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E-Book, Spanisch, 351 Seiten

Reihe: Biblioteca de Grandes Escritores

Carroll Obras de Lewis Carroll

Biblioteca de Grandes Escritores

E-Book, Spanisch, 351 Seiten

Reihe: Biblioteca de Grandes Escritores

ISBN: 978-3-95928-244-4
Verlag: IberiaLiteratura
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas (1865) A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871) Charles Lutwidge Dodgson (Daresbury, Cheshire, Reino Unido, 27 de enero de 1832-Guildford, Surrey, Reino Unido, 14 de enero de 1898), más conocido por su seudónimo Lewis Carroll, fue un diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico. Sus obras más conocidas son Alicia en el país de las maravillas y su continuación, Alicia a través del espejo.
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Capítulo VII - Una merienda de locos
Habían puesto la mesa debajo de un árbol, delante de la casa, y la Liebre de Marzo y el Sombrerero estaban tomando el té. Sentado entre ellos había un Lirón, que dormía profundamente, y los otros dos lo hacían servir de almohada, apoyando los codos sobre él, y hablando por encima de su cabeza. «Muy incómodo para el Lirón», pensó Alicia. «Pero como está dormido, supongo que no le importa.» La mesa era muy grande, pero los tres se apretujaban muy juntos en uno de los extremos. -¡No hay sitio! -se pusieron a gritar, cuando vieron que se acercaba Alicia. -¡Hay un montón de sitio! -protestó Alicia indignada, y se sentó en un gran sillón a un extremo de la mesa. -Toma un poco de vino -la animó la Liebre de Marzo. Alicia miró por toda la mesa, pero allí sólo había té. -No veo ni rastro de vino -observó. -Claro. No lo hay -dijo la Liebre de Marzo. -En tal caso, no es muy correcto por su parte andar ofreciéndolo - dijo Alicia enfadada. -Tampoco es muy correcto por tu parte sentarte con nosotros sin haber sido invitada -dijo la Liebre de Marzo. -No sabía que la mesa era suya -dijo Alicia-. Está puesta para muchas más de tres personas. -Necesitas un buen corte de pelo -dijo el Sombrerero. Había estado observando a Alicia con mucha curiosidad, y estas eran sus primeras palabras. -Debería aprender usted a no hacer observaciones tan personales - dijo Alicia con acritud-. Es de muy mala educación. Al oír esto, el Sombrerero abrió unos ojos como naranjas, pero lo único que dijo fue: -¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? «¡Vaya, parece que nos vamos a divertir!», pensó Alicia. «Me encanta que hayan empezado a jugar a las adivinanzas.» Y añadió en voz alta: -Creo que sé la solución. -¿Quieres decir que crees que puedes encontrar la solución? - Preguntó la Liebre de Marzo. -Exactamente -contestó Alicia. -Entonces debes decir lo que piensas -siguió la Liebre de Marzo. -Ya lo hago -se apresuró a replicar Alicia-. O al menos... al menos pienso lo que digo... Viene a ser lo mismo, ¿no? -¿Lo mismo? ¡De ninguna manera! -dijo el Sombrerero-. ¡En tal caso, sería lo mismo decir «veo lo que como» que «como lo que veo»! -¡Y sería lo mismo decir -añadió la Liebre de Marzo- «me gusta lo que tengo» que «tengo lo que me gusta»! -¡Y sería lo mismo decir -añadió el Lirón, que parecía hablar en medio de sus sueños- «respiro cuando duermo» que «duermo cuando respiro»! -Es lo mismo en tu caso -dijo el Sombrerero. Y aquí la conversación se interrumpió, y el pequeño grupo se mantuvo en silencio unos instantes, mientras Alicia intentaba recordar todo lo que sabía de cuervos y de escritorios, que no era demasiado. El Sombrerero fue el primero en romper el silencio. -¿Qué día del mes es hoy? -preguntó, dirigiéndose a Alicia. Se había sacado el reloj del bolsillo, y lo miraba con ansiedad, propinándole violentas sacudidas y llevándoselo una y otra vez al oído. Alicia reflexionó unos instantes. -Es día cuatro dijo por fin. -¡Dos días de error! -se lamentó el Sombrerero, y, dirigiéndose amargamente a la Liebre de Marzo, añadió-: ¡Ya te dije que la mantequilla no le sentaría bien a la maquinaria! -Era mantequilla de la mejor -replicó la Liebre muy compungida. -Sí, pero se habrán metido también algunas migajas -gruñó el Sombrerero-. No debiste utilizar el cuchillo del pan. La Liebre de Marzo cogió el reloj y lo miró con aire melancólico: después lo sumergió en su taza de té, y lo miró de nuevo. Pero no se le ocurrió nada mejor que decir y repitió su primera observación: -Era mantequilla de la mejor, sabes. Alicia había estado mirando por encima del hombro de la Liebre con bastante curiosidad. -¡Qué reloj más raro! -exclamó-. ¡Señala el día del mes, y no señala la hora que es! -¿Y por qué habría de hacerlo? -rezongó el Sombrerero-. ¿Señala tu reloj el año en que estamos? -Claro que no -reconoció Alicia con prontitud-. Pero esto es porque está tanto tiempo dentro del mismo año. -Que es precisamente lo que le pasa al mío -dijo el Sombrerero. Alicia quedó completamente desconcertada. Las palabras del Sombrerero no parecían tener el menor sentido. -No acabo de comprender -dijo, tan amablemente como pudo. -El Lirón se ha vuelto a dormir -dijo el Sombrerero, y le echó un poco de té caliente en el hocico. El Lirón sacudió la cabeza con impaciencia, y dijo, sin abrir los ojos: -Claro que sí, claro que sí. Es justamente lo que yo iba a decir. -¿Has encontrado la solución a la adivinanza? -preguntó el Sombrerero, dirigiéndose de nuevo a Alicia. -No. Me doy por vencida. ¿Cuál es la solución? -No tengo la menor idea -dijo el Sombrerero. -Ni yo -dijo la Liebre de Marzo. Alicia suspiró fastidiada. -Creo que ustedes podrían encontrar mejor manera de matar el tiempo -dijo- que ir proponiendo adivinanzas sin solución. -Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo -dijo el Sombrerero-, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje! -No sé lo que usted quiere decir -protestó Alicia. -¡Claro que no lo sabes! -dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio-. ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo! -Creo que no -respondió Alicia con cautela-. Pero en la clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas. -¡Ah, eso lo explica todo! -dijo el Sombrerero-. El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susurrarle al Tiempo tu deseo y el Tiempo en un abrir y cerrar de ojos haría girar las agujas de tu reloj. ¡La una y media!¡Hora de comer! («¡Cómo me gustaría que lo fuera ahora!», se dijo la Liebre de Marzo para sí en un susurro.) -Sería estupendo, desde luego -admitió Alicia, pensativa-. Pero entonces todavía no tendría hambre, ¿no le parece? -Quizá no tuvieras hambre al principio -dijo el Sombrerero-. Pero es que podrías hacer que siguiera siendo la una y media todo el rato que tú quisieras. -¿Es esto lo que ustedes hacen con el Tiempo? -preguntó Alicia. El Sombrerero movió la cabeza con pesar. -¡Yo no! -contestó-. Nos peleamos el pasado marzo, justo antes de que ésta se volviera loca, sabes (y señaló con la cucharilla hacia la Liebre de Marzo). -¿Ah, sí?- preguntó Alicia interesada. -Sí. Sucedió durante el gran concierto que ofreció la Reina de Corazones, y en el que me tocó cantar a mí. -¿Y que cantaste?- preguntó Alicia. -Pues canté: "Brilla, brilla, ratita alada, ¿En que estás tan atareada"? -Porque esa canción la conocerás, ¿no? -Quizá me suene de algo, pero no estoy segura- dijo Alicia. -Tiene más estrofas -siguió el Sombrerero-. Por ejemplo: "Por sobre el Universo vas volando, con una bandeja de teteras llevando. Brilla, brilla..." Al llegar a este punto, el Lirón se estremeció y empezó a canturrear en sueños: «brilla, brilla, brilla, brilla... » Y, estuvo así tanto rato que tuvieron que darle un buen pellizco para que se callara. -Bueno -siguió contando su historia el Sombrerero-. Lo cierto es que apenas había terminado yo la primera estrofa, cuando la Reina se puso a gritar: «¡Vaya forma estúpida de matar el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!» -¡Qué barbaridad! ¡Vaya fiera! -exclamó Alicia. -Y desde entonces -añadió el Sombrerero con una voz tristísima-, el Tiempo cree que quise matarlo y no quiere hacer nada por mí. Ahora son siempre las seis de la tarde. Alicia comprendió de repente todo lo que allí ocurría. -¿Es ésta la razón de que haya tantos servicios de té encima de la mesa? -preguntó. -Sí, ésta es la razón -dijo el Sombrerero con un suspiro-. Siempre es la hora del té, y no tenemos tiempo de lavar la vajilla entre té y té. -¿Y lo que hacen es ir dando la vuelta?, ¿A la mesa, verdad? - preguntó Alicia. -Exactamente -admitió el Sombrerero-, a medida que vamos ensuciando las tazas. -Pero, ¿qué pasa cuando llegan de nuevo al principio de la mesa? - se atrevió a preguntar Alicia. -¿Y si cambiáramos de conversación? -los interrumpió la Liebre de Marzo con un bostezo-. Estoy harta de todo este asunto. Propongo que esta señorita nos cuente un cuento. -Mucho me temo que no sé ninguno -se apresuró a decir Alicia, muy alarmada ante esta proposición. -¡Pues que lo haga el Lirón! -exclamaron el Sombrerero y la Liebre de Marzo-. ¡Despierta, Lirón! Y empezaron a darle pellizcos uno por cada lado. El Lirón abrió lentamente los ojos. -No estaba dormido -aseguró con voz ronca y débil-. He estado escuchando todo lo que decíais, amigos. -¡Cuéntanos un cuento! -dijo la Liebre de Marzo. -¡Sí, por favor! -imploró Alicia. -Y date prisa -añadió el Sombrerero-. No vayas a dormirte otra vez antes de terminar. -Había una vez tres hermanitas...


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