E-Book, Spanisch, Band 136, 576 Seiten
Reihe: Impedimenta
Amis Cuentos completos
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-15979-80-7
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, Band 136, 576 Seiten
Reihe: Impedimenta
ISBN: 978-84-15979-80-7
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Esta recopilación reúne por primera vez y en un solo volumen la totalidad de la prosa breve de Kingsley Amis, uno de los más reconocidos maestros de la edad de oro de la narrativa inglesa. Un agente literario es víctima de un misterioso secuestro. Unos hombres crean una máquina del tiempo para intentar averiguar a qué sabe la bebida en el futuro. El padre de Elizabeth Barrett Browning realiza un desesperado intento por impedir su matrimonio con el poeta. Un profesor de Literatura de Cambridge es en realidad un espía del MI5? Los relatos de Amis son oscuros, juguetones, conmovedores, sorprendentes. Escritos a lo largo de cinco décadas, y nunca hasta ahora publicados en castellano, estos cuentos alternan géneros como el misterio, el horror o las reflexiones satíricas sobre la vida y el amor desgraciado. En ellos descubriremos al mejor Amis: fino, satírico y mordaz, extremadamente inteligente y con un estilo implacable que pone al límite las posibilidades del lenguaje. En palabras de Terence Donovan, 'leer a Amis es como beber un trago de agua tras una caminata por el desierto. O mejor, como beber una cerveza, un bloody mary o un gin tonic'.
Sir Kingsley Amis nació en 1922 en el sur de Londres. Estudió en Oxford, y más tarde llegaría a ser catedrático en las universidades de Swansea y de Cambridge. Amigo fraternal de Edmund Crispin y Philip Larkin (que moriría en casa de los Amis en 1985), fue uno de los máximos representantes del movimiento de los 'Jóvenes Airados' o 'Angry Young Men'. Como muchos hombres de su generación, sirvió un tiempo en el ejército. Empezó su carrera literaria como poeta, aunque lo que le llevaría a la fama, en 1954, fue la publicación de su primera novela, Lucky Jim (galardonada con el Premio Somerset Maugham). En sus años jóvenes, Kingsley Amis fue estalinista y miembro del Partido Comunista. No obstante, posteriormente, coincidiendo con la invasión de Hungría por parte de la Unión Soviética en 1956, Amis se convirtió en un estridente anticomunista, siendo tachado incluso de reaccionario. Expuso su cambio de pensamiento político en 1967, en el ensayo Por qué Lucky Jim torció a la derecha (Why Lucky Jim Turned Right). Escribió más de cincuenta obras, entre ellas veinte novelas, seis volúmenes de poesía y sus Memorias, en 1991. También colaboró en la redacción de algunas de las novelas protagonizadas por el agente James Bond. Fue galardonado en 1986 con el prestigioso Booker Prize al mejor libro del año (Los viejos demonios), premio al que había estado nominado en dos ocasiones previas. En 1990 fue distinguido con la Orden de Caballero del Imperio Británico. Murió el 22 de octubre de 1995, en Londres. The Times lo considera uno de los diez mejores escritores ingleses posteriores a 1945.
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Comisión de investigación
i
—¿Tienes un rato libre esta tarde, Jock? —me preguntó el comandante Raleigh en el vestíbulo de la cantina un mediodía de 1944. —Creo que sí, comandante —dije—. Siempre y cuando pueda escaparme sobre las tres y media. Tengo que hacer unas pruebas a esa hora. En cualquier caso, ¿qué quiere de mí? —Espera, deja que te rellene eso, muchacho. —Raleigh agarró por el codo a un alférez que pasaba por allí—. Ken, corre y dile a mi ordenanza que traiga una de mis botellas de whisky escocés, ¿quieres? Ah, y a propósito, ¿qué ha sido de ese juego de herramientas de tu vehículo que no habías devuelto? Se suponía que tenía que estar sobre mi escritorio a las diez en punto de la mañana de hoy. ¿Alguna explicación? Mientras duró esto y lo que siguió, me felicité brevemente a mí mismo por depender directamente del oficial al mando (el oficial más desinteresado de toda la unidad) en lugar de estar a las órdenes de Raleigh. Después me pregunté qué me esperaría tras el almuerzo. Puede que una visita a otro almacén de prismáticos o cámaras que el comandante hubiera descubierto. Mi supuesta competencia técnica me había convertido en alguien muy solicitado en ese tipo de expediciones. Finalmente, miré a mi alrededor. La cantina se había establecido en un hotel de provincias belga, y este era su vestíbulo, una habitación cuadrada flanqueada por bancos acolchados de piel resquebrajada. Los oficiales estaban sentados en ellos leyendo revistas. Lo único que impedía confundir el lugar con la sala de espera de un barbero era que dos o tres de ellos también estaban bebiendo. Fuera llovía un poco. El comandante regresó sonriendo con desprecio; parecía más que nunca un niño de coro con bigote que lucía un uniforme militar. —Siento todo eso —dijo—, pero hay que mantenerlos a raya. En cuanto a lo de esta tarde… El joven Archer ha vuelto a hacer de las suyas. —¿Qué ha sido este vez? —Ha perdido un cargador de motor. Lo olvidó en el último traslado y, naturalmente, cuando envió una partida de vuelta para recogerlo los lugareños se lo habían llevado. O eso dicen. Me imagino que ese sargento suyo, Parnell, ¿no?, celebró una subasta al borde del camino y lo cambió por una caja de brandy. En cualquier caso, lo hemos perdido. —Espere un momento, comandante: ¿no sería uno de esos pequeños trastos de 1260 vatios que tardan como quince días en cargar media docena de baterías? ¿Esos que nadie usa? —Yo no me atrevería a aventurar tanto, muchacho. —El comandante raramente se aventuraba mucho a cualquier cosa. A menudo no se aventuraba nada en absoluto. —¿No están obsoletos? —insistí—. Además, si no me equivoco, tenemos excedente. —No se trata de eso. Este estaba al cargo del joven Archer. El intendente tiene su firma. ¡Ah, aquí está! Dame tu vaso, Jock. —Gracias… Bueno, ¿y cuál es mi papel en todo esto? ¿Sostengo a Archer mientras le da unos azotes, o qué? El comandante volvió a sonreír, y continuó con una inalterable sonrisa: —Buena idea. Pero, en serio, ya he tenido suficiente del joven Archer. Quiero que prestes servicio en la comisión de investigación conmigo y con Jack Rowney, si te parece bien. En mi oficina. Lo llevaré allí después del almuerzo. El modus operandi del comandante en su compañía a menudo era tan innovador que alcanzaba el romanticismo. Pero, incluso para él, esta era una creación descabellada. —¿Comisión de investigación? Pero ¿no podríamos simplemente darlo por perdido? Definitivamente no hay necesidad de… —Se lo pediría a otra persona si pudiera, pero todos están ocupados, excepto tú. —Me miró directamente a los ojos, y puesto que lo conocía bien, vi claramente que estaba considerando si debía añadir algo como: «Debe de ser muy agradable ser un genio de las matemáticas y vivir de las rentas». En su lugar, hizo una seña con la mano a alguien que se encontraba detrás de mí y dijo en voz alta—: Hola, Bill, viejo granuja. —Y fue a saludar al edecán, recién llegado, supuestamente, de una misión de buena voluntad desde el cuartel general de la unidad. Había muchas cosas que quería preguntarle a Raleigh, pero por ahora tendría que esperar.
ii
El almuerzo lo sirvieron en el comedor repleto de paneles tres camareras belgas que llevaban vestidos grises y delantales almidonados. Su fealdad era demasiado extrema para ser consecuencia del azar. Puede que hubieran sido seleccionadas por un comité como protección contra lo más libertino de la soldadesca. Tales esfuerzos habrían sido en vano. La libido se consumía poco a poco en los dominios de Raleigh. El menú consistía en estofado con verduras en daditos, seguido de budín relleno de uvas. Mientras comía, el edecán, resplandeciente con su nuevo uniforme militar canadiense, bromeaba con Raleigh con ese graznido que a Archer se le daba tan bien imitar. Pensé en Archer y en una o dos de sus meteduras de pata. La metedura de pata del remolque había sido un buen ejemplo de la mala suerte que parecía perseguirlo. El remolque había sufrido un pinchazo en un largo convoy de carretera que él lideraba y, puesto que los remolques no llevaban rueda de repuesto, claramente había sido imposible avanzar. Pero si el general Coles, que comandaba el grupo de los cuerpos del ejército 11 y 17, tenía que comunicarse con sus formaciones subordinadas esa noche, obviamente era esencial que el convoy consiguiera avanzar, y pronto. Con una agudeza bastante rara en él, Archer había ordenado que descargaran el remolque y que le quitaran las dos ruedas después de levantarlo con el gato, concluyendo que sería muy difícil que lo robaran en ese estado. Pero alguien lo hizo. Lo siguiente en la lista de despropósitos fue la metedura de pata del teléfono-del-vehículo-de-reemplazo. Archer se había marchado sin él en otro convoy, de manera que se pasó todo el viaje incomunicado, una acción que igualmente había amenazado con ocasionar un grave perjuicio al general Coles. Por suerte, uno de mis sargentos, al observar por casualidad el remolque de Archer avanzando pesadamente, fue a sacar de la cama al conductor del vehículo de reemplazo, amenazándole con hacer uso de la violencia si sus ruedas no estaban de vuelta en diez minutos. Un mensaje llevado por un motociclista al líder del convoy, recomendando una breve parada, había hecho el resto, retrasando aún más al general. Al reprender a Archer por esto más tarde, conseguí sonsacarle que el culpable había sido el dipsomaníaco sargento Parnell. Se le había ordenado que avisara a todos los conductores para que estuvieran alertas durante la noche, pero media botella de Calvados, unida a la idea de que la otra mitad lo esperaba en la tienda, había disminuido su eficiencia. —¿Por qué no despides a ese horrible borrachín tuyo? —le pregunté a Archer con exasperación—. Esas cosas seguirán pasando mientras ande por aquí. Raleigh lo destinaría a otro sitio sin pensárselo ni un segundo. —No puedo hacer eso —se había lamentado Archer, acentuando su habitual mirada perdida—. No sería capaz de llevar la sección sin él. —Al diablo, hombre. Es mejor no tener ningún sargento que tenerlo a él. Lo único que hace es hablar de la India y joderlo todo. —No estoy capacitado, Jock. Él sabe cómo manejar a los chicos. Típico de él. Archer no estaba ni más ni menos capacitado que la mayoría de nosotros, aunque con Raleigh, el edecán y el capitán Rowney (el segundo al mando en la compañía) turnándose para cuestionarlo, no era de extrañar que padeciera de inseguridad crónica. Y era evidente que sus hombres detestaban a su sargento, mientras que Archer, gracias únicamente a la constante cortesía que mostraba hacia ellos en todas las ocasiones, era el único de sus superiores inmediatos para el que encontraban tiempo. Gracias a que siempre estaban dispuestos a ayudarle en lo que fuera necesario, el sistema de comunicaciones del general Coles, tal vez incluso el de toda la compañía, había evitado todo tipo de incidentes. Según Raleigh y el edecán, eso era quizá lo más asombroso de los Señales: los oficiales de menor rango tenían tanta responsabilidad como los de mayor rango. Pero no tanta paga, solía murmurar yo, ni tanto poder.
iii
Hacía una bonita tarde, y así se lo dije al edecán, que obviamente había completado su misión de buena voluntad, al cruzarme con él en el porche de madera del hotel, tras lo cual se metió en su jeep sin decir una sola palabra. Raleigh, que llevaba una vara corta revestida de piel y un par de guantes de cuerda y piel, llegó enseguida y me condujo hasta su oficina, al otro lado de la calle adoquinada, deteniéndose solo para exhortar a un conductor, que estaba en posición supina bajo el diferencial de un camión de tres toneladas, a que se cortara el pelo. La oficina de Raleigh tenía la particularidad de estar alojada precisamente en una oficina. En la ventana, unas letras doradas acribilladas de balas anunciaban una sociedad anónima de seguros de vida. Archer me había contado hacía poco cuánto se había impresionado, al dirigirse allí para recibir la orden de hacer algún recado desagradable o para ganarse alguna reprimenda de algún camarada, al imaginarse a los ocupantes previos, reunidos para una sesión con los ojos vendados y...