E-Book, Spanisch, 272 Seiten
Reihe: Pensamiento Herder
Broncano Sujetos en la niebla
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-254-2951-4
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Narrativas sobre la identidad
E-Book, Spanisch, 272 Seiten
Reihe: Pensamiento Herder
ISBN: 978-84-254-2951-4
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Si la identidad fuera un mero ejercicio de metafísica no tendría el poder que manifiesta en nuestra reciente historia, donde casi todos los conflictos han mutado en conflictos de identidad. O tal vez la permanencia de ciertas formas metafísicas se deba al carácter mítico y metafórico de los relatos que las subyacen, pues la identidad está unida a lo narrativo por robustos lazos. Dos de los relatos estructurantes de la identidad son el mito de la caída, que habla de la identidad personal, y el mito del cuerpo místico, que habla la identidad colectiva, de la condición del individuo como miembro del cuerpo colectivo. Diversos movimientos sociales y filosóficos han devenido en ejercicio metafísico de uno de estos dos mitos: salvar al sujeto de su condición de barro y/o entregarle a la comunidad a la que sirve como miembro. El cuerpo se presenta como cárcel; la comunidad, como señora y dueña del sujeto esclavo. Hay violencia metafísica en estos relatos que articulan casi la totalidad de la filosofía del sujeto y de la identidad moderna, incluyendo muchas filosofías presuntamente críticas que han tratado de abandonar la metafísica. Sujetos en la niebla escapa de la seducción de dichos mitos. La obra es fruto de la rebelión del autor contra un tiempo de corrientes filosóficas que coincidieron en rechazar toda referencia al sujeto como si este fuese un cadáver de la historia. Hay algo de relato de identidad de quienes vivieron los sueños de la modernidad y la posmodernidad, hasta que fueron despertados por el escepticismo. Es también una propuesta para encontrar en la agencia y la voluntad lo que la conciencia y la representación perdieron.
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Capítulo 1
Sombras de identidad entre las ruinas del sujeto
1.1. Identidades dislocadas
Corren malos tiempos para las identidades: «Ilusión de destino», subtitula Amartya Sen (Sen, 2006) su espantado alegato contra la violencia del presente y no sería impropio calificarlas como ilusiones de destino. Unas cuantas décadas nos han recordado que la crueldad, que parecía haber agotado sus límites en los campos de concentración, no tiene pausa ni reconoce límites: el África de los conflictos poscoloniales; la Europa de los conflictos religiosos; el Medio Oriente de las fronteras de civilizaciones; la América de los conflictos étnicos. Ilusión de destino y pertenencia que provoca la irrupción de una violencia interminable y ubicua. Hemos llegado a asociar reactivamente las palabras identidad y violencia como estigmas de la experiencia contemporánea: de las políticas de identidad a la violencia de la política, como dinámicas continuas de los conflictos; de las políticas de pertenencia a las estrategias de exclusión, como astucias de la «construcción» de identidades; de las políticas de objetivación al arrinconamiento de la experiencia en el subjetivismo más inaccesible, como sino de una modernidad fracturada por fronteras metafísicas que se inscriben a modo de signos físicos en la piel y en el territorio. «¡Matadlos a todos!», escribe Kurtz en el margen de su informe a la empresa colonial sobre el estado salvaje de sus dominios. El corazón de las tinieblas como metáfora de un siglo del que venimos y que aún nos ahoga. Escrita en los momentos más duros de la colonización belga del Congo, está en lugar de toda la barbarie contemporánea, pues el colonialismo, el imperialismo y una cierta forma de entender las identidades, es decir, una constelación de formas culturales que implican una cierta forma metafísica, han sido marcos constitutivos de nuestra historia política y cultural. Es sorprendente cómo este «matadlos a todos» persiste en la cultura: el imaginario de Hollywood lo recoge bajo diversas formas pero siempre en conexión con la otredad: seres-otros a los que se transfiere el deseo de destrucción que aflora sin restricciones. «Matadlos a todos» es la regla del héroe o el policía que se enfrenta a la amenaza de los seres-otros que invaden la privacidad tranquila del hombre contemporáneo: zombis, vampiros, especies ajenas, terroristas sin conciencia...; ejercicios oníricos de un ansia de holocausto que ya no es capaz de expresarse en voz alta si no es bajo las metáforas que permite el lenguaje políticamente correcto, pero que sigue operando como reacción instintiva («Si fuera por mí, les mandaba cuatro bombas atómicas y los borraba del mapa»); deseo de muerte que infecta las narrativas de la identidad contemporánea. ¿Qué condiciones contribuyen a fomentar la imaginación de soluciones finales como la que avanza la profética novela de Conrad? Las culturas premodernas no carecen de crueldad, es cierto, pero su crueldad se ejerce sobre un enemigo al que se reconoce como igual: alguien al que hay que «comerse» para incrementar la propia fuerza y cuanto más fuerte sea aquel más fuerte será el vencedor. La cultura colonial contemporánea ya no reconoce enemigos. Las guerras contemporáneas devastan la sociedad enemiga como parte de una política de destrucción que solo reconoce objetivos. Y, si existe reconocimiento, lo es bajo una máscara de identidad a medida, de identidad de seres que son reconocidos como los nuestros: nuestra especie, cultura, religión, ideología, grupo. El reconocimiento opera como muro que limita el sujeto y el objeto. Al otro lado ya no hay sujetos sino animales, bárbaros sin civilización, demonios que pueden destruirse sin culpa, dianas de las armas a distancia. Qué caiga en cada lado, quién caiga a cada lado, depende de las políticas de reconocimiento basadas en síntomas y señales de «ser-ahí», de «estar-ahí» visibles o invisibles: la piel, los ritos, la lengua, la imagen corporal, el olor. Las políticas que abren o cierran el reconocimiento no nacen espontáneamente ni son contingentes sobre las formas políticas, sino que se enraízan en las estructuras metafísicas que asignan identidad. El Yo/Otro, el Nosotros/Ellos, son fracturas metafísicas que tienen más permanencia que las superficies culturales que las rodean.
Venimos de metafísicas que establecen una cierta forma de pensar a los sujetos bajo el manto de una universalidad ligada a la separación entre mente y cuerpo: mente constituida por la conciencia y cuerpo por el sustrato causal de las funciones fisiológicas. No deberíamos creer que estas metafísicas sean una herencia del barroco que ya hubiéramos superado. Son más bien centros neurálgicos de la cultura presente, consecuencias reales de políticas de objetividad que se han instalado en todos los estratos de la trama social a las que la filosofía se adapta con resignación si no con entusiasmo. Políticas que instauran la dicotomía subjetivo/objetivo como una dicotomía que tiene dimensiones sociales, políticas, educativas, etcétera, y que no se reduce a una abstracta teoría filosófica, sino que dibuja un marco que conforma las derivas culturales contemporáneas: cada parte de la dicotomía define en sus límites a lo otro del otro lado. Las políticas de objetivización y la crítica a la subjetividad van de la mano. La controversia trágica entre lo subjetivo y las políticas de objetividad se ha convertido en la gran tensión constitutiva del pensamiento contemporáneo: de un lado, la instancia subjetiva parecería garantizar la presencia de lo humano frente al creciente dominio del objetivismo tecnológico; del lado de lo subjetivo estarían todas las disciplinas humanísticas, las artes, las expresiones culturales. Por otra parte, lo subjetivo parecería garantizar la responsabilidad de las personas: la economía clásica, el liberalismo político que está en el fondo de las constituciones democráticas, etcétera, parecen exigir una fuerte presencia de la subjetividad como sustrato de la identidad, aunque tal identidad se perpetúe ligada a la herencia de una concepción atomista, desencarnada, des-situada del ser humano.
El objetivismo y el subjetivismo han sido parte de una misma metafísica que, de ser superada, no habrá de serlo simplemente por la eliminación de lo subjetivo, como han intentado diversas formas de naturalismo reduccionista; ni por la idealización de un sujeto trascendental libre de subjetivismos, como han intentado varias formas de filosofías antinaturalistas; ni, en tercer lugar, sometiendo la subjetividad a una crítica-derribo cultural que encadena lo subjetivo, lo representacional y lo «moderno» en un confuso paquete del que habría que desprenderse rápidamente en el albañal de la historia. Han sido estas las soluciones ensayadas en tiempos recientes: una forma peculiar de objetivismo, entre el naturalismo y el trascendentalismo, fue la que propugnó la evanescencia del sujeto en las estructuras objetivas del lenguaje y lo simbólico. Otro ejemplar de un ejercicio de subordinación al objetivismo que devalúa al sujeto al suelo de una construcción (gramatical, de signos, de hechos sociales). No han tenido una visión de más alcance las perspectivas del lado de quienes no querrían abandonar la subjetividad. En este lado han proliferado tradiciones neorrománticas que agrupan a quienes pretenden salvar lo subjetivo en un ejercicio de moralización anticientífica y que no salvan la dicotomía, sino que perecen en ella. La filosofía crítica reciente, paradigmáticamente en algunas formas de posmodernismo, ha hecho de la «superación del pensamiento binario» una especie de mantra que se aplica a cualquier dicotomía. Parecería una senda que llevase a una salida del laberinto, pero tampoco está claro que sea algo más que una pretensión de supresión de las dicotomías en un acto voluntarioso de declaración filosófica.
Reconocer el carácter trágico puede ayudarnos a no tomar atajos rápidos, como parece haber intentado lo que en un tiempo llamamos posmodernidad, una época en la que se pensó que la solución era fácil: se declaran abolidas las dicotomías; se declaran abolidos los grandes relatos. Todo es uno y todo es múltiple. La nueva versión de la tragedia de la identidad que significó el posmodernismo nace de esta nueva forma de paradoja. Para resolver las dicotomías, se considera que todo es lo mismo; para resolver la dominación de lo uno, se declara que hay innumerables relatos, yoes, etcétera. Como si la manera de resolver la distinción entre un espejo y lo reflejado fuese romper el espejo, pues debemos reconocer primero las dificultades y la probable imposibilidad de resolverlas todas de una manera satisfactoria. La complejidad de la noción de identidad referida a seres que son personas, sujetos, colectividades intencionales nace de que más que una única dicotomía que identificamos como sujeto/objeto es en realidad una familia de dicotomías relacionadas por ese aire de familia, pero no por ello ejemplificaciones de una única entidad superior. La historia del pensamiento moderno recorre estas dicotomías como paradas de una enrevesada senda subrayando unas u otras en momentos diferentes y con intereses diferentes. La tensión entre sujeto y objeto, por ejemplo, es convergente, pero no equivalente ni a la dicotomía entre voluntad y representación ni a la cartesiana división entre cuerpo y mente. La tensión entre lo interno y lo externo, muy cercana al pensamiento más reciente, tiene que ver con el problema de la privacidad de los pensamientos en primera persona, y con la naturaleza del significado y del autoconocimiento, y se relaciona con la tensión entre normatividad...