Carpintero | Ortega y Gasset psicólogo | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 35, 488 Seiten

Reihe: Señales

Carpintero Ortega y Gasset psicólogo

Ensayos y aproximaciones
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-17425-72-2
Verlag: Fórcola Ediciones, S.L.
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Ensayos y aproximaciones

E-Book, Spanisch, Band 35, 488 Seiten

Reihe: Señales

ISBN: 978-84-17425-72-2
Verlag: Fórcola Ediciones, S.L.
Format: EPUB
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José Ortega y Gasset tuvo un profundo y constante interés por los temas psicológicos. Ya en 1915 pronunció una serie de lecciones sobre un 'Sistema de psicología', en el Ateneo de Madrid, a la que siguieron otras, de las que tenemos prueba fehaciente en muchas páginas de El Espectador y en otros lugares a lo largo de su ingente producción filosófica. Ortega habló incluso en alguna ocasión de 'nosotros, los psicólogos', y criticó la que consideraba como una 'escandalosa' pobreza de conceptos que le parecía hallar en las obras psicológicas de su tiempo, haciendo esfuerzos por remediarlo en sus clases y en sus libros. Como clarifica Helio Carpintero en este volumen -que aglutina todos los ensayos que en los últimos cincuenta años ha dedicado a esta faceta menos conocida del filósofo español y que quedará como un insustituible libro de referencia-, las reflexiones orteguianas sobre la psicología -de las que sorprende la amplitud de sus conocimientos sobre las escuelas de la época, y que conforman un corpus atractivo y variado, disperso por las miles de páginas de sus Obras completas- han influido en toda una serie de psicólogos, psiquiatras e intelectuales españoles, entre los que destacan José Germain, José Luis Pinillos, Mariano Yela, Luis Valenciano, Antonio Rodríguez Huéscar, Gonzalo Rodríguez Lafora, José María Sacristán y Julián Marías. La psicología de nuestro tiempo puede encontrar una orientación intelectual sólida en el pensamiento y la idea que Ortega tenía de la psicología -esa 'ciencia explicativa de la vida biográfica'- y puede hacer de la realidad radical de 'mi vida' su piedra de toque. Completa este volumen su Discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, donde Helio Carpintero plantea un esbozo de una psicología según la razón vital, con el objetivo de contribuir a dar solidez a una psicología concebida como ciencia, abierta a la filosofía y la antropología, y orientada hacia una intervención social destinada a promover las cotas máximas de calidad de vida. 'Un ensayo que todo orteguiano -y todo interesado en el desarrollo del pensamiento hispanoamericano del siglo XX- ha de leer.' Carlos Javier González Serrano, Revista Filosofía & Co

Heliodoro Carpintero Capell (Barcelona, 1939) es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y de la Academia de Psicología de España. Catedrático de Psicología Básica en las Universidades Autónoma de Barcelona, Valencia y Complutense de Madrid, y Profesor en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA). Miembro fundador y primer presidente de la Sociedad Española de Historia de la Psicología. Ha sido fundador de la División de Historia de la Psicología Aplicada, en la International Association of Applied Psychology, y presidente de la Federación Española de Asociaciones de Psicología. Es Miembro de Honor del Colegio Oficial de Psicólogos de España. Doctor Honoris Causa por cinco Universidades españolas y extranjeras, y Profesor Honorario de varias universidades latinoamericanas. Autor de un más de un centenar de publicaciones, ha recibido premios y reconocimientos nacionales e internacionales.

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PRÓLOGO Sobre la psicología orteguiana
Cada libro tiene su historia. La de éste, precisamente, se halla entretejida con mi propia biografía de un modo muy complejo, por lo que al tratar de entender las razones y los motivos que lo han hecho posible, me encuentro buceando en los proyectos y las experiencias que han ido conformando la realidad sustantiva de mi existencia. Llegué a la psicología, al igual que muchos otros, desde una previa dedicación a la filosofía. Lo peculiar del caso es que había ido familiarizándome con un pensamiento que, en mis años juveniles, estaba al margen de las enseñanzas académicas establecidas: la filosofía de Ortega y Gasset, a la que había llegado gracias a relaciones que me permitieron tener un trato continuado, personal, casi familiar, con el mayor discípulo y conocedor de ese pensamiento, el filósofo Julián Marías, que me permitió ver, personificada, unas ciertas ideas en una vida creadoramente dedicada al quehacer del pensamiento. Y semejante experiencia me impulsó a emprender un camino personal propio, adquiriendo una creciente familiaridad con aquel sistema de ideas. Esas ideas no tenían «curso legal» en las aulas a donde hube de acudir para lograr un título socialmente reconocido. Como ya he dicho, Ortega, que había ejercido un magisterio enorme sin disputa en la universidad, estaba fuera de todos los programas de la posguerra de los que yo tuve que examinarme, y era, para mí, una disciplina cultivada en mi soledad, con el ejemplo que me llegaba de su máximo conocedor, que ejercía su magisterio en periódicos y conferencias, y representaba un ejemplo máximo de «libre pensamiento». Cuando, algún tiempo después, hube de buscar un acomodo académico en que desarrollar una vocación docente a la que aspiraba a dar cumplimiento, surgieron ante mi vista unas redes de relaciones que enlazaban mi formación intelectual con los temas de un campo lleno de promesas y de intereses, el de la psicología, por el que empecé a transitar guiado ahora por un nuevo maestro, José Luis Pinillos, una persona llena de inquietudes y saberes múltiples, con un certero instinto para hallar los temas nucleares, y abordarlos de modo fecundo y original. Entre esos dos polos intelectuales hube de comenzar a moverme, y creo, al cabo del tiempo, que entre ambos sigo todavía haciéndolo. Pensé, y sigo pensando, que la psicología de nuestro tiempo, crecientemente centrada en la vida personal, y en los recursos y modos de los comportamientos que hacen ésta posible, podía –y añadiré, también: debía– ser iluminada con los conceptos del pensamiento orteguiano, que gira en torno de la vida humana –en particular, la mía propia–, y que, de este modo, converge con aquella ciencia en el objeto que analizan: la vida personal. Los psicólogos decimos que nuestro saber gira en torno a los recursos y modos como se adapta la persona a su situación; y Ortega, y Julián Marías, han repetido por activa y por pasiva en innumerables lugares que el fin de la filosofía consiste en «saber a qué atenerse», a qué atenerse acerca de nuestra circunstancia y de nosotros mismos. ¿Cómo no tratar de aproximar sus respectivos puntos de vista, hasta llegar a encontrar una imagen, incluso en relieve, de esa actividad, o quehacer, de la persona en su mundo? Ortega ha enseñado con energía la índole histórica de los quehaceres humanos, y ha insistido en que de todas las realidades hay que procurar dar «razón histórica» de su presencia y consistencia. Trasladado al campo de mis intereses psicológicos, ello se tradujo en una precisa cuestión: ¿Qué había sido, y qué era, la psicología en el seno de la sociedad española en la primera mitad del siglo xx? Como campo de conocimiento, empezaba a desplegar sus alas allá por la década de los sesenta del siglo pasado, y lo iba haciendo con buen ánimo y fortuna. Pero lo hacía sin guardar la menor memoria de lo que otros españoles habían hecho previamente, hacia los años 1920 y 1930, antes de que hubieran de exiliarse y dejaran sin terminar sus proyectos profesionales en nuestro país. ¿Cómo no tratar de reconstruir esa historia? Y al hacerlo, ¿cómo ignorar la obra ingente de Ortega, no ya la filosófica sino la más concreta y próxima a la psicología, tan atractiva y variada, a la vez que dispersa en los miles de páginas de su obra completa? Y así vine a aproximar mis dos líneas mentales, empezando pronto a tener algunos resultados. Uno fue el comentario de texto, que aquí se incluye, sobre un artículo de Ortega en que se analizan con gran finura las raíces de la mente humana, sus raíces emotivas y afectivas, el intelectualismo que ha dominado en Occidente durante siglos, y la convergencia de ambas fuentes. Especialmente me sedujo la idea, que ahí procuré poner en práctica, de aplicar un acercamiento «hipotético-deductivo» a la tarea del comentario de texto, que obligó a realizar imágenes globales del pensamiento orteguiano para fundar las diversas interpretaciones del texto analizado. Otro fue la necesidad de resituar toda una serie de textos del filósofo relativos a la psicología, especialmente su modelo de personalidad sobre el «hombre-masa», en un capítulo global dedicado a la sistematización de sus ideas acerca de todos estos temas en mi estudio sobre Historia de la Psicología en España (1994), donde puede verse el gran papel que él jugó en la consolidación y expansión de los estudios psicológicos en los años que precedieron a la Guerra Civil. Y es igualmente sorprendente la amplitud de sus conocimientos sobre las escuelas de la época, particularmente europeas (psicoanálisis, funcionalismo, Gestalt, psicología comprensiva; no digamos ya sus reflexiones bien conocidas sobre fenomenología, Herbart o Dilthey, que de algún modo ponen aún más de relieve la ausencia de referencias al conductismo de la época), que en buena medida confirman la atracción que sentía hacia esos temas. En las páginas que siguen se encuentran precisamente varias referencias a ese tema. En fin, muchas de las reflexiones que me ha ido sugiriendo la lectura de su obra en relación con la comprensión de la psicología pueden fácilmente encontrarse en el Apéndice de este libro, Esbozo de una psicología según la razón vital, objeto en el año 2000 de mi discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Allí se ve, con bastante claridad, cuál es mi convicción acerca de la posible integración a fondo de esa filosofía con los desarrollos recientes del mundo de la psicología. No es éste el lugar ni el momento para resumir ni parafrasear lo que allí va dicho. Encontré estimulantes sugestiones para ese proyecto en diversos lugares, pero especialmente en mis maestros más cercanos. Pinillos, por ejemplo, movido por su curiosidad e inquietud, había encontrado muchas cosas interesantes para sus reflexiones en las páginas orteguianas. No eran las menores la enérgica defensa que en ellas se hace de la historicidad de los comportamientos humanos, y las anticipaciones que ahí veía de más recientes desarrollos en el campo de la psicohistoria1, un tema que a nuestro psicólogo atrajo de manera insistente en su madurez. También Yela ponderó en varias ocasiones el valor potencial de esa filosofía para una más honda comprensión de las investigaciones conductuales. La visión que él defendió de la realidad del comportamiento se expresa bien en su definición de éste como «la acción física significativa»2, una fórmula que busca conciliar la dimensión corporal, incluso biológica, de la conducta con la propia de las significaciones y los procesos cognitivos, aspectos ambos a su juicio inseparables a la hora de comprender la acción humana. Estímulos vivos, aunque ya más lejanos, me llegaron también de dos personas que, cada una a su manera, habían vivido de cerca la obra y la persona de Ortega, y se habían interesado a la vez por la psicología. Hablo de ellas aquí. Me refiero a Luis Valenciano –cuando lo conocí era una figura de la psiquiatría en Murcia– y, sobre todo, a la personalidad –llena a la vez de saber y de modestia– de José Germain, a quien encargué su autobiografía para los números iniciales de la Revista de Historia de la Psicología que empecé a editar en la Universidad de Valencia (1980), y con ello reavivé sus recuerdos e ilusiones, algunos de los cuales me confió mientras preparábamos la edición de ese escrito suyo, tan fundamental para conocer la historia de nuestra psicología. Pero, sin duda, el mayor impulso me llegó desde la visión del hombre que Marías ofrece en su obra de madurez Antropología metafísica (1970). En sus páginas se ofrece una precisa visión de la posición que corresponde a nuestro cuerpo cuando se lo contempla desde nuestra vida, y con ello, el lugar que a sus mecanismos, tanto fisiológicos como psicológicos, cabe asignar en relación con la realidad radical. La visión ingenua nos impulsa a situar la vida, entendida como vida biológica, en el lugar de una cualidad o propiedad del organismo, al que vendría a pertenecer; en cambio, la perspectiva filosófica reconoce que todas las realidades concretas, incluido el cuerpo y sus circunstancias, están situadas «en mi vida», que es donde las hallo, y en donde las encuentro «radicadas», esto es, fundadas. No cabe inversión más completa. Pero cuando se reconoce y explicita, abre el camino para una sistemática comprensión de los problemas desde su radicalidad, y llegamos a entender la psicología como la «ciencia explicativa de la vida biográfica», como en algún lugar he...



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