Broeckhoven | La amistad | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 116, 180 Seiten

Reihe: 100xUNO

Broeckhoven La amistad

Diario de un jesuita en la fábrica (1958-1967)
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-1339-484-8
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Diario de un jesuita en la fábrica (1958-1967)

E-Book, Spanisch, Band 116, 180 Seiten

Reihe: 100xUNO

ISBN: 978-84-1339-484-8
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



En la mañana del 28 de diciembre de 1967, en una fábrica metalúrgica de Anderlecht, barrio de Bruselas cercano a la Gare du Midi, saltó la alarma por uno de los frecuentes accidentes laborales. Murió un joven trabajador, el jesuita Egied Van Broeckhoven. Este libro contiene una amplia antología de extractos editados e inéditos del diario al que Van Broeckhoven confió sus reflexiones. En él se disciernen elementos profundamente enraizados en la tradición de la Iglesia católica y, al mismo tiempo, perfectamente adaptados a las necesidades e interrogantes de los hombres de nuestro tiempo. Jesuita, trabajador y místico, Egied Van Broeckhoven permaneció fiel a la vocación que le llevó a los barrios más pobres de Bruselas, donde compartió su vida con los trabajadores y los marginados y donde descubrió el profundo valor de la amistad cristiana.

Egied Van Broeckhoven, nacido en Amberes en 1933 y fallecido en 1967 en Bruselas, entró muy joven (1950) en el noviciado de la Compañía de Jesús. Se graduó en Filología clásica en la Universidad Católica de Lovaina en 1959 y en 1964 fue ordenado sacerdote. La vida compartida de los obreros de los suburbios de Bruselas y el valor de la amistad como lugar de encuentro con Dios ocuparon un lugar central en su misión y su reflexión. En 1958 comenzó a escribir un diario, testimonio inestimable de su intenso itinerario espiritual.

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Egied Van Broeckhoven: Fotografía de una vida (1933-1967) Si hoy Cristo todavía tiene algo que decir a los hombres, su palabra será una respuesta a sus deseos más profundos, no un mensaje extraño a sus pensamientos y a sus corazones. Esta amistad concreta y total es, según yo y para mí, el único camino auténtico, a veces doloroso, pero siempre muy consolador, a través del cual el Reino de Dios crece ahora en este mundo. En la mañana del 28 de diciembre de 1967, en una fábrica metalúrgica en Anderlecht, un distrito de Bruselas cerca de la Gare du Midi, se dio la alarma por uno de los frecuentes accidentes laborales que involucró a un joven trabajador. Egied estaba encargado junto con Georges, un compañero de trabajo de los últimos meses, de ordenar unas placas de metal de seis metros por metro y medio, transportadas por una rampa móvil, y de abrir las tenazas de la grúa. Las placas de metal se colocaban verticalmente entre los pilares de soporte de hierro. En un momento dado, una de las tenazas que sostenía una placa se bloqueó y Egied fue detrás de la pila para aflojarla. En ese instante uno de los pilares de apoyo se rompió, los demás cedieron y toda la masa de las placas, que pesaba varias toneladas, se balanceó. Bajo el peso, Egied fue arrojado hacia atrás violentamente contra una placa que quedó colocada en vertical detrás de él. El golpe le rompió la espalda; murió instantáneamente, con los brazos extendidos sobre las placas. Tenía solo treinta y cuatro años1. La muerte del joven jesuita Egied Van Broeckhoven no pasó desapercibida. Los muchos que lo conocieron y que abarrotaron el cementerio de Grand-Bigard en su funeral, sabían que su trabajo en la fábrica y su muerte repentina fueron la culminación de un viaje apasionado en la búsqueda de Dios y que la fidelidad a su vocación lo había conducido al corazón ardiente de una gran ciudad como Bruselas, en un barrio habitado por inmigrantes y obreros. Egied nació en Amberes el 22 de diciembre de 1933; su madre murió unos días después debido a las dificultades que surgieron durante el parto. Según el testimonio del jesuita Hugo Carmeliet, que convivió con Egied en los últimos años de su vida, esta pérdida le causó «un dolor profundo, nunca expresado, que quizás estaba en el origen de esa mirada melancólica que a veces marcaba los rasgos de su rostro y, ciertamente, de esa simpatía instintiva hacia el sufrimiento humano»2. Egied fue educado por sus tíos, los Van Daalhoffs, que, al no tener hijos, vivían solos en Schilde, en la provincia de Amberes. Tamie, la hermana mayor de su padre, y su esposo Frans, a quien Egied llamaba «Mononcle», se mencionan en varias ocasiones en el diario del jesuita, que mostraba un profundo agradecimiento hacia ellos, apreciando su discreción y afecto3. La vocación de Egied se manifestó ya en los primeros años de sus estudios superiores; el 7 de septiembre de 1950, a los dieciséis años, ingresa en el noviciado de la Compañía de Jesús en Drongen, cerca de Gante. «Llevar los hombres a Dios»: la Compañía de Jesús Egied siguió el largo plan de estudios de la formación jesuita; después de cinco años en Gante, comenzó sus estudios de Filosofía en Lovaina (1955-1958), seguidos por dos años de estudios clásicos en la Universidad Católica de la misma ciudad, hasta obtener la licenciatura en Filología Clásica en julio de 1959. Los amigos de aquellos años apreciaban su jovialidad, el gusto por la amistad y un cierto anti-conformismo. Egied también era consciente, sin ostentación, de su propia sensibilidad mística cuando, a los veinticuatro años, comenzó a anotar intuiciones, deseos y el emerger de la experiencia de Dios en la oración y en los encuentros con las personas; luego de su muerte, se encontraron veintiséis cuadernos de notas y pensamientos. Durante sus estudios, Egied comenzó a sentir el deseo de la misión, como a menudo les sucedía a muchos jóvenes jesuitas inspirados por los grandes misioneros de su historia4. Trató de aprender ruso para llevar el cristianismo más allá del Telón de acero y, convencido de que el estudio científico lo ayudaría en la obra de la evangelización, solicitó y obtuvo la oportunidad de inscribirse en la prueba de admisión de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Lovaina. Escribió el 7 de julio de 1958: «Estudio matemáticas para acercar a los hombres a Dios con este medio; nunca perderé de vista que este es el propósito último»5. Por varias razones, incluida la muerte de su padre, no pudo aprobar el examen. El 19 de diciembre de 1958 escribió: Es una gran suerte que todavía me encuentre pendiente entre Filología Clásica y Matemáticas; esto me obliga a aclarar más las razones de mi decisión. En particular, por el momento, entiendo claramente que un especialista en ciencias exactas que viva una vida religiosa podría dar testimonio mucho mejor de esta vida religiosa entre los hombres de ciencia. No porque la vida religiosa sea necesaria para resolver problemas científicos; sino porque toda nuestra vida impregnada de la mentalidad científica puede acercarnos al estado de ánimo de los hombres de ciencia6. Pasó con éxito la prueba en el segundo intento, pero nunca logró completar sus estudios científicos debido a otras responsabilidades que se le confiaron en la Compañía de Jesús. Entre 1960 y 1961 fue llamado a enseñar latín a los alumnos de cuarto curso de la escuela secundaria San Berchmans en Bruselas y, al año siguiente, comenzó a asistir al curso de teología de cuatro años (1961-1965) en la casa de formación de los jesuitas en Heverlee (Lovaina). En los años dedicados al estudio, durante las vacaciones de verano, Egied estableció los primeros contactos con familias pobres de trabajadores e inmigrantes en el distrito de Dam, cerca del puerto de Amberes, donde nació una pequeña comunidad de jesuitas bajo el liderazgo de Ferdinand Bellens (1915-2003), con quien Egied había entablado una profunda amistad7. El 8 de agosto de 1964, Egied fue ordenado sacerdote8; al año siguiente completó sus estudios teológicos y decidió seguir el deseo de servir a «los pobres más cercanos», es decir, aquellos que vivían, invisibles para la mayoría, en las grandes ciudades; se estableció con dos hermanos en el distrito de Anderlecht, al sur de Bruselas, cerca del conocido suburbio de Molenbeek-Saint-Jean, habitado principalmente por inmigrantes. Unos meses más tarde, Egied se unió a la misión en las periferias de las ciudades, el llamado «apostolado de barrio»; al trabajo a tiempo completo en la fábrica, al que dedicó los dos últimos años de su vida. «Oración vespertina en los bosques de Schilde»: vida contemplativa Durante mucho tiempo, incluso después de los primeros votos y la ordenación sacerdotal, Egied siguió preguntándose acerca de la forma de su propia vocación. De hecho, desde su temprana juventud se había sentido atraído por la vida contemplativa y a menudo recordaba que cuando era pequeño la «oración vespertina en los bosques de Schilde», donde vivía con sus padres adoptivos, era uno de los momentos que más deseaba. Cómo le había ocurrido también a Ignacio de Loyola, Egied se preguntaba si Dios lo estaba invitando a convertirse en cartujo o trapense9. El ejemplo de Ignacio lo guio en esos años, junto al «abandono total» que este había vivido «gracias a la profundidad de su encuentro amoroso con el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo»10. «Al meditar sobre mi vocación —escribió Egied— me sentí conmovido hasta las lágrimas. [...] Es Cristo quien me conduce a donde debo ir, y esto me ha llenado de gran serenidad y esperanza»11. En los últimos años de su vida Egied percibió, como le había sucedido al fundador de la Compañía de Jesús, que estaba llamado a la contemplación en el mundo: el mundo sería su claustro y él viviría como un «contemplativo en acción», según una expresión querida por los jesuitas. No creo que pueda ser un misionero que lleva también una vida de oración; no puedo ser otra cosa que un hombre de oración, un contemplativo, llevado por la propia contemplación hacia un apostolado más profundo12. En 1964 le comunicaba esta intuición al provincial: Dios me ha hecho comprender que mi deseo de vivir enteramente para Él no debe realizarse en la soledad y en el desapego de la Cartuja, sino en la decisión de ir hacia los hombres más alejados de Él. Parece que este es el lugar de vida contemplativa que Dios me quiere asignar13. Este pensamiento vuelve a menudo en su diario: «Debo vivir mi vocación de cartujo aquí, ahora; el abandono total a Dios trascendente que me atrae hacia sí»14. Pocas semanas antes de su muerte, describía el trabajo en la fábrica de la siguiente manera: En este ambiente tan concreto, descristianizado, duro hasta agotarte y aturdirte, encuentro mi clima para la vida contemplativa (cartujo, trapense...). Sumergirse en este ambiente es para mí lo mismo que sumergirse en la vida de la Cartuja o la Trapa; abandonar todo, arriesgar todo, vender todo por...



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