Batthyány | La superación de la indiferencia | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 200 Seiten

Batthyány La superación de la indiferencia

El sentido de la vida en tiempos de cambio
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-254-4355-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

El sentido de la vida en tiempos de cambio

E-Book, Spanisch, 200 Seiten

ISBN: 978-84-254-4355-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
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En medio de la abundancia material de los países ricos, emerge en su población un fenómeno de reacción: cada vez más personas se sienten atrapadas en una profunda incertidumbre existencial y crisis de valores. Así, la prosperidad material va ligada a un empobrecimiento espiritual y existencial, perdiendo el acceso a los valores reales de la vida. La cohesión y la responsabilidad personal, valores positivos para nosotros y la sociedad, quedan al margen y prevalecen la frialdad, el aislamiento, la soledad, el desánimo y la indiferencia. En esta obra, Alexander Batthyány analiza las causas y las razones de este fenómeno. La lectura de estas páginas ofrece claves para salir de esta indiferencia, orientadas a la práctica y basadas en diferentes evidencias científicas. Para el autor, todo ser humano está llamado a entrar en la corriente de la vida y participar de la realidad y sus posibilidades, involucrarse y ser receptivo, porque, en efecto, nuestra riqueza no viene de lo que recibimos, sino de lo que estamos dispuestos a dar.

Alexander Batthyány   (1971) es el director del Instituto Viktor Frankl en Viena, enseña Fundamentos Teóricos de Ciencias Cognitivas en la Universidad de Viena. Ocupa la Cátedra Viktor Frankl de Filosofía y Psicología en Liechtenstein y es profesor invitado de psicología existencial en Moscú desde 2011. Es director del instituto de investigación de psicología teórica y estudios personalistas de la Universidad Pázmány de Budapest. Batthyány es autor y editor de numerosas publicaciones especializadas que han sido traducidas a más de diez idiomas. En  Austria es  conferencista frecuente en su área  y  como invitado habitual en el extranjero. Vive con su familia en Viena.

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El sueño que una vez tuvimos...
Introducción: La actitud ante la vida y la forma de vivir
Este libro trata de dos sentimientos profundamente humanos: la esperanza y la disposición a tomar parte en la vida de manera comprometida y benevolente. Y de la capacidad de entender que el estado en que debería estar el mundo es una tarea y una petición a nosotros mismos, por ejemplo, intentar mejorar algo en lugar de pasarlo por alto encogiéndonos de hombros. Trata también de los motivos que pueden impedirnos llevar una vida abierta, con intereses, existencialmente generosa, atenta y dispuesta a compartir. Una vida cuya fuerza no se deriva tan solo de pensar en uno mismo, sino, sobre todo, del hecho de permanecer accesible, interesado y comprometido, incluso a pesar de que, con bastante seguridad, no lograremos llevar a cabo, o tan solo lo haremos de manera imperfecta, algunas de las cosas que nos propongamos. De Florence Foster-Jenkins, a la que los críticos musicales consideraron de forma unánime como probablemente la peor cantante del mundo, nos ha llegado una hermosa frase: «La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté». Nadie debería poder decir que no hemos intentado al menos dar lo mejor de nosotros en la vida, y esto requiere no perder la esperanza o recuperarla cuando sea necesario. Este libro trata precisamente de esa esperanza. Trata, más concretamente, de las múltiples conexiones existentes entre nuestra esperanza, la imagen que tenemos de nosotros mismos, del mundo y del ser humano y de nuestras experiencias, pensamientos, decisiones, comportamientos y actuaciones personales. Habla de actitudes y de valores, y de que hay visiones del mundo y de nosotros mismos que hacen que tengamos éxito en la vida y en la convivencia, y otras que hacen que nuestra vida e incluso nuestra muerte y las de los demás sean más difíciles de lo que probablemente deberían ser. Observar la imagen que tenemos de nosotros mismos, del ser humano y del mundo no solo es una clave para entender nuestras experiencias y actuaciones, sino también para cambiar y madurar y, por último, para lograr una vida exitosa y plena a nivel personal y social. Porque las actitudes se pueden cambiar. Y esto no solo se consigue mediante la persuasión y el ruego (de este modo incluso suele conseguirse menos), sino, sobre todo, entendiendo y aceptando algunas circunstancias de la existencia, a veces sorprendentemente simples, pero que precisamente por eso se olvidan o pasan por alto más fácilmente. Si tomamos en consideración estas circunstancias, no pocas veces puede resultar incluso mucho más sencillo corregir las actitudes. Y esta corrección produce una transformación de nuestro comportamiento mucho más profunda y duradera que el mero propósito de decidir, actuar y reaccionar a partir de hoy de una manera y no de otra. La mayoría lo sabemos por experiencia: es relativamente fácil concebir buenos propósitos para cambiar nuestro comportamiento, pero es difícil llevar estos propósitos a la práctica de manera consecuente durante un largo periodo de tiempo. Numerosas investigaciones psicológicas confirman esta experiencia (Sheeran et al., 2016: 1178-1188) e incluso sugieren que la clave para entender y cambiar nuestro comportamiento se encuentra no tanto en el propio comportamiento como en las actitudes, las expectativas y las posturas que subyacen a nuestras actuaciones. Dicho de otro modo, nuestras actuaciones y nuestro modo de vida son siempre, hasta cierto punto, síntoma y expresión de nuestra actitud ante la vida. Así pues, existe una gran conexión entre lo que pensamos de nosotros mismos, de nuestros semejantes y del mundo y lo que esperamos de nosotros mismos, de los demás y de la vida. Y es importante cuánta esperanza ponemos en nosotros mismos y en la vida. De nuestras expectativas y esperanzas dependen gran parte de nuestros actos y comportamientos, tal vez, incluso, todo nuestro proyecto de vida. De hecho, esta conexión es tan fuerte, que el comportamiento de los demás tan solo nos resulta comprensible en la medida en que podamos y estemos dispuestos a ver las cosas tal y como se les plantean a ellos. Y esto es válido tanto a nivel individual como para sociedades enteras. La comprensión de acontecimientos históricos o de otras culturas, por ejemplo, requiere que hagamos el esfuerzo de sumergirnos y de entender su concepción del mundo y del ser humano. Mientras no lo consigamos –suponiendo que lo hagamos–, la relación con una época histórica o una cultura lejana será una relación con algo extraño y, quizá por este motivo, exótico e interesante, pero a fin de cuentas incomprensible y oculto, y siempre será una relación incompleta. El motivo es que el mundo del otro todavía no se nos ha revelado, nos resulta mentalmente remoto y, por lo tanto, no entendemos su modo de comportarse y de actuar: A acuerda con B que a la mañana siguiente lo acompañará a ver una casa que B quiere comprar. Al día siguiente, ambos se ponen en camino y, de repente, B dice que hoy no irá a ver la casa y que regresa ahora a la suya. Inicialmente no alega ningún motivo, pero, como A le insiste, finalmente dice: «¿Acaso no has visto el gato negro que ha cruzado la calle? Seguro que no pasará nada bueno». B vive en un mundo de superstición y de presagios en el que hay ciertos acontecimientos destacables y significativos que determinan su actuación y que en el mundo de A simplemente no existen, porque no desempeñan ningún papel (Allers, 2008: 155). Gatos negros hay también en el mundo de la persona que no les concede mucha importancia, pero este significado añadido o, en general, la predisposición a suponer conexiones significativas tras los sucesos o las cosas que a otros les parecen insignificantes es precisamente lo que constituye la diferencia entre la comprensión y la incomprensión de nuestro propio comportamiento o del comportamiento de los otros. La idea de la vida y la vida real
Pero, tal y como nos dicen las investigaciones psicológicas, así como probablemente la experiencia cotidiana de la mayoría de nosotros, comprender otros puntos de vista no es precisamente una empresa sencilla (Keysar, Lin y Barr, 2003: 25-41). Más aún, estas mismas investigaciones sugieren que ni siquiera conseguimos entender siempre y al primer intento nuestras propias ideas del mundo y de nosotros mismos (Wilson, 2002). Probablemente esto se deba, entre otras cosas, a que gran parte de las actitudes y las ideas que subyacen a nuestra concepción del mundo y del ser humano rara vez se adquieren conscientemente, y aún es más raro que se analicen regularmente de manera racional en relación con su realismo. Si las analizáramos, es posible que pronto nos diéramos cuenta de que algunas de estas actitudes ya no encajan o incluso se contradicen con nuestras realidades vitales («Dios los cría y ellos se juntan» resulta tan convincente como «Los contrarios se atraen»). Otras pueden dar buen resultado a corto plazo, pero nos hacen más mal que bien a largo plazo, y otras pueden traernos solo provechos, pero perjudicar, devaluar y lastimar nuestro entorno y a las demás personas. A continuación analizaremos si el comportamiento que tan solo nos es útil a nosotros y que no tiene en cuenta el bienestar de los demás no es una de las formas de vida que a largo plazo más nos perjudica a nosotros mismos, ya sea porque actuar de manera egocéntrica nos sitúa muy por detrás de los talentos y las capacidades que podríamos entregar al mundo y emplear en cosas buenas y valiosas, ya sea porque hoy podemos depender de la buena voluntad, la ayuda y el apoyo de esas mismas personas de las que ayer nos aprovechamos como meros medios para lograr nuestra propia pequeña felicidad. De uno u otro modo, el ejemplo de la actitud egoísta ilustra claramente la estrecha relación existente entre nuestra felicidad y nuestra actitud ante la vida. Esta actitud, de la que en un primer momento cabría esperar que resultara beneficiosa por lo menos a aquel que la ha convertido en un principio de vida, puede engendrar mucho sufrimiento. Corregir una actitud así es mucho más fácil cuando uno la concibe como lo que realmente es: un malentendido existencial fundamental acerca de la relación entre nuestra felicidad personal, nuestra realización y lo que esperamos de nosotros mismos y del mundo. Dicho de otro modo, lo que en el resultado final parece un déficit moral, desde otro punto de vista es a menudo solamente el resultado de un modo de vida que solo una minoría adopta, porque es egoísta y moralmente cuestionable. Reprochar a un egoísta su egoísmo suele ser una lucha inútil. La persona que lo hace lucha contra un síntoma, pero no contra sus causas. «Así es el mundo, cada uno tiene que pensar en sí mismo y en su interés, porque nadie lo hará por él», puede que piense el egoísta. Cuando el mundo se entiende así, no solo los gatos negros representan una amenaza, sino también la mayoría de los humanos, que se convierten en adversarios, rivales, enemigos. Aunque el comportamiento que resulta de tal actitud parezca moralmente dudoso, sería injusto reprochar a la persona en cuestión la triste equivocación y el recelo que subyacen a su actitud ante la vida. Porque nadie escoge conscientemente ser víctima de una equivocación. Por lo tanto, la persona que se comporta de manera fría y egoísta en un mundo que ella vive (o interpreta) como frío y egoísta no tiene por qué ser por ello inmoral; puede que simplemente crea e incluso se lamente de que las...



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