Alsabagh | Un instante antes del alba | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 224 Seiten

Reihe: 100XUNO

Alsabagh Un instante antes del alba

Crónicas de guerra y de esperanza desde Alepo
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-9055-836-2
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Crónicas de guerra y de esperanza desde Alepo

E-Book, Spanisch, 224 Seiten

Reihe: 100XUNO

ISBN: 978-84-9055-836-2
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



El 22 de diciembre de 2016 los grupos militares que ocupaban el este de la ciudad de Alepo entregaron las armas, pasando a ser considerada como 'ciudad segura' tras más de cuatro años de durísimos enfrentamientos entre el ejército y las milicias armadas. Este libro relata lo sucedido a lo largo de los últimos dos años de conflicto en la segunda ciudad más importante de Siria a través de los ojos del padre Ibrahim Alsabagh, fraile franciscano y párroco de la iglesia latina de San Francisco en Alepo, quien a finales de 2014 retornó a su país para poder estar con su gente. A través de sus breves notas, sus relatos, sus reflexiones incisivas --latidos de vida, gemidos y gritos que se vuelven oración-- se narra cómo se vive en Alepo la tragedia de la guerra, pero también cómo se alimenta la esperanza en un futuro y se encuentra sentido a la vida (y la muerte) en una situación en la que la violencia y el mal parecen tener la última palabra. 'Nos mandan la muerte y nosotros les devolvemos la vida. Nos lanzan el odio y nosotros ofrecemos a cambio el amor a través de esa caridad que se manifiesta en el perdón y en la oración por su conversión'.

El padre Ibrahim Alsabagh nació en Damasco (Siria) en 1971, en el seno de una familia cristiana. Tras terminar sus estudios de bachillerato, se matricula en la Facultad de Medicina de la Universidad de Damasco. Durante el periodo de sus estudios universitarios se desvela su vocación al sacerdocio, por lo que abandona la carrera para ingresar en el seminario oriental, en El Líbano, donde realiza durante cuatro años los correspondientes estudios de teología y filosofía. Allí recibe la llamada para entrar en la orden franciscana y servir a la Custodia de Tierra Santa. Finalmente, en 2003, realiza la profesión solemne como fraile menor y al año siguiente es ordenado sacerdote. Se ha especializado en teología dogmática, obteniendo la licenciatura por la Pontificia Universidad Antonianum de Roma en el año 2013. Ha sido delegado de pastoral vocacional, subdirector de una escuela católica en Jordania y párroco en Jericó. En el año 2014 se le pide la disponibilidad para regresar a Siria, concretamente a Alepo, como párroco de la Parroquia latina de San Francisco y vicario del Obispo.
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A mediados de febrero el ejército sirio lanza una ofensiva en el territorio al norte de Alepo, conquistando diversas aldeas. Pero una contraofensiva de los rebeldes pocos días después hace retroceder a las fuerzas gubernamentales. Esto explica también la intensificación de los bombardeos en la zona de Alepo en donde se encuentra la parroquia.

3 de marzo de 2015

La lluvia de bombas continúa sobre Alepo, afectando también a nuestra zona de Azizieh. La gente tiene miedo de venir a la iglesia, y por eso desde hace algunos días el número de fieles ha disminuido de forma considerable. Se ha hablado largamente sobre una tregua, pero todo parece haberse desvanecido; por el contrario, han aumentado los disparos y los proyectiles sobre las zonas habitadas. A pesar de ello tratamos, en la medida de lo posible, de continuar con las reuniones de catequesis, en especial con las de preparación para la primera comunión y la confirmación.

El domingo pasado, durante las misas, rezamos por los muertos, los heridos y las familias cuyas casas han resultado afectadas en los últimos bombardeos. Pero esta oración no debe ser nuestra única respuesta. Invitamos cordialmente a todos los fieles a reaccionar a través de la solidaridad y de la caridad activa yendo a visitar a las personas y las casas afectadas, rezando con los que están oprimidos y tristes o dando todo lo que se pueda para aliviar el sufrimiento. Nosotros, cristianos de Alepo, no deberíamos ser pasivos sino pasar a la acción, ofreciendo nuestra caridad de forma tangible e inmediata. Nunca deberíamos permitir que prevalecieran la duda y la desesperación.

5 de marzo de 2015

Alepo, ciudad devastada

Para describir la realidad de Alepo no bastan las palabras. Es una ciudad destruida, profundamente golpeada.

Un día me dijo un sacerdote, comparando lo que estaba sucediendo en Siria con la guerra civil en El Líbano [6]: «Es verdad que en El Líbano vivíamos bajo los disparos, en plena guerra puerta a puerta, pero seguíamos trabajando, había trabajo. El problema con la guerra siria, sobre todo en Alepo, es que la gente ha perdido el trabajo. La primera devastación ha implicado la destrucción de los recursos de base y de las industrias».

Asistimos a una catástrofe del sistema económico, a un desmoronamiento de toda la sociedad, de un pueblo y una cultura. En medio de este desastre nosotros, como Iglesia, tratamos de ser la red de relaciones que impida que caiga también el hombre. Si Damasco se ha visto afectada fuertemente por la falta de electricidad, la inflación y los bombardeos sobre los edificios, Alepo se ha visto afectada de forma todavía más fuerte, con el añadido de la falta de agua, víveres y trabajo. A pesar de ello, las familias y las personas, al menos la mayoría de ellas, no han perdido todavía el ánimo. Existe una resistencia fuerte que obtiene su verdadera fuerza de la oración, de la fe recta y de la esperanza segura, y esto se verifica bajo los golpes durísimos que reciben las familias cada día, con la muerte de niños y jóvenes, con la emigración de los jóvenes varones y con el goteo constante de la pérdida del trabajo.

Lo que me anima a seguir adelante en mi misión cotidiana –a pesar de todos los signos de muerte a los que asistimos sin parar– son las palabras que Jesús pronunció sobre la hija de Jairo: «No está muerta, está dormida» (Marcos 5,39). «Todavía hay esperanza»: en Alepo, estas palabras se han convertido en la profesión de fe del párroco, de sus parroquianos y de todos los cristianos. Esta es la frase que habita en nuestros corazones y nuestros labios; la pronunciamos incansablemente en lugar de las antiguas profesiones de fe de los primeros cristianos: «Jesús es el Señor» y «Maranatha», «Ven, Señor Jesús».

La misión pública de Jesús que continúa hoy en Siria

En los últimos días la liturgia eucarística nos ha propuesto el relato de Marcos de la misión pública de Jesús. Jesús recorría los caminos de las ciudades predicando el Evangelio, expulsando a los demonios y curando a las personas de cualquier tipo de enfermedad. Pensando en mi experiencia en Alepo –en particular en los casos difíciles que afrontamos cuando acogemos a la gente en la parroquia–, me descubro continuando esta misión pública como creyente y como sacerdote: no solo con las intervenciones de sanación de las enfermedades del cuerpo, psicológicas o espirituales, a través de la Palabra y de los sacramentos, sino también a través de los gestos concretos de caridad pequeños y cotidianos. Como ha dicho el papa Francisco en su mensaje para la cuaresma, la Iglesia es la «mano de Dios», una mano que cura, y yo me siento parte de esta mano tierna que toca las heridas profundas de la humanidad curándolas [7]. Estoy orgulloso de ser parte de la ternura del Señor e instrumento suyo, presencia amorosa del buen Pastor. Cada día experimento esa fuerza de curación que está presente en la Palabra de Dios y en los sacramentos, de modo especial en la eucaristía y en la reconciliación. Finalmente, cada vez soy más consciente de que esta mano, instrumento de ternura, no puede limitarse a instruir reclamando a la santidad: es necesario que llegue incluso a tocar físicamente al leproso antes de curarlo [8].

Visitas en la zona de Midan

El nombre Midan significa en árabe «el campo». Desde que empezó el caos en Alepo, Midan se ha convertido en un campo de batalla en el que se muere con facilidad. En esta zona popular viven muchas familias cristianas de origen armenio. Las tiendas están junto a las casas, construidas muy cerca unas de otras. Las casas son pequeñas y los edificios altos: tienen cinco o seis pisos. Esta zona ha sufrido y sigue sufriendo la peor suerte. Las familias, en su gran mayoría muy pobres y con muchos hijos, no pueden marcharse porque no tienen otro refugio: están encerradas en las casas, a solo cien metros de las milicias armadas, que continuamente lanzan bombonas de gas, morteros y misiles. El ruido de los disparos se oye insistentemente. Las calles solo se pueden transitar corriendo, y con riesgo de la vida por la presencia de francotiradores que apuntan y matan a hombres y mujeres desarmados, obligados a salir en busca de trabajo o para comprar algo de comer.

Dos familias cuyas casas se han visto afectadas y que, a pesar de estar notablemente dañadas, siguen viviendo en ellas, me han pedido ayuda para poder repararlas, al menos de modo parcial. Después de haber realizado algunas verificaciones, les he sugerido que realicen algunas reparaciones limitadas, de modo que puedan seguir viviendo dignamente allí, a pesar del peligro real de ser bombardeados de nuevo.

El día que fui a visitar a estas familias, el padre de la primera me hizo detenerme algunos pasos antes del edificio para explicarme dónde y cómo había caído la bombona de gas que había destruido su balcón, junto a todas las ventanas y puertas. Me miró fijamente y me dijo: «Padre, es una inmensa alegría que vengas a nuestra casa en este momento de gran peligro a pesar de tus muchos compromisos. Mi mujer y yo no tenemos palabras de lo felices que estamos: con esta visita tú nos traes la bendición del Señor».

A la entrada del edificio me enseñó la calle donde murieron dieciocho personas a manos de un francotirador de las milicias armadas que disparaba sobre la gente inerme. Nada más entrar bendije las habitaciones con agua bendita, después rezamos frente a un pequeño icono de la Virgen, frente al que este hombre reza habitualmente con su mujer. Al terminar, temiendo por mi vida a causa de los francotiradores, el hombre, que sabe cómo moverse, me acompañó hasta la segunda casa, sin entrar en ella por respeto a la intimidad de sus ocupantes.

La segunda casa pertenece a un matrimonio. El marido trabajaba como conductor, pero ha perdido el trabajo y le cuesta mucho encontrar algo que hacer; la mujer es ama de casa. El piso está compuesto por una habitación, la cocina y un cuarto muy pequeño en el que se pueden sentar, a duras penas, cuatro personas. Es justamente esta habitación la que se ha visto afectada por los bombardeos estando la pareja en casa. La explosión ha perforado el techo, ha destruido una pared y ha provocado que todos los muebles, bastante pobres, se consumieran en el incendio que se produjo a continuación. Desde ese momento la mujer sufre crisis nerviosas; el marido, a pesar de la fuerte preocupación, nunca ha perdido la sonrisa. Después de rezar con ellos, les he bendecido junto con lo que queda de la casa y he verificado los trabajos de reconstrucción, que ya han comenzado.

El tercer caso tiene que ver con una madre de cinco hijos que se presenta informándome de que el marido ha sido ingresado de urgencia en el hospital porque sufre cirrosis hepática viral. Es ama de casa, el marido últimamente no trabajaba ya y los cinco hijos son demasiado pequeños para trabajar. ¿Cómo pagar el hospital, los tratamientos y el medicamento necesario para curar la enfermedad, que es muy caro? Como parroquia hemos contactado con la clínica en la que está ingresado el hombre y hemos prometido cubrir todos los gastos del ingreso y de las medicinas. Después de darle el alta, el hombre ha vuelto a casa cansado y sin fuerzas; ahora necesita un nuevo tratamiento, pero para recibirlo debe ir a Homs o a Damasco [9].

He ido a visitarles y me he encontrado a toda la familia reunida en una habitación: los hijos como polluelos en torno a su madre y a su padre, que tiene dificultades para respirar. Me han hablado sobre su experiencia con la providencia, que nunca les ha...



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