E-Book, Spanisch, 800 Seiten
Reihe: TBR
Cole El resplandor del Fuegoeterno
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-19621-65-8
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 800 Seiten
Reihe: TBR
ISBN: 978-84-19621-65-8
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Penn Cole es una autora de bestsellers internacionales sobre mundos mágicos, mujeres luchadoras y romances angustiosos. Su primera serie, la saga Fuegoeterno, se ha vendido en más de una docena de idiomas hasta la fecha. Antes de perseguir el sueño de su vida de publicar, Penn trabajó como artista y abogada. Aunque nació y creció en Texas, actualmente vive en Francia con su marido, donde se la suele encontrar comiendo demasiados pasteles y troleando a sus lectores en Discord.
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capítulo
Uno
Una alucinación.
Aquello tenía que tratarse de una alucinación.
Era la única explicación posible. Durante una década, había tenido muchísimo cuidado de evitar aquellas visiones. Pero ahora habían vuelto, y la única culpable era yo.
Llevaba años tomando todos los días una rara sustancia llamada «raíz de fuego», para evitar los intensos delirios que había experimentado de pequeña. Delirios en los que sentía y hacía cosas que los mortales como yo jamás habían sido capaces de sentir ni de hacer.
Antes de desaparecer sin dejar rastro hacía casi siete meses, mi madre -la mejor sanadora de Lumnos, reino de luz y sombra y uno de los nueve territorios de Emarion- insistía una y otra vez en que tomara aquella sustancia todos los días. Si me saltaba una sola dosis, decía, las visiones podrían volver.
Pues bien: lo cierto era que me había saltado bastante más de una dosis.
Varias semanas atrás, había arrojado al mar todas mis provisiones de aquel polvo de un vivo color rojo, llevada de un impulso que aún no sabía cómo explicar.
Quizá fuera por lo atontada que me dejaba y por la sensación de vacío y de frío que sentía al tomarlo. Pero también puede que fuera por culpa de la misteriosa anciana de ojos negros que me había arrinconado en un callejón oscuro y había insistido en que lo dejara, después de revelarme secretos familiares que no tenía por qué conocer.
En aquel entonces, la raíz de fuego era un símbolo de todo lo que odiaba en mi vida: cada pérdida, cada misterio, cada arnés invisible que me confinaba en mi burbuja rutinaria y protegida. Deshacerme de ella había hecho que me sintiera más libre que nunca.
Pero ahora, agazapada en un círculo de hierba humeante y ennegrecida junto al hogar de mi familia, con mi hermanastro Teller contemplando con asombro el aire por encima de mi cabeza, me sentía de todo menos libre. Y la raíz de fuego -lo único que podría haberme librado de aquella locura a la que con tanta imprudencia me había arrojado- yacía ahora en el fondo del Mar Sagrado.
Me repetí mentalmente las palabras que acababa de pronunciar Teller, con la garganta cerrada por un nudo de pánico:
Diem, llevas la Corona. Has sido elegida. Eres la nueva reina de Lumnos.
-Me estoy volviendo loca -dije con voz ronca-. He perdido la cabeza y es irreversible.
-No te estás volviendo loca -replicó Teller, aunque con cierta vacilación-. Puedo ver la Corona: está justo encima de ti.
Me llevé las manos a la cabeza para quitármela, pero mis dedos solo encontraron el frío aire nocturno.
La cara de Teller se fue iluminando con una luz sobrenatural mientras avanzaba hacia mí. Me giré hacia el bosque para ver cuál era su fuente y, de pronto, me di cuenta de que era yo misma.
Otro delirio. Gemí con desesperación.
-Iré a buscar a padre -dijo Teller-. Si él también puede verla, entonces...
-¡No! -chillé.
Nuestro padre, Andrei, ya estaba furioso conmigo. La pelea que acabábamos de tener... Dioses míos, le había dicho tantas cosas feísimas...
¡Tú no eres mi padre!
¿Dónde está nuestra madre? ¿Por qué dejaste de buscarla? ¿Por qué no has llorado su pérdida, padre?
Quizá no la busques porque no te importa. Tal vez tú seas la verdadera razón por la que se ha ido.
Me arrepentía de cada una de mis palabras.
Aunque Andrei no fuera el hombre que me había engendrado, me había adoptado como hija con un compromiso inquebrantable, y no cabía duda de que nos quería. Pero, por mucho que no creyera de verdad que hubiera tenido algo que ver con la desaparición de mi madre, estaba tan frustrada por los interminables secretos de nuestra familia que la situación me había sobrepasado.
Tal vez nunca me perdonara por haberle hablado con tanta crueldad. Y si además se enteraba de que también le había mentido sobre la raíz de fuego...
-No se lo cuentes todavía -le imploré a mi hermano-. Por favor, Teller.
-Tenemos que decírselo a alguien. Si de verdad esa es la Corona de Lumnos, eso quiere decir que el rey ha muerto, y vas a tener que... -Meneó la cabeza, incapaz de decirlo en voz alta.
No.
Todo esto era parte de la alucinación. Tenía que serlo.
Seguro que Teller ni siquiera estaba allí. Seguro que estaba hablando sola, inmersa en mi propia locura.
Miré la parte de la marisma que limitaba con las tierras de nuestra familia, justo el sitio donde había tirado al mar los frascos de raíz de fuego. La corriente en esa zona era fuerte, pero a lo mejor...
Me levanté y me dirigí dando tumbos a la orilla, quitándome con torpeza las botas y las armas. Aún vestía la túnica del príncipe Luther y los pantalones del uniforme de la Guardia Real con los que su prima me había vestido, después de que el incendio del arsenal hubiera dejado mi ropa reducida a cenizas. La tela absorbía el agua helada como una esponja, pegándose a mi piel y haciendo que me hundiera en el fangoso lecho de la marisma.
-Por los Fuegos, Diem, ¿qué haces? -protestó Teller-. Vuelve, que te vas a congelar.
No contesté; estaba demasiado concentrada en lo que me había propuesto hacer. Me sumergí bajo la superficie e intenté distinguir algún indicio de los característicos frascos, pero el agua estaba demasiado turbia para ver más allá de un palmo.
Salí, jadeante, y distinguí mi reflejo en la superficie de la marisma. A pesar de las ondulaciones del agua, pude verla sobre mí, con chispazos aquí y allá titilando como piedras preciosas.
La Corona de Lumnos.
No, me dije. No es la Corona, solo es fruto de mi imaginación. De mi locura.
Una nueva oleada de pánico hizo que me sumergiera más profundamente y me agitara con fuerza mientras rebuscaba en el lecho marino.
-¡Diem, vuelve a la orilla! -gritó Teller-. ¡Encontraremos una solución, ya lo verás!
-¡No puedo! -grité-. No puedo... Te... Tengo que...
-Si no vuelves, iré a por padre.
-¡No! -Me di la vuelta y vi el pánico que brillaba en los ojos marrones de Teller.
-Por favor, Diem -suplicó-. Me estás asustando.
-Es que... tiré la raíz de fuego aquí hace unas semanas. Estaba enfadada y... -Me adentré un poco más en el agua negra como la tinta-. Tengo que encontrarla. Si la encuentro, podré parar todo esto.
La expresión de mi hermano se tiñó de algo parecido a la lástima.
-No servirá de nada que encuentres la raíz de fuego, Didi -replicó, casi en un murmullo-. La Corona es de verdad.
-No -jadeé, sintiendo que una soga invisible se cerraba en torno a mi cuello.
-¿Recuerdas cuando éramos pequeños y te asustaba que la raíz de fuego no funcionara? -preguntó con suavidad-. Me hiciste prometer que te avisaría si no eras capaz de distinguir la realidad, y te juré que lo haría. ¿Te acuerdas?
Asentí.
-Tienes que confiar en mí, Diem. Te juro por mi vida que esto no son imaginaciones tuyas. Por los nueve reinos... No tengo ni idea de cómo ha ocurrido esto, pero ese polvo no hará que desaparezca.
Su tono era tan serio que casi me lo creí. Sin embargo, mi atención estaba en otra parte. Concretamente, en una chica Descendiente de cabello oscuro, ojos azules y atuendo elegante que estaba de pie detrás de él. En la mano sostenía un ramo de rosas blancas, cuyos pétalos parecían bañados por la luz de la luna.
La chica dio un respingo y las flores fueron a parar al suelo.
-Benditos Vástagos, eres... eres...
Teller trastabilló al volverse hacia atrás.
-¡Lily! ¿Qué estás haciendo tú aquí?
Ella no le contestó. Tenía la mirada clavada en un punto sobre mi cabeza.
-Diem me dijo que podía venir a cenar, así que pensé que... -Se llevó las manos a la boca-. ¿Es...? ¿Es de verdad? ¿Tú eres...?
Aquella presencia inesperada me sacó de mi trance. Regresé a la orilla, balbuceando que aquello no podía ser verdad por mil razones distintas. Pero me había quedado sin argumentos. En ese momento, me costaba discernir lo que era real de lo que no lo era.
-Esto quiere decir que nuestro rey ha muerto -murmuró Lily. Se arrodilló y se llevó un puño al corazón-. Larga vida a nuestra reina.
-No, por favor -protesté, mientras intentaba escurrir el líquido de mis ropas empapadas-. ¡No soy vuestra reina!
Teller nos miró de hito en hito y luego comenzó a arrodillarse.
-Larga vida...
-Para, Teller -mascullé, y lo agarré del brazo para obligarlo a ponerse de pie-. No empieces tú también.
Lily agachó la cabeza.
-La Bendita Madre Lumnos te ha elegido.
-En ese caso, se ha equivocado. Yo no puedo ser la... ¿Quieres ponerte de pie, por favor? Yo no puedo ser la reina. No soy más que una mortal.
Hasta hacía muy poco, mi vida en la miserable Ciudad Mortal me había mantenido alejada del lujoso mundo de los Descendientes -unos seres casi sobrenaturales que provenían de nueve dioses y diosas hermanos, conocidos como los Vástagos, que habían invadido milenios atrás los dominios de los humanos-. Apenas estaba al tanto de las normas que regían el acceso al trono, pero sí sabía una cosa: cuando un monarca moría, el trono pasaba...




