E-Book, Spanisch, 336 Seiten
Buergenthal Un niño afortunado
1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-10243-14-9
Verlag: Plataforma
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
De prisionero en Auschwitz a juez de la Corte Internacional de Justicia
E-Book, Spanisch, 336 Seiten
ISBN: 978-84-10243-14-9
Verlag: Plataforma
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Thomas Buergenthal nació en 1934 en Lubochna (hoy Eslovaquia). Creció en el gueto de Kielce, en Polonia, y sobrevivió a los campos nazis de Auschwitz (donde perdió a su padre) y Sachsenhausen y a la terrible Marcha de la Muerte de 1945. Tras los hechos narrados en esta obra, emigró a los Estados Unidos en 1951. Estudió en la Universidad de Nueva York y en Harvard y se especializó en derecho internacional y derechos humanos. Fue juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, miembro del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Y juez de la Corte Internacional de Justicia (CIJ).
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Capítulo 1 De Lubochna a Polonia
Era enero de 1945. Nuestros vagones de ferrocarril desprovistos de techo ofrecían escasa protección contra el frío, el viento y la nieve tan típicos de los duros inviernos de Europa del Este. Estábamos cruzando Checoslovaquia en nuestra ruta desde Auschwitz, en Polonia, hasta al campo de concentración de Sachsenhausen, en Alemania. A medida que nuestro tren se aproximaba a un puente, vi a gente que nos hacía señas desde lo alto y luego, inesperadamente, panes que llovían sobre nosotros. El pan siguió cayendo cuando pasamos bajo uno o dos puentes más. Con excepción de la nieve, no había comido nada desde que nos hicieran abordar el tren tras una marcha forzada de tres días desde Auschwitz, apenas unos días antes de la llegada de las tropas soviéticas. Ese pan probablemente me salvó la vida, así como la de muchos de mis compañeros de lo que hoy se conoce como la Marcha de la Muerte de Auschwitz.
En aquel entonces no se me ocurrió relacionar el pan de los puentes con Checoslovaquia, mi tierra natal. Eso solo me sucedió años después de la guerra, en aquellas ocasiones en que, por uno u otro motivo, se me pedía que presentase un acta de nacimiento. Como carecía de ella, me exigían una declaración jurada afirmando que, «según la información con la que cuento y de la que doy fe», nací en Lubochna, Checoslovaquia, el 11 de mayo de 1934. Cada vez que firmaba uno de esos documentos, mi memoria me devolvía por un instante la imagen de los puentes checos.
Poco después de la caída del régimen comunista de Checoslovaquia, logré por fin obtener mi acta de nacimiento. El documento confirmaba la información de la que yo había dado fe en tantas declaraciones juradas, y generó en mí el impulso de visitar Lubochna con mi esposa Peggy. Ella sentía curiosidad por conocer el sitio donde yo había nacido, mientras que a mí me movía el deseo de entrar en contacto con esa porción de tierra de nuestro planeta en la que había abierto los ojos por primera vez.
Tras conducir desde Bratislava, capital de la actual Eslovaquia, recorriendo durante varias horas sinuosos caminos a la par de serpenteantes ríos y ruidosos arroyos, llegamos a Lubochna, pequeña ciudad vacacional al pie de las montañas del Bajo Tatra. Sin haberlo planeado así, arribamos allí en mayo de 1991, casi cincuenta y siete años después de mi nacimiento en ese mismo lugar. Un día bellamente soleado nos dio la bienvenida a medida que nos adentrábamos en el pequeño pueblo rodeado de los atractivos y redondeados montes del Bajo Tatra, claramente distinguibles de las escarpadas cumbres del Alto Tatra.
Entonces comprendí por qué mi padre soñaba con regresar algún día a Lubochna, y el motivo por el que mi madre adoraba el lugar. Parecía un sitio por completo idílico. Mientras Peggy y yo recorrimos el poblado con la esperanza de encontrar el que había sido el hotel de mis padres, tomé conciencia de que, con excepción de aquel trozo de papel de aspecto oficial que me conectaba a Lubochna de por vida, no existía para mí ningún otro vínculo con ese lugar. Nunca hallamos el hotel (luego me enteré de que había sido demolido durante la década de los sesenta). Si bien la visita confirmó que Lubochna era en verdad el lugar hermoso del que mis padres hablaban con frecuencia, me percaté con gran tristeza de que para mi familia ese pueblo representaba poco más que una nota al pie en una historia que había comenzado con la alegría de traer un niño al mundo, alegría que poco a poco se había ido ensombreciendo para dar paso a un relato muy diferente.
Mi padre, Mundek Buergenthal, se había mudado a Lubochna desde Alemania poco antes de que Hitler llegase al poder en 1933. Junto a su amigo Erich Godal, un caricaturista político antinazi que trabajaba para un importante periódico de Berlín, decidió abrir un pequeño hotel en Lubochna, donde Godal tenía algunas propiedades. La situación política en Alemania se estaba volviendo cada vez más peligrosa para los judíos y para quienes se opusiesen a Hitler y a la ideología del partido nazi. Al parecer, mi padre y Godal creían como tantos otros que el entusiasmo de Alemania por Hitler se desvanecería en pocos años y que pronto podrían regresar a Berlín. Entretanto, la proximidad entre Checoslovaquia y Alemania les permitiría seguir de cerca el desarrollo de los acontecimientos, y también proporcionar refugio temporal a cualquiera de sus amigos que tuviese necesidad de huir con urgencia de Alemania.
Nacido en 1901 en Galitzia (una región de Polonia que pertenecía al Imperio austrohúngaro antes de la Primera Guerra Mundial), mi padre recibió la educación primaria y buena parte de la secundaria tanto en idioma alemán como en polaco. Sus padres vivían en un poblado de una hacienda perteneciente a un rico terrateniente polaco cuyas cuantiosas propiedades agrícolas eran administradas por mi abuelo paterno, ocupación poco usual para un judío en aquella época y en esa parte del mundo. El terrateniente polaco había sido oficial superior de mi abuelo en el ejército austríaco y lo tomó a su servicio cuando ambos volvieron a la vida civil. A la larga, puso a mi abuelo a cargo de sus múltiples fincas.
La escuela secundaria más cercana a la que podía acceder mi padre estaba en un pueblo algo distante. Según la leyenda familiar, para poder asistir a dicha escuela, mi padre se alojó durante un tiempo en casa de un empleado del ferrocarril encargado de un cruce de vías situado en un punto estratégico. Los trenes hacia y desde dicho pueblo debían pasar por el cruce unas cuantas veces al día. Como no había ninguna estación en los alrededores, el hombre desaceleraba el paso del tren una vez por la mañana y otra por la tarde, a fin de permitirle a mi padre subir y bajar de los vagones. Con posterioridad se buscó una solución menos arriesgada para permitirle ir a clase.
Tras su graduación en la escuela secundaria y un breve paso por el ejército polaco durante la guerra polaco-soviética que comenzó en 1919, mi padre se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Cracovia. Antes de terminar sus estudios, sin embargo, se marchó de Polonia y se mudó a Berlín. Allí se unió a su hermana mayor, casada con un conocido modisto berlinés, y obtuvo empleo en un banco privado judío. No tardó en escalar posiciones, y se convirtió en funcionario a una edad relativamente temprana gracias a su éxito ayudando a administrar la cartera de inversiones del banco. Su puesto en dicha institución y los contactos sociales de su cuñado le permitieron codearse con muchos escritores, periodistas y actores residentes por entonces en Berlín. El ascenso de Hitler y el número cada vez mayor de ataques de sus seguidores contra los judíos y los intelectuales antinazis, muchos de los cuales eran amigos de mi padre, lo llevaron a abandonar Alemania e instalarse en Lubochna.
Mi madre, Gerda Silbergleit, llegó al hotel de mi padre en 1933. Venía de Göttingen, la ciudad universitaria alemana donde había nacido y donde sus padres poseían una tienda de calzado. Aún no había cumplido los veintiún años (nació en 1912) cuando sus padres la enviaron a Lubochna con la esperanza de que unas vacaciones en Checoslovaquia la ayudasen a olvidar al novio no-judío que pretendía casarse con ella. También pensaban que sería bueno para su hija marcharse de Göttingen por un tiempo. Allí, el hostigamiento contra los judíos (y en particular contra las jóvenes judías) por parte de las juventudes nazis que patrullaban las calles, volvía la vida cada vez más incómoda para mi madre.
Al hacer los preparativos para su estadía en el hotel, sus padres acordaron que fuese recogida en la frontera germano-checa. En lugar de enviar a su chófer, mi padre decidió conducir solo hasta la frontera, por lo que ella lo confundió con el chófer del hotel. Se sintió bastante avergonzada cuando, durante la cena, la sentaron en la mesa del dueño del albergue, quien resultó ser el chófer al que ella había agobiado durante todo el trayecto con preguntas sobre el señor Buergenthal (parece ser que su madre lo había descrito como muy buen partido). Años más tarde, cada vez que yo escuchaba a mi madre contar esta historia, me preguntaba si la visita a Lubochna no habría sido urdida por sus padres, al menos en parte, con la intención de concertar un eventual casamiento con mi padre, y si de existir un plan semejante, mi padre no habría sido parte del mismo. ¿Era tan solo una coincidencia que su hotel le fuese recomendado a mis abuelos por un amigo que también conocía muy bien a mi padre? Nunca conseguí averiguarlo del todo, suponiendo que hubiese algo que averiguar. Para mi madre, siempre fue amor a primera vista. ¡Y que no se dijera nada más!
Tres días después de conocerse en la frontera germano-checa, mis padres se comprometieron. Contrajeron matrimonio pocas semanas más tarde, pero no hasta que mi abuelo materno, Paul Silbergleit, y luego mi abuela, Rosa Silbergleit (nacida Blum) viajasen a Lubochna para aprobar al novio. Parece ser que la rapidez del compromiso y la precipitada boda los tomaron un poco por sorpresa, pero era el año 1933 y había poco tiempo para cortejos. Yo nací unos once meses después. En el año 1939 ya éramos refugiados en plena huida, apenas unos pasos por delante de los alemanes: daba la impresión de que todo un país le había declarado la guerra a una pequeña familia por el mero hecho de ser judíos.
Cuando busco en mi memoria algunos trazos de mi fugaz vida en Lubochna, me cuesta mucho distinguir entre lo que mis padres me contaron y lo que realmente recuerdo. Tengo la impresión de que mucho de lo que creo recordar sobre ese...