Barnett / Barna | La Causa Dentro de Ti | E-Book | www2.sack.de
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E-Book, Spanisch, 226 Seiten

Barnett / Barna La Causa Dentro de Ti

Encontrando la única gran cosa que fuiste creado para hacer en este mundo
1. Auflage 2012
ISBN: 978-9978-39-612-4
Verlag: Gozo-e
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Encontrando la única gran cosa que fuiste creado para hacer en este mundo

E-Book, Spanisch, 226 Seiten

ISBN: 978-9978-39-612-4
Verlag: Gozo-e
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Fuiste creado para algo maravilloso... ...¡y es hora de descubrir para que! Matthew Barnett, descubrió la causa para la cual fue creado cuando dejo de seguir sus sueños de éxito y empezó a escuchar los sueños de Dios para su vida. Cuando sintió que Dios lo estaba llamando a servir a los pobres y menospreciados, Matthew fundó el Dream Center en Los Ángeles, una luz de esperanza se encendió para los desamparados, para las familias sin hogar, para los adictos, para mujeres y niños abusados, para victimas de trafico humano, para adolescentes que han huido de sus casas, y para muchos otros que sus vidas han sido llenas de dolor y desesperanza. A través de su propia historia y las historias de otras personas cuyas vidas han sido transformadas Matthew Barnett nos indica el camino para cualquiera que esté buscando esperanza y que saben que Dios los ha creado para una causa mayor-y que Él puede utilizar todas las experiencias de sus vidas, inclusive las más difíciles para alcanzar su causa. En el camino el comparte principios para: •Encontrar la causa para la cual fuiste creado-y dejar que tu causa te encuentre •Prepararte para tu causa •Utilizar todas las experiencias de tu vida para alcanzar tu causa •Creer nuevamente en tu causa después de haber renunciado •Experimentar las recompensas de una gran causa Si estas abierto a descubrir la causa única que esta dentro de ti, deja que Matthew Barnett sea tu guía en el proceso que puede transformar tu vida-y la vida de las personas alrededor de ti. Aproximadamente la mitad de todos los adultos dice que aun están buscando el significado y el propósito de su vida. ¿Eres tu uno de ellos?

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Capítulo 1
UNA NOCHE EN LAS CALLES
Algo me hizo despertar agitadamente. Luché por abrir los ojos. Todo a mi alrededor poco a poco se comenzó a enfocar. Estaba obscuro, con rayos de luz a un lado que apenas penetraron mi visión periférica. Escuché ruidos indistintos cerca, una clase de murmullo bajo viniendo de una distancia corta. Y sentí una presencia. Al comenzar a enfocar las cosas, me di cuenta que alguien estaba mirando mis ojos jamente. Yo también miré jamente y comprendí que no era alguien—era algo. Entrecerré los ojos para cristalizar la imagen y comprendí que era un gato. No, espera, era una…rata. ¡Una rata del tamaño de un gato! De un tamaño muy grande. Sus ojos estaban tal vez a tres pulgadas de los míos, y sus bigotes aún más cerca. Aparte del movimiento de sus fosas nasales al catalogar mi olor, estaba perfectamente quieta, estudiándome con una hostilidad obvia. Ahora yo estaba despierto, consciente de donde estaba y qué estaba sucediendo. Recordé haber puesto cuidadosamente mi hoja grande de cartón en el pavimento en este callejón, tal vez hace veinte minutos, esperando una hora de sueño pací co en las calles de Los Ángeles. ¿Qué hora era—cuatro, o tal vez cinco de la mañana? Una serie de gemidos sin ritmo llenaron el aire de otras personas sin hogar acostadas más allá en el callejón, haciendo su mejor esfuerzo para dormir un poco. Yo me había quedado dormido unos cuantos minutos antes de que este roedor dientes de conejo invadiera mis doce pies cuadrados de propiedad de primera. Luché por ponerme de pie, recogí mi cama de cartón y arrastrando los pies salí despacio del callejón hacia la calle principal. Mi reloj decía que eran las 2:13 a.m. El tiempo obviamente marcaba un día festivo esta noche. La luz de los postes era la única iluminación en esta parte dela ciudad. Pasé por una tienda cubierta con tablas y percibí el fuerte, siempre presente olor a orina. Ese parecía ser el olor de una nación sin hogar: no había baños disponibles para nosotros en medio de la noche—y lo que es más, tampoco durante gran parte del día. Cuando tenías necesidad de ir, encontrabas una pared en un sector vacante del callejón y seguías con tu negocio. Los porta escusados estratégicamente distribuidos alrededor de este sector de la ciudad, destinados para la gente sin hogar, no nos eran útiles ya que habían sido secuestrados por las prostitutas y los tra cantes de droga, quienes terminan sus transacciones dentro de esas o cinas móviles. Esos eran los únicos negocios abiertos 24-7 ahí, tra cando carne y fármacos. Ninguna persona en su sano juicio entraba a esas cajas de bra de vidrio plagadas de enfermedades al menos que estuvieran concluyendo un trato o negocio. Compañeros vagabundos pasaban arrastrándose, viajando en dirección opuesta. Una mujer vestida con una chaqueta rota de la armada y una falda envolvente que estaba deshilachada con di cultad paseaba con su pies descalzos y encallecidos. Su cabello estaba despeinado y enmarañado, sus ojos sumidos, las arrugas marcadas en su frente mientras arrastraba los pies. Un hombre frágil que parecía estar en sus años cincuenta, pero que probablemente tenía treinta y tantos estaba unos pasos detrás de ella, cargando una mochila harapienta que yo sospeché contenía todas sus posesiones mundanas. Otro tipo de aspecto demacrado estaba diez pies más adelante por la banqueta, se recargó sobre uno de los parquímetros, con la mirada perdida al cruzar la calle. Él no tenía a dónde ir, no tenía que estar en ningún lugar a cierta hora. Él sencillamente estaba tomando un descanso de su marcha¡ nocturna a cualesquier parte. Estos compañeros moradores de las calles estaban agotadísimos de caminar, pero la experiencia les había enseñado a seguirse moviendo y mantenerse en alerta. La oscuridad era el azote de la vida; la inactividad era una invitación al peligro. Mientras yo des laba de un lado a otro por el barrio bajo, ocasionalmente observé a la cara a estas personas que pasaban, buscando señales de esperanza, pero había aprendido a bajar mis estándares y buscar una sencilla expresión de vida. Muy pocos me devolvían la mirada. Estas personas estaban en piloto automático, caminando hacia adelante sin vida, silenciosamente repitiendo el mantra que los que no tienen hogar corean ellos mismos cada noche: Tengo que llegar hasta que amanezca. Tengo que llegar hasta que amanezca… Mientras un grito espeluznante retumbó desde la esquina que estaba más adelante, me agaché en el hueco del marco de la puerta de la parte frontal de una tienda y me recargué contra la malla de la puerta de seguridad para apoyarme. Sentí una mezcla indescriptible de emociones: sí, había temor, pero fue templado por un gozo, intriga, emoción y compasión. Yo estaba en este lugar marginado por decisión propia. Esta era una representación de una noche entre la gente con quien había pasado mi vida entera de adulto sirviendo. Yo soy el pastor de una “mega-iglesia”, un orgulloso baluarte de la Cristiandad en el corazón del centro de Los Ángeles. Esta noche era el quinceavo aniversario del comienzo de nuestro ministerio, conocido como el Dream Center, en el cual ayudamos a restaurar sueños destrozados y las vidas vacías de personas heridas. Para el horror de mis compañeros de iglesia y contra el consejo de muchos, yo decidí que aquí era donde yo quería pasar ese aniversario: viviendo entre la misma gente que he llegado a amar durante estos últimos quince años. Si me hubiera quedado con el plan original del juego, hubiera estado en casa en mi cama confortable, acostado al lado de mi hermosa, amorosa esposa, Caroline, descansando pací camente en nuestra casa de familia mientras nuestros dos hijos dormían seguros en sus recámaras al nal del pasillo. Yo hubiera estado soñando acerca de una celebración increíble que hubiera tomado lugar más temprano en la tarde en la cena especial planeada para las 100 o más personas claves que hacían que el Dream Center funcionara. Hubiéramos visto videos de victorias pasadas del ministerio; cantando alabanzas a Dios con gozo, comiendo una cena deliciosa bien preparada; escuchando los recuerdos de la gente de cómo Dios había hecho milagro tras milagro en medio de nosotros e inspirado para seguir luchando contra todo por quince años. Hubiera sido una noche para recordar. Ahora, apenas cinco horas después de comenzar mi “celebración alternativa”, yo sabía que ciertamente esta sería una noche que nunca olvidaría. Unas pocas semanas antes, al acercarse más la celebración planeada y que las preparaciones se intensi caran, me sentí inquieto en mi interior. Es la manera como Dios atrae mi atención. En respuesta, pasé tiempo orando para que me aclarara lo que Él deseaba. Poco después me pareció claro que una esta para celebrar nosotros mismos no era lo que Dios tenía en mente. Podía sentir que Él estaba buscando que yo hiciera algo radical, no algo confortable y de autoservicio. No estando seguro lo que eso podría ser, enlisté a varias personas de mi equipo para que se unieran a mí en oración y para que esperáramos alguna dirección divina más adelante. Finalmente, la solución fue revelada: Yo debería pasar la noche del aniversario en el barrio bajo de Los Ángeles. He trabajado mano a mano con la gente pobre y sufrida por quince años. He pasado incontables horas en las calles de la ciudad ofreciendo ayudarles y hasta las he transportado del barrio bajo a nuestro campus, donde nos asociamos con ellos para romper las ataduras de la pobreza y de decisiones equivocadas. Pero en esos quince años nunca había pasado una noche durmiendo en medio de ellos en el concreto. Verdaderamente, nunca se me había ocurrido hacer eso. ¿No estaba haciendo ya su ciente? Tal vez no. La clara impresión que recibí fue que Dios estaba decidido a empujarme más allá de mi zona de confort para orquestar algo que me cambiaría, por siempre, otra vez. La pura magnitud de la idea la marcaba como de Dios; lo absurdo de la opción subrayaba su necesidad. Era obvio que darnos a nosotros mismos una esta era apropiado según los estándares del mundo, pero no de acuerdo a los de Dios. Una gala de aniversario será una señal de arrogancia ingenua. Desde el día en que este ministerio comenzó, fue construido como yendo en contra de la corriente, haciendo lo inesperado. ¿Una esta? La mayor celebración sería demostrar solidaridad con aquellos a quienes yo sirvo, escarbar con más profundidad su mundo para poder servirles de una forma más amplia. Así que, después de tener nuestro servicio regular del jueves por la noche en la iglesia, me puse la ropa que había escogido especialmente para esta noche—una camiseta mugrienta, una sudadera con capucha genérica gris, un par de pantalones holgados tipo militar que no me quedaban bien, y unos tenis. Mi equipo de preparación de la iglesia incluyó un hombre afroamericano alto, delgado llamado...



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