E-Book, Spanisch, 324 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
Dagerman El niño quemado
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-18451-44-7
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 324 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
ISBN: 978-84-18451-44-7
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Después del éxito internacional de su colección de artículos de la Segunda Guerra Mundial, Stig Dagerman fue enviado a Francia con la misión de continuar esta tarea periodística. En cambio, se refugió en un pequeño pueblo francés y en el verano de 1948 creó lo que sería su novela más personal, conmovedora e impactante: Niño quemado.
Ambientada en un barrio de clase trabajadora en Estocolmo, la historia gira en torno a un joven llamado Bengt, que cae en una profunda confusión privada por la muerte inesperada de su madre. Mientras lucha por hacer frente a su pérdida, su desesperación se transforma lentamente en rabia cuando descubre que su padre tenía una amante. Pero cuando Bengt jura venganza en nombre de la memoria de su madre, también se ve arrastrado a una relación febril y conflictiva.
Stig Dagerman (Älvkarleby, 1923 - Enebyberg, 1954). Nacido en la Suecia rural de principios del siglo xx, a los 11 años se trasladó definitivamente a Estocolmo. Militó desde muy joven en los círculos anarcosindicalistas suecos y escribió para su prensa; se integró en la sección juvenil de la Sveriges Arbetares Centralorganisation (SAC), a la que pertenecía su padre desde 1920. Entre los 21 y los 26 años escribió cuatro novelas, cuatro piezas de teatro, una colección de novelas cortas y un gran número de artículos, crónicas y reportajes. Influido por los novelistas estadounidenses de los años veinte, publicó la novela La serpiente (1945), que reflejaba la ansiedad y el temor resultantes de la II Guerra Mundial. En 1946 emprendió un viaje por la Alemania destruida como corresponsal del Expressen. En 1954 se suicidó dando lugar al mito del escritor joven, brillante y melancólico.
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PREFACIO por Per Olov Enquist Niño quemado fue el primer libro de Stig Dagerman que leí, creo que allá por 1949. Me sobrecogió, y durante mucho tiempo imprimí en mis redacciones escolares el que imaginaba que era su ritmo. Después leí todo cuanto había escrito, pero nada era como Niño quemado. ¿En qué radicaba la extrañeza de esa novela sobre un joven que mantiene una relación amorosa con la nueva mujer de su padre? En la pornografía no, desde luego. Y ¿por qué, de sus novelas, esta sigue dividiendo aún hoy a los críticos en dos bandos? Olof Lagercrantz apenas la menciona siquiera en su canónico libro sobre Dagerman. Demasiado Edipo, psicoanálisis y Freud, se dice a menudo. Pero sesenta años después soy incapaz de verlo. Debo de haberme perdido algo. Había leído, y leo, una historia singularmente realista, pura y conmovedora sobre un joven con un cautivador parecido a mí. Sigo sin entenderlo. Se trata, desde luego, de La Sencilla Obra Maestra. Stig Dagerman tuvo una corta vida, pero más corta aún fue su vida creativa. Calculo que tres años y once meses. Debuta con La serpiente en noviembre de 1945, que podríamos situar como punto de partida. En otoño de 1946 se publica La isla de los condenados, una poderosa novela simbolista que fascinó a la crítica, «la fortaleza volante de la problemática de los años cuarenta», y, ese mismo año, el compendio de relatos Nattens lekar (Los juegos de la noche). Todos hablan de él, es el genio de la década. Ese otoño de 1946 Dagerman lleva ya dos meses, por encargo del periódico Expressen, en una Alemania asolada por las bombas y muerta de hambre, escribiendo lo que ve. Ese reportaje se publicará en un volumen en la primavera de 1947, bajo el título de Otoño alemán. El siguiente libro que escribe, en verano de 1948, es Niño quemado. Sucede deprisa: una novela entera en seis semanas. Cabe señalar la distancia temporal entre el final de la expedición alemana y su regreso a la escritura. Un agujero negro. Durante año y medio, nada. Pero… ¡que hay prisa!, ¡con lo corta que es su vida creativa!, ¡ni cuatro años siquiera! ¿Por qué se toma un descanso en esa época arrebatadamente prolífica?, y ¿qué es lo que ocurre? En apariencia, nada. El gran éxito que le procura ese reportaje sobre Alemania, aún hoy un clásico internacional, puesto que ninguna otra persona quiso ocuparse de la realidad atroz de los civiles alemanes que habían resultado vencidos, hizo que el periódico Expressen encontrara otro encargo para él. Viajaría a Francia y escribiría… sí, ¿qué? ¿Otoño francés? ¿Un contrapunto al Bland franska bönder (Entre campesinos franceses) de Strindberg? Pero Francia no era Alemania. Francia era un país cerrado, y una potencia vencedora. El triunfo no podía repetirse. Hablaba un alemán exquisito, pero su francés era penoso. Francia se presenta como un bivalvo cerrado. Mientras se pasea por el campo francés, van creciendo los sentimientos de culpa y su adelanto. No entrega ningún texto. Lo han enviado allí, ha aceptado un adelanto, pero no entrega nada. La primavera es espantosa. Pero hay también otra cuestión que marca la diferencia. ¿Cuál es el problema? Se encuentra en mitad de su vida como escritor, una vida que concluirá en octubre de 1949, al finalizar su última novela: Bröllopsbesvär (Complicaciones nupciales). A continuación, su creatividad se paraliza en términos prácticos. En el plano personal aún le quedan, sin embargo, cinco años antes de quitarse la vida, pero es incapaz de seguir escribiendo. En definitiva: tres años y once meses como escritor creativo. A más no llegó. ¿Qué pasó realmente entre diciembre de 1946, cuando regresa a casa desde Alemania, y julio de 1948, cuando empieza a escribir Niño quemado y lo hace en seis semanas? ¿Por qué se transforma su lenguaje, por qué se aparta de las abstracciones y los personajes simbolistas alabados por la crítica, como en La isla de los condenados, hasta esa prosa corrosiva, realista y a flor de piel del verano de 1948? ¿Fue la realidad la que lo golpeó hasta dejarlo quieto, casi paralizado? En un prefacio a Stig Dagerman. Brev (Stig Dagerman. Correspondencia), Lasse Bergström formuló una observación que considero importante, y que habría de extenderse por toda la escritura reanudada de Stig Dagerman. Lo que quedaba de ella. «Es evidente que la experiencia de Alemania en 1946 supone un punto de inflexión. A partir de entonces, ya no es capaz de representar su angustia interna con igual libertad y naturalidad como hacía en La serpiente y La isla de los condenados. Su ficción se acerca a la realidad externa, en obras como la novela Niño quemado. Parece reclamar nuevos frentes literarios, pero, en el proceso, la angustia que antes campaba a sus anchas en su literatura se queda encerrada en su pecho como un negro depredador». O dicho sea con otras palabras: sometió la angustia teórica de los años cuarenta al examen de la realidad. Lo que vio en Alemania en aquel otoño de 1946 fueron los restos de una cultura europea bombardeada hasta la ruina, un paisaje donde el último año de la guerra se había cobrado la vida de 660.000 civiles: hombres, mujeres y niños masacrados por los bombardeos en alfombra. Vio un estado de apatía, duda y culpa no como expresión de consideraciones intelectuales, sino como una sencilla realidad. Un escritor joven, de tan solo veintitrés años, dejaba atrás el cuestionamiento propio del movimiento literario de los años cuarenta en Suecia en torno a la angustia existencial, la culpa y la responsabilidad y se adentraba en una realidad donde las personas pasaban hambre y morían entre ruinas, y apenas pudo entonces plantearse angustiosas preguntas sobre el significado de la vida. O sobre la culpa. Se identifica con los vencidos, algo a lo que siempre había sido proclive. Y, por si eso fuera poco, por entonces estaba casado con una joven alemana, refugiada del nazismo: ella y su familia le habían dado a Stig Dagerman las «llaves del diálogo» con los parientes que todavía seguían vivos en Alemania, que carecían incluso de respuestas sencillas a cuestiones sobre la culpa y la responsabilidad. El salto de creador de «la fortaleza volante de la problemática de los años cuarenta» a observador en mitad del campo de grava de la penuria europea que era Berlín, este también creado a base de fortalezas volantes, fue grande. Apenas pudo sobreponerse. Le envían fantásticas reseñas por La isla de los condenados mientras está en la región del Ruhr, y por un instante olvida la hambruna y el desamparo y escribe a modo de respuesta: «Quería morir de vergüenza, pero ni siquiera eso era posible». De los años que siguieron le escribiría más adelante a su editor que «después de Alemania, la alegría de escribir ya no estaba». Pero no solo eso. «Puede que ese estúpido año en Francia fuera devastador. Corriendo solo de un lado a otro con un imperativo periodístico en el asiento trasero y una máquina de escribir en la maleta, que el fracaso acabó por volver tan pesada que ya apenas podía levantarla. ¿Dónde está el camino que en todas partes busco?». Al final se da por vencido. Escribe al periódico diciendo que un año de aspiraciones francesas no había dado fruto alguno más allá de deudas, y se encierra en un pueblo de la Bretaña y escribe en seis semanas la que sería su novela más comprimida, sencilla y desgarradora, y que por ello ahora, sesenta años después, se sigue leyendo en todo el mundo, como si fuera la única, en realidad, de los años cuarenta. Una novela sencilla sobre una familia en el barrio de Södermalm, en Estocolmo. Una novela sencilla sobre un joven traidor, un autorretrato cargado de angustia y escrito a flor de piel por un escritor de veinticinco años que no logra sobreponerse a sus propias traiciones ni a las del mundo, como tampoco a sus expectativas y declaraciones de genialidad, y puede también que parte de la inmensa carga de esta novela obedezca al hecho de que todo en su vida parezca estar quebrándose. Incluido su feliz matrimonio. Y a que él, al escribir la más personal de sus novelas, no necesitaba inspirarse en un conocimiento teórico sobre el psicoanálisis, Freud y el complejo de Edipo, sino que él mismo acababa de mantener una relación íntima más breve con su suegra, que había llegado de Alemania pasando por la Guerra Civil española y que, además, le había enseñado mucho sobre la realidad más allá de la angustia de la corriente literaria sueca de los años cuarenta. Sea como sea, así nació Niño quemado. Al año siguiente lo mandan en barco —siempre es alguien quien lo manda, a menudo una productora de cine que ha tenido una genial idea para el recién proclamado genio sueco— con destino a Australia. Para escribir sobre las condiciones del exilio, algo que tampoco consigue. Así, su última novela, Bröllopsbesvär (Complicaciones nupciales), es un vuelo en picado de regreso al medio en que se crio de niño, una historia creada prácticamente en un estado de pánico, como una tragedia burlesca y grotesca en una aldea de campesinos. Luego, durante cinco años, nada. Un proyecto nuevo tras otro, todos interrumpidos al cabo de tres páginas. Luego el garaje, las puertas cerradas y un coche en marcha. Puede que no haya...