E-Book, Spanisch, 304 Seiten
Reihe: Breve Historia
Canales Torres Breve Historia de la Guerra de Independencia española
1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9763-282-9
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
1808-1814: laheroica historia del levantamiento armado contra el invasor, el desarrollo de la primera constitucióny el nacimiento de la España Moderna.
E-Book, Spanisch, 304 Seiten
Reihe: Breve Historia
ISBN: 978-84-9763-282-9
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Carlos Canales Torres es abogado y escritor. Autor junto a Jesús Callejo de dos libros sobre folclore y tradiciones (Duendes, EDAF 1994 y Seres y Lugares en los que usted no cree, Editorial Universidad Complutense, 1995), ha escrito también decenas de artículos de historia militar y la obra La Primera Guerra Carlista (1833-1840). Miembro de la Asociación Napoleónica Española, ha sido director de las revistas de historia Ristre y Ristre Napoleónico, habiendo formado parte durante años de la tertulia de las 4C, en el programa radiofónico La Rosa de los Vientos, que dirige el director de esta colección Juan Antonio Cebrián. Ilustrador, diseñador gráfico e informático, está especializado en gestión automatizada de despachos de abogados y edición electrónica multimedia.
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Prólogo
Juan Antonio Cebrián presenta
La guerra de Carlos
Es muy difícil para mí compendiar en breves líneas toda la admiración y cariño que siento por mi querido amigo Carlos Canales. Y lo cierto es que en estos once años de relación apenas se lo pude expresar cara a cara pues, siempre que me entregaba a la tarea, Canales me interrumpía una vez esbozadas las primeras palabras para terminar en gozosa monopolización, por su parte, de cualquier discurso o argumento esgrimido. Pero, qué caramba, créanme que merece mucho la pena estar a su lado en cualquier ocasión disfrutando de su brillantez intelectual, de su lucidez verbal y de su peculiar forma de entender la existencia. Carlos alberga en su interior las esencias renacentistas que todos sus allegados apreciamos sin recato. Es capaz de mantener varias conversaciones a la vez sobre cualquier disciplina sin perder hilo ni apostilla, y eso le convierte en un ser maravilloso, de esos que, hoy, por desgracia, escasean en nuestra sociedad tan empeñada en lo estéril. Canales tiene entre otras virtudes la de una vocación fértil por todo lo que sepa a histórico y, en ese sentido, siempre me llamó la atención sus profundos conocimientos sobre la peripecia bélica de los pueblos. No en vano es fundador y presidente de publicaciones tan prestigiosas como Ristre —revista de historia militar española muy apreciada por los eruditos del sector gracias a sus cuidados textos e ilustraciones—o Ristre Napoleónico, consecuencia lógica de la anterior y motivo de acercamiento para todos aquellos que quieran saber mucho más sobre esta decisiva etapa europea.
Para los españoles la Guerra de la Independencia es el inicio de nuestra Edad Contemporánea. Fue precisamente el conde de Toreno quien definió a la perfección todo lo que supuso para nuestro país la guerra peninsular, como así la denominaron los historiadores británicos. El ilustre diplomático, enviado a Londres a finales de mayo de 1808, escribió una obra titulada Historia del levantamiento, guerra y revolución de España. Modestamente, pienso que ese encabezamiento define con precisión lo que fue nuestro particular conflicto de liberación nacional. Levantamiento, porque fue una reacción popular violenta contra los franceses y las autoridades locales comprometidas con ellos; guerra, porque la voluntad de los patriotas españoles, de hacer frente a Napoleón, se opone, hostilmente, al deseo de Bonaparte, quien sostiene asimismo su decisión con las armas, provocándose, por ello, el conflicto bélico, y revolución, porque al hilo de los sucesos militares se desarrolla un proceso institucional nuevo en nuestra historia que cristalizará en la Constitución liberal que los diputados de las Cortes de Cádiz redactan en 1812.
En el inicio de la contienda el ejército español contaba, sobre el papel, con unos ciento diez mil hombres veteranos a los que podría sumarse un número cercano a los treinta y cinco o cuarenta mil de las milicias provinciales. Al margen de que esa cifra era poco mayor que la de las tropas francesas destacadas en España, cabe decir que la dispersión, la escasa preparación de la mayoría de sus cuerpos y la anticuada formación de sus mandos, hacía de estas fuerzas un heterogéneo grupo difícilmente comparable a los ejércitos napoleónicos. El ejército regular español durante la guerra fue inferior, no se puede negar, al francés. Prácticamente hubo una sola victoria para las tropas regulares españolas: Bailen, en julio de 1808, y el entusiasmo lógico que suscitó entre los españoles —como en toda Europa, puesto que era la primera derrota que en campo abierto sufrían los napoleónicos— a la larga resultó perjudicial, pues hizo creer a los generales españoles que la acción de Castaños era fácil de repetir. Y dicha presunción costó muchas derrotas. Si el ejército regular fue repetidamente vencido, ¿por qué se produjo la victoria final y la expulsión de España de los ejércitos franceses y de la dinastía intrusa personificada en José I Bonaparte? La respuesta se me antoja sencilla: los españoles nunca se rindieron a pesar de sus continuos descalabros en el campo de batalla; asunto al que no estaban acostumbrados los disciplinados mandos galos. Si, por un lado, en España combatió un ejército aliado compuesto por tropas inglesas, portuguesas y españolas regulares, no podemos olvidar que, por otro, surgió un movimiento de resistencia irregular integrado por guerrilleros. Sin la participación del ejército expedicionario inglés, mandado por Wellington, no se hubiese producido la victoria; pero sin la aportación del pueblo español encuadrado en partidas y guerrillas, difícilmente ese contingente aliado hubiese logrado actuar como lo hizo. Los cuarenta mil españoles que se «echaron al monte» contra el francés, además de los que los apoyaban con dinero, comida, refugio o información, fueron una constante molestia para los generales franceses, que debían dedicar muchos hombres para proteger vías de comunicación y acosar a un enemigo que se movía en la sombra y que dominaba el paisaje sin darles cuartel y sin actuar más que cuando tenía segura la victoria.
En definitiva, una tremenda guerra de desgaste, sucia y feroz que acabó por desmoralizar a unos soldados acostumbrados a que una victoria campal les abriese las puertas de un país como había sucedido en todos los campos de Europa desde hacía quince años. Un inglés definió la situación en estos términos: “si Wellington fue el torero, los guerrilleros picaron al toro francés y le pusieron banderillas”.
En las páginas de este libro, el lector se va a topar con una guerra despiadada que sembró nuestro país de auténtica desolación y mortandad. Canales se muestra riguroso a la hora de actualizar datos fidedignos sobre el conflicto, ameno en la exposición de situaciones y certero en sus apreciaciones sobre la interpretación de los principales acontecimientos. Esta Breve Historia sobre la Guerra de Independencia Española será, sin duda, obra de referencia para los que quieran saber la verdad de este capítulo fundamental en la historia de España.
Mapa general de las operaciones en la Península Ibérica (1807-1814)
Amanecer
Líneas de sitio de Stralsund. Pomerania. 16 de agosto de 1807.
Era aún plena noche cuando se dio la orden a las tropas del general Kindelán de aprestarse para el combate. Con poca luz y bajo una suave brisa que procedía del mar, los hombres del regimiento de Infantería de Línea de Zamora tomaron con cuidado sus armas. Llaves, baquetas y cartuchos fueron cuidadosamente revisados. A luz tenue de las antorchas y de la luna, las bayonetas, hermosas y largas herramientas de acero de más de dos palmos de longitud, desprendían extraños reflejos al ser extraídas de sus fundas. Los granaderos, impresionantes con sus gorros de piel de oso y, los fusileros, con sus sombreros de “medio queso”, fueron formando para ser revistados antes del combate. No muy lejos de allí, sus compañeros del batallón Ligero de Cataluña realizaban una ceremonia similar. Sus capotes marrones, necesarios en las frías noche bálticas, fueron guardados con meticulosa profesionalidad y, los largos fusiles, sacados de sus fundas. Los soldados catalanes dejaron libres los plumeros de los cascos para que en la distancia les hicieran parecer más altos y esbeltos, y distorsionaran su imagen ante los tiradores enemigos. Entre tanto, quienes estaban situados en las posiciones de vanguardia, escucharon el sonar de los cascos y los relinchos de los caballos de unos jinetes a los que reconocieron en seguida por sus dolmanes verdes y sus chacos negros. La mayoría llevaban sus carabinas dispuestas y sus sables colgaban a su costado izquierdo. De entre ellos destacaban los trompetas con sus llamativos uniformes escarlata y los espectaculares colbacs de piel de algunos oficiales. Todos parecían firmes y resueltos. Eran dragones del regimiento Villaviciosa, aún con su antigua indumentaria del Instituto de Cazadores al que hasta hace poco habían pertenecido, e iban a desplegarse para participar en el ataque, en apoyo de sus camaradas de infantería. Su objetivo eran los parapetos y trincheras del ejército sueco en torno a la antigua ciudad hanseática de Stralsund, en las costas alemanas de Pomerania. Al iniciar su avance comenzaron a escuchar los primeros disparos de armas ligeras y el rasgar el aire de los proyectiles de la artillería enemiga, y sabían, perfectamente, que muchos de ellos no verían amanecer el siguiente día; pero era su deber y, aunque estaban a miles de kilómetros de su casa, querían demostrar de lo que eran capaces. Eran las dos de la madrugada del 16 de agosto de...