Burckhardt / Höfer | Todo y nada | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 136 Seiten

Burckhardt / Höfer Todo y nada

Un pandemonio de la destrucción digital del mundo
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-254-3894-3
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

Un pandemonio de la destrucción digital del mundo

E-Book, Spanisch, 136 Seiten

ISBN: 978-84-254-3894-3
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



En nuestra época todos los ámbitos vitales están sometidos a una digitalización generalizada. A causa de ello se modifica su estatuto ontológico, pues todo lo digitalizable ya no se presenta como objeto singular sino que se lo puede reproducir de forma ilimitada. En 1854 George Boole acuñó la idea de un universo cuyos elementos se pueden exponer con la lógica de presencia/ausencia (1 y 0, todo y nada), y la expresó en la ecuación x = xn, que podría considerarse una fórmula universal digital. Esta cosmovisión encierra una promesa de proliferación, un paraíso en el que todo está presente en todo momento e ilimitadamente, pero también la amenaza de que la realidad analógica quede degradada a una forma atrofiada de sí misma, pues resulta mucho más eficiente en su impostura digital. Este libro trata de sondear las promesas y los horrores que conlleva la fórmula de Boole y el modo como ella modifica la cosmovisión y la sociedad. La fórmula se convierte en una fórmula del mundo, e incluso cabría pensar en una teología de lo digital. 'En el principio era el cero, y el cero estaba con Dios, y Dios era el uno.'

Martin Burckhardt (1957, Fulda, Alemania) es un escritor independiente, artista de audio y teórico de la cultura. Estudió Germanística, Ciencias del Teatro e Historia, en Colonia. Desde 1985 vive en Berlín, donde es profesor en la Universidad Humboldt y en la Universidad Libre de Berlín. Ha publicado diversos libros sobre la genealogía de los ordenadores y en 2010 creó el videojuego social interactivo TwinKomplex.|Dirk Höfer (1956, Bendorf, Alemania) es escritor y traductor, editor de la revista cultural Lettre International y desarrollador de TwinKomplex.

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Apocalipsis de los signos
Hidra
Toda información es una publicación. Aquí apenas es relevante la pregunta por el público al cual va dirigida. En la esfera de lo digital, en internet, el destinatario siempre es potencialmente el mundo entero. La tirada de una publicación se corresponde exactamente con la cantidad de quienes tienen interés en ella, y se mide en función del número de veces que se entra en una página o de clics. Una información que no se puede acotar en su propagación asume la figura de una hidra. Hidra es la hija de Tifón, el padre de todos los monstruos, y de Equidna, la madre de todos los monstruos. Hidra vive en el lago de Lerna, donde custodia una puerta submarina que conduce al submundo. Su sangre es venenosa, y también lo son los rastros que deja. Los griegos decían que tenía más cabezas que las que podían pintar los decoradores de cerámica. Si se le corta una cabeza, vuelven a crecer dos. Hidra, que considerándola desde la historia es la quintaesencia de la sinrazón, la venganza encarnada de las divinidades telúricas contra la arrogancia de los olímpicos, en calidad de nueva Hidra(x = xn) pasa a ser un monstruo de la razón. Con ella, la razón misma, la información calculada, pasa a tener mil cabezas y mil ojos. Sus huellas electrónicas son imborrables. Una vez que el veneno ha caído en el mundo, ya no se puede eliminar. Piénsese en el caso de aquella esteticista británica que, con una cautivante ingenuidad, soltó su opinión sobre la historia universal: «Si Barraco Barner es nuestro presidente, ¿por qué se está comprometiendo con Rusia? ¡Escalofriante!». Al cabo de unas pocas horas, esta opinión, que estaba formateada con mucha deficiencia, enriquecida con burdas increpaciones, se había multiplicado por siete mil y había desencadenado un «linchamiento digital». Desde luego, eso no le resultó satisfactorio a la joven mujer, que con gusto «le habría arrancado la lengua» a algún que otro comentador pedante, sin embargo, ese es un efecto típico de la serpiente de Lerna. En los modernos medios electrónicos lo mejor que puede hacer uno para que crezcan luego mil cabezas es cortársela a sí mismo. Si uno quiere asegurarse de que se le presta una enorme atención, tal cosa ya no se consigue afirmando, sino decapitando (podría no ser casualidad que también el Estado Islámico haya descubierto esta estratagema para sus objetivos propios). En ello resulta irrelevante si la atención prestada se basa en un impulso positivo o negativo. Al final, lo único que cuenta es el número de clics. Quien está decapitado, operando bajo una capa de invisibilidad, puede decapitar aún más fácilmente. Uno se sigue considerando Heracles, pero es ya la propia Hidra. En eso se aprecia la esencia del resentimiento, de todos los que repiten sin pensar lo que dicen otros y de los comentaristas que echan espumarajos solazándose en su emancipación, pero que con sus ataques no hacen más que librar una batalla desesperada contra su progresiva acefalía y atolondramiento. El «linchamiento digital» es el resentimiento, la serpiente a la que cada vez le crecen más cabezas, fiel a la fórmula x = xn. Las plataformas sociales se sirven de formas similares de la economía de la atención. También ahí se practica la autoafirmación mediante la autodecapitación. Quien considera que la interjección ¡uf! es una noticia, realmente ha ganado. Es como en la danza del limbo: cuanto más bajo está el listón, mayor es la autosublimación. No es ningún secreto que para el éxito de modelos de negocios basados en internet resulta ventajosa la multiplicación por millones de noticias sin que al propagarse se pierda contenido y, por lo tanto, el factor viral. La ultima ratio o el argumento definitivo es acaparar la mayor atención posible con las ofertas propias. También los destinatarios, es decir, los usuarios están obligados a distribuir su atención entre el máximo número posible de factores particulares. Así es como el troll a quien el administrador expulsa del sitio que él controla se pondrá enseguida una nueva máscara y seguirá haciendo de las suyas aún más desinhibido. El latido de Hidra, de la razón en su forma más monstruosa, es la fórmula x = xn. El legado de Drácula
Cuando a Alan Turing, el pionero de los ordenadores, le incriminaron su homosexualidad como un delito contra la reina y, tal como se hacía en aquella época, lo sometieron a un tratamiento hormonal, decidió quitarse la vida. Como el personaje de dibujos animados de una película de Walt Disney de 1938, mordió una manzana envenenada. Por mucho que el criptólogo fuera un espíritu excéntrico, en esta fantasía de Blancanieves se articula más que una mera forma estrambótica de suicidarse. Metafísica del ataúd de cristal, fantasma del signo viviente: la noción de que el beso del príncipe puede hacer que la bella durmiente vuelva a la vida. Si al describir esta transformación mágica nos conformamos con el término técnico de «transformación de analógico a digital», fácilmente nos olvidamos de que tras el espejo se muestra un trasmundo fabuloso en el que imperan otras leyes que en la realidad. Ahí donde nuestro cuerpo físico tiene que recorrer el camino de todo lo terreno, el doble digitalizado (xn) nos promete que, aunque aún no hayamos muerto, hoy podemos ser incluso resucitados. En cualquier parte. En cualquier momento. Los criogénicos hacen que se los congele con la esperanza de que en el futuro los puedan revivir gracias a los progresos de la medicina (también Disney pertenecía a esta especie). Los paleovirólogos se disponen a hacer que vuelvan a vivir, por medio del ADN, virus que llevaban mucho tiempo extintos. Sin embargo, los simulacros digitales que les permiten a los hombres una pervivencia multimedial tienen algo curioso: de pronto el presente pasa a estar poblado de muertos, de sus voces, sus gestos y sus sueños. Todos ellos yacen en un ataúd de cristal, como Blancanieves, y en todo momento podemos con un beso hacer que despierten. Un clic y… ¡ya ha sucedido! A medida que van peregrinando por nuestros sueños, las sombras electrónicas comienzan a vivir una vida propia, salen arrastrándose de sus tumbas y tapan la visión impidiendo ver lo nuevo. Por lo tanto, no es casualidad que la cultura pop, en la medida en que se pone por escrito, ya no se consagre a lo nuevo, sino a la reanimación de lo pasado, que se revivan los trozos de cadáveres que se han recopilado y unido cosiéndolos. Elvis forever! La cuestión de la inmortalidad ya no se resolverá a las puertas del reino de los cielos, la inmortalidad ya se puede conseguir en el más acá. Si se tiene presente esto, se entiende por qué los terroristas del 11 de septiembre se crearon un epitafio con la imagen de las Torres Gemelas en llamas: un bucle sin fin que hoy se sigue desplegando en nuestro imaginario colectivo, una y otra vez. El atentado suicida es un acto tan paradójico como el suicido de Alan Turing: demuestra que el más allá comienza ya en el más acá, que el terrorista no muere, sino que con cada tanda se lo vuelve a besar reviviéndolo. Fisión nuclear
La fisión nuclear designa un proceso en el que el núcleo atómico se fragmenta en dos o más partes liberando energía. Si el material radiactivo alcanza una masa crítica, entonces se produce una reacción en cadena y el proceso de desintegración se transforma en la liberación de una tremenda cantidad de energía. La energía que está ligada al átomo se convierte en un futuro radiante. Si consideramos la fórmula, resulta difícil no concebir x = xn como un proceso de fisión nuclear. El objeto digitalizado es por sí mismo el objeto escindido que se divide y se conserva en la comunicación. El proceso de fisión se convierte en irradiación, la materia se convierte en energía. En cierto modo, el objeto irradia más allá de su materialidad, pasando a ser un signo cargado energéticamente. De acuerdo con ello, el objeto digitalizado representa el estado energético y, por lo tanto, la disolución del objeto material. Pero esta referencia a la fisión nuclear no tiene solo naturaleza metafórica. Vannevar Bush, que coordinaba el «proyecto Manhattan», presentó en agosto de 1945, poco después de que se arrojara la primera bomba atómica, un texto titulado «Cómo podríamos pensar». Este texto era el condensado intelectual de aquel ingente esfuerzo que había significado la construcción de la bomba atómica, pues para eso se tuvo que coordinar el trabajo de miles de científicos procedentes de las disciplinas más dispares: un esfuerzo que ya no podía llevar a cabo una persona sola (x  =  átomo  =  individuo), sino solo una razón compartida, un colectivo (xn). En efecto, «Cómo podríamos pensar» se puede leer como la visión de un sistema sapiencial colectivo, es más, directamente como un manifiesto fundacional de internet. «Un dato que sirve a la ciencia —se dice ahí— hay que ampliarlo constantemente, pero para ello es preciso guardarlo y volver a consultarlo». Para tal fin, Bush esboza la imagen de una terminal en la que el científico puede sacar a la pantalla todos los datos relevantes, y en la que podemos reconocer sin esfuerzo nuestros aparatos actuales. Solo con semejante maquinaria —este es el mensaje del texto— se puede volver a enlazar en un pensamiento toda la fuerza mental particular desencadenada. Pandemia
Cuando se dice que el aleteo de una mariposa puede desencadenar un huracán en el otro extremo del mundo, aquí uno no solo se encuentra ante el credo de la...



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