E-Book, Spanisch, Band 6, 94 Seiten
Reihe: Ensayos
de Acuña / Nemo Ensayos
1. Auflage 2021
ISBN: 978-3-98677-377-9
Verlag: Tacet Books
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, Band 6, 94 Seiten
Reihe: Ensayos
ISBN: 978-3-98677-377-9
Verlag: Tacet Books
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Bienvenido a la colección Ensayos. Una selección especial de la prosa de no ficción de autores influyentes y notables. Este libro reúne algunos de los mejores ensayos de Rosario de Acuña, sobre un amplio número de temas, incluyendo feminismo, sociedad, familia y muchos más.Rosario de Acuña una escritora, pensadora y periodista española. Considerada ya en su época como una de las más avanzadas vanguardistas en el proceso español de igualdad social de la mujer y el hombre y los derechos de los más débiles en general. Muchas de sus obras más relevantes fueron publicadas por Tacet Books.El libro contiene los siguientes textos:- El lujo en los pueblos rurales; - La educación agrícola de la mujer; - Influencia de la vida del campo en la familia; - Consecuencias de la degradación femenina; - Algo sobre la mujer; - ¡Pobres niños!; - La ramera; - Los convencionalismos; - La higiene en la familia obrera; - ¡España!
Rosario de Acuña y Villanueva (Madrid, 1 de noviembre de 1850-Gijón, 5 de mayo de 1923) fue una escritora, pensadora y periodista española. Considerada ya en su época como una de las más avanzadas vanguardistas en el proceso español de igualdad social de la mujer y el hombre y los derechos de los más débiles en general. Nacida en una familia emparentada con la aristocracia,a se mostró desde muy pronto como una mujer íntegra, creativa e indomable. Su talante librepensador de ideología republicana y su corta pero valiente y provocadora producción teatral, la convirtieron en una figura polémica y en objetivo de las iras de los sectores más conservadores de la España de la segunda mitad del siglo xix y primer cuarto del siglo xx.
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Aunque no tiene el carácter de problema, se necesita mucho valor para tratar este asunto, hoy que se pretenden en favor de la mujer, todas las cátedras y todos los doctorados ajenos al dominio de la Naturaleza; veamos si al presentarnos ante el enemigo, es decir, ante la opinión del más ilustrado número de eminencias, empuñamos armas bastante firmes y poderosas para dejar triunfante nuestra pretensión y asegurado el dominio de nuestro ideal sobre razonamientos indiscutibles. Primero, y aunque ligeramente, por no desviarnos del asunto fundamental, y por no descubrir principios que más tarde se harán públicos en obra con pretensiones de importante, primero veamos qué es la mujer. Con breves palabras se puede definir su personalidad. La mujer es lo que se quiera que sea; sentimiento, fuerza, imaginación e inteligencia, todo fue en ella repartido al igual que en el hombre, que para ser su mitad la formó el Creador, y no hay mitad que no participe de los beneficios del todo. Trabajos de excesiva maternidad, acarreada tal vez por intemperancia de varón, tendencias de la ignorancia hacia una soberanía excesiva y otras causas afines perdidas en el transcurso inmenso de los siglos, la rebajaron de su primitivo nivel, oscureciendo algunas de sus dotes nativas, viéndose al presente relegada a una inferioridad más aparente y aceptada que efectiva, y mucho más funesta para el hombre que para ella misma: por lo tanto, y séame permitido usar del símil, la mujer es materia dispuesta a realizar todos los fines, siempre que no se separen de aquellos que le impuso la Naturaleza al destinarla para esposa y madre del hombre; la mujer puede serlo todo menos aquello que sea incompatible con su condición de mujer: cátedras, doctorados, derechos, no niego nada, y aun es más, lo acepto, si el catedrático, el doctor y el legista pueden ser buena esposa y buena madre. Si la humanidad, con sus adelantos maravillosos, con su progreso moral que, aunque lento y sujeto a retrocesos, se verifica por un movimiento muy sensible de avance hacia el perfeccionamiento; si la humanidad llega a encontrar el medio de que los hijos del hombre se críen sin hogar, vivan sin amor y luchen sin pasiones, entonces nada más justo que la participación completa y práctica de la mujer en todos los destinos hoy exclusivos del hombre. No dudo del perfeccionamiento, no niego que podrá subsistir la sociedad, mejor dicho, que se formará otra nueva sociedad con bases acaso más sólidas y principios tal vez más fijos que los que sostienen nuestras actuales sociedades; no rechazo el ideal, ni supongo imposible todo aquello que tienda a realizar ventajas para la gran familia humana y resultados beneficiosos a su misión colectiva, que es lograr el mayor grado de bondad y de belleza. Pero como quiera que todo esto, dado caso de que llegue a ser un hecho, se ve tan remotamente alejado de nuestra generación y a tan inmensa distancia de los ideales que hoy forman el núcleo de nuestra sociedad, el pensar en un avance tan radical, más bien parece un mito de imaginación extraviada que una esperanza sensata en la trasformación del porvenir. Con nuestros ideales, con nuestras aspiraciones, con nuestros deseos, nuestros sentimientos y nuestros actos; es decir, tal y conforme se aprecia hoy lo bueno y lo bello, es un completo absurdo la llamada emancipación de la mujer; y en las condiciones de ignorancia y de ofuscación en que hoy se encuentra, teniendo en cuenta el espantoso vació de nuestro cerebro, que cien y cien generaciones llenaron de rutinas supersticiosas, de puerilidades y de hipocresías; teniendo en cuenta los escasísimos recursos que tiene, en el presente, la inteligencia femenina para marchar a la par del hombre por todos los caminos de la vida y lo expuesta que está a perderlo todo si intenta poseer más de lo que pudiera defender, el arrojarla a la lucha es contraproducente, ilógico y funesto; es más, creo que es hasta hacerla retroceder en el camino de su progreso. Elementos para redimirse de la ignorancia, que, como mancha sombría oscurece su altísimo entendimiento; sólida ciencia aprendida en los rincones del hogar y en una soledad prudente; profunda ilustración, altísimos ideales de virtud; he aquí el principio de todas esas grandezas futuras, que acaso vean nuestros nietos, pero que jamás en el seno de nuestra sociedad logrará la mujer sin afrontar el ridículo, arma poderosa que la razón esgrime como seguro resultado, cuando en vez de enaltecerla se la insulta, cuando en lugar de acatarla se la escarnece. Las aptitudes de la mujer son infinitas; puede serlo todo, pero debe ser primero mujer, y la realidad es bien manifiesta, todavía no sabe lo que es ser mujer; ¡cómo, pues, enseñarla a ser hombre! Hoy por hoy, mejor dicho, desde hoy hasta los más remotos horizontes del porvenir, no se ve otra cosa para la mujer que la familia y el hogar, con todas sus derivaciones de amor, dulzura, expansión, paz, alegría, confianza, castidad, sencillez y religión: todo cuanto se relacione con la mujer gira al presente, y girará mientras no cambien los principios sociales, sobre su misión de hija, esposa y madre; todo cuanto de ella trate estará ligado al recinto familiar, a ese santuario donde el hombre descansa, donde los hijos juegan, donde la mujer reina; imposible arrancarla de su centro sin exponerla al escarnio; imposible es procurar su elevación, si para conseguirla hay que cerrarle las puertas de su morada y sumir en la oscuridad y en el silencio la cámara nupcial... Hacer que se posea bien de su misión actual es el único medio de que avance en la senda de la perfección y del engrandecimiento; hacerla cumplir escrupulosa y noblemente sus misiones actuales es prepararla para una emancipación justa y razonable, y obligar a que las leyes le otorguen los mismos derechos concedidos a su compañero; que sepa formar hombres capaces de respetarla, y habrá dado el primer paso hacia esa igualdad de destinos y de misiones, fantasma que persigue nuestra generación con la impetuosidad de la locura. ¿Cómo llegar al fin si tener los medios? Esto es lo que al presente se intenta. Conquistar el terreno perdido sin armas de ninguna clase, escalar los primeros puestos sin tomarse la molestia de subir ningún peldaño, hacerse dueño de las alturas sin quitar los obstáculos al camino; muchas exclamaciones, mucho movimiento, mucho ruido; quererlo todo, intentarlo todo, y en realidad no hacer nada; perder el tiempo lastimosamente, y en vez de trabajar con fe y con valor, en vez de encerrarse en la oscuridad y armarse en el silencio con armas invencibles, en vez de tejer como el gusano de seda un recinto aislado donde adquirir nueva vida y brillantes alas, toda la energía se gasta en frases, en proyectos, en fastuosas exhibiciones de personalidades. Reconocida la suficiencia de la mujer para compartir, como ser pensante, los destinos del hombre, y habiendo visto que sus ideales son, al presente, el cumplimiento perfecto de sus misiones de hija, esposa y madre, con antelación, aunque sin excluirlos, de todos cuantos destinos se la encomienden, poca inteligencia se necesita para ver la necesidad eminente de la mujer agrícola, acaso primera condición para el enaltecimiento de la mujer. En efecto, la agricultura es el culto que se rinde a la Naturaleza, templo augusto de Dios; en ella están los veneros de todas las riquezas, la fuente de todas las felicidades; sin ella, por sabido pudiera callarse, no hay Estado, no hay industria, no hay comercio, y aun las artes, con ser las hijas predilectas del espíritu libre y eterno, no pueden adquirir sin ella su mayor grado de elevación; sin ella, en una palabra, el hombre no podría subsistir porque, siendo el primogénito de la Naturaleza, el separarse de ella sería su muerte, y sin la agricultura no puede haber relación alguna con la madre universal de los hombres; el poseerla no excluye el hogar; al inverso de todas las demás ciencias, que necesitan desenvolverse fuera de la soledad y del silencio, la agricultura reclama el hogar como indispensable; sin él no puede subsistir, y le quiere modesto, sencillo, retirado y alegre; en tanto que todas las carreras del hombre buscan en el bullicio de numeroso público sus elementos de prosperidad, la agricultura rechaza toda expectación, busca el aislamiento, y solamente bajo el techo de una morada tranquila, de un hogar escondido y lleno de severa rectitud es donde puede encontrar su mayor grandeza. Progreso, elevación, todo puede lograrse por medio de la agricultura, y nada es posible conseguir sin su valiosa intervención. Pues bien, la mujer, esa criatura tan semejante a la Naturaleza, como ella madre y como ella hermosa, vive ignorando completamente los ritos de ese culto que tal vez sea el mejor recibido en los reinos de Dios. Nada de común quiere tener la mujer con la Naturaleza, y con tenacidad pasmosa se opone a todo aquello que se relaciona con ella. Bien fácil es pasar una ligera revista a las mujeres españolas. ¿Dónde está la agrícola? En ninguna parte. Se ve a la mujer erudita, a la elegante, a la mujer artista, a la literaria, a la plebeya y a la aristocrática, y aun se ve también a la científica, pero jamás se ve a la agricultora: parece ser que la mujer no puede subsistir sino en la ciudad; fuera del bullicio, de la animación, del ruido, de las vanidades y de las lisonjas, le es imposible la vida, porque, no hay que hacerse ilusiones, los pueblos rurales son hoy, con extrañas excepciones, una caricatura de la ciudad, y en ellos la mujer es la ciudadana de pueblo, con todo el cortejo de errores que acarrea la vida ficticia de...