Arbona Abascal | Las llagas y los colores del mundo | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 168 Seiten

Reihe: Ensayo

Arbona Abascal Las llagas y los colores del mundo

Conversaciones literarias con José Jiménez Lozano
1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-9920-991-3
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Conversaciones literarias con José Jiménez Lozano

E-Book, Spanisch, 168 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-9920-991-3
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



'¿Cómo definiría usted el cuento? Digamos que como un retazo de vida humana con el que me encuentro, y en el que me siento involucrado. Lo que he visto que ocurre y lo que oigo me acontece a mí también. Si lo cuento como debe ser, a quien lo lea debe ocurrirle lo mismo'. Así comienzan estas conversaciones con José Jiménez Lozano, una figura única y diferente en el panorama de la gran literatura española contemporánea. Para el autor su tarea es sólo una: contar historias que muestren las llagas y los colores del mundo. Por estas y otras razones merece la pena entrar en los mundos levantados por Jiménez Lozano. Estas páginas son un intento de hacerlo de su mano.

Guadalupe Arbona Abascal es profesora de Literatura en la Universidad Complutense de Madrid y crítica literaria. Lleva varios años trabajando con José Jiménez Lozano. Sus líneas de investigación se centran en el estudio y difusión de la Literatura Contemporánea Comparada, el cuento, las estéticas del fragmento y su relación con los medios. Entre sus publicaciones se cuentan los libros El acontecimiento como categoría del cuento contemporáneo. Las historias de José Jiménez Lozano (2008), Del Romanticismo a la Posmodernidad (2003) y La perplejidad del héroe. Calas en la literatura del siglo XX (2001), es coautora de Movimientos literarios y periodismo en España (1997). Ha publicado una treintena de artículos en revistas especializadas y capítulos en monografías, y ha sido invitada a participar en programas internacionales: programas de doctorado europeos y americanos, es 'Visiting Scholar' en la universidad de Harvard.

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1. BELLEZA Y NARRACIÓN
¿ Cómo definiría usted el cuento?
Digamos que como un retazo de vida humana con el que me encuentro, y en el que me siento involucrado. Lo que he visto que ocurre y lo que oigo me acontece a mí también. Si lo cuento como debe ser, a quien lo lea debe ocurrirle lo mismo. Lleva años escribiéndolos y dice usted en alguna parte que un cuento urge contarlo porque, si no, se va. O sea, escribe los cuentos para que no se pierdan...
No sé, Dostoievski habla muy dramáticamente de las cosas que queremos escribir, pero que luego se disuelven. En mi caso no se da ese dramatismo, porque pienso que no se pierde gran cosa; pero, efectivamente, me ha ocurrido muchas veces que he tratado de contar lo que tenía dentro, después de un tiempo de ese encuentro con ese retazo de vida, y ya me ha sido imposible o me ha resultado indiferente. Y podríamos decir entonces que hay, en efecto, una cierta urgencia de escribirlo antes de que desaparezca esa sensación de sentirse concernido y de ver con claridad, de haber quedado como herido o fascinado. Si se deja pasar un tiempo, los ojos ya no ven ni los oídos oyen, ni las palabras afluyen del mismo modo. Todo se ha decolorado, o ha desaparecido, y podría escribir la narración, pero como si hiciese una trabajo de redacción, un trabajo especulativo durante el cual se escoge y se categoriza el material. Y los lectores, ¿no se pierden también los cuentos si no se publican?
Pues pudiera suceder, suponiendo que el cuento que no leerán fuera un buen cuento; pero de esto no puedo estar seguro, y, seguramente por esto, cada vez siento menos urgencia en publicar algo, y lo hago cada vez con mayores dudas, con no escasa desgana o prevención, y con verdadero temor de que esa escritura sea una banalidad. Porque, además, sucede que no se escogen las historias, y en ellas tampoco se escoge nada. A mí me parece que en el acto de la creación del cuento, en el proceso de escritura, existe siempre un proceso de selección, se escoge una parte para llegar al todo.
Si lo que usted pregunta apunta a una necesidad inevitable de seleccionar en lo que se ve y oye de una historia o un acontecer, tengo que decirla que esa elección se hace mientras se narra, de manera inconsciente. No se escoge una parte de lo que se ve y se oye, porque tampoco se elige el acontecimiento ni lo que se ve y se oye en él. De lo único que hay que estar pendiente es precisamente de lo que nuestros ojos ven y nuestros oídos oyen, de no subjetivizar nada, y sobre todo de no amplificar. Pero casi siempre, al revisar lo escrito, se ve que hay que circuncidar algo, porque se nota que se ha amplificado o se ha dejado allí de algún modo huella del yo, y hay que borrarla. Entiendo lo que usted quiere decir: intenta evitar una subjetividad dueña y señora de todo. Ahora bien, creo que existe un yo, con sus exigencias y certezas que son el ser mismo del hombre, que acierta a contar aquello que le constituye como hombre. Ese yo cuenta y entonces se produce un encuentro original entre el yo del escritor y el del lector. Entendida así la presencia del yo es imprescindible para que se realice la «simpatía» entre la obra y el lector.
De acuerdo, está claro. Por mi parte me refiero al odioso yo del que hablan Pascal y la «Gramática General y Razonada» de Port-Royal —y también su «Lógica o el Arte de pensar»—, cuando hablan de los pronombres personales y del yo que puede introducirse en un discurso o narración.
A Pasternak le reprochó un día una amiga suya una descortesía, asegurándole que no parecía ser el mismo que el autor de los versos que previamente la había dado a leer, y Pasternak contestó que no era que pareciese que no era el mismo, sino que en realidad no lo era. Y, entonces, expresó su convicción de que, cuando se lee lo que nosotros mismos hemos escrito y quedamos sorprendidos de leer algo que parece que no lo hemos escrito nosotros y que no seríamos capaces de pensar siquiera, esto es lo que tendríamos que dejar en lo que hemos escrito, y tachar todo lo demás. Creo que es un excelente consejo que hay que agradecer. Bien, pero vayamos ahora a esa cuestión primera del acontecimiento. ¿Por qué dice que es la naturaleza misma del relato?
No sé si me explico a derechas, diciéndola que, si una historia humana me toca allá dentro o lleva viviendo un tiempo dentro de mí, es porque es un acontecimiento que me ha tocado e involucrado en él, y el cuento nace de ese manantial. Esto es, de que algo ocurre e irrumpe en nuestra vida: en la del escritor y, si consigue ser fiel en su narración a lo que ha visto y oído, también ocurrirá en la vida del lector, al que también acontecerá lo que se cuenta. Lo que pasa es que se desconfía de que uno sea capaz de transmitir lo que ha visto, se tiene miedo, o quizás hasta desgana de meterse en una historia de la que uno mismo no sabe cómo va a salir. ¿Cabría una clasificación de los cuentos según el tipo de acontecimiento?
Los acontecimientos nunca son los mismos ni los podemos vivir todos del mismo modo, pero, puestos a clasificar, quizás sea posible hacerlo, aunque acabaríamos peligrosamente por clasificar acontecimientos como si fuesen temas. Y no sé si esa clasificación puede ayudar a entender del mejor modo un texto. Esto es usted la que puede decirlo, y, en su caso, hacerlo. He hecho una clasificación de sus cuentos por la relación con las cosas. En su repertorio hay cuentos intrahistóricos, contemporáneos y fábulas bíblicas o fantásticas. ¿Está usted de acuerdo con esta clasificación?
Realmente no tengo ninguna razón para estar de acuerdo o en desacuerdo. El asunto es cosa suya, lo que tiene que hacer: distinguir para conocer y valorar. Lo que sí que es claro es que los cuentos son breves. ¿Es un rasgo fundamental de este arte?
Esto es lo que pienso, y diría que, en este asunto del cuento más que en ningún otro, rige el principio de «la navaja de Ockham» trasvasado a la literatura, que es el de decir todo con los mínimos medios, como poner un cristal de aire a la ventana desde la que el escritor vio lo que vio y oyó lo que oyó, para que por ella mire también el lector.
Y, luego, se cuenta «de una tacada». A mí por lo menos me ocurre eso, y me parece que decía Katherine Anne Porter que a ella también, pero con la diferencia, por ejemplo, de que ella se cogía la maleta y se iba a un lugar tranquilo a escribir un libro de cuentos.
Yo no experimento esa necesidad; no me muevo de mi estancia ni modifico mi vida diaria, ni me molestan las interrupciones que sean, ni me propongo escribir un libro de cuentos. No me propongo nada. Sólo me pongo a escribir un cuento y sin mirar más allá, a solas con mis dudas de si estoy logrando contar lo que tengo que contar.
Y, en este sentido, podría decir que escribo en el pasillo como Jane Austen, o en el café como varios escritores lo han hecho: Joseph Roth o Bernanos; y no sólo los llamados bohemios. Y, pido excusas, si hace falta, pero me hace sonreír la famosa paralización de la vida en la casa y demás casas de los vecinos de Thomas Mann, para no molestar en su trabajo a «El mago», como se le llamaba. Aunque a lo mejor un mago y un genio sí que necesitan en su entorno ese silencio material. No lo sé. ¿Un cuento —como dice Cortázar— es como una semilla cuando se escribe pero cuyo destino es convertirse en un árbol?
No sé qué decir, porque me parece que un cuento muy corto y recién escrito ya puede ser en sí y de por sí un árbol inmenso, en el que pueden venir a posarse muchos señores pájaros muy importantes, casi la Historia entera.
Sería suficiente recordar cualquier historia bíblica que, al margen de su condición sagrada y sólo como simple historia contada, ha dado lugar interminablemente a otras historias, y éstas a otras, formando algo así como un árbol, en el que hay más pájaros que ramas tiene, y varios pájaros parleros por rama. Y esto durante milenios.
Un cuento muy breve puede herirnos por encima de todo lo demás y más profundamente que cualquier otra cosa que podamos leer o que se nos cuente. Y puede seguir haciendo germinar otros entendimientos de las historias contadas u otras historias. Un cuento puede parecer casi nada, pero, si se logra, ya es un árbol gigantesco que da sombra en el mundo. Faulkner consideraba que el género más exigente después de la poesía es el cuento.
Por lo pronto el cuento aparece ante el que lo escribe, al igual que un poema, como un fulgor, el tiempo de un deslumbre; y, al narrarlo o al hacer el verso, sólo se puede poner ahí lo esencial; y aun esto de una manera ya descolorida en relación a como lo ha visto quien escribe, como decía Shelley. Y es más claro aún que ese contar no admite ninguna clase de «mobiliario», como llamaba la novelista norteamericana Willa Cather a todo innecesario adorno o ampliación de la realidad, por hermosos o importantes que pudieran parecer e incluso resultar.
En un momento dado, Tolstoi se da cuenta de esto. La novela —y él ha escrito soberanas novelas— puede ser un magnífico edificio, puede ser un fresco extraordinario, y contar con mil razones para sostenerse, además de con lo que ocurre en ella —que por otra parte quedará bastante disuelto en el todo—, pero en el cuento sólo está el acontecimiento, y si ponemos en su narración una palabra más de las justas resulta demasiado mobiliario y el lector se asfixia, no puede vivir ahí dentro, y, desde...



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