde de mí por quien El es. Por la causa que he dicho, pues, tu amo, Hazán bajá, ha estado en esta campaña cuatro días, y si el de Nicosia no ha salido como debía, ha sido por haber estado muy malo; pero ya está mejor y saldrá hoy o mañana, sin duda alguna y se ha de alojar en unas tiendas que están detrás de este recuesto que tú no has visto, y tu amo entrará luego en la ciudad. Y esto es lo que hay que saber de lo que me preguntaste. —Escucha, pues —dijo Ricardo—; mas no sé si podré cumplir lo que antes dije que en breves razones te contaría mi desventura, por ser ella tan larga y desmedida que no se puede medir con razón alguna; con todo eso haré lo que pudiere y lo que el tiempo diere lugar, Y así te pregunto primero si conoces en nuestro lugar de Trápana una doncella a quien la fama daba nombre de la más hermosa mujer que había en toda Sicilia: una doncella, digo, por quien decían todas las curiosas lenguas y afirmaban los más raros entendimientos que era la de más perfecta hermosura que tuvo la edad pasada, tiene la presente y espera tener la que está por venir: una por quien los poetas cantaban que tenía los cabellos de oro, y que eran sus ojos dos resplandecientes soles, y sus mejillas, purpúreas rosas; sus dientes, perlas; sus labios, rubíes; su garganta, alabastro; y que sus partes con el todo y el todo con sus partes hacían una maravillosa y concertada armonía, esparciendo naturaleza sobre todo una suavidad de colores tan natural y perfecta, que jamás pudo la envidia hallar cosa en que ponerle tacha. Qué, ¿es posible, Mahamut, que ya no me has dicho quién es y cómo se llama? Sin duda creo, o que no me oyes, o que cuando en Trápana estabas carecías de sentido. En verdad, Ricardo —respondió Mahamut—, que si la que has pintado con tantos extremos de hermosura no es Leonisa, la hija de Rodolfo Florencio, no sé quién sea esa, que esta sola tenía la fama que dices. —Esa es, ¡0h Mahamut! —respondió Ricardo—; esa es, amigo, la causa principal de todo mi bien y de toda mi desventura: esa es, que no la perdida libertad, por quien mis ojos han derramado, derraman y derramarán lágrimas sin cuento, y la por quien mis suspiros encienden el aire cerca y lejos, y la por quien mis razones cansan al cielo que las escucha, y a los oídos que las oyen: esa es por quien tú me has juzgado por loco, o, por lo menos, por de poco valor y menos ánimo: esta Leonisa, para mí leona, y mansa cordera para otro, es la que me tiene en este miserable estado; porque has de saber que desde mis tiernos años, o a lo menos desde que tuve uso de razón, no solo la amé, mas la...



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