Dazai | Colegiala | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 272 Seiten

Reihe: Impedimenta

Dazai Colegiala


1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-15979-27-2
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 272 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-15979-27-2
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
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Una chica joven, de familia pobre, se ve obligada a cometer un robo por amor. Una mujer mayor confiesa que una noche, muchos años atrás, se sintió fuertemente atraída por un hombre al que apenas conocía. Un ama de casa narra su sufrimiento al descubrir que su marido tiene una amante. Una muchacha narra cómo empeoró su vida tras recibir un premio literario? Los relatos incluidos en 'Colegiala' abordan con tremenda delicadeza y exquisitez el universo femenino y sus contradicciones: la vergüenza, el amor no correspondido, la incomprensión ante la muerte de un ser querido, la felicidad extrema o, simplemente, los pensamientos que pasan por la cabeza de una adolescente japonesa de posguerra. Un excepcional volumen de relatos del maestro japonés de las distancias cortas, Osamu Dazai: uno de los escritores modernos más apreciados en su país, conocido como el Dostoievski nipón, cuyo éxito corrió paralelo a una vida privada de desencuentros y tumultuosa en extremo.

Osamu Dazai, seudónimo de Shuji Tsushima, nació en 1909 en Kanagi, en la prefectura de Aomori. Fue el octavo hijo superviviente de un rico terrateniente y de una mujer de salud frágil, por lo que fue criado por los sirvientes. Aficionado a la vida licenciosa, en 1927 intentó suicidarse por primera vez ingiriendo barbitúricos. En octubre de 1930 se escapó de casa con Hatsuyo Oyama, una geisha de bajo rango, lo que motivó su expulsión formal de la familia. Diez días después intentaría suicidarse de nuevo, arrojándose al mar junto a una chica de 19 años a quien acababa de conocer. Ella moriría, pero él sobreviviría. Tras ser readmitido por su familia, se casó con Oyama. Comenzó entonces a sentar la cabeza y se las arregló para obtener el patrocinio del escritor Masuji Ibuse, gracias al cual pudo empezar a publicar sus obras. Su primera obra ('Tren', 1933), aparecida ya bajo seudónimo, constituiría también su primera experiencia con el género del watakushi shosetsu, estilo autobiográfico en primera persona en el que se reveló como un maestro. Tras ser rechazado por un periódico tokiota en el que quería trabajar, el 19 de marzo de 1935 intentó ahorcarse sin éxito. Pero lo peor estaba por venir. Menos de tres semanas después, Dazai enfermó de apendicitis e ingresó en una clínica, donde se haría adicto al Pabinal, un analgésico a base de morfina. En octubre de 1936 fue trasladado a una institución mental. Durante su 'tratamiento', que duró un mes, su mujer estuvo engañándolo con su mejor amigo. Cuando Dazai se entera, intenta cometer suicidio doble con su propia esposa, tomando pastillas. Pero ninguno de los dos muere y Dazai rápidamente solicita el divorcio. Vuelve a casarse muy poco después, esta vez con una maestra de secundaria, Michiko Ishihara, que le daría tres hijos. Sería tras la guerra, en la que Dazai no participó a causa de una tuberculosis, cuando llegaría a la cima de su popularidad. En 1947 publica su obra más conocida, Ocaso, basada en el diario de una de sus seguidoras, Shizuko ?ta, con la que intimó hasta el punto de dejarla embarazada de una niña. A esas alturas, Dazai ya era alcohólico y su salud se deterioraba a toda velocidad. Conocería entonces a Tomie Yamazaki, una esteticista y viuda de guerra con quien huiría. Junto a ella escribió la novela parcialmente autobiográfica Indigno de ser humano (1948). El 13 de junio de 1948, Dazai por fin tuvo éxito en sus planes suicidas y se ahogó junto a Tomie en las aguas del canal de Tamagawa, que venía especialmente crecido por las últimas lluvias. Sus cuerpos no fueron hallados hasta el día 19 de junio. Curiosamente, ese día Dazai habría cumplido treinta y nueve años.

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Colegiala Es curioso lo que siento al despertarme cada mañana. Es una sensación similar a cuando juego al escondite, a cuando estoy quieta y me acurruco en la profunda oscuridad del armario y Deko abre la puerta de repente, la luz del sol entra súbitamente deslumbrándome y ella grita en voz alta: «¡Aquí estás!». Es un momento incómodo. Luego, con el corazón latiéndome desbocado, me arreglo el kimono por delante y salgo del armario. Siento repugnancia. No, eso no. No se parece a eso, es algo… es algo mucho más insoportable. Como abrir una caja y encontrarse dentro otra más pequeña, y que dentro de esta haya otra todavía más pequeña. Y la abres y te ocurre otra vez lo mismo, y luego otra vez, y otra y otra, y así vas abriendo una tras otra siete u ocho cajas cada vez más pequeñas, y al final del todo encuentras una cajita minúscula, del tamaño de un dado, y la abres y no hay nada dentro, está vacía. Así es como me siento. No me creo eso de que haya gente que se despierte al instante. Es algo turbio, muy turbio, como cuando el almidón se hunde en el agua, cada vez más al fondo, y poco a poco se va haciendo más nítida la parte superior; hasta que al final me despierto a causa del propio cansancio que me supone dormir. Las mañanas, son como… como una mentira transparente. Se me ocurren muchas, muchas cosas tristes por las mañanas y no las soporto. No me gustan, no. Por la mañana estoy más fea. Tengo las piernas agotadas y no quiero hacer nada. ¿Será porque no duermo profundamente? También debe de ser mentira eso que dicen de que por las mañanas te sientes más saludable. Las mañanas son grises. Siempre son lo mismo. Es lo más vacío que existe en el mundo. Siempre soy pesimista cuando me acabo de despertar y estoy en la cama. Me cansa estar en la cama. Me abruman pensamientos desagradables de los que me arrepiento, noto como me hacen presión en el pecho y me retuerzo. Las mañanas son terribles. —Papá —susurré en voz baja. Me dio un poco de vergüenza pero me sentí feliz, me incorporé y rápidamente deshice el futón.[6] Cuando lo levanté exclamé: «¡Aúpa!», sin darme cuenta. Aquello me llamó la atención. Hasta ahora no me creía capaz de pronunciar una palabra tan vulgar. «¡Aúpa!» es algo que suelen decir las ancianas. ¡Qué asco! ¿Por qué lo habré dicho? Me sentí rara, como si tuviese una anciana escondida dentro de mí. A partir de ahora tendré más cuidado. Es como cuando critico la vulgar forma de andar de algunos y me doy cuenta de que yo misma estoy andando igual. Mi actitud me parece bastante decepcionante. Por las mañanas nunca me siento segura de mí misma. Me siento frente al tocador con el pijama puesto y me miro en el espejo. Cuando me miro sin las gafas me veo un poco borrosa, pero me resulta agradable. Las gafas son lo que más odio de mi cara, aunque llevar gafas tiene algunas cosas buenas que la gente no sabe. Me gusta mirar a lo lejos sin ellas. Se ve todo difuso y es maravilloso, como un sueño, o como cuando miras un diorama de papel. No se ve nada sucio. Solo se pueden ver las cosas grandes, los colores y las luces nítidas y fuertes. También me gusta quitármelas y mirar a la gente. Las caras me parecen todas dulces y bonitas. Es como si todo el mundo estuviese sonriendo a la vez. Además, cuando no llevo gafas no pienso en discutir ni me entran ganas de criticar a nadie. Simplemente me quedo callada, como distraída. En esos momentos los demás creerán seguro que soy una buena chica. Pensando en eso me entran ganas de quedarme así, abstraída, sin preocupaciones, como una tierna niña inocente. No me gustan las gafas. Me las pongo y entonces parece como si me quedara sin expresión. Las gafas me impiden mostrar emociones, cosas como romanticismo, belleza, pasión, debilidad, inocencia o tristeza. Además, me roban la capacidad de expresarme con la mirada. Me siento ridícula. Son como tener un fantasma encima de mi cara. Será por odiar tanto las gafas, pero pienso que tener unos ojos bonitos es lo más importante del mundo. Aunque no tuviese nariz o llevase la boca tapada, los ojos son lo que más resaltaría en mí. Sería maravilloso tener ese tipo de ojos que cuando alguien los mira le entran ganas de llevar una vida mejor. Mis ojos, en cambio, son grandes, nada más, por lo demás no tienen nada de especial. Me decepciona fijarme en ellos. Hasta mi madre dice que son aburridos. Serán de ese tipo de ojos que la gente conoce como «ojos sin luz». Son como el carbón, qué decepción. No hay nada que pueda hacer al respecto. ¡Qué horror! Cada vez que me miro en el espejo me entran unas ganas horribles de que mis ojos sean dulces y atractivos. Ojos como lagos azules, como mirar la inmensidad del cielo tumbada en la hierba y que en ellos se reflejen las nubes al pasar. Que incluso los pájaros puedan reflejarse en ellos claramente. Me gustaría poder conocer a mucha gente que tuviese unos ojos tan bonitos. Hoy empieza el mes de mayo. ¡Qué contenta estoy! Cada vez queda menos para que llegue el verano. Salí al jardín y una flor de la fresera captó mi atención. Se me hace extraño que mi padre haya muerto. Murió y entonces desapareció, sin más. Es algo difícil de entender. Aún no termino de creérmelo. Echo de menos a mi hermana, a la gente de la que ya me había despedido o a la que hace mucho que no veo. Por las mañanas, me suelen venir a la cabeza anécdotas que ya pasaron o gente que ya no está. Es algo insípido pero, quizás por ello, insoportable, como el olor del nabo en salmuera. Tengo dos perros, Chapy y Kaa. A Kaa le llamo así porque me da una pena horrible.[7] Los dos vinieron hacia mí corriendo muy juntos. Los coloqué frente a mí y acaricié a Chapy. Su pelo es totalmente blanco y brillante, es muy bonito. A Kaa no le acaricié, Kaa está siempre sucio. Soy consciente de que, cada vez que acaricio a Chapy, Kaa suele estar ahí a su lado, poniendo cara de pena. Siempre parece a punto de ponerse a llorar. Por si fuera poco, es cojo. Kaa me hace sentir muy triste, por eso no me gusta demasiado. Me da tanta lástima que a veces le hago daño a propósito. Kaa parece un perro vagabundo, tanto que en cualquier momento los mataperros vendrán y se lo llevaran a la perrera y lo sacrificarán. Como tiene la pata así, es demasiado lento y no podrá huir. Kaa, corre, vete al fondo de la montaña. Nadie te tiene cariño, así que mejor muérete pronto. Kaa no es el único al que maltrato, también hago daño a algunas personas, las suelo incordiar hasta que se irritan. De verdad que soy una chica bastante desagradable. Me senté en el engawa[8] mientras le acariciaba la cabeza a Chapy. El verde de las hojas de los árboles penetró por mis ojos e hizo que me sintiera miserable. Me entraron ganas de sentarme sobre la tierra y morirme. Quise ver si era capaz de fingir que lloraba. Pensé que quizás me saldrían algunas lágrimas si contenía la respiración con fuerza y apretaba los ojos. Lo intenté, pero no lo conseguí. A lo mejor me he convertido en una mujer sin lágrimas. Desistí y empecé a limpiar la habitación. Mientras, me puse a cantar Tojin Okichi[9] sin darme cuenta. Miré a mi alrededor furtivamente. Me pareció curioso haber cantado algo tan vulgar como Tojin Okichi sin querer, cuando normalmente solo me intereso por Mozart o Bach. Me sentí ridícula. Exclamar «¡aúpa!» por la mañana y cantar aquello mientras limpiaba: me da miedo imaginarme qué clase de tonterías puedo llegar a decir cuando hablo en sueños. Pero de pronto todo me pareció muy gracioso, dejé de barrer y empecé a reírme yo sola. Me puse la ropa interior nueva que había terminado de coser ayer. Tiene una pequeña rosa blanca bordada en la zona del pecho. Si me pongo ropa encima, el bordado no se ve. Nadie sabrá que existe. Me siento muy orgullosa de mí misma. Mamá está muy liada preparando la propuesta matrimonial de alguien. Esta mañana salió de casa muy temprano. Desde que era pequeña, mi madre siempre se ha entregado mucho a los demás, así que ya estoy acostumbrada. Sorprende que siempre tenga algo que hacer. Siento una enorme admiración por ella. Como mi padre se pasaba el día estudiando, mi madre lo tenía que hacer todo, incluso lo que le tocaba hacer a él. Mi padre nunca tuvo mucho interés por conocer gente, pero mi madre siempre se ha esforzado por crear grupos de amistades verdaderamente agradables. Los dos eran muy distintos, pero estoy convencida de que se admiraban mucho el uno al otro. Eran un matrimonio agradable y pacífico, sin cosas malas, diría yo. Ay, ¡pero qué indiscreta soy! Mientras se calentaba la sopa, me senté en la puerta de la cocina mirando distraída el bosque que se alza enfrente de nuestra casa. Entonces sentí algo curioso, como si en algún momento del pasado o en el futuro, sentada de esta misma manera en la entrada de la cocina, al igual que ahora, hubiese estado o llegase a estar mirando el bosque de enfrente pensando exactamente en esto mismo. Era como sentir todo el pasado, el presente y el futuro a la vez. Es algo que me ocurre de vez en cuando. Estar sentada hablando con alguien en una habitación y quedarme mirando a la esquina de la mesa con la mirada fija y moviendo la boca sin darme cuenta. Cuando ocurre, me siento de lo más extraña. No recuerdo cuándo, pero en una situación similar, hablando de esto mismo, me estaba fijando en la esquina de una mesa y sentí claramente que en el futuro me iba a ocurrir eso mismo justamente. Cuando camino por el campo, incluso si está muy lejos, a cada momento me asalta la sensación de que ya había paseado por ese mismo camino en el pasado. A veces voy andando y...



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