Castelar y Ripoll | Historia del año 1883 | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 100, 232 Seiten

Reihe: Historia

Castelar y Ripoll Historia del año 1883


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9897-674-8
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

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En Historia del año 1883 Emilio Castelar analiza en qué condiciones fue fundada la Internacional. En 1883 se creó una Comisión de Reformas Sociales en las Cortes con la misión de estudiar el problema social y proponer soluciones al Gobierno. Y en 1864 se celebró en Londres la 1ª Internacional, la clase obrera europea hablaba de su emancipación frente al capital. España, aunque no estuvo representada en Londres, celebró en junio de 1870 en Barcelona el I Congreso de la Sección española de la Internacional.

Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899). España. Nació en Cádiz y estudió derecho y filosofía y letras en la universidad de Madrid (1852-1853). Actuó en la vida política defendiendo las ideas democráticas; fundó el periódico La Democracia, en 1863, y apoyó el republicanismo individualista. A causa de un artículo contrario a Isabel II, fue separado de su cátedra de historia de España de la universidad central, lo que provocó manifestaciones estudiantiles y la represión de la Noche de san Daniel (10 abril 1865). Castelar conspiró contra Isabel II y se exiló en Francia, donde permaneció hasta la revolución de septiembre (1868). A su regreso fue nombrado triunviro por el partido republicano junto a Pi y Margall y a Figueras. Diputado por Zaragoza a las cortes constituyentes de 1869, al proclamarse la I república ocupó la presidencia del poder ejecutivo. Gobernó con las cortes cerradas y combatió a carlistas y cantonales. Tras la reapertura de las cortes, su gobierno fue derrotado, lo que provocó el golpe de estado del general Pavía (3 enero 1874). Disuelta la república y restaurada la monarquía borbónica, representó a Barcelona en las primeras cortes de Alfonso XII. Defendió el sufragio universal, la libertad religiosa y un republicanismo conservador y evolucionista (el posibilismo). Emilio Castelar murió en 1899 en San Pedro del Pinatar.
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Capítulo II. Serie lógica de las principales cuestiones Europeas


El asunto capital de la política europea es el sentido dado por la cancillería germánica y el canciller Bismarck al pacto diplomático de alianza estrecha entre Prusia y Austria. Mucho ha costado al grande político reducir a satélite suyo el Sol en torno de cuyo disco había por tantos siglos girado su patria. Los dos gérmenes de nación, el electorado humildísimo de Brandemburgo y el espléndido ducado de Austria, divididos por sus caracteres geográficos y religiosos, debían en una competencia sin término tirar cada cual de su lado a reunir en torno suyo las fuerzas de su raza, tan anárquicas y disgregadas por el natural individualismo germánico, abocado de suyo siempre a las divisiones atomísticas en que sólo quedan las individualidades aisladas. Por estas inclinaciones irremediables a la división parcialísima, no hubo pueblo en la tierra tan necesitado de un verdadero núcleo como el pueblo alemán. Sus ciudades municipales y republicanas, sus electores poderosos, sus reyes varios, sus príncipes eclesiásticos, sus señores feudales, eran atraídos por centros varios, como esos crepúsculos brillantes diseminados y esparcidos por los espacios cuasi al acaso, que concluyen por obedecer y rendirse al astro mayor, en cuya esfera de atracción penetran. Naturalmente, las dos ideas que se habían dividido la conciencia germánica, los dos altares que se habían trocado en fortalezas, los dos campamentos de las guerras religiosas, los Austrias y los Brandemburgos, habían de aspirar, personificación éstos de los luteranos, personificación aquéllos de los católicos, a producir y crear una Germania grande, a su imagen semejanza. En la revolución religiosa, por la fuga de Inspruk y el desacato de Mauricio de Sajonia; en la guerra de los treinta años, por la paz de Westfalia; en la guerra de los siete años, por el establecimiento definitivo de la monarquía prusiana, las fuerzas católicas iban de vencida por necesidad al empuje impetuoso de las fuerzas protestantes. Pero vino el Imperio napoleónico, que descompuso el mapa de Alemania, y tras el Imperio la Santa Alianza, que promovió un terrible retroceso; y Austria quedó con predominio sobre Alemania, el cual contrastara la creadora revolución del cuarenta y ocho, hasta que lo destruyera para siempre la terrible batalla de Sadowa. He indicado a la ligera estos recuerdos para explicar cuán irreductibles son a una síntesis elementos tan contradictorios como Alemania y Austria, y cuántos esfuerzos y aún sacrificios ha necesitado consumar el Canciller para poner olvido en las venganzas, bálsamo en las heridas, honor en las derrotas, consuelo en los destronamientos, persuadiendo al Austria de que todo el secreto de su política estaba en trastrocar la enemistad antigua en profunda y constante amistad, precursora de una inviolable alianza. Y en efecto, Austria es hoy el órgano de Alemania en Oriente.

La Germania que rodeó de tribus enemigas e irruptoras el antiguo Imperio romano, hállase hoy su vez por análogas amenazas circuida en todas sus fronteras del Norte y del Oriente. La raza eslava y la raza mongólica, el Imperio moscovita y Imperio turco, contrastan su poder como en otro tiempo los godos y ostrogodos del Danubio, los cimbrios de los Alpes, los alemanes del Rin, contrastaban el poder latino. Alemania necesita, pues, que una potencia verdaderamente alemana ejerza predominante tutela sobre jóvenes pueblos eslavos y sobre los viejos pueblos turcos. En la descomposición del Oriente, donde no se sabe qué admirar más, si los seres en germen o los seres en podredumbre, no puede suceder cosa tan grande como el nacimiento de las naciones eslavas y como la muerte del Imperio turco sin que Alemania intervenga directamente y saque algún provecho de tan graves acaecimientos. Además, no hay nacionalidad poderosa en el mundo si carece de salidas hacia el Mediterráneo o de colonias en los grandes archipiélagos y continentes de Asia, de África y de Australia. Alemania, pues, cree necesitar que una potencia verdaderamente alemana penetre por las riberas del Adriático en el corazón de Europa y pese con tanta pesadumbre a su vez en la península de los Balcanes que le abra un camino hacia el continente de los grandes recuerdos y de las provechosas colonias. Imposibilitada Prusia por el ministerio que ha de realizar en el inmenso campo germánico, de vaciar su vida y sus fuerzas fuera, quiere a toda costa que Austria, en cuyo seno habitan los cheques, los ruthenos, los croatas, los eslavos de todas procedencias, realice una hegemonía sobre las nacionalidades eslavas del Sur, como tiene Rusia realizada y cumplida otra hegemonía sobre las nacionalidades eslavas del Norte. Así quita cada vez más su carácter germánico al antiguo Imperio de Carlos V y al antiguo ducado de Austria, para sellarlos con el oriental sello de los húngaros y para dirigirlos a los senos procelosos del formidable y temido eslavismo. No hubiera, no, Prusia cumplido su obra providencial con despedir a los austriacos de la Confederación germánica, sino les hubiera señalado el camino de Oriente, abierto a las proezas de su genio. Así Austria rige, siquiera sea nominalmente, a Hungría; concuerda, siquiera sea en apariencia, la voluntad de los rumanos desprendidos de su patria con la voluntad de los magyares y de los croatas; ejerce una tutela sobre los bosniacos semieslavos y semimongoles; atrae al radio de su atracción Servia y Bulgaria, solicitadas de continuo por el inmenso Imperio ruso; y poniendo los ojos en Salónica, una entre las primeras claves de la península balcánica, demuestra que no consentirá en paz la rusificación de Constantinopla cuando llegue de nuevo el día tremendo, día verdaderamente apocalíptico, en que los cristianos bizantinos lleguen a desquitarse de su terrible rota y a reivindicar su antiguo Imperio.

Pero algunas veces el Austria suele fatigarse al contemplar el proceloso camino que le señala en las tristes eventualidades de lo porvenir su terrible paracleto el canciller Bismarck, y tiende a detenerse con algún espacio en las cuestiones interiores húngaras o germánicas. Pero cuando tal hace, levántase el férreo Canciller con imperio a decirle aquella palabra oída por Ahasverus de continuo en los aires: «Anda, anda, anda». Y no tiene más remedio que andar, pues de lo contrario la enemiga de su implacable dominador se desencadenaría contra el Austria, rompiéndola en mil pedazos como el fuerte oleaje a la frágil barca en los remolinos de la tormenta. Austria no es más que Alemania en Oriente. Esos partidos austriacos tan soñadores que creen posible tener una intervención directa en los asuntos germánicos, han de resignarse a vivir como Dios les dé a entender allá en las fronteras semiaustriacas del Imperio turco y del Imperio ruso, donde tienen todavía un ministerio histórico que cumplir y un papel providencial que representar en pro de la grande patria alemana. Tal es la orden imperiosa ida últimamente a Viena desde las tristes soledades de Varzin, pobladas tan sólo con los ensueños gigantescos que al fin de sus días llenan como nubes en el ocaso la vasta mente de Bismarck.

Si Austria vacila; si alguna vez recuerda que Prusia se ha engrandecido quitándole dominios morales y dominios materiales en Alemania; si compara sus desgracias con las desgracias francesas y recuerda que han ido a la par en estos últimos tiempos; si tiene alguna veleidad occidental; si pretende algún género de influencia sobre sus antiguos vasallos como Baviera o como Sajonia; el Canciller no tarda en amenazarla nada menos que con una alianza moscovita, lo cual equivaldría en último término al Juicio final del austriaco Imperio. Ahora mismo, con ocasión de la última correría del ministro ruso Giers, la prensa prusiana unánime ha recordado a los austriacos que implacable indiferencia suele tener Bismarck en sus alianzas, y cómo le daría lo mismo unirse con Austria para vencer y aplastar a Rusia, como unirse con Rusia para vencer y aplastar al Austria. El mismo Katkoff, es decir, el publicista a quien los eslavófilos de Moscú tienen por su oráculo, ha dicho que no vería con desplacer una estrecha alianza entre los dos Imperios, moscovita y alemán, de antiguo unidos por tan estrechos y formidables lazos. Y todo esto ha sobrevenido porque Kalnoky, el primer ministro de la monarquía austrohúngara, ha preferido en estos últimos tiempos fijar más su atención sobre los asuntos germánicos que sobre los asuntos orientales, y Bismarck quiere que Austria vaya de continuo y sin desencanto al Oriente. Así, le ha recordado que tienen los dos Imperios germánicos una estrecha alianza cuyo principal objeto es asegurar a Prusia la posesión de Alsacia y de Lorena, como sostener al Austria en Oriente y empujarla en las complicadas eventualidades de lo porvenir hacia la codiciada Salónica. El pensamiento de Bismarck está claro. Para Prusia todos los pueblos alemanes del Norte y del Mediodía, sin excluir a la Baviera y al Austria, y para el Austria una verdadera hegemonía sobre los elementos esclavos de todo el Mediodía.

En tal repartición de las fuerzas alemanas, Austria está irremisiblemente condenada como salió un día de la Confederación germánica tristemente, a salir otro día del territorio germánico y convertirse por ensalmo en una potencia oriental de carácter semiasiático. Por tal razón, sin duda, los partidarios más fieles de tal dinastía, en estas últimas horas de su dominación y en estos últimos instantes del año, han redoblado sus muestras de lealtad y de cariño a esa gigantesca sombra. La casa de Habsburgo reina desde el 27 de diciembre de 1283, es decir, que reina hoy hace seis siglos. Rodolfo I invistió en Auxburgo a sus hijos Alberto y Rodolfo con...



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