E-Book, Spanisch, Band 8, 304 Seiten
Reihe: Fragmentos
De Ahumada Monjas
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10188-80-8
Verlag: Fragmenta Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, Band 8, 304 Seiten
Reihe: Fragmentos
ISBN: 978-84-10188-80-8
Verlag: Fragmenta Editorial
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Laia de Ahumada (Barcelona, 1957) es doctora en filología catalana y escritora. Inspiradora del Centre Obert Heura y de la asociación Terra Franca. La temática de su escritura es el camino espiritual y la búsqueda interior. Se interesa por la creación de un nuevo lenguaje que transmita la experiencia espiritual fuera de los ámbitos religiosos, con la intención de acercarla a toda persona que esté en búsqueda. Como investigadore centra sus estudios en la escritura femenina de la época moderna. Ha colaborado en proyectos de la Universidad de Barcelona y del Institut d'Estudis Catalans. Es miembro del consejo asesor de la colección Sagrats i Clàssics de Fragmenta. Imparte cursos, charlas y conferencias sobre diferentes temas de su ámbito de acción, de estudio y pensamiento, y colabora en diferentes publicaciones y medios de comunicación, impulsada por un único deseo que hilvana escritura, investigación y trabajo social: comunicar y compartir la riqueza de saber quienes somos. Es autora de los libros A cau d'orella. Teresa de Jesús llegida avui (Claret, 1996), Vull parlar de Déu (Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2001), Epistolaris d'Hipòlita Roís de Liori i d'Estefania de Requesens (s. XVI) (Universitat de València, 2003), Hipòlita Roís de Liori (1479-1546) (Ediciones del Orto, 2005), Paraules des del silenci (Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2005), Monges (Fragmenta, 2008) i Els noms de Déu (Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2010), Monjas (Fragmenta, 2011), La vivència de Jesús des de l'espiritualitat (Ed. Claret, 2012), A cel ras. Converses amb joves pastors (Pagès, 2013), co-autora del libro con Teresa Forcades y Àngela Volpini de Una nueva imagen de Dios y del ser humano (PPC, 2013), autora del libro de entrevistas Espirituals sense religió (Fragmenta, 2015) y autora del libro infantil El sexto sentido, con ilustraciones de Mercè López (FRagmenta,2017). También es autora de un contrapunto del libro L'hinduisme, de Svami Satyananda Sarasvati (Fragmenta 2013). En la base de datos de autores de la Asociación de Escritores en Lengua Catalana: http://www.escriptors.cat/autors/ahumadal/pagina.php?id_sec=3236
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INTRODUCCIÓN
ES UN TÍTULO OSADO, el que encabeza este libro, pero no se puede enmascarar bajo ningún subtítulo, porque precisamente lo que pretende es desenmascarar, eliminar pátinas, romper la imagen estereotipada que se tiene de las monjas para acostumbrarnos a la riqueza y a la diversidad que viven todas y cada una de ellas. Al fin y al cabo, es una humilde pretensión, porque no quiere demostrar nada, solo mostrar lo que viven veinte monjas católicas de diferentes órdenes religiosas, que se mueven en ámbitos distintos: la enseñanza, la acogida, el mundo de la marginación, la contemplación, el diálogo interreligioso…, con una única característica común: que son mujeres, mujeres singulares, fieles a un deseo profundo que las hace vivir en plenitud.
MONJAS es un título provocador. A lo largo de la historia, las monjas han sido veneradas y despreciadas, respetadas y ofendidas, beatificadas y objeto de mofa; sobre ellas se han explicado mil y una historias —en la literatura las hay a cientos—, todas ellas inventadas por hombres que, además de enclaustrarlas entre los muros de los monasterios, a veces contra su propia voluntad, se han arrogado el derecho de despreciarlas. La historia de las monjas es una parte de la historia descarnada de las mujeres. Y no es extraño que la palabra monja, y su derivado monjil, se haya convertido actualmente en sinónimo de ; por esto también es un título confuso, porque el significado equívoco de la palabra desorienta al posible lector y le invita a buscar qué esconde la palabra, si burla o discreción, antes de escoger leerlo.
Pero, a pesar de la osadía, la provocación y la confusión, no se podía hacer de otro modo, y así lo creen todas las monjas que participan en este libro, que son conscientes de que arrastran la palabra como un estigma. Por este motivo se han prestado, valientes, para deshacer malentendidos y para defender su vocación personal, que es, en definitiva, una vocación humana.
Monja, etimológicamente hablando, proviene de mónos —de donde deriva monaché—, es decir, ‘sola, única, apartada de la multiplicidad, en pos de la unificación interior y de la unión con el Absoluto’; técnicamente hablando es solo la que profesa en un monasterio y lleva una vida contemplativa, pero el nombre se ha extendido a todas las religiosas que hacen votos en una orden religiosa, y actualmente la vox populi no hace ninguna distinción. Religiosas y monjas han ido a parar al mismo saco, y yo tampoco he hecho ningún distingo porque, aunque su carisma es diferente, las iguala la opción por una vida religiosa, eremítica o comunitaria, y la profesión de unos votos, privados o públicos, de pobreza, castidad y obediencia. Desde la fundación de los primeros monasterios hasta las congregaciones modernas, han pasado muchos siglos que han alumbrado un buen número de órdenes religiosas femeninas —cada una con un carisma diferente, según el momento histórico—, que a menudo se han escindido, con afán reformador, para constituir otras nuevas. En los fundamentos de cada fundación está el deseo profundo de unas mujeres por vivir lo Absoluto de una manera totalizadora, una sed de Dios que se ha manifestado en forma de renuncia y ascesis, y que ha utilizado la exclusión del mundo como un camino hacia la Totalidad.
Actualmente, cuesta reformular esta idea de renuncia y este sometimiento a la obediencia que parecen evocar tiempos oscuros de la historia. Desde los postulados contemporáneos de libertad e igualdad de la mujer, de contemplación dentro de la acción de la vida laica, se hace difícil entender que una mujer pueda escoger el hacerse monja. Nos encontramos en un momento crucial de la vida religiosa, inquietante y esperanzador al mismo tiempo: la escasez de jóvenes y el envejecimiento de la población dentro de las órdenes religiosas anuncian la fecha de caducidad de un proyecto secular.
Si nos remontamos a los orígenes de la vida religiosa, encontraremos que la primera palabra que define a estas mujeres sedientas de Dios es la virginidad. Ya desde tiempos inmemoriales, el voto privado de virginidad ha primado tácitamente por encima de la vida matrimonial y la maternidad. Durante siglos, la mujer solo ha tenido dos opciones: el claustro monástico o el claustro doméstico. Esta situación, aunque parezca de tiempos antiguos, ha durado hasta hace muy poco, y la mayoría de las monjas entrevistadas aún tienen que sufrir esta rémora de siglos; esto explica que el despertar de una llamada a la vida espiritual las hiciese escoger entre el matrimonio y el convento, sin apenas otras opciones de vida religiosa. Era impensable, tiempo atrás, que un grupo de mujeres se planteara vivir una búsqueda interior de Dios sin estar sujetas a ninguna regla. La Iglesia nunca ha aprobado ningún movimiento religioso sin una intermediación de la jerarquía, y menos aún si se trataba de un grupo femenino al que había que vigilar mediante la figura —aún vigente hoy en día— del visitador masculino. La mujer, considerada por el hombre como un ser inferior, ha tenido que estar siempre sometida a una autoridad masculina: el padre, el marido, el hijo, el confesor, el visitador, el sacerdote. Esto explica que cualquier intento de vivir la fe de un modo libre y original fuese sospechoso de herejía y cortado de raíz o reconducido hacia una orden ya existente o hacia la creación de una nueva, siempre con el beneplácito de las autoridades correspondientes.
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«¡No, no quiero ser monja!», expresaron algunas de las entrevistadas en el momento en que se les pasó por la cabeza la idea de serlo. Les horrorizaba el propósito, porque las monjas ya eran consideradas personas peculiares. Pero accedieron a ello, porque su deseo las llevaba más allá de las formas y supieron encontrar lo que las ayudaba en su búsqueda; y, a pesar de que son personas críticas, se han mantenido monjas. La gran mayoría entraron muy jóvenes en el convento, antes de cumplir los veinte, cosa que ellas mismas reconocen que es impensable hoy en día. Los tiempos han cambiado muy rápidamente, y la vida de estas mujeres es la crónica de toda una época. Muchas recuerdan las humillaciones del noviciado y cómo sublimaban la renuncia a la familia, al amor de pareja, con el convencimiento de la autenticidad de lo que habitaba en ellas y que las guiaba más allá de sí mismas hacia no sabían dónde. Por encima de todo, luchaban por ser fieles a la propia conciencia. Todas reconocen la apertura que supuso en las órdenes religiosas la celebración, entre 1962 y 1965, del Concilio Vaticano II, que pretendió una puesta al día de la Iglesia para adaptarla a las necesidades de los nuevos tiempos. El aire fresco derribó las rejas de la clausura y abrió las puertas de los conventos, dejando que entrara la vida de la calle. Entonces pudieron acoger y compartir. Pudieron restablecer los vínculos familiares, salir del monasterio y estudiar, crear comunidades pequeñas, abiertas a los barrios, al trabajo con los más pobres. Fueron capaces de decidir por sí mismas su futuro y el futuro de las congregaciones. Algunas lo dejaron. Otras se cerraron aún más, por miedo a los cambios. Otras se quedaron, porque lo quisieron, esperanzadas. Lo que no cambió fue la situación de marginación de la monja, como mujer, dentro de la Iglesia, por parte de la jerarquía patriarcal. Algunas han luchado por encontrar su lugar y otras han continuado viviendo en un microcosmos donde, a la chita callando, han ido siguiendo su camino sin molestar ni ser molestadas.
En este libro solo están representadas algunas de las órdenes religiosas existentes, a veces repetidas, porque la selección se ha hecho desde las personas, no desde las órdenes a las que pertenecen. Mayoritariamente son mujeres mayores, porque la perspectiva de los años otorga al camino interior una riqueza incuestionable. Son monjas conocidas, mediáticas, podríamos decir, o monjas totalmente anónimas, de comunidades urbanas o rurales, de barrios acomodados o de barrios pobres, de aquí o de allí. Solamente establecí un criterio para la selección: mujeres que vivieran en plenitud y en cuya historia vital pudieran verse reflejadas, como en un espejo, las personas que buscan más allá de la anécdota o de la efímera morbosidad. Quería testimonios de personas entusiasmadas por la búsqueda de un anhelo que da sentido a la vida. Por tanto, ninguna se sorprendió ante la osadía de la única pregunta: «¿Cuál es tu deseo profundo?» Pregunta compleja, medio sugerida en el primer contacto. La recibieron en silencio, y en silencio la fueron desgranando, tejiéndola con el hilo de la memoria hasta verterla en un monólogo pausado. Así, de un modo tan natural, lo que tenía que ser una entrevista se convirtió en una conversación sobre el sentido de la vida; y la entrevistadora se transformó en confidente… Desde la primera conversación me guardé las preguntas tópicas y me dejé conducir por los senderos de cada vida, intentado molestar lo menos posible. De una única pregunta surgieron respuestas diferentes, sencillamente porque cada persona es diferente. Con una cierta timidez al principio, y con atrevimiento después, se mostraron tal como eran, hablaban de lo que les apetecía y se expresaban a su manera, con unos intereses y unos momentos vitales diversos. Para algunas fue difícil superar la tensión entre el silencio y la palabra: «¿Cómo explica un enamorado lo que siente, o una madre el amor por su hijo?», me decían. Estaba presente el miedo a profanar una experiencia que no conoce palabras; el miedo a ser malinterpretada, tildada de...




