Bolinaga Irasuegui | Breve Historia del Fascismo | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Reihe: Breve Historia

Bolinaga Irasuegui Breve Historia del Fascismo


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9763-453-3
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Reihe: Breve Historia

ISBN: 978-84-9763-453-3
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Conocer el fascismo es el único modo de impedir que regímenes basados en el odio y la violencia vuelvan a asolar los países. Si la historia tiene una utilidad por antonomasia es la de impedir que los episodios más oscuros de esta se repitan. Un conocimiento de los distintos movimientos fascistas que surgieron tras la Primera Guerra Mundial y que detentaron el poder en numerosos países europeos en el periodo de entreguerras, es necesario para impedir que, en épocas de crisis económicas y de valores, vuelvan a seducir a los pueblos con su mensaje de regeneración expeditiva. Este libro que nos presenta Íñigo Bolinaga expone de manera sucinta y comprensible las causas que provocaron su extensión por Europa y los hechos más dramáticos y significativos de estos gobiernos basados en el odio y la violencia. Breve Historia del Fascismo nos ofrece un completo panorama de estas ideologías heterogéneas que tienen en común su inicio como organizaciones nacionalistas de izquierdas. El libro se abre con el nacimiento del fascismo italiano de la mano de Benito Mussolini, un líder carismático socialista, desde ahí nos narrará el triunfo del Partido Nacional Fascista, con la marcha sobre Roma como hecho más significativo. Pero además, Íñigo Bolinaga nos narrará de modo vivo y trasversal el frustrado golpe de estado de Hitler en 1923 y su posterior victoria democrática, y la extensión de movimientos similares en los años 30 en países como Polonia, Grecia y, por supuesto, España.

Licenciado en Historia y titulado en Estudios Avanzados de Historia Contemporánea. Master en Estudios Vascos y en Periodismo. He trabajado en radio y prensa escrita, y publicado numerosos artículos en las revistas Elkarri e Historia 16, tratando distintos temas de historia y de actualidad: Fascismo social; China Ming; Juana de Albret, la reina de los hugonotes; La economía oculta del norte de Marruecos; La disputa antártica; El enclave de Kaliningrado; Córcega, la tierra del Bandit... Segundo premio en el concurso literario Ciudad de Eibar.
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El fascismo triunfante


ÓRDAGO A MAYOR

Llovía a cántaros. Pero ahí estaban, con su vistosa camisa negra, soportando las inclemencias de finales del octubre napolitano, que ya anun cia noviembre. Empapados, a la espera de una palabra de Mussolini para abalanzarse en masa sobre Roma. Llueve en Nápoles, en Roma brilla el sol, dijo al fin. Aquella frase mágica despertó súbitamente la mañana y cien mil camisas negras se pusieron en marcha a la búsqueda de ese futuro soleado que les esperaba en la capital. Ese fue el punto de partida, la bandera de inicio de una jugada que no tenía marcha atrás. Tiempo más tarde uno de sus más estrechos colaboradores dijo que el Duce dudó, que tenía razones para sentirse temeroso, pero que al final se armó de valor y dio la orden. No era para menos. Lo que Benito Mussolini había puesto en marcha aquella lluviosa mañana de 1922 era un golpe de fuerza, un reto directo al mismísimo gobierno por la vía de la intimidación y el ultimátum, concentrando a miles de camisas negras en Roma para obligar al gabinete Facta a dimitir y ceder el poder a los fascistas. Un órdago en toda la extensión de la palabra.

A pesar de sus temores iniciales, Mussolini se había cuidado mucho antes de organizar semejante rebelión contra el poder establecido. Meses antes, el viejo Comandante Gabriele d´Annun zio había reclamado, desde Fiume y después, una Marcha sobre Roma para echar de allí a los viejos políticos y a sus viejas políticas y sustituirlas por un estilo nuevo, nacional y autoritario para hacer de Italia una gran Fiume y era en Mu sso lini —no podía ser otro— en quien ponía su fe para ello. D´Annunzio no fue el único que azuzó los ánimos a favor de la toma fascista del poder; de no ser así, es muy improbable que el Duce hubiera planeado nada parecido. Mussolini había recibido, por todos los medios imaginables, numerosas adhesiones de los intelectuales y los industriales de la Italia del norte, en las que se le tildaba poco menos que como redentor nacional. En ellas, los remitentes se quejaban de la debilidad del gobierno liberal para reprimir los desmanes socialistas y anhelaban un gobierno con autoridad que pusiera las cosas en orden. Al mismo tiempo, las numerosas entrevistas que realizó el líder fascista con los empresarios confirmaron la complicidad de estos con la política de acción directa de los escuadristas del PNF, de manera que pudieron desarrollar sus violentas actividades con una impunidad manifiesta. De ese modo, aumentaron los desmanes contra el socialismo que mando sus sedes, apaleando a sus militantes o visitando a sus simpatizantes para administrarles una más que razonable dosis de aceite de ricino; en un pueblo todo el mundo está al corriente de la tendencia política de su vecino, y fascistas había en todos los pueblos. El escuadrismo había colaborado a arras trar a Italia a una situación de ruptura cercana a una guerra civil, pero las simpatías de muchos grandes empresarios y de sectores de mucho poder en las altas esferas del ejército e incluso de la monarquía —la reina sintonizaba con el PNF— se mantenían intactas. Durante varios meses Mussolini se dedicó a tejer una red de dependencia mutua con el empresariado al tiempo que pulsaba la opinión sobre una posible toma del poder, que en muchos casos resultó favorable. A gran parte de la burguesía italiana no le agradaba la debilidad que ante el peligro comunista habían mostrado los diferentes gobiernos liberales, y querían mano dura. Eso lo garantizaban los fascistas. Ahora bien, tampoco querían una revolución de ningún tipo. Mussolini aprendió la lección y tranquilizó al empresariado y a la iglesia. Aún con limitadas reticencias por parte de sectores industriales que no terminaban de fiarse de los orígenes revolucionarios del movimiento fascis ta, el PNF se fue abriendo camino hasta controlar pueblos y regiones enteras, principalmente en el norte, donde empezó a hablarse de una especie de protoestado fascista. Las vio lentas es cuadras de Mussolini quisieron dar una de mostración final de eficacia reprimiendo una huelga general que se realizó en todo el norte. Los fascistas se emplearon a fondo y reventaron la huelga. Todo quedó impune.

Mussolini no era la primera persona que se había planteado suplantar al gobierno democrático. Para muchos conservadores, el gobierno generaba tantas insatisfacciones que para regenerar Italia solo cabía la posibilidad de eliminarlo de raíz, pero no echando a Facta, sino destruyendo el sistema. Militares y un importante número de personas con influencia en el mundo de los negocios así lo habían visto, e incluso el duque Manuel Filiberto de Aosta, primo del rey, planeó en su momento dar él mismo un golpe de estado para el que finalmente no logró los apoyos suficientes. Mussolini no hizo más que sumarse a esta tendencia que ya existía y ofrecerse él, con la garantía de sus camisas negras, a la candidatura gubernamental.

El 27 de octubre, bajo la lluvia, los camisas ne gras inician el recorrido. Desde Nápoles, desde Peruggia, desde diferentes puntos de la península toman rumbo a Roma armados con sus porras, pero rodeados de un ambiente festivo, como si se tratase de una excursión. En toda Italia se pusieron en marcha unos 40.000 hom bres, dibujando una marea negra que, casi sin oposición, fue ocupando los centros neurálgicos de las ciudades que iban alcanzando. Después de la inauguración napolitana, Mussolini retornó a Milán, el centro de su poder, desde donde se mantuvo a la expectativa siguiendo con atención el desarrollo de los acontecimientos. Si la marcha fallaba, el plan B consistía en crear un contrapoder en el norte que contrapesara al de Roma. Pero todo hacía presagiar que, efectivamente, en el horizonte romano brillaba el sol del fascismo. Al mismo tiempo que sus camisas negras ocupaban Italia, Mussolini continuaba entrevistándose con los ma gnates industriales del norte con toda normalidad, a quienes en general no parecía disgustarles el golpe de fuerza que se estaba representando en los caminos de Italia. El día 30 unos veinticuatro mil camisas negras acampan a las afueras de Roma, a la espera de que el go bier no respondiera de alguna manera.

Ante el cariz que han tomado los acontecimientos, el primer ministro Facta decreta la ley marcial y da la orden de que la policía y el ejército dispersen a los concentrados. Sin embargo, el rey Víctor Manuel III se niega en redondo a san cionarlo con su rúbrica, sin la cual aquellas ór denes no tienen validez. Acorralado y con una horrible sensación de haber sido traicionado, Facta presenta su dimisión y la de todo su gobierno, dimisión que es aceptada al momento. Con una Roma tomada por los camisas negras y sin un gobierno que lo respalde, el rey tenía que actuar con presteza. Tenía conocimiento de la simpatía con la que el ejército veía al movimiento fascista, no en vano muchos de los camisas negras eran veteranos de guerra y tenían un peso específico en él, pero por si acaso interpeló al mariscal Díaz, quien le respondió que el ejército cumpliría con su deber, pero que el rey haría bien en no someterlo a prueba. Visto lo visto, y para evitar derramamiento de sangre o incluso una guerra civil, Víctor Manuel III intentó una solución intermedia, esto es: propone a Antonio Salandra formar un gobierno liberal con inclusión de los fascistas, pero este se niega y Mussolini ya ha advertido que no aceptará nada que no sea el cargo de primer ministro. Sin otra solución, el rey no tiene más remedio que acceder a las reclamaciones de los camisas negras y ofrecer a Mussolini la jefatura del gobierno.

El día 31 de octubre Mussolini presenta al rey el listado con los nombres de las personas que compondrán su gobierno, que fue aceptado sin problemas. Se trataba de un gobierno deliberadamente moderado donde cabía de todo excepto socialistas, diseñado para evaporar las últimas dudas de quienes no terminaban de sentirse cómodos con las argumentaciones sospechosamente revolucionarias del aspirante a dictador. Para aumentar esta sensación de seguridad que Mussolini desea imprimir a su primer gobierno, margina en él a los miembros más destacados del PNF, un hecho que disgustó profundamente a los sectores más extremos del fascismo, abriendo una brecha que no se cerrará nunca. Mussolini se reserva el cargo de primer ministro y las carteras de interior y asuntos exteriores, los tres puestos más importantes de cara a dirigir la transición del parlamentarismo a la dictadura personal y la transformación de Italia en una potencia de primera magnitud, en una nueva Roma que iluminaría al mundo con su ejemplo y que, de hecho, ya empezaba a hacerlo, habida cuenta del desarrollo de movimientos de este signo por toda Europa a la sombra y ejemplo del fascismo...



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