E-Book, Spanisch, 196 Seiten
Reihe: Con vivencias
Asensio Aguilera Fragilidades
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-9921-808-3
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Una aproximación a la inconsistencia de lo humano
E-Book, Spanisch, 196 Seiten
Reihe: Con vivencias
ISBN: 978-84-9921-808-3
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Por lo común no solemos tomar en consideración las potenciales fragilidades del ser humano a la hora de pretender traducir en acciones los proyectos de orden social, político o personal que concebimos. Se tiende a pensar que todos ellos vienen avalados por una plena racionalidad, una no menor autonomía de las personas y el convencimiento de que está al alcance de nuestras posibilidades su exitosa realización. Una y otra vez, sin embargo, la experiencia del vivir y los aconteceres recogidos en la Historia vienen a confirmar lo contrario. Especialmente en un mundo tan complejo y propenso a los desequilibrios (sociales, económicos, medioambientales, etc.) como el actual, urge conocer cómo se generan las fragilidades que pueden explicar los recurrentes conflictos que generamos y que muchas veces inciden de manera trágica en la vida de las personas y los pueblos. Las reflexiones del autor de este libro pretenden contribuir a la comprensión de esta problemática y a proporcionar elementos de juicio a quienes, desde el ámbito de la política, las instituciones sociales, la educación, la jurisprudencia o la psicología, inciden en los comportamientos y las valoraciones de las personas, sobre las cuales ejercen unas u otras influencias.
Jose Mª Asensio Aguilera es licenciado en Ciencias (sección Biología), doctor en Filosofía y Letras y catedrático de Teoría de la Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su actividad docente e investigadora pretende aproximar al mundo de la educación los conocimientos biopsicológicos acerca del ser humano desde una perspectiva sistémica. Entre sus obras más recientes cabe citar Biología y educación: el ser educable (1997), Una educación para el diálogo (2004), Cómo prevenir el fracaso escolar (2006) y El desarrollo del tacto pedagógico (2010). Ha impartido cursos de doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona, en la de Guadalajara (México), en Santiago de Chile y en la Universidad de Rouen (Francia).
Autoren/Hrsg.
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I. Fragilidades, cultura y condición humana Nos ocurre con la sabiduría lo que le sucedía a Aquiles con la tortuga. Siempre va un poco delante. Pero es un buen camino estar en su estela y seguir su fuerza de atracción. H. Hesse, Elogio de la vejez, p. 70 Unos seres engreídos Si de algo hemos dejado plena constancia desde nuestro inicial deambular por la Tierra, es de esa indisimulada arrogancia con la que solemos valorarnos y creemos disponer del futuro. Como también de un vivir permanentemente acuciado por afanes que surgen a menudo de los pensamientos que incita nuestra vanidad, cuando no del simple deseo de imitar anhelos ajenos. Para nuestra desgracia, cuando esto sucede, la prudencia y el buen juicio se baten en retirada, nos atribuimos cualidades de las que no disponemos y hasta corremos el riesgo de convertirnos en individuos de los que mejor ponerse a buen resguardo. Algunos mitos de nuestra tradición cultural así nos lo hacen ya pensar. Basta reparar, por ejemplo, en el relato del Génesis y cómo recién llegados a la vida tuvimos la osadía de desobedecer al Creador o, una vez caídos en desgracia, la de querer saber de Él y sus intenciones con el auxilio de la razón, para hacernos una idea de lo poco dados que hemos sido a cultivar la humildad. Una virtud que no acostumbramos a mirar siquiera con buenos ojos, como bien lo indica esa apreciable tendencia nuestra a desconfiar de quien la practica y nos atrevamos a calificar de «falsa» su modestia por el simple hecho de parecernos dudosas las intenciones de las personas que se comportan con sencillez y generosidad. La soberbia, compañera inseparable del poder, no dejará en ningún momento de reflejar el peso de su influencia en el amplio muestrario de desastres colectivos que recoge la Historia. El conocimiento del que hoy disponemos acerca de nuestros humildes orígenes, bien podía haber sido el gran antídoto que pusiera un cierto freno a nuestra petulancia. Saber, por ejemplo, que ninguna de nuestras más notables cualidades mentales, como la razón o la conciencia, han aparecido por la intervención de alguien ajeno a la dinámica de la vida, pudiera habernos invitado a bajar de inmerecidos pedestales. Conocer nuestro cercano parentesco —en términos genéticos— con otros primates o que nuestras mentes surgen de la actividad de un cerebro deudor del pasado de la humanidad, debiera habernos animado a ser más prudentes y conscientes de nuestras limitaciones. Sin embargo, no parece que este haya sido el caso. Mirarnos en el espejo de la vida no nos ha hecho menos arrogantes al defender nuestras creencias, valorar nuestras capacidades o ponderar las del prójimo. Ni más conscientes de nuestras ignorancias o comedidos en nuestros juicios. Conocer, por sí solo, no parece, por el momento al menos, que haya tenido unos destacables efectos sobre nuestra vanidad. Nos puede, con exasperante frecuencia, percibir cuán distintos somos culturalmente del resto de los seres vivos, admirables los logros de nuestra racionalidad y mágicos esos impulsos de trascendencia que experimentamos en ocasiones. Seguimos entonces proyectándonos como si nuestra cuna fuera otra, las vidas que protagonizamos estuvieran bajo el control de nuestra libre voluntad y el futuro a merced de nuestros deseos. Nos movemos, de esta manera, entre la permanente ilusión de querer vivir conforme a estos, y la realidad que nos impone los avatares de la existencia y el barro evolutivo del que surgimos. Nos consta, sin embargo, que no tenemos otra posibilidad de mejora en términos humanos que la de traducir los conocimientos y experiencias que vayamos adquiriendo en espacios de civilidad y mutua comprensión. De fortalezas y debilidades Detenerse a considerar las posibles fragilidades de una especie como la nuestra que esparce sus casi siete mil millones de habitantes por los cinco continentes de la Tierra, dispone, prácticamente a voluntad, de la vida del resto de organismos y se apresta a organizar excursiones por el espacio con el ánimo de colonizar otros planetas, puede parecer la expresión de un escepticismo fuera de lugar. No son estas, ciertamente, las señales que cabe esperar de seres desprovistos de abundantes y singulares cualidades que merecieran ser reiteradamente admiradas y puestas de relieve. Por descontado, esto es lo que acostumbramos a hacer. Atribuirnos todo tipo de prendas y potencialidades por más que, ocasionalmente, no tengamos otro remedio que deplorar las penosas consecuencias derivadas de algunos de nuestros recurrentes delirios. Lamentamos durante un breve tiempo (siempre hay nuevos deseos que nos urgen, necesidades que nos ocupan y demandan atención), las tragedias ocasionadas por nuestros egoísmos, ensoñaciones, falta de prudencia y sabiduría. Nos olvidamos pronto de esos evitables infortunios porque su recuerdo no nos es grato, fallecen las personas que los vivieron y les flaquea la memoria a quienes solo los conocieron de oídas. También, porque el influjo envanecedor al que antes me refería nos lleva a pensar que los estropicios que llegamos a causar se deben, principalmente, a las exigencias y avatares de unas singulares coyunturas. No a algo que pudiera decir de nosotros, de nuestro pensar y sentir, de la manera en que nos percibimos y tendemos a valorar las circunstancias personales y sociohistóricas por las que atravesamos. De manera que salvados esos penosos momentos plasmados por la historia, el arte o la literatura, en los que no tenemos otra opción que reconocernos frágiles, desalmados o coyunturalmente estúpidos, solemos, más bien, en nuestras autorreferencias, destacar la excepcionalidad de lo humano, nuestras singulares capacidades creadoras, el poder de nuestra voluntad o la agudeza de nuestra inteligencia. Nos sentimos, en definitiva, la conciencia del universo, lo que nos incita a considerarnos un punto y aparte dentro de la naturaleza. Una misteriosa rareza dentro de los seres vivos. No importa conocer el significado de la obra de Ch. Darwin, que nos sitúa, sin más, en la azarosa evolución de lo viviente. La impresión de representar algo extraordinario y en cierto modo ajeno a la misma, permanece. Sin duda las cualidades antes citadas merecen ser tenidas muy en cuenta en la explicación de lo humano. Aunque, por lo que hoy conocemos, sería a todas luces mucho más ajustado a la realidad rebajar unos cuantos grados la intensidad de los adjetivos que empleamos para calificarlas. Somos, efectivamente, por cuanto nos muestra la ciencia y la experiencia, bastante menos racionales, coherentes y autónomos de lo que solemos pensar. Pero nos falta la modestia necesaria para reconocerlo o la inteligencia que se requiere para advertirlo. Para tomar en consideración que nuestras fragilidades no son el mero fruto de la fatalidad o el reflejo de un momentáneo traspiés mental, sino más bien la expresión de algo semejante a «las cabezas de la Hydra que vuelven a crecer tan pronto las hemos cortado, porque extraen su poder de las características de los hombres y de sus sociedades» (Todorov, 2006: 142). Es decir, de un pensar/hacer que obliga a mantener una permanente vigilancia sobre la consistencia racional y ética de nuestros comportamientos. Tenemos muy poco desarrollada, en definitiva, la humildad necesaria para apreciar que todo lo que nos singulariza dentro de la naturaleza no nos convierte, sin embargo, en seres ajenos a la misma. No acostumbramos tampoco a apreciar que algunas de las «fortalezas» que nos atribuimos albergan en su interior algún que otro germen de «fragilidad» susceptible de desarrollarse si no somos capaces de combatirlo. Porque, como apuntaba al inicio, tener la posibilidad de superpoblar la Tierra puede, de no obrar con algo de sabiduría y generosidad, acarrearnos en el futuro incontables problemas tanto medioambientales como sociales. Y otro tanto cabría decir de nuestros prodigiosos avances tecnológicos, que si bien pueden permitirnos algún día habitar otros planetas, curar múltiples enfermedades o transformar los desiertos en vergeles, también cabe que sean empleados en guerras devastadoras o para esquilmar los recursos de la Tierra. Nuestras posibles «fortalezas», sean cuales fueren, no dejan por consiguiente de poder transformarse en peligrosas «fragilidades» si se rompen ciertos equilibrios de orden individual, social o ambiental. Desterrados del Edén, según el Génesis, o, en versión más laica y científica, obligados por nuestra naturaleza a echar mano de la razón y la cultura para vivir como humanos, no nos queda otra opción para hacer más agradable nuestra existencia que hacer un buen uso de ambas, lo que supone, de entrada, considerarlas algo así como un arma de doble filo. Podemos segar con ella los peligros de la ignorancia y la soberbia, pero también acrecentar los que derivan de llevarnos por delante la conciencia de nuestras propias limitaciones. Acerca de las fragilidades humanas Cuando se dice de alguna estructura material, la salud de ciertas personas o la economía de un país que son «frágiles», no hacemos otra cosa que señalar su vulnerabilidad a las diversas fuerzas o influencias que normalmente habrán de soportar. De manera análoga, comentar de alguien que tiene un carácter débil supone otorgarle una limitada capacidad para afrontar las críticas, malentendidos, frustraciones, desengaños, tropiezos, etc., que suelen producirse en las relaciones humanas y la experiencia del vivir. Significa haber apreciado, por consiguiente, que alguien «cede» con relativa facilidad en sus planteamientos, propuestas o actitudes ante ciertos obstáculos o las influencias de terceros. O que se daña emocionalmente en demasía al encarar...