E-Book, Spanisch, 168 Seiten
Reihe: Aletheia
Baracco Colombo Caín, ¿dónde está tu hermana?
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-9073-372-1
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Dios y la violencia contra las mujeres
E-Book, Spanisch, 168 Seiten
Reihe: Aletheia
ISBN: 978-84-9073-372-1
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
'Y Dios dijo: 'Caín ¿dónde está tu hermano Abel?'' (Gn 4,9). El mal culpable, cometido desde el libre albedrío, había sido hasta este momento un asunto solo entre la persona y Dios; a partir de ahora afectará al 'hermano', al mundo. La pregunta de Dios al fratricida Caín es fuertemente simbólica, porque injerta en la historia humana la cuestión de la responsabilidad ética, y de este modo convierte un suceso de violencia circunstancial entre un agresor y una víctima en violencia social y estructural. Ante ella tenemos que 'responder' todas y todos, desde la teoría y desde la praxis, si no queremos dimitir de nuestra humanidad. La reflexión sobre la violencia contra las mujeres se enmarca dentro de este 'grito' de Dios y se manifiesta como denuncia contra todas y cada una de las dimensiones y las estructuras de nuestra sociedad: tradición cultural, filosofía, jurisprudencia, religión, antropología... Denuncia que es teoría y praxis, análisis y experiencia, dolor y esperanza. 'Caín, ¿dónde está tu hermana?'
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ADELAIDE BARACCO COLOMBO (EDITORA)
INTRODUCCIÓN
Caín y Abel. Un relato conocido. Un relato que es también interpretación. Hechos objetivos y razones subjetivas. Situación concreta y sus condicionantes. Abrimos el horizonte: historia y respuesta humana libre, es decir, existencia y responsabilidad. Mucho se podría comentar sobre este relato tan sencillo y a la vez tan paradigmático. La interpretación inmediata nos la ofrece el mismo texto, con sus silencios y con sus palabras. Sabemos que los silencios nos dicen mucho de lo que está detrás de un texto, porque nos hablan de su trasfondo cultural, de su imaginario social... Sin embargo, como leemos en un capítulo de este libro, «el silencio es en muchas ocasiones, en línea con la espiritualidad sálmica, la única respuesta que la antropología bíblica ofrece ante la incapacidad de encontrar sentido a los grandes misterios de la vida humana, como el sufrimiento, la injusticia o la muerte» 1. En este relato, el silencio no es una cuestión menor; es silencio sobre las razones de la «mirada» de Dios a Caín. «El Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín y a su ofrenda» (Gn 4,4-5). ¿Por qué Abel es aceptado y Caín no? No lo sabemos 2. Quizás el autor bíblico quería con ello subrayar la infinita libertad (amorosa) de Dios ante un pueblo «elegido» que no correspondía a su amor 3. De todas formas, no cabe duda de que hoy este silencio, poderosamente evocador entonces, nos llega radicalmente desvirtuado, sugiriendo la imagen de un Dios injusto e arbitrario. En nuestra cultura formalmente igualitaria no cabe en absoluto un Dios todopoderoso que, sin razón alguna, concede su favor a alguien y lo niega a otro. Es decir: el silencio del texto, cuya función era proteger la libertad de Dios –y efectivamente así se entendía entonces–, hoy nos resulta problemático, cuando no escandaloso. ¿Y qué nos dicen las palabras del relato, los hechos? Que ante la «diferencia» de mirada de Dios entre él y su hermano, Caín responde matando al hermano. La reacción de Caín ante el Dios «que miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín y a su ofrenda, por lo que Caín se irritó mucho y torció el gesto» (Gn 4,4-5), es la ira fratricida. Sin embargo, su violencia la tenemos que leer en el contexto más amplio de la «gran rebelión» frente a Dios narrada en el capítulo inmediatamente anterior e interpretada por el autor bíblico, desde una visión obviamente masculina, como fruto del orgullo y la desobediencia. A estos dos pecados, en el fratricida Caín se suma la ira. Y, con ella, un cambio radical de enfoque. Porque mientras el pecado de Adán y Eva había sido una realidad que concernía a la relación persona-Dios, ahora, y por primera vez en la historia humana, el pecado de Caín –la ira hacia Dios– se vuelve pecado contra el «hermano». La violencia de Caín nace de una estructura de pecado que de ahora en adelante ya no afectará únicamente a lo individual –compartido, sí, por ser Adán y Eva ambos pecadores, pero inherente a cada uno de ellos–. A partir de ahora, el pecado afectará también a lo social, al «hermano». Y ello conllevará que la violencia y su injusticia golpeen inevitablemente al inocente. A pesar de que la interpretación que nos brinda el texto de Gn 3–4 responde, como ya se ha dicho, a una visión masculina del pecado –orgullo, desobediencia, ira...– en la que no nos reconocemos, sí que en cambio este paso de lo individual a lo social nos abre un horizonte fecundo para la reflexión teológica sobre la violencia contra las mujeres. La socialización, mejor dicho, la «politización» del pecado de Caín, es fundamental para la comprensión de la violencia como mal estructural y la reflexión teológica sobre ello. Efectivamente, el paso que se da de la rebelión del Edén al homicidio de Abel tiene una enorme significación simbólica. Porque lo que hasta este momento era asunto entre el Tú-Dios y el tú-humano se convierte ahora en asunto entre «hermanos». El mal que afectaba a la persona en su individualidad libre y responsable, afecta ahora al mundo que la rodea, a sus seres más próximos, sin que estos sean necesariamente agentes libres y responsables de ello. El relato de Caín y Abel, justamente por el lugar que ocupa –inmediatamente después de la «caída» original–, es paradigmático y, a la vez, tiene una clara función etiológica: la verdadera causa de la violencia hacia «el otro como yo» se encuentra en el desorden de una creación herida en la que yo me sitúo desde mi «ira hacia Dios», desde mi rechazo radical de la creación-en-el-Creador, es decir, de todo lo que no sea mi ego, mi poder... Y Dios dijo: «¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). Pregunta durísima. Pregunta que injerta en la historia humana la cuestión de la responsabilidad ética. Las preguntas de Dios en el Edén –«¿Dónde estás?», «¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso has comido del fruto del árbol del que te dije que no comieras?», «¿Por qué lo hiciste?» 4– se referían todas directamente al interlocutor, fuese Adán o Eva. Ahora, no: el centro de atención por parte de Dios se ha desplazado del interlocutor (Caín) a su hermano, el «otro». Para Dios, el auténtico «tú» ahora es Abel: «¿Dónde está tu hermano Abel?». Caín se ha vuelto simple espejo, sobre el cual se refleja implacable la ausencia del hermano. La violencia contra el hermano reduce a Caín a mera sombra a los ojos de Dios, le desposee de la dignidad de interlocutor en el diálogo con Él, de la dignidad de ser un «tú» para Él. Y su respuesta –«No lo sé. ¿Acaso es mi obligación cuidar de él?» (Gn 4,9)– no es sino la expresión manifiesta de la pérdida de su naturaleza misma, de su «ser humano», por el rechazo de cualquier vínculo con «el otro», por la indiferencia por su existencia, por la sarcástica y cruel des-preocupación por él, por la negación de su responsabilidad con él... Paradójicamente, más que en el acto homicida, la violencia de Caín revela toda su brutalidad en la dramática pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano?». A partir de ahora, Caín se convierte en una sombra que no tiene ningún lugar en el mundo: «Andarás vagando por el mundo, sin poder descansar jamás» (Gn 4,12). Deshumanizado por su acto fratricida, pero aún más por negar su responsabilidad ética, por no «responder» al amor de Dios con el respeto, el cuidado y el amor al otro. Indigno de «tener un lugar» en la creación, indigno de ser un «tú» para Dios, indigno de ser un «yo» en la gran danza de la humanidad, indigno de decirse... «humano». La dramática pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde está tu hermano?», nos ha parecido muy pertinente para enmarcar las XIV Jornadas de la Asociación de Teólogas Españolas (ATE), que quieren ser un espacio de reflexión sobre la violencia contra las mujeres desde nuestra perspectiva de creyentes y teólogas. La teología y la filosofía feministas tienen mucho que decir sobre esta lacra tremenda que no remite nunca; al contrario, parece aumentar y tomar cada día formas nuevas. Más aún tiene que decir el grito silencioso y acuciante de tantas y tantas mujeres que sufren en sus cuerpos el maltrato, el estupro, la explotación sexual, la trata, el desplazamiento forzado, la pobreza, la negación de los derechos más elementales, como la educación o la sanidad... Un grito, a menudo sin voz, acogido, abrazado y hecho propio por otras tantas mujeres, «samaritanas» de sus hermanas sufrientes. En estas páginas ofrecemos las reflexiones que algunas hermanas en esta lucha por rescatar la dignidad pisoteada de las mujeres han querido compartir con nosotras, desde su sabiduría, su experiencia y su sufrimiento empático. Teoría y praxis se dan la mano para dibujar un círculo hermenéutico que nos ayuda a tomar aún más conciencia de nuestra responsabilidad ética, ante nosotras mismas y ante nuestras hermanas sufrientes. Nos introduce en este círculo la teóloga Carmen Bernabé Ubieta, que en su Presentación enmarca la cuestión de la violencia contra las mujeres dentro de tres coordenadas: la realidad objetiva –lo que las mujeres han padecido y padecen–, el trasfondo cultural –los esquemas mentales responsables de la violencia de género– y la reflexión teológica –¿cómo se hace presente Dios y qué tiene que decir acerca del sufrimiento de las mujeres?–. Afirma la autora que, en la cuestión de la violencia contra las mujeres, las religiones y las teologías tienen una responsabilidad importante. La acusación que, por parte de algunas de ellas, se le hace a la cuestión de género de ser una «ideología inmoral» nos muestra de dónde procede esta incriminación: de una «ideología de género patriarcal» que quiere defender a toda costa el statu quo gracias al cual se sostiene la desigualdad social entre hombres y mujeres. Ideología patriarcal que Jesús condena claramente; por ejemplo, en la escena de la adúltera que los varones influyentes del pueblo querían lapidar. La autora concluye reivindicando la responsabilidad de «nuestras comunidades... para erradicar de su seno cualquier atisbo de violencia, también simbólica, contra las mujeres por el hecho de serlo». A continuación, la filósofa Ana de Miguel Álvarez, en el capítulo El proceso de redefinición de la violencia contra las...