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E-Book, Spanisch, 360 Seiten

Chartier Editar y traducir

La movilidad y la materialidad de los textos
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-18914-28-7
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

La movilidad y la materialidad de los textos

E-Book, Spanisch, 360 Seiten

ISBN: 978-84-18914-28-7
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
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¿Cómo entender la relación entre las obras y sus textos? Éstas parecen desafiar al tiempo y mantenerse siempre iguales a sí mismas: Don Quijote ha sido Don Quijote desde 1605 hasta el día de hoy. Sin embargo, las obras siguen siendo leídas y reinterpretadas de numerosas maneras. Difundidas a través de múltiples textos, éstas migraron entre la voz y la escritura, entre los géneros y las lenguas, entre los modos de publicación y las ediciones. Para explicar las diversas modalidades de transformación, creación y circulación de los textos entre lenguas, culturas y formas de expresión, Roger Chartier acude al concepto de «movilidad de las obras». Se trata de un concepto original que se observa en la materialidad de los textos, las diferentes autorías (identidades reales o seudónimos), las relaciones entre los géneros discursivos, las traducciones a otros idiomas, las adaptaciones a otros géneros literarios u otros formatos, las variaciones entre las ediciones impresas, las expectativas de los lectores, las correcciones introducidas por los mismos autores o las intervenciones de editores, traductores, impresores y censores en las nuevas versiones o formatos. Un ensayo brillante que sitúa la materialidad de los textos y la movilidad de las obras en el corazón de la historia cultural y la geografía literaria modernas.

Roger Chartier (Lyon, Francia, 1945) es profesor emérito en el Collège de France y director de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), además de uno de los más distinguidos historiadores de la cultura del libro y de la lectura. Gedisa también ha publicado: Las revoluciones de la cultura escrita (2018), El orden de los libros (2017), Cardenio entre Cervantes y Shakespeare (2012), La historia o la lectura del tiempo (2007), Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII (1995) y El mundo como representación (1992).

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Introducción Editar y traducir ¿Cómo entender la relación entre las obras y sus textos? Éstas parecen desafiar el tiempo y mantenerse siempre iguales a sí mismas: Don Quijote ha sido Don Quijote desde 1605 hasta el día de hoy. Sin embargo, las obras han sido y siguen siendo leídas, escuchadas y entendidas de numerosas y diversas maneras. Difundidas a través de múltiples textos, éstas migraron entre la voz y la escritura, entre los géneros y las lenguas, entre los modos de publicación y las ediciones. Ya sea transformando la letra, la presentación o el estatuto de las obras, la movilidad de los textos guarda relación con distintas propiedades de los discursos, empezando por el régimen de atribución, que puede preferir el nombre del autor o bien el anonimato.1 En el caso de que un nombre propio figure en la portada, éste puede indicar la identidad de quien escribió la obra, pero también ocultarla bajo un pseudónimo o un nombre prestado. Clélie, atribuida a Monsieur —y no a Mademoiselle— de Scudéry,2 o el Oráculo manual y arte de la prudencia, publicado bajo el nombre de Lorenzo —y no Baltasar— Gracián,3 son algunos ejemplos de tales ocultamientos. Las variantes de los textos también contribuyen a su movilidad. Más o menos importantes, éstas pueden ser el resultado de revisiones propuestas por el propio escritor (como en las ediciones de 1580, 1582, 1588 y la póstuma de 1595 de los Ensayos de Montaigne),4 correcciones introducidas por los editores en las distintas ediciones (por ejemplo, entre las ediciones de 1537 y 1580 de la traducción francesa de Cortegiano de Castiglione),5 o incluso la diversidad del estado u origen de los textos impresos (pensemos en los tres Hamlet de las dos ediciones in-quarto de 1603 y 1604 y en el Folio de 1623).6 Las transformaciones de las formas de publicación constituyen otra razón de la movilidad de las obras. La noción de «materialidad del texto», en el sentido que le atribuyen Magreta de Grazia y Peter Stallybrass, recuerda que la producción, no sólo de los libros, sino de los propios textos, es un proceso que, además del gesto escritural, implica distintos momentos, técnicas e intervenciones: las que realizan copistas, censores, editores, impresores, correctores y tipógrafos.7 Las modalidades de inscripción de los textos, el formato del libro, la maquetación, la ilustración, las preferencias gráficas y la puntuación son todos elementos materiales y visuales que contribuyen a los diversos significados de las «mismas» obras. El vínculo entre materialidad de los textos y movilidad de las obras es profundo. En la Francia del siglo XVII, las ediciones de las obras de teatro, publicadas poco después de la puesta en escena, generalmente en el pequeño formato in doceavo, y las recopilaciones que reunían las obras de un único dramaturgo otorgaban a los «mismos» textos estatutos muy distintos.8 Lo mismo sucede con los títulos que migraban de las ediciones parisinas al repertorio de la literatura de colportage, que los editores de Lyon, Ruan o Troyes reservaban a un público más popular que el de las librerías.9 En toda Europa, las ediciones de los chapbooks,10 «pliegos de cordel» o libros de la «Biblioteca Azul» muestran, tal como afirma D. F. McKenzie, que «nuevos lectores crean nuevos textos, cuyas nuevas formas producen nuevos significados».11 La movilidad de las obras también proviene de las migraciones entre géneros textuales. Las narraciones en prosa, al igual que las crónicas históricas, fueron objeto de adaptaciones teatrales. Son profusas las de Don Quijote. La obra perdida de Fletcher y Shakespeare en Inglaterra, las de Pichou y Guérin de Bouscal en Francia y la de António José da Silva en Portugal añaden a la transformación del género un cambio de lengua.12 En los casos inglés y francés, las reescrituras para la escena se valieron de las traducciones de la historia escrita por Cervantes ya publicadas; en el caso portugués, la obra de Antonio José da Silva es una suerte de primera «traducción» de una obra que no se tradujo realmente hasta sesenta años después. Como lo demuestran varios trabajos recientes, la traducción, así como su contracara, lo intraducible, se convirtieron en temas fundamentales de la historia de la filosofía y la literatura,13 la sociología14 y la historia cultural.15 Las razones de este interés son tanto históricas como metodológicas. El estudio de las traducciones —que constituyeron una de las primeras modalidades de profesionalización de la escritura— es un instrumento central de la geografía literaria, así como de las historias conectadas, ya que permite disipar las ilusiones anacrónicas que olvidan la enorme desigualdad que existe entre lenguas traducidas y lenguas que traducen. Durante los tres siglos que duró la Primera Modernidad, existió un profundo desequilibrio entre las obras italianas y españolas, que se difundían rápidamente por toda Europa —Inglaterra en primer lugar—, y las obras inglesas que eran (casi) desconocidas en el continente. Ya en 1612, se contaba con una traducción al inglés de Don Quijote. Por su parte, no fue posible leer Hamlet en español hasta 1798. Así, los encuentros entre Shakespeare y Cervantes, a los que dedico un capítulo, no tienen nada de recíproco. Si bien Inglaterra resultó quixoted, para retomar un neologismo fraguado durante las guerras civiles de mediados del siglo XVII, España nunca fue inglesa, salvo durante la guerra y, a veces, en tiempo de treguas y viajes. En la Primera Modernidad, las traslaciones de los modelos estéticos y de las normas culturales que se suponía imitar tomaban los caminos que conducían de sur a norte. El estudio de las traducciones puede llevarse a cabo en distintas escalas. Aquí, privilegiamos las que se centran en palabras o fragmentos, como por ejemplo sprezzatura y su contrario, affettazione, en las traducciones al castellano, francés, inglés o latín del Cortesano en el siglo XVI. O los primeros versos del monólogo de Hamlet en las traducciones francesas y españolas del siglo XVIII, por Voltaire y Moratín. O, en el primer capítulo, la palabra que Aristóteles emplea para designar lo esencial para la retórica. En cada caso, las elecciones de los traductores, en su menor escala, muestran las relaciones entre los recursos léxicos que tenían a disposición, sus preferencias estéticas o filosóficas y su propia comprensión del texto que tradujeron. Tanto en la Primera Modernidad como en la Edad Contemporánea, la traducción se piensa como una práctica que debe volver al otro comprensible. Ésa es la condición de la «prueba de lo ajeno».16 Para Paul Ricœur, quien se apropia de esta expresión de Antoine Berman, la traducción establece una equivalencia, pero no una identidad perfecta entre los enunciados. Por eso mismo, se trata de una «hospitalidad lingüística» que acoge al otro aceptando «la diferencia insuperable de lo propio y lo extranjero».17 18 Paradójicamente, la traducción es prueba de la intraducibilidad. No niega la diferencia, no la borra. La reconoce y la da a conocer: «lo intraducible terminal [es] revelado e incluso engendrado por la traducción».19 De ahí la importancia decisiva de las traducciones y los traductores en los encuentros con los pueblos del Nuevo Mundo y en las empresas para cristianizarlos. No obstante, esta hospitalidad de ningún modo excluye la violencia de las administraciones y justicias coloniales, que despojan a los colonizados de su propia lengua e imponen la del imperio.20 Los procesos de traducción no se limitan al pasaje de los textos de una lengua a otra, sino que también atañen a obras cuya lengua no se modifica, pero que resultan transformadas por las formas de publicación. Es en este sentido que, en este libro, la edición se considera un modo de «traducción». Al dar a las «mismas» obras, en una misma lengua, textos que difieren en su literalidad y en su materialidad, las ediciones sucesivas producen nuevos públicos, usos y sentidos. Como lo muestra El festín de piedra de Molière a través de las últimas palabras de Sganarelle, que son también las de la obra, tanto la censura como la autocensura pueden explicar esa inestabilidad del texto representado o del texto impreso. En el caso de los poemas o las obras teatrales de Shakespeare —cuyas siete vidas, entre los siglos XVI y XVIII, recorremos aquí—, esta diversidad se organiza a partir de dos tensiones centrales. La primera distingue la publicación de las obras integrales de su segmentación. En el Renacimiento, la lectura se propone extraer de las obras los «lugares comunes» que éstas enuncian y, en tanto verdades universales, compilarlas en cuadernos manuscritos y recopilaciones impresas. En el siglo XVIII, la fragmentación de los textos cobra un sentido distinto: recupera los versos y fragmentos que reconocen como «bellezas», en los que se manifiesta el genio singular, incomparable, de su autor. Una...



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