E-Book, Spanisch, 168 Seiten
Reihe: Concilium
Babic / Bingemer / Borgman Teología y literatura
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-9073-377-6
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Concilium 373
E-Book, Spanisch, 168 Seiten
Reihe: Concilium
ISBN: 978-84-9073-377-6
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
El discurso de la «teopoética», en general y particularmente en relación con la interpretación de la Escritura y la reflexión teológica, es aún un desarrollo reciente que surge de la intersección entre la teología y los estudios literarios, similar a la «espiritualidad bíblica», que brota de la intersección entre los estudios bíblicos y la espiritualidad, y a la «estética teológica», que tiene su origen en la intersección de la teología con todas las formas de estética: arte, literatura, música, etc. La razón de ser de la creciente importancia de la mediación de la estética en el quehacer teológico reside en el hecho del crepúsculo de los grandes relatos y de la fragilidad del discurso político. Lo simbólico y lo prerracional se aproxima más e interacciona mejor con la experiencia -incluida la experiencia religiosa- que con la experiencia racional y especulativa.
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Heather Walton *
LA TEOLOGÍA Y NUESTRA FORMA DE VIVIR HOY: UNA TEOPOÉTICA DEL RELATO DE VIDA
Este artículo indaga en dos trayectorias dentro de la teopoética contemporánea. La primera afirma, y profundiza en, la tradición teológica, y la segunda ofrece unos desafíos radicales al pensamiento teológico. Las dos trayectorias se manifiestan claramente en el giro hacia el relato de vida en la reflexión teológica tal como encontramos en una obra reciente sobre la vida de Dorothy Day. Sostenemos que el relato de vida es el mejor medio para hacer una contribución teológica cuando ocupan el primer plano los aspectos ambivalentes y bloqueados de la experiencia humana, y se potencian para ofrecer nuevas perspectivas sobre nuestra relación con lo divino. Introducción
Parece aún dolida y un tanto enfadada», dijo el agradable joven que había viajado desde su universidad en los confines de Europa oriental (lugar de montañas y pinares) para participar con nosotros en el simposio teológico celebrado en Escocia. Había entregado su contribución, perfectamente elaborada, la tarde antes, y había sido recibido cálidamente. «También», dijo, «está usted escribiendo sobre experiencias de su vida que acontecieron hace casi veinte años». Por entonces, él sería un adolescente con el pelo decolorado por el sol que jugaría junto a un lago. «Me pregunto por qué no se han resuelto aún para usted.» Este agradable joven se me había quedado mirando fijamente y había visto mis heridas. Siempre he tenido experiencia de Dios. Cuando era joven conversábamos juntos de manera sencilla y nos gustábamos mucho. La fe se transformó en pasión al ir haciéndome adulta. Me enamoré. Predicaba, oraba y daba catequesis. Pero fue la infertilidad la que me hizo teóloga. ¿Cómo describir esto? Yo quería un hijo. Anhelaba un hijo. Pero no son estas las palabras adecuadas. ¿Tenía amputados mis miembros? ¿Me devoraba la fiebre? Como la chica maldecida, ¿cada paso que daba con los zapatos mágicos tenía que hacerlo sobre cristales rotos? Estas imágenes son demasiado burdas y dramáticas para describir la naturaleza del sufrimiento interior que te acompaña dondequiera que vayas, que está tatuado en tu piel e inscrito en la niña de tus ojos. Mi infertilidad también rebasaba los límites de mi cuerpo. Me alcanzaba en el pasado y estaba conectada con los edificios en ruinas de mi barrio, las vidas jóvenes destruidas por las bombas, la guerra interminable, las hambrunas y la extensión de los desiertos. Y también miraba hacia arriba, hacia las rondas sin fin y constantes de muertos, estrellas frías. Érase una página en blanco
Pero si no podía concebir ni dar a luz ni amamantar, sí podía escribir. Mi dolor se transformó en energía y no paraba de escribir. Salía rauda del trabajo para escribir. Me sentaba por las tardes en la mesa de la cocina, tomando un vino con mi marido, rodeada de cuadernos de notas y de bolígrafos. Escribir era lo único que me ayudaba. Pero no escribía palabras suaves; eran iracundas y escarpadas, dejando al descubierto mi pérdida. Le escribía a Dios
He estado escribiendo durante estos veinte años. Los cuadernos de notas han llegado a publicarse como libros bajo la rúbrica general «teología mediante el relato de vida». Tengo una hija y rebasa lo que puede decirse con palabras la gracia que se me ha concedido. En mi obra hago presente también su nacimiento. Aunque mi portátil ha sustituido a los cuadernos de notas, aún sigo haciendo mi trabajo teológico en la mesa de la cocina, porque para mí es un lugar de revelación. En él, me centro en las penas y las alegrías de mi vida y de quienes me rodean. Ahora me veo a la vez estéril y bendecida. Y a veces pienso que es la situación de todos los que tratamos de dar un testimonio sincero en nuestro tiempo. Honestamente, no puedo decir que las palabras o las heridas se hayan curado. Resulta embarazoso cuando un joven puede verlo con tanta claridad, pero ¿qué puedo hacer? Estas son las heridas que llevo y son las heridas de Dios. Tensiones creativas
La teopoética está transformando la forma en que se escribe y se entiende la teología. Como demuestra este número de Concilium, una energía y una creatividad nuevas están abriéndose paso en el discurso teológico. La teopoética se remonta y recurre a la rica herencia del pensamiento imaginativo de nuestras antiguas tradiciones y responde también a las diferentes necesidades culturales y espirituales de nuestra época. Las corrientes de lo sagrado fluyen hoy a través de los cuerpos que sufren y desean, de la vida material de cada día y de todas las formas de creatividad estética. Cada vez se distancian más del viejo circuito controlado por la razón abstracta y las formas ideales. No obstante, si bien este movimiento es bien recibido a menudo como fuente de renovación teológica, es importante preguntarse qué tipo de renovación aporta a las tradiciones de la fe. ¿Aporta vida nueva y rica a la teología que está demasiado limitada por sus convenciones y distanciada de las inquietudes y las sensibilidades contemporáneas? ¿O es su impacto más bien perturbador y radical, un vino nuevo que rompe los odres viejos? Los dos modos de abordar la teopoética se encuentran en viva tensión en el presente. El primero, recurriendo a los enfoques establecidos en la estética teológica, tiene gran interés en acentuar tanto la diferencia desafiante como la profunda complementariedad entre poiesis (proceso creativo humano) y teología. Su asimetría es la que permite su fructífero acoplamiento en el seno de la economía divina. El segundo modo atribuye al proceso creativo humano una importancia de revelación mucho más poderosa: la poiesis es considerada como un modo mediante el que el ser divino habla de formas extrañas y disruptivas que la teología no puede contener y a veces tampoco comprehender. En esta perspectiva, la creatividad artística no complementa a la empresa teológica, sino que la deconstruye y, fundamentalmente, socava su autoridad. En este artículo, exploraré estas dos visiones contrapuestas de la teopoética, con particular referencia a mi propia área de investigación y de praxis. En el pasado se denominaba biografía espiritual», un término amplio que incluye la reflexión «biográfica sobre las vidas ejemplares de los «santos» y también los escritos autobiográficos de tipo confesión. En la actualidad, se denomina más frecuentemente relato de vida espiritual, reconociendo así que comparte muchos elementos con otras formas de producción literaria. En el desarrollo de mi reflexión me centraré, especialmente, en el relato de vida realizado por mujeres. No obstante, comienzo comentando brevemente los usos antiguos de este relato en la tradición cristiana y las tensiones creativas que han estado presentes desde el principio. I. Coherencia y conflicto en los relatos de vida
El relato de vida es un modo particularmente antiguo e importante de expresar la fe. De hecho, podría probablemente describirse como una forma teológica arquetípica. Los mismos Evangelios muestran cómo los misterios más sagrados pueden expresarse mejor en términos de una vida vivida y sacrificialmente entregada. El libro de las Confesiones de san Agustín, que es una piedra angular de la tradición cristiana, pone de manifiesto no solo la fuerza espiritual del relato de vida, sino también cómo los debates doctrinales complejos y sutiles pueden explorarse extraordinariamente mediante la gran capacidad de este género. Sin embargo, los dos ejemplos paradigmáticos del relato de vida espiritual exhiben ya las tensiones inherentes en este género. Los relatos evangélicos están llenos de vida y de belleza. Aparecen claros y luminosos en el testimonio que dan. Sin embargo, su evidente heterogeneidad y las formas narrativas profundamente elaboradas nos advierten del hecho de que escribir la vida en un contexto teológico no es transparente ni inocente, sino que es siempre una actividad «artística». No podemos aplanar estos relatos fundacionales para protegernos de sus cualidades literarias desafiantes. No se combinan en un todo homogéneo, y, de hecho, su fuerza se debe en parte a los huecos, las divergencias y los misteriosos silencios que mantienen en el núcleo de nuestra comprensión de la Palabra hecha carne. Asimismo, la gran obra de Agustín es profundamente ambivalente para los lectores creyentes. Tomando su modelo de las leyendas de misiones épicas del mundo antiguo (historias de pruebas, de dioses y héroes), teje con esmero un relato sobre cómo, mediante una travesía peligrosa, el yo se distancia del caos del estado inconverso para encontrar su realización reconciliado en Dios. Conforme avanza la obra, el yo y el relato van haciéndose más coherentes entre sí, y los aspectos caprichosos de la experiencia se entrelazan conjuntamente en un todo santificado. Como escribe Robert Bell: «la autobiografía espiritual que sigue el modo agustiniano lleva… desde el pecado hasta la gracia, así como una línea melódica busca su resolución» (Bell, 1977, p. 116). Se estableció así un patrón recurrente en la tradición literaria occidental, desde El progreso del peregrino hasta Harry Potter, que nos sitúa ante una imagen del viaje o travesía del yo hacia su identidad verdadera y su hogar espiritual. Sin embargo, este proyecto armónico está lleno de conflictos. El mismo Agustín afronta duramente el hecho de tener que dar a luz a un yo autónomo para justificar las...