Aguado Terrón / Feijóo / Martínez | La comunicación móvil | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Reihe: Comunicación

Aguado Terrón / Feijóo / Martínez La comunicación móvil

Hacia un nuevo sistema digital
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-9784-783-4
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Hacia un nuevo sistema digital

E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Reihe: Comunicación

ISBN: 978-84-9784-783-4
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



La comunicación móvil está cambiando la fisonomía de Internet y la forma en que los usuarios se relacionan con él. Desde la movilidad emergen algunos de los grandes interrogantes (¿neutralidad de la red o gestión del tráfico de datos?, ¿Internet móvil abierto o aplicaciones y clientes en entornos cerrados?), y de la industria de contenidos digitales (¿contenidos o aplicaciones?, ¿bajo qué modelos de distribución y de negocio?, ¿qué nuevos formatos publicitarios pueden favorecer la transición?, ¿qué hace diferente al periodismo móvil, al entretenimiento móvil?). Al acompañar al usuario en su rutina cotidiana, la tecnología móvil se convierte en una herramienta multiusos capaz de combinar la realidad que nos rodea con la ingente información disponible en Internet. Actúa como un vector de transformación en los ritos de consumo cultural, en los lenguajes del contenido digital y, consecuentemente, en los modelos de negocio y distribución de las industrias culturales. Este libro analiza el papel central de la comunicación móvil en la colisión entre industrias digitales y medios de comunicación tradicionales, y propone un recorrido por las líneas de transformación de los contenidos digitales -del vídeo y la televisión a los videojuegos, del periodismo a la música o el cómic- consolidando la comunicación móvil como un campo específico en el desarrollo de los estudios de medios.

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1 Los actores en el ecosistema móvil Andreu Castellet y Claudio Feijóo 1.1. Introducción: del jardín a la plataforma El entorno actual de los contenidos y aplicaciones móviles no es consecuencia directa del desarrollo lineal y planificado de un modelo inicial, sino que ha surgido como resultado de la evolución vivida en el negocio de las telecomunicaciones y su confluencia con otros mercados —como el de las industrias culturales—. Una evolución con saltos tecnológicos —generaciones—, vaivenes regulatorios y una considerable influencia de actores inicialmente ajenos al ámbito móvil. Así, la telefonía móvil analógica (primera generación de comunicaciones móviles, 1G) aparece en la década de 1980 como un servicio, inicialmente de nicho y más tarde con vocación de consumo masivo, en torno a los servicios de voz, liderado por los antiguos monopolios telefónicos surgidos de los respectivos mercados nacionales. Es desde esta primera generación cuando se pone en marcha el llamado «círculo virtuoso de las comunicaciones móviles»: inversión en infraestructuras y servicios en un escenario de poca regulación y competencia limitada, ingresos provenientes de estos servicios y nuevas inversiones (Ramos et al., 2002; Ramos et al., 2003). El comienzo de la segunda etapa en la evolución de las comunicaciones móviles se puede situar a principios de la década de 1990 cuando se produce una oleada de privatizaciones en el sector público y se pone en marcha una tímida competencia en el sector de las telecomunicaciones. Un escenario en el que todavía los antiguos monopolios siguen dominando buena parte de los resortes clave del negocio. En el caso de las comunicaciones móviles esto significó la aparición de los primeros competidores ex-novo, es decir, sin herencia o relación con los mercados tradicionales de las telecomunicaciones. Por supuesto, el foco aún permanecería toda la década prácticamente orientado a los servicios de voz. La única excepción a este estado de cosas, y un primer ejemplo de lo «inesperado» en la evolución del ecosistema móvil, lo constituyen los mensajes cortos (servicio de mensajería corta, SMS). Es un primer servicio de datos que el diseño técnico de los sistemas de comunicaciones dejó fundamentalmente para establecer un canal de intercambio de información de control y que cuando los operadores lo pusieron a disposición de los usuarios aprovechando la incipiente digitalización de esta segunda generación (2G) de comunicaciones móviles, supuso un éxito tan intenso como imprevisto. En paralelo con estos primeros pasos de las comunicaciones móviles, tenían lugar desarrollos en el mundo de los datos que más tarde se revelarían como claves en la evolución del ecosistema móvil. En particular, en internet, la configuración actual de la red, con el arranque del World Wide Web Council en 1994, toma impulso. Sin embargo, muchos de los gigantes del negocio de la informática y las telecomunicaciones parecen no comulgar con la idea de una red universal y proliferan las apuestas por las redes propietarias: desde Compuserve hasta America Online (AOL), pasando por un Microsoft que tampoco cree en internet y apuesta por orientar su negocio hacia su propia red, The Microsoft Network (MSN). En España, Telefónica se orienta en un sentido parecido, buscando crear un ámbito de oferta controlada al mismo tiempo que se abrían las puertas a una conexión a internet en general. Ninguno de estos intentos particulares termina por afirmarse como alternativa a internet. Sin embargo, sí lo consigue un «heredero» móvil de esta aproximación. De hecho, en 1999, NTT-DOCOMO lanza en Japón el servicio móvil i-mode, llegando a alcanzar los 20 millones de suscriptores en dos años (Fransman, 2003). Se trataba de un servicio digital de datos —denominado de 2,5G para señalar su situación a medio camino entre la segunda y tercera generación de comunicaciones móviles— que consiguió combinar el interés de usuarios, desarrolladores de servicios y de contenidos. Era un internet «limitado» pero más sencillo, accesible y seguro que la red de redes. Con él nacía el modelo de «jardín vallado» (Jaokar y Fish, 2006), donde el usuario aceptaba restricciones —no estaba exactamente en el mismo internet por el que navegaban los ordenadores de todo el mundo— a cambio de una muy interesante oferta de servicios y contenidos, todo ello a partir de teléfonos de prestaciones muy inferiores a los actuales smartphones, pero que anticipaban el interés de disponer en cualquier momento y lugar de acceso a servicios de datos y no únicamente a servicios de voz. En ese entorno de limitaciones, ese patio particular que era el jardín vallado, eran los dueños de la red los que establecían las reglas del juego: fijaban quién y cómo podía ofrecer aplicaciones —y para qué sistemas operativos—, cobraban sus importes mediante las facturas mensuales del teléfono, e incluso fijaban sus propios estándares de programación de las páginas accesibles. Si lo mejor de i-mode fue su acogida entre los japoneses —47 millones de suscriptores en 2007 (Constantinou, 2007)—, lo peor fue su imposibilidad de exportar la hegemonía de un modelo cuyo objetivo era «retener la parte del león de los beneficios generados por el sistema [...] controlando el acceso de otros jugadores a la base de clientes» (Vesa, 2007). No fue por falta de intentos —la mayor parte de operadores europeos y norteamericanos, de Telefónica a O2, pasando por Vodafone y AT&T—, en muchos casos en alianza con la empresa japonesa intentaron importar el modelo. «Preferían —según West y Mace— crear una red de valor nueva que controlaran antes que sumarse a una red existente que no controlaran» (2010: 270). El éxito del i-mode también sirvió de inspiración para el lanzamiento de la tercera generación (3G) de comunicaciones móviles. El primer intento tuvo lugar a comienzos de la década de 2000. Siguiendo la lógica del círculo virtuoso los operadores de comunicaciones móviles —aumentados en número a costa de las expectativas de negocio— invirtieron, aun con dudas sobre las potencialidades de un internet móvil, ingentes sumas de dinero en la adquisición de espectro radioeléctrico y en la puesta en funcionamiento de nuevas redes, más potentes, y con capacidad para ir más allá de los servicios de voz: la promesa era pasar a un negocio de nuevo cuño, «datacéntrico» (ibíd.), y la amenaza era la irrelevancia en que podían caer si se convertían en meros vendedores de banda ancha, dejando a los demás actores de la función el verdadero negocio de valor añadido: la prestación de servicios y la oferta de contenidos. Ese miedo a no ser más que una tubería muda o dumb pipe (Thierer, 2004) les sostuvo durante años en estrategias ligadas al paradigma de jardín vallado que no aportaron la rentabilidad esperada de los negocios de datos y que tampoco sirvieron para contener la entrada de nuevos jugadores en el ámbito móvil. El primer intento de introducción de la 3G se saldó con un cierto fracaso por dos motivos principales: la carencia —al menos en Europa y Norteamérica— de dispositivos móviles apropiados y la ausencia de aplicaciones de interés. De hecho, operadores de redes, analistas y actores del sector en general estaban a principios del siglo XXI empeñados en hallar la killer application de los datos móviles, aquella innovación en el mundo de los servicios capaz de convertirse en locomotora universal de facturación en tráfico de redes. Todos los intentos fracasaron y hubo que esperar a la aparición del iPhone en 2007 para que la 3G se convirtiera en un verdadero éxito masivo y para descubrir que la killer application no era otra que una mejora de la experiencia de navegación web desde el teléfono, lo que al mismo tiempo solventó la cuestión de la ausencia de terminales apropiados. «Apple se concentró en repensar el teléfono móvil para convertirlo en un buen cliente para los ya maduros ecosistemas de la web fija» (West y Mace, 2010: 270-271). Cada uno por su lado, con unos pocos meses de diferencia, Apple con el iPhone y Google con su sistema Android, pusieron las bases para la construcción del modelo de plataformas que ha dado forma al ecosistema del contenido...



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