Amis | Stanley y las mujeres | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 163, 352 Seiten

Reihe: Impedimenta

Amis Stanley y las mujeres


1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-17115-25-8
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 163, 352 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-17115-25-8
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Stanley Duke se adentra plácidamente en la edad madura. Nada parece importunar su vida acomodada hasta que, de repente, su hijo Steve se vuelve loco. A partir de ese momento, Stanley se ve acosado por las mujeres que le rodean: Nowell, su primera esposa, actriz televisiva y reina del drama; su mujer actual, Susan, una escritora reputada que no se muestra muy solidaria ante el descenso de Steve a la locura; la madre de Susan, una esnob con título que le mira como si fuera un arribista; o Trish Collings, una psiquiatra manipuladora y tornadiza que sugiere que el culpable de la esquizofrenia de su hijo es el propio Stanley. A medida que todas ellas van comiéndole la moral, Stanley empieza a preguntarse si la insensatez no es algo con lo que todas las mujeres lidian en su vida. Una ácida comedia negra del inimitable Kingsley Amis. Una diatriba sobre la locura, el alcohol, el sur de Londres, el thatcherismo y la guerra de los sexos.

Sir Kingsley Amis nació en 1922 en el sur de Londres. Estudió en Oxford, y más tarde llegaría a ser catedrático en las universidades de Swansea y de Cambridge. Amigo fraternal de Edmund Crispin y Philip Larkin (que moriría en casa de los Amis en 1985), fue uno de los máximos representantes del movimiento de los 'Jóvenes Airados' o 'Angry Young Men'. Como muchos hombres de su generación, sirvió un tiempo en el ejército. Empezó su carrera literaria como poeta, aunque lo que le llevaría a la fama, en 1954, fue la publicación de su primera novela, Lucky Jim (galardonada con el Premio Somerset Maugham). En sus años jóvenes, Kingsley Amis fue estalinista y miembro del Partido Comunista. No obstante, posteriormente, coincidiendo con la invasión de Hungría por parte de la Unión Soviética en 1956, Amis se convirtió en un estridente anticomunista, siendo tachado incluso de reaccionario. Expuso su cambio de pensamiento político en 1967, en el ensayo Por qué Lucky Jim torció a la derecha (Why Lucky Jim Turned Right). Escribió más de cincuenta obras, entre ellas veinte novelas, seis volúmenes de poesía y sus Memorias, en 1991. También colaboró en la redacción de algunas de las novelas protagonizadas por el agente James Bond. Fue galardonado en 1986 con el prestigioso Booker Prize al mejor libro del año (Los viejos demonios), premio al que había estado nominado en dos ocasiones previas. En 1990 fue distinguido con la Orden de Caballero del Imperio Británico. Murió el 22 de octubre de 1995, en Londres. The Times lo considera uno de los diez mejores escritores ingleses posteriores a 1945.

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PRÓLOGO
KINGSLEY AMIS Y STANLEY Y LAS MUJERES: UN CASO CLÍNICO O: cómo escribir un libro de divorcio, inventar la novela borde, suicidarte artísticamente y molestar a tus enemigos (pero también a tus amigos) por Kiko Amat 1. Stanley y las mujeres es la novela más extraña de Kingsley Amis. Su existencia está enmarcada entre dos sucesos clave, que la sujetan como un sándwich por detrás y por delante: una rebanada es el divorcio holocáustico de su segunda mujer, la actriz y escritora Elizabeth Jane Howard; la otra rebanada, la posterior, es la siguiente novela que escribió, Los viejos demonios (1986), que fue premiada con el Booker Prize y que algunos consideran su mayor logro (junto a, claro está, Lucky Jim, su cegador debut de 1954). En esa posición tan poco agraciada, tan poco cómoda, Stanley y las mujeres puede considerarse como lo que tal vez sea: un esputo verdoso, purulento, que Amis alojaba en su garganta y que necesitaba sacarse de dentro para poder seguir adelante, para volver a escribir desde la cordura y la compasión. En música pop se habla a menudo de discos de divorcio: álbumes que se grabaron en mitad de separaciones agrias, a las puertas de juzgados; discos que eran cartas de despecho, recriminación y revancha al cónyuge. Rumours, de Fleetwood Mac (un grupo formado por dos parejas; un disco grabado en mitad de dos divorcios), el Blonde on Blonde, de Bob Dylan, o el Here, my dear, de Marvin Gaye. Elepés oscuros y abismales, descarnados, que eran a la vez documentos del viaje por la sima que atravesaba el artista. Stanley y las mujeres debe, y solo puede, leerse bajo la misma luz. Como un libro de divorcio. Ese divorcio —acerbo y sangriento y ulcerante— es la pupa donde se gestó Stanley y las mujeres. Un lugar angosto, sin ventanas, a ratos irrespirable, dominado por miasmáticas corrientes de rencor y dolor, que moldeó al Amis más agrio que se había visto hasta la fecha. El autor jamás había sido un angelito, vaya eso por delante, era orgulloso y arrogante y tenía una boca grande,[1] por lo que jamás andaba escaso de detractores y enemigos personales (Evelyn Waugh le llamó «escoria», para gran regocijo del propio Kingsley). Sí, Amis era un tipo ácido hasta el punto de la corrosión, le encantaba ser odiado por la gente que él odiaba[2] y estaba siempre arremangado para la trifulca. No era un cursi, o un pusilánime; desde luego no era un blando. Pero incluso así, Stanley y las mujeres es una nueva vuelta de tuerca; tal vez la definitiva. Era un paso radical incluso para Kingsley Amis. El autor no volvería a estar jamás tan cegado por la rabia, su máquina de escribir no volvería a dejar el charco de veneno humeante que dejó tras la escritura de este, en cierto modo, temible libro. 2. Stanley y las mujeres no es una novela amable. Ya se lo estaban oliendo. Todo lector debe abrirlo sabiendo que es un libro escrito desde la ira[3] y la pena. Y asimismo, algunas de las mejores creaciones de la historia se realizaron con esos dos condicionantes. Es solo que la ira de Kingsley Amis en Stanley y las mujeres le llevó hasta el borde de un precipicio de insania maliciosa. Algunos libros son interesantes y válidos solo por la psicosis y la manía (como The SCUM Manifesto, de Valerie Solanas; casos de estudio, vaya), otros a pesar de ella. Stanley y las mujeres es un libro de la segunda opción. Para disfrutarlo del todo, el lector y seguidor de Amis va a tener que sortear —o aceptar con benevolencia— los dos o tres cimientos temáticos que fueron consecuencia directa del divorcio y consiguiente depresión del autor. Stanley esgrime teorías e ideas que a ratos son descabelladas y a ratos certeras. Huelga decir que, independientemente de la ira temporal que dominaba al autor, no todas sus opiniones son disparates. Una es, por supuesto, el ataque frontal a las mujeres; o lo que su hijo, Martin Amis, definió en Experiencia como «misoginia programática». Naturalmente, esta «misoginia» de Amis solo puede leerse desde el dolor y la rabia paranoica. Un biógrafo de Amis describía acertadamente la novela como «un aullido de dolor y decepción». Es un libro que es un grito: el de un hombre destrozado, cegado por la impotencia y la sensación de pérdida irrecuperable de un amor. En ese contexto, resulta difícil fiscalizar al escritor. En el código penal existen varios atenuantes de la responsabilidad delictiva: el «miedo insuperable», por ejemplo, o «tener alterada la percepción de la realidad». Podría decirse que la decimoctava novela del autor debería juzgarse haciendo uso de atenuantes parecidos a estos. Pues su autor escribió atizado por un dolor sicótico, y su visión del mundo (y del otro sexo) se pringó de las vísceras malolientes de aquel matrimonio fallido. Arriesgaré un símil: Sherwood Anderson decía en Winesburg, Ohio que a un personaje «le sucedió algo que le hizo odiar la vida, y la odió con todo su corazón, como un poeta». Esto podría aplicarse al Amis de Stanley, con una salvedad: así como Anderson, en su libro, es el hombre compasivo que observa al hombre lleno de odio, el autor de Stanley y las mujeres es, precisamente, aquel hombre lleno de odio. Un odio que le domina, y que se ve incapaz de domar. Pero no nos engañemos. Incluso visto bajo esa luz, sigue siendo un libro malicioso. Inaugura un nuevo género: la novela borde. Martin Amis la describió como «una novelita perversa en todos los sentidos: ácida, innecesaria, despiadadamente bien estructurada. Y hay algo de innoble en su ejecución». Stanley Duke es uno de los protagonistas más antipáticos que se han visto jamás en literatura. A ratos da cierto repelús. Supera incluso al protagonista despreciable por definición, el Bob Slocum del Algo ha pasado, de Joseph Heller, un libro que Kurt Vonnegut definió como «el más infeliz que se ha escrito nunca». Vonnegut afirmó que parecía que el autor hubiese hecho todo lo posible para que nos cayese mal el protagonista, y el lector debía cumplir con esa vo­luntad. En Stanley y las mujeres tampoco nos queda otro remedio que odiar a Stanley. Es lo que Kingsley, me temo, deseaba. Cuando Susan, la segunda mujer, le llama «Malnacido. Canalla. Basura», el lector no siente el impulso de levantarse del tabu­rete para correr en su defensa. Cuando Nowell, la primera mujer, suelta «eres un buen tío, Stanley», el lector tiene que reprimir el impulso de levantar la mano, ponerse en pie y listar el nutrido catálogo de razones por las que Stanley no es, ni será jamás, «un buen tío». Ni falta que hace. Los «buenos tíos» no son protagonistas inolvidables. Los «buenos tíos» difícilmente serán capaces de escribir novelas memorables. 3. Además de cortejar el odio a Stanley, el autor también anhela irritarnos; salta a la vista. Muchas de las frases de la novela van dirigidas a gente que le caía mal o le había hecho daño, en realidad o en su imaginación, fuesen personas físicas o colectivos enteros. Irritar a la gente que le irritaba parece haber sido uno de los motores de Kingsley Amis, el hombre y artista, y por extensión de Stanley y las mujeres. ¿Saben aquel momento de una discusión (conyugal, política, artística, lo que sea) en que uno dice algo absolutamente descabellado y filo-criminal solo porque sabe que va a molestar al oponente?[4] Kingsley Amis se enfrentó a la obra con esa voluntad: decir lo más espantoso y ofensivo que se le pasaba por la cabeza, a ver si alguien se escandalizaba. Y lo consiguió, claro. Especialmente con las célebres últimas diez páginas de misoginia casi punible por la ley, que aún hoy chocan, espeluznan y dejan boquiabierto (pero que, insisto, solo pueden ser leídas mediante el binomio: pena enloquecedora + ansia de contrariar). Marilyn Butler dijo en su crítica del libro para el London Review of Books que Amis había «creado un mundo en el que solo los hombres parecen comunicarse unos con otros, y su tema favorito es su aversión a las mujeres». Y se quedó corta.[5] 4. Existe una similitud adicional con Joseph Heller: en Algo ha pasado, Slocum tenía un hijo que era deficiente mental. En el libro de Amis, el hijo de su primer matrimonio sufre un brote de esquizofrenia. La locura, de hecho, es un tema recurrente en la novela.[6] Los protagonistas de ambos libros se parecen también en que, como dijo Vonnegut, son «crueles con el niño». O tal vez eso sea ir demasiado lejos, al menos en el caso de Stanley. Tal vez Stanley no sea cruel con el niño; pero tampoco desborda compasión, si exceptuamos un par de escenas fugaces en las que sí parece capaz de conmoverse. La compasión, de la que Amis había hecho gala en muchas novelas previas, y que volvería a florecer en Los viejos demonios, justo después del bache, brilla por su ausencia aquí. «Me habría gustado asestarle un puñetazo y tumbarlo en el suelo (…) —nos dice de su hijo esquizofrénico—, por ser un maldito incordio, por estar embotado y fuera de sus cabales, vagando continuamente por la casa (…), y por haberme arrebatado y arruinado la vida.» Es bien sabido que los familiares de enfermos, mentales o no, a menudo se resienten de la posición de...



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