E-Book, Spanisch, 256 Seiten
Reihe: En Progreso
Angler En busca de la sexcelencia
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-9967-544-2
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 256 Seiten
Reihe: En Progreso
ISBN: 978-84-9967-544-2
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Un método de gestión de empresas y de equipos humanos que te hará ver los negocios con otros ojos y con una placentera sonrisa. Gestionar una empresa, a pesar de que nadie se ha dado cuenta hasta ahora, tiene mucho que ver con hacer el amor, no sólo en la relación con el cliente, también en la relación con los empleados. La venta y la gestión de plantillas son actos lúbricos y amatorios y las estrategias para hacerlo de un modo eficiente y rentable calan más si se ven como estrategias de seducción y de cópula. En busca de la Sexcelencia explica, sin ambages, sin pelos en la lengua, un método revolucionario para sacarle más partido a tu empresa y sobre todo, para pasar un buen rato aprendiendo los pormenores de la erótica de la gestión empresarial. J. M. Angler hace una auténtica parodia de los libros de autoayuda y de los libros de management, esos que contienen frases lapidarias y farragosos párrafos. Su libro contiene frases contundentes, un estilo suelto y libre y muchas refrencias históricas, literarias, cinematográficas y artísticas en general. En cada capítulo, escrito con una clara vocación didáctica, hay gráficos, despieces, recuadros y todas las herramientas necesarias para entender por qué hay que buscar una buena alcahueta, por qué hay que dejar al cliente satisfecho y qué es la moral del puterío. Razones para comprar la obra: - Cubre una demanda de mercado, la de renovar los métodos de trabajo y los métodos de marketing empresarial para descubrir que el sexo y los negocios son mundos que están estrechamente unidos. - La obra tiene un tono claramente humorístico y un estilo directo con el objetivo de parodiar los libros de autoayuda y de dirección de empresas. - La información del libro está complementada por gráficos, diagramas, esquemas, etc. información que aligera la lectura y apoya el humor del libro. - J. M.
J. M. Angler es psicólogo industrial y asesor de grandes empresas norteamericanas, es uno de los tres asesores mejores pagados de Estados Unidos. Buscado por grandes empresarios, no tiene web ni perfiles sociales. No se sabe donde vive. Se dice que es soltero y con voto de castidad. Es periodista y licenciado en marketing. Ha dirigido dos periódicos españoles y ha sido subdirector de la revista Destino. Tiene diversos premios periodísticos. Colabora en la actualidad con Diario de Tarragona y La Mañana de Lérida, labor que compagina con la comunicación, es dueño de la agencia de comunicación Cinco.
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XI
RELAMIDA Y EXAMEN
Vuelva usted a casa, no vuelva al despacho, no vaya a manifestar los calores que aún le suben a las mejillas, y se da una buena ducha, se toma un café y guarda usted su pluma de las grandes ocasiones, a la espera de un nuevo lance. Ahora sí, pasee hasta llegar a su oficina y, cuando llegue, sin prisas, con un gran dominio de la situación, se cita con los suyos (sus jefes o sus subordinados, depende de su cargo) y empiece enseñando eso que los gitanos llaman «la rosa». Ya sabe, cuando se casa una gitana, ha de ser virgen. Una mujer experta se la lleva a la habitación y la desflora con los dedos envueltos en un pañuelo y, a continuación, muestra a los familiares el pañuelo teñido de sangre como prueba de que la muchacha llegó virgen al matrimonio; a ese pañuelo le llaman «la rosa», contando tantas rosas como manchas quedan en el pañuelo. ¿Y cuál es la rosa de usted? ¡El contrato! Es la prueba indiscutible de que el amor ha sido consumado y el cliente amante ha demostrado haber sido desflorado. Sí, extienda usted el contrato, con «orgullo y satisfacción» como indica el protocolo, y dígales a los suyos: «Aquí lo tenéis; y no me preguntéis cómo lo he conseguido porque estas cosas no se explican». En efecto, no se explican, porque es usted un caballero de los que no van proclamando detalles amatorios. Se los guarda para rememorarlos cuando se jubile, cuando le cueste que se le levante y no pueda volver hacer las filigranas de ahora que todavía es joven. Luego, no trabaje mucho esa tarde. Váyase a pasear a Central Park y refocílese repitiendo las escenas del encuentro. Es muy útil, porque encontrará detalles mejorables –usted es muy exigente o al menos debiera serlo–, por ejemplo cuando ha dicho: «¿Y no te gustaría por detrás?», que es el equivalente a: «¿Y por qué no se queda con una taladradora automática?», cuando él a lo que está dispuesto es a una cosedora-vibradora high techonology. Sí, esos detalles hay que mejorarlos. Relámase y felicítese. Ya tiene otra muesca en la culata de su colt. Ya hay uno más que ha probado cómo las gasta con su cañón. Y, sobre todo, no cometa el error de despreciar a quien ha caído en sus redes. Usted es un conquistador, pero es honrado y sincero, actúa a conciencia y con conciencia. Y se lo está pasando a lo grande. Tanto que ya está pensando cuándo volverá a enyucar de nuevo. Pero vayamos por partes y poco a poco. XII
LA SEGUNDA VEZ
Antes de volver a ver a su cliente, después de relamerse usted como un gato que se acicala cuando ha cumplido con el débito carnal, ha de reconsiderar el futuro. Mi primer consejo es que no suelte usted la presa. Le ha costado mucho ganársela y dejarla ir ahora sería una pérdida de energías considerable. No es usted un asaltador de discotecas que se lía con la primera fea que le dice sí, se la lleva al parking donde tiene usted un viejo coche coreano destartalado y le hace una limpieza de bajos sin ponerse los guantes de trabajo, como el paracaidista que se tira sin comprobar que el paracaídas tiene una argolla de donde tirar para que se abra. No suelte la presa porque ahora vienen los trabajos de marquetería amorosa fina, ahora va a poder exhibirse usted y demostrar que la primera vez, sí, fue explosiva, pero que las posteriores son las que atan para siempre. Él se podrá ir con otros todo lo que quiera, pero usted ha de ser el amante eterno, aquel que cuando le llama por teléfono, su amor ya no lo suelta y va como una perra en celo allí donde husmee que hay otro clavo. No intente, de momento, nuevas conquistas. Ya llegarán. Pienso, en contra de lo que dice mi colega de Filadelfia Mike Ferdinand Roof Wolfville, quien mantiene que «si cierras los ojos, todas las mujeres son iguales», que no, que cada conquista nos abre las puertas de un universo singular. Y si no lo es, a usted le toca hacerlo singular. Vamos a aprender a mantener nuestra conquista a través de ese amor que, inesperadamente para el otro, está surgiendo, él que sólo quería quedarse con una máquina de las que usted vende para probar qué tal iban y se ha quedado con media docena. Sí, él va a vivir pendiente de usted durante largo tiempo. Porque usted va a mantener encendida e incluso cada vez más viva la llama de ese querer. Por tanto, vamos a preparar la segunda vez. Pero antes pensemos que hay que rematar la primera vez. Porque los recuerdos del dale que te dale y dale se mantienen y no deben torcerse. Para ello, sólo hay una solución: usted ha de cumplir. Es la parte quizás amarga de la historia, pero usted ha de cumplir. Es decir, ha de llevar a cabo todos los compromisos firmados y algunos más como propina para deslumbrar aún más a esa conquista que todavía babea. Entréguele lo prometido, añádale algo (una extensión de dos años más de garantía, un ordenador y un teléfono especial para que controle desde casa, o desde donde se encuentre, el funcionamiento de las máquinas que le acaba de endosar y que no pueden ser unas máquinas de las que usted sabe que van a descatalogar el próximo mes) y envuélvalo con el celofán de la adulación: una tarjeta en donde ponga cosas como: «Aquí tienes una obra de arte, ¡qué suerte has tenido con esta máquina!». Teoría de la segunda vez Una primera vez no garantiza la segunda vez. Sólo habrá segunda vez si después de la primera, hacemos que todo vaya sobre ruedas. La segunda vez es una oportunidad directamente proporcional al número de ruedas y lubricante que le pongamos a nuestra relación. No sea usted estúpido y no se crea que el mundo se acaba con el primer polvo. El segundo puede ser muchísimo mejor. No le llame por teléfono, pero pregunte a su entorno el impacto causado con el aparato. Llame al jefe de producción, al encargado de fábrica, al responsable de mantenimiento, a quien sea, y cerciórese de que la máquina funciona. Y quien dice la máquina dice sus servicios. Envíele a uno de sus expertos para que compruebe que todo va sobre ruedas. Y que él lo sepa. Será como adular a la suegra, porque las suegras deciden muchas cosas de sus hijas, o al menos las influencian. Ella debe confesar a la suegra que ha tenido una juerga fantástica con usted, porque si le confesara que ha sido un desliz, la suegra le sentenciará a usted al patíbulo. ¿Está usted impaciente porque hace demasiadas líneas que no le hablo de sexo explícito? ¿Que quiere usted más folleteo? Pensaba yo que era usted más inteligente y que sabía que sexo lo es todo, y está hasta en la forma de beber un vaso de agua. Eso que dicen las mujeres de que «los hombres siempre están pensando en lo mismo» es tan cierto como falso. Lo que ocurre es que el hombre se da cuenta de que siempre está pensando en lo mismo. La mujer también lo piensa pero no se da cuenta, por eso es más pragmática, porque no se pierde en devaneos. Es cierto que es más feliz quien piensa menos en el sexo, y que una de las glorias del anciano es que no precisa pensar en nuevas conquistas ni meterse en líos con otros. Un viejo conocido profesor, y sin embargo amigo mío, Jochim Barton, tras ser operado de cáncer de próstata cumplidos ya los sesenta años, a mi pregunta sobre si podría reanudar sus relaciones sexuales no ya con su esposa sino con alguna alumna de las que se fascinan ante el viejo «prof», me respondió: «De momento, no practico, ¡y no puedes imaginarte lo feliz que soy sin tener que follar!». Por otra parte, también es cierto que otro viejo amigo, ya fallecido, que a sus ochenta y dos años mantenía una amante bastante más joven, me proclamaba: «¡Se es viejo el día en que llegas a decir: “Me he ahorrado un polvo”!». Sostenía él, además, que «la carne tiene que ser blanda en la mesa y dura en la cama», gran verdad para un amante experimentado, por mucho que estén de moda entre los norteamericanos las MILF, es decir las Matures I Love Fucking (‘maduras que me gusta follar’), que también tienen sus atractivos. Para ese amigo, periodista muy viajado para más señas, sus amores ideales eran con peruanas de origen indio, «de esas cuyos pezones se te clavan en el pecho, de tan duros que están». Así que ya lo sabe, querido lector, si quiere una experiencia casi dolorosa, váyase al Perú y a ver si encuentra una joven india para que le clave sus pezones. Pero dosifique sus esfuerzos con los posibles clientes. Bien, creo que ya toca comenzar a preparar la segunda vez. Requiere tanta cautela o más que la primera. Porque en la primera, usted ha asombrado e incluso deslumbrado, pero eso es fácil conseguirlo ante la amante deseosa –incluso cuando no lo sabe– de que la penetren hasta notarla como si le llegara más arriba del ombligo. Por cierto, si en la primera ocasión no le han dicho que la notan tan arriba, por favor, no se ponga un diez, porque ha sido usted demasiado cauto o bien tiene el falo algo pequeño. La segunda vez tiene usted que confirmar todo lo logrado en la primera y, además, superarse. No puede ser que la primera quede para siempre como la mejor. Eso sólo lo perdonan las mujeres timoratas, las mal regadas y las frígidas (porque, sí, existen las frígidas, sobre todo las frígidas de la segunda ocasión. ¿No las ha oído nunca quejarse diciendo: «Cariño, que no sé qué me pasa que no me corro»?, y usted ha tenido que emplearse a fondo, hurgar con un dedo en su trasero y estrujar su clítoris hasta que, tras una cabalgada que ni la de las valquirias en El oro de los Nibelungos, lanza un...