E-Book, Spanisch, Band 84, 164 Seiten
Reihe: El Árbol del Paraíso
Corbin Acerca de Jung
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-16638-10-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
El buddhismo y la Sophia
E-Book, Spanisch, Band 84, 164 Seiten
Reihe: El Árbol del Paraíso
ISBN: 978-84-16638-10-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Este texto totalmente inédito de Henry Corbin aborda la relación entre Jung y el pensamiento budista, y el papel del psicólogo suizo en el llamamiento a «devenir uno mismo». Alrededor de una mesa en Ascona, se producía todos los años «un milagro del Espíritu». Las personas más solitarias e individualistas del mundo se reunían en el círculo Eranos para presentar sus investigaciones. Del encuentro entre Carl Gustav Jung, «el psicólogo que osó hablar del alma», y Henry Corbin, el filósofo que restituyó las potencias de la imaginación, resultaron una serie de testimonios imprevisibles que se recogen por primera vez en este volumen. Los textos que Corbin dedicó a la obra de Jung desvelan la imagen olvidada de Sophia, el arquetipo femenino que se encuentra en los Salmos más antiguos y que fue la compañera del creador, su alegría cotidiana cuando este asentaba los cimientos del mundo. El reino de Sophia, aquel mundo en el que el amor precede a todo conocimiento y el sentido de la muerte no es más que la nostalgia de la resurrección, ha quedado enterrado y solo podrá ser restaurado con la ayuda de una arqueología que se adentre en los estratos más profundos del alma. Henry Corbin ofrece aquí una invitación a recomponer los fragmentos dispersos de un Antiguo Testamento sophiánico, una teología que «no se aprende ni en los manuales ni gracias a la crítica histórica de los textos, sino en la noche y en el sufrimiento del alma, en la más alta lucha librada dentro de nosotros mismos sin compromiso, ni cobardía, ni abdicación».
HENRY CORBIN (París, 1903-1978) fue uno de los filósofos orientalistas franceses más importantes del siglo XX. Su obra, centrada en el conocimiento de la espiritualidad islámica, se desarrolla en el contexto de las tres religiones monoteístas y comprende estudios sobre los ritos, así como traducciones y ediciones de textos antiguos árabes y persas.
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?La Tierra Pura (sobre La psicología de la meditación oriental) Con el ensayo de C. G. Jung sobre la psicología de la meditación oriental seguimos inmersos en el clima espiritual del zen japonés. El texto que analiza y amplia Jung, forma parte de los textos sagrados fundamentales del buddhismo de la Tierra Pura, secta que floreció plenamente en Japón entre los siglos XII y XIII en dos escuelas fundadas respectivamente por Gentru¯ Honen (1133-1218), que instauró la secta Jôdo o secta de la Tierra Pura, y su discípulo Shinzan, fundador de la secta de la «Tierra Pura» (Jôdo shinshu). Sin embargo sus orígenes son mucho más antiguos. El Buddha Amida, uno de los cinco «buddhas de meditación» (Dhyani bouddha), fue introducido por el Mah¯ay¯ana como hipóstasis (el termino es aproximativo) de un Buddha puro original (Âdibuddha o Mah¯abuddha), sin que podamos determinar las razones que provocaron este desarrollo metafísico; todo lo que se puede afirmar con seguridad es que este movimiento está asociado con la expansión que llevó el buddhismo más allá de la frontera india. Para mayor precisión, el Buddha que dio nombre al «amidismo» japonés se conoce en su forma sánscrita original como Amit¯abha (Luz Infinita) o como Amitâyus (Duración Infinita). Ocupando una plaza fija en los mandalas, reina sobre el paraíso del Oeste, su propia Tierra de Buddha, tierra de felicidad o Sukh¯avati, cuya compasión abre las puertas a sus fieles, es decir, a aquellos en quienes la Fe (o su deseo) ha hecho nacer el propio deseo de renacer en esta Tierra, donde «se encaminan al nirvana sin abandonar el éxtasis de la beatitud»24. Los orígenes del culto de la Tierra Pura (totalmente ignorado por el Pequeño Vehículo) plantean uno de los problemas más opacos de la historia del Mah¯ay¯ana. Un iranólogo se siente compelido a suscribir aquella interpretación que encuentra las claves de su triunfo en la propagación del buddhismo más allá de la India, sobre todo en la zona intermedia de la Serindia, donde dominaba la influencia iraní25. Con la ayuda de los dos principales bodhisattvas (estos «héroes del espíritu del Despertardespertar») que lo asisten (Avalokitésvara y Mahâsthâmapzapta), Amida-Amit¯abha forma una tríada cuyos atributos dominantes son la Duración infinita, la Luz infinita y la Fuerza victoriosa. Todas estas representaciones son familiares a las religiones iraníes: Tiempo infinito del zurvanismo, Luces infinitas del mazdeísmo, Mitra del mitraísmo que evoca a Maytyra el compasivo, Buddha de los tiempos futuros, que no por azar está vinculado a Amit¯abha. ¿Es necesario recordar el hecho consabido de que los primeros traductores de los textos del Mah¯ay¯ana (del sánscrito al chino) fueron los arsácidas, los partos, los sogidanos y que el imperio Kushán era tan mazdeísta como buddhista? A pesar de ello, cualquier demostración «histórica» parece condenada al fracaso, puesto que todos los restos «materiales» se han desvanecido. Y tampoco nos convencen las refutaciones que se sostienen en la pura causalidad histórica, aquellas que creen poder demostrar que estos y aquellos factores son suficientes para producir tal resultado, como si la existencia personal no creara un acontecimiento absolutamente irreductible. Tal vez haya otro camino, uno que permita valorar positivamente las afinidades que existen, por ejemplo, entre por un lado las concepciones mazdeístas dominantes de los faravahares, encarnándose voluntariamente en los Saosyant, y por otro las figuras del Buddha de la Tierra Pura. Más de una vez se han comparado las figuras mazdeas de Amahraspand y de Izad con los arcángeles y los ángeles judeocristianos. Tarea que no carece de interés. Pero, si es cierto que los bodhisattvas26 (héroes del espíritu del Despertar) se presentan a menudo como «ángeles» del Mah¯ay¯ana27, también lo es que estas figuras son más afines a lo que representan los «ángeles y arcángeles» del mazdeísmo para la condición humana, su razón de ser y sus perspectivas. En este punto no puede pasarse por alto el importante papel del maniqueísmo. Aunque sea un sinsentido repensar por medio del historicismo el problema de este tipo de relaciones, nos quedamos estupefactos cuando vemos que las metamorfosis de figuras divinas son a menudo interpretadas como si se tratara de un mero cambio de estado civil, o aun como refundiciones de objetos decorativos que de vez en cuando tienen que ser reenviados a la fábrica. ¿En qué consiste el hecho espiritual por sí mismo? Los términos de este problema no pueden ser entendidos ni resueltos sin recurrir a la meditación, y precisamente las «meditaciones» de Jung, que aquí comentamos, muestran con claridad el camino que hay que tomar. De ahí que tengamos que poner de relieve el problema que ejemplifica la meditación de la Tierra Pura. Es posible que, por consiguiente, estemos creando un «hecho» que nuestra ciencia de las religiones perciba instintivamente como «peligroso»; aunque el verdadero peligro que corra sea, en realidad, el de quedar aplastada bajo una masa creciente de textos que no tiene otra finalidad que la de alimentar polémicas estériles, incapaces como son de dar una respuesta a la espera silenciosa que se le había confiado, o bien de callarse y dejar paso a las improvisaciones barulleras de cualquier aficionado. Los orígenes espirituales del amidismo están relacionados con esta forma de existencia espiritual que evoca el término de bhakti, devoción, amor. En una época anterior al magisterio del «Buddha histórico», cuando Amida era todavía el bodhisattva Dhazmakara, formó el voto de no recibir el Despertar correcto-completo, de rechazar el estado supremo del nirvana «mientras que en las diez direcciones queden seres que crean en mí y que me amen con toda su alma, que deseen renacer en mi reino y que no nazcan». Voto que define perfectamente la esencia de un bodhisattva como el ser ideal del buddhismo mah¯ay¯ana. De manera que las sectas de la Tierra Pura perciben la relación de Amida con todos los seres como una forma de amor infinito que desea tanto salvarlos del sufrimiento y de la ignorancia, como liberarlos de la ira y la cólera. La salvación de los humanos, operada por pura compasión y por la gracia del amor, ha establecido una afinidad entre esta doctrina y la de la salvación por la gracia y la bondad pura en Lutero: Rudolf Otto ha dado un testimonio emotivo de ello28. Si, con el objetivo de poner a prueba su fe absoluta en el voto de Amida y para formar él mismo el voto de renacer en su reino, el hombre piensa con todas sus fuerzas en el paraíso del Oeste y alcanza los límites de su energía espiritual, entonces renacerá con toda seguridad en el reino de la Tierra Pura. Los medios de los que disponen los fieles para establecer esta relación espiritual, que nace de un arrebato de fe y de amor, están condicionados esencialmente por la doctrina según la cual «el bodhisattva que al escuchar el nombre del Buddha Amit¯abha desea verlo, puede hacerlo pensando constantemente en la región en la que se encuentra»29. A grandes rasgos, y sin recordar aquí cómo los dos aspectos del método han podido combinarse o solaparse, el «pensar en Buddha» ha terminado identificándose con «pronunciar el nombre» (nomen est numen). De lo que se trata entonces es de la recitación del nombre de Amida, práctica designada como nembutsu (namu Amida butsu, adoración del Buddha de la Luz Infinita). Por otro lado, gracias a la práctica de la meditación contemplativa, a medida que este ejercicio purifica el espíritu, el Buddha Amit¯abha se ve reflejado como si fuera un espejo; el Buddha y el espíritu del meditador se identifican, o lo que es lo mismo, en este espejo, el espíritu o Buddha se contemplan a sí mismos. Para esta meditación contemplativa, los textos fundamentales de la secta de la Tierra Pura ofrecen un soporte de recursos ilimitados: en primer lugar el Sukhavatîvyûhâ, donde la enumeración de los cuarenta y ocho votos que componen el gran voto de Amit¯abha contiene la descripción de toda la belleza de la Tierra Pura, del esplendor de los seres que renacen en ella, de las maravillas de su contemplación y de sus éxtasis demiúrgicos. Acto seguido, el Amitâyur-dhyâna-sûtra, o el Sutra de la Meditación del Buddha de la Duración Infinita; se trata de una enseñanza dispensada por el Buddha Sâkyamuni a la reina Vaidehî y a sus quinientas sucesoras que las invita a practicar dieciséis formas de meditación sobre la Tierra Pura y su señor, el Buddha del Sol Poniente de la Luz Infinita. Para comentar y ampliar este último sutra que forma el textbook del estudio de Jung sobre la filosofía de la meditación oriental tendremos que detenernos brevemente en su contenido. De las dieciséis formas de meditación, solo se detiene en las más importantes para la práctica de aquel yoga que permite renacer en el reino de Amit¯abha. Para alcanzar ese reino hay que empezar por producir una visión del paraíso de occidente concentrando el pensamiento: volverse hacia el Oeste, ordenar el pensamiento por medio de una meditación que se concentre en el sol poniente. Para que el sol poniente quede fijado en la consciencia, primero hay que mirarlo y después cerrar los ojos manteniendo esta imagen clara y estable; he ahí la primera meditación, la visión mental del Sol. Acto seguido hay que producir la visión del Agua: contemplar el agua límpida y mantener la imagen inalterada. Sigue...