E-Book, Spanisch, 200 Seiten
Cyrulnik Las dos caras de la resiliencia
Edición anterior publicada en Gedisa Editorial
ISBN: 978-84-254-5278-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Contra la recuperación de un concepto
E-Book, Spanisch, 200 Seiten
ISBN: 978-84-254-5278-9
Verlag: Herder Editorial
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Boris Cyrulnik (Burdeos, 1937) es uno de los grandes referentes de la psicología moderna. Neuropsiquiatra, psicoanalista y etólogo de formación, es considerado uno de los padres de la resiliencia. Es profesor de la Universidad de Toulon en Francia, profesor asociado en la Universidad de Mons en Bélgica y responsable de un grupo de investigación en etología clínica en el Hospital de Toulon. Ha publicado numerosos libros que fueron traducidos a diversas lenguas.
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Resiliencia: noción, definición
y desviaciones de la palabra
Boris Cyrulnik
La palabra «resiliencia» goza de éxito internacional, pero prácticamente en todas partes su uso da lugar a ciertos malentendidos. ¿Se trata de la polisemia habitual de toda palabra, o de un «robo» ideológico?
Una palabra es un organismo vivo, que se adapta a su medio y adquiere significados diferentes según el contexto familiar y cultural. Cuando decimos: «es una noción», nos preparamos para considerar un problema, pero cuando afirmamos que es un concepto, pretendemos utilizar un término técnico que implica una elaboración filosófica y un método de adquisición de un conocimiento que deberemos someter al tribunal de la ciencia y de la práctica clínica.
Desde la década de 1980, el éxito de la palabra «resiliencia» se ha reflejado en decenas de miles de publicaciones científicas, en miles de tesis, en cientos de congresos y en una gran variedad de usos de esta palabra en la vida cotidiana. Para un educador, un psicólogo o un cuidador, el concepto de resiliencia es tan evidente que resulta simplón. Cuando un niño ha sido privado de un entorno fisiológico, afectivo y verbal, existe un trastorno del desarrollo. Desconfiemos de las evidencias, ya que inmediatamente son interpretadas por el observador. Algunos creen que hay que internar en instituciones a esos niños trastornados para que no ralenticen el funcionamiento social, mientras que otros se preguntan qué hay que hacer para compensar esos retrasos y reducir esos trastornos. Estos últimos piden a los científicos que les propongan explicaciones y líneas de conducta, que luego ellos validarán sobre el terreno (funciona o no funciona).
Desde hace unos veinte años, los avances de la neurociencia inducen a un enfoque científico y clínico integrador: «Este niño, genéticamente sano, presenta un retraso en la talla, en el peso, en la expresión emocional y en el dominio del lenguaje, porque las circunstancias de su vida lo han llevado a vivir en un medio empobrecido, que no ha podido estimular las áreas correspondientes de su cerebro». En ese medio, la secreción de neurohormonas del crecimiento y de la sexualidad ha sido insuficiente. La neuroimagen funcional precisa que cuando un cerebro infantil no está rodeado de palabras, su lóbulo temporal izquierdo solo procesa sonidos y no está habilitado para convertirse en área de lenguaje.
Para formular esa frase hubo que reunir a científicos de diferentes disciplinas: un genetista, un biólogo, un endocrinólogo, una pedagoga, un neurólogo, una maestra de escuela y una lingüista. Cada uno en su campo aportó su parcela de saber, que hubo que integrar con la de los demás y luego validar sobre el terreno. El objeto científico resultante es heterogéneo y sin embargo coherente, cuando los datos se armonizan en un razonamiento ecosistémico. Como es imposible saberlo todo, fue necesario organizar grupos multidisciplinarios en los que, contrariamente a lo previsto, estos investigadores se sorprendieron, estimularon, irritaron y enriquecieron para elaborar el concepto de resiliencia. El genetista confirmó que una secuencia de ADN se expresa de distinta forma según la organización del medio. El neurobiólogo midió las secreciones neurohormonales modificadas en función de las relaciones humanas. El neurorradiólogo filmó y fotografió las disfunciones cerebrales inducidas por la alteración del medio, y a continuación registró la posible recuperación de esta disfunción enriqueciendo el medio anteriormente defectuoso. Este proceso describe la resiliencia neuronal, facilitada gracias a la asombrosa plasticidad cerebral de los primeros años.
La palabra «resiliencia» puede utilizarse, por tanto, en ámbitos diferentes, siempre que se integre en un razonamiento ecosistémico. Define así una recuperación evolutiva después de un trauma. Podemos decir, pues, que un suelo es resiliente cuando, después de un incendio, reaparecen una nueva flora y una nueva fauna. Una costa se torna resiliente cuando se detiene la erosión gracias a nuevas plantaciones, cuyas raíces fijan la arena y convierten los tamariscos en una especie de bosque. También podemos utilizar la palabra «resiliencia» para designar un fenómeno de grupo en el que se constata que los inmigrantes que han conservado su lengua y sus tradiciones sufren menos síndromes postraumáticos que los inmigrantes aislados y ubicados en campamentos. La palabra «resiliencia» es pertinente para designar el proceso narrativo de una persona traumatizada, incapaz de explicar su historia, pero aliviada al oír a un comediante convertirse en su portavoz, o feliz de leer a un escritor que da testimonio o narra una tragedia similar a la suya. Puede decirse que una ciudad es resiliente cuando, ante un trauma previsible, se organizan elementos de protección, como la circulación de vehículos para el transporte de víveres y de los futuros heridos y cuando, después del trauma, se disponen puntos de ayuda psicológica y de elaboración verbal a fin de dar sentido a la desgracia y modificar así la manera de sentirla.
La palabra «evolución» se aplica en mil ámbitos diferentes: evolución de las costumbres, evolución de las técnicas, evolución del clima, evolución de las leyes… y nadie se equivoca cuando esta palabra designa un proceso que se desarrolla en un contexto determinado. Entonces, ¿por qué la palabra «resiliencia» no debería referirse a una nueva evolución, una recuperación evolutiva en un nuevo contexto?
El evolucionismo, una manera de ver y pensar la vida, fue concebido en el siglo XIX por Darwin. Pero para un fijista, angustiado ante cualquier cambio, ante cada innovación filosófica, literaria o científica constituye una sacudida mental. Prefiere la certeza que potencia la autoafirmación, el recitado que conduce al diploma y el eslogan que, al impedir el trabajo del pensamiento, aporta ideas claras. Cuantos menos conocimientos, más convicciones se tienen.
Darwin fue criticado y ridiculizado. También tuvo amigos peligrosos que utilizaron el término «evolución» para dar a la sociedad una visión jerarquizada del mundo viviente. Para Darwin, poner nombre a las especies no era más que una convención lingüística que ayudaba a categorizar la masa viviente de la que formamos parte para verla mejor. Algunos genes de algas pueden ayudar a reparar retinas humanas defectuosas, compartimos con las lombrices de tierra y los grandes simios un importante programa común genómico, y las hormonas femeninas que bloquean la ovulación de las conejas tienen la misma estructura química que las que inhiben la ovulación de las mujeres. Este hecho biológico ha legitimado la revolución feminista que hoy trastoca nuestras sociedades y nuestros valores morales. El hecho de poner nombre a las especies para ver mejor el mundo vivo induce una forma de pensar que recorta segmentos de la realidad. Cuando se quiere ver todo o decir todo, se produce confusión. Hay que reducir para dar forma, como hacen los sistemas nerviosos, las palabras y los métodos científicos.
Podemos representarnos una población de animales modelada por las presiones del medio y, para ver mejor esas nuevas formas, es conveniente darles un nombre. Podemos ver así que una población de pinzones de las islas Galápagos tiene el pico afilado en una isla donde los frutos son blandos, mientras que otra población de la misma especie tiene un pico grueso y corto en la isla vecina, donde los frutos tienen una corteza dura. Cuando Darwin descubrió enormes fémures de animales que ya no existen en nuestro planeta, hubo que admitir que la fauna había cambiado. Los fijistas lo utilizaron como prueba de la existencia del Diluvio, para no cambiar nada en el discurso fundacional. Para los evolucionistas, estas constataciones anatómicas eran la prueba de la existencia de cambios que denominaron «adaptación», mientras que para los fijistas estas desapariciones recibían el nombre de «selección del más fuerte». La propia palabra «adaptación» contiene la idea de que el medio actúa sobre los seres vivos y de que se puede actuar sobre el medio que actúa sobre nosotros, cosa que nos proporciona un grado de libertad. En cambio, lo que está implícito en la expresión «selección de los más fuertes» implica una representación jerarquizada en la que Dios, el rey, los ricos, los pudientes son seleccionados porque son los más fuertes. La naturaleza y la sociedad hacen bien las cosas. No hay nada que cambiar, reina el orden.
Podríamos preguntarnos ahora si la palabra «resiliencia» no induce también una dinámica de pensamientos divergentes. Cuando los educadores, los cuidadores o los enseñantes constatan en la práctica la existencia de daños físicos, psicológicos o sociales, se preguntan simplemente qué pueden hacer para que evolucionen. Los fijistas, ante los mismos daños, tienden a pensar que es el orden natural. Se equivocan al llamar «resilientes» a los individuos que han resistido al trauma, y explican este prodigio diciendo que son los más fuertes, que son de «mejor calidad». En cambio, los evolucionistas afirman que, para que las cosas cambien, hay que pedir explicaciones a los científicos e implicar al contexto afectivo, educativo y cultural. Los fijistas sienten admiración por los «resilientes», esos héroes de buena calidad que triunfan sobre las desgracias de la vida.
Son muchas las situaciones de colapso social o geográfico, seguidas de una transformación en otro sentido. En la isla de Vancouver, en Canadá, se hundieron las industrias forestal y minera de la región. Hoy en día la isla se ha transformado en un hermoso y...