E-Book, Spanisch, 312 Seiten
Reihe: ENSAYO
Bray Antifa
1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-120300-7-5
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 312 Seiten
Reihe: ENSAYO
ISBN: 978-84-120300-7-5
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Mark Bray es historiador de los derechos humanos, el terrorismo y el radicalismo político en la Europa moderna. Fue uno de los organizadores de Occupy Wall Street. Completó su doctorado en 'Modern European and Women's and Gender History' en la Universidad de Rutgers en 2016, y está terminando su manuscrito 'The Anarchist Inquisition: Terrorism and the Ethics of Modernity in Spain, 1893-1909', que explora el surgimiento de las campañas pioneras de derechos humanos en Europa y los Estados Unidos en respuesta a la brutal represión contra la disidencia por parte del Estado español.
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INTRODUCCIÓN
Querría que este libro no fuese necesario. Pero alguien prendió fuego al Centro Islámico local de Victoria (Texas) pocas horas después de que la administración de Trump anunciase su veto migratorio a los musulmanes. Y algunas semanas después de la presentación de una avalancha de más de 100 leyes contra el colectivo LGTBQ, a principios de 2017, un hombre echó abajo la puerta principal de Casa Ruby, un centro de defensa de los derechos de las personas transgénero en Washington D. C. y agredió a una transexual mientras gritaba: «¡Te voy a matar, maricón!». Un día después de la victoria electoral de Donald Trump, los estudiantes de ascendencia latinoamericana del Instituto de Secundaria Royal Oak, en Míchigan, acabaron por llorar cuando sus compañeros de clase empezaron a corear: «¡Construye el muro!». Más tarde, en marzo, un antiguo soldado y supremacista blanco se fue en autobús a Nueva York para «atacar a hombres negros». Apuñaló y mató a Timothy Caughman, un indigente de raza negra. Ese mismo mes, alguien derribó y pintarrajeó una docena de lápidas en el cementerio judío de Waad Hakolel, en Rochester (Nueva York). Entre quienes yacen allí se encuentra Ida Braiman, una prima de mi abuela. Ida fue asesinada de un disparo en 1913 por un patrón, apenas unos meses después de haber llegado a Estados Unidos desde Ucrania, mientras participaba en un piquete junto con otros trabajadores textiles, también inmigrantes judíos. La reciente oleada de profanaciones en cementerios hebreos en Brooklyn, Filadelfia y otros lugares, se ha producido bajo la administración de Trump. Este omitió toda mención a los judíos en sus declaraciones sobre el Holocausto, su secretario de prensa negó que Hitler hubiese gaseado a nadie y su consejero jefe fue una de las figuras más destacadas de la derecha alternativa, una corriente notoriamente antisemita. Como escribió Walter Benjamin, en el momento álgido del fascismo de entreguerras: «Ni siquiera los muertos estarán seguros, si el enemigo vence».[1]
A pesar del resurgir de la violencia de los fascistas y de los supremacistas blancos en Europa y Estados Unidos, la mayoría de las personas considera que vivos y muertos están seguros, ya que piensan que estas ideologías están superadas y no suponen peligro alguno. A su entender, el enemigo fascista perdió de forma definitiva en 1945. Pero los muertos no estuvieron seguros cuando el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, dijo en 2003 que el encierro en los campos de prisioneros de Mussolini era como unas «vacaciones». Ni cuando el líder del Frente Nacional francés, Jean-Marie Le Pen, declaró, en 2015, que las cámaras de gas de los nazis habían sido un simple «detalle» histórico. Los neonazis que en los últimos años han inundado de pintadas racistas las ubicaciones de los guetos de Varsovia, Bialistok y otras ciudades polacas, saben muy bien que sus cruces célticas atacan a los muertos tanto como a los vivos. El antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot nos avisa: «El pasado no existe de forma independiente del presente […]. El pasado o, para ser más precisos, la condición de ser pasado, es una opinión. Así, de ninguna manera podemos identificar el pasado como pasado».[2]
Este libro se toma muy en serio el terror transhistórico del fascismo y el poder de convocar a los muertos cuando se trata de defenderse frente a él. Toma partido, sin avergonzarse por ello lo más mínimo. Es un toque a rebato, que intenta dotar a una nueva generación de antifascistas del bagaje histórico y teórico necesario para derrotar a una extrema derecha que resurge. Está basado en 61 entrevistas a militantes, en activo o retirados, de 17 países de América del Norte y Europa. Pretende expandir nuestra perspectiva geográfica e histórica para poner en contexto la oposición a Trump y a la derecha alternativa, en un ámbito mucho más amplio y profundo de resistencia. Antifa es la primera historia transnacional en inglés de este movimiento después de la Segunda Guerra Mundial y la más completa en cualquier idioma. Afirma que el antifascismo militante es una respuesta razonable e históricamente documentada ante la amenaza fascista, que persistió después de 1945 y que ha vuelto a ser especialmente grave en los últimos años. Puede que al terminar este libro no se sea un militante convencido, pero al menos se habrá comprendido que el antifascismo es una tradición política legítima, que surge de más de un siglo de luchas globales.
¿Qué es el antifascismo?
Antes de responder a esta pregunta, debemos examinar brevemente qué es el fascismo. Tal vez más que ninguna otra forma de ideario político, este es notablemente difícil de acotar. Definirlo es un reto, debido a que «surgió como una corriente basada en el carisma», unida a un «acto de fe», en oposición frontal a la racionalidad y a los límites habituales de la concreción ideológica.[3] Mussolini explicaba que su movimiento «no se sentía ligado a ninguna forma concreta de doctrina».[4] «Nuestro mito es la nación —afirmaba—, y a este mito, a esta grandeza, subordinamos todo lo demás».[5] Tal y como defiende el historiador Robert Paxton, los fascistas «rechazan cualquier valor universal, más allá del éxito de los pueblos elegidos en la lucha darwiniana por la dominación».[6] Incluso las alianzas de partidos que formaron en el periodo entre las dos guerras mundiales se vieron a menudo tensadas, o abandonadas por completo, cuando las exigencias de la lucha por el poder convirtieron a esos fascistas de entreguerras en incómodos compañeros de cama para los conservadores tradicionales. Su retórica «de izquierda», sobre la defensa de la clase trabajadora frente a la élite capitalista, era a menudo uno de los valores que primero abandonaban. Los fascistas de después de la guerra (posteriores a la Segunda Guerra Mundial) han ensayado conjuntos todavía más disparatados de planteamientos, tomando elementos de forma indiscriminada del maoísmo, el anarquismo, el trotskismo y otras ideologías de izquierdas y vistiéndose con ropajes electorales «respetables», conforme al modelo del Frente Nacional francés y de otros partidos.[7]
Estoy de acuerdo con el planteamiento de Angelo Tasca de que «para entender el fascismo debemos escribir su historia».[8] Sin embargo, dado que este no es el lugar para hacerlo, tendrá que bastar con una definición. Paxton define el fascismo de la siguiente manera:
Una forma de comportamiento político marcado por una preocupación obsesiva con el declive, la humillación o la victimización de la comunidad y por cultos compensatorios a la unidad, la energía y la pureza, en la cual un partido de masas de comprometidos militantes nacionalistas, que actúa en colaboración, incómoda pero eficaz, con las élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue, con una violencia redentora y sin limitaciones éticas ni legales, fines de limpieza interna y expansión externa.[9]
En comparación con la dificultad que tiene definir el fascismo, podría parecer a primera vista que entender el antifascismo es una tarea sencilla. Después de todo, no es sino la oposición al primero, literalmente. Algunos historiadores han empleado esta definición, literal y minimalista, para incluir en esta categoría a una gran variedad de actores históricos, como liberales, conservadores y otros, que combatieron contra regímenes fascistas antes de 1945. Sin embargo, reducir el término a una mera oposición impide entender el antifascismo como un método político, un ámbito de identificación individual y colectiva y un movimiento transnacional que ha adaptado las corrientes socialistas, anarquistas y comunistas anteriormente existentes a una necesidad repentina de reaccionar frente a la amenaza fascista. Esta interpretación política trasciende la dinámica simplificadora que reduce el antifascismo a una mera negación de su oponente, ya que pone de relieve los cimientos estratégicos, culturales e ideológicos desde los que han respondido los socialistas de todo tipo. Sin embargo, incluso en el seno de la izquierda se dan encendidos debates entre muchos partidos socialistas y comunistas, organizaciones antirracistas no gubernamentales y otras, que proponen emplear métodos legales para pedir una normativa antirracista o antifascista, y quienes defienden una estrategia de enfrentamiento y acción directa con la que dificultar los esfuerzos organizativos de los fascistas. Ambos puntos de vista no son siempre mutuamente excluyentes y algunos militantes han adoptado la última opción tras el fracaso de la primera. Pero, en general, este debate sobre estrategia marca una división en las interpretaciones izquierdistas del movimiento.
Este libro explora los orígenes y la evolución de una corriente antifascista amplia que surge en la intersección entre las propuestas políticas de las diferentes corrientes socialistas y la estrategia de la acción directa. A menudo, sus integrantes actuales denominan a esta tendencia como «antifascismo radical» en Francia, «antifascismo autónomo» en Alemania y «antifascismo militante» en Estados Unidos, el Reino Unido e Italia.[10] En el núcleo de esta perspectiva se halla un rechazo de la célebre frase liberal, erróneamente atribuida a Voltaire, según la cual «me opongo a lo que dices, pero defenderé hasta la...