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E-Book

E-Book, Spanisch, 168 Seiten

Reihe: Ensayo

Agee Algodoneros

Tres familias de arrendatarios
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-123241-5-0
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Tres familias de arrendatarios

E-Book, Spanisch, 168 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-123241-5-0
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



En 1941, James Agee y Walker Evans publicaron Ahora elogiemos a hombres famosos, un documento de 400 páginas sobre tres familias de agricultores arrendatarios en el condado de Hale, Alabama, en plena Gran Depresión. El orígen de ese maravilloso trabajo es un encargo previo para la revista Fortune, que los envió juntos a Alabama en el verano de 1936 para informar de una historia que nunca fue publicada. Algunos han asumido que los editores de Fortune archivaron la historia por el estilo poco convencional que marcó 'hombres famosos', y durante años, el original estuvo presuntamente perdido. Cincuenta años después de la muerte de Agee, se descubrió entre sus manuscritos una copia a máquina, con la etiqueta 'Algodoneros'. Las páginas revelan un informe magistral de 30.000 palabras, que hizo añicos las convenciones periodísticas y literarias. Los críticos lo consideraron el 'esfuerzo moral más realista y más importante de nuestra generación'. Publicado por primera vez en castellano, y acompañado de fotografías históricas de Walker Evans, es un informe elocuente de tres familias que luchan en tiempos desesperados. De hecho el libelo de Agee sigue siendo pertinente, como una de las exploraciones más honestas que se hayan intentado sobre la pobreza en los Estados Unidos y como un documento periodístico fundacional.

En 1932, fue contratado como redactor de la revista Fortune. Dos años más tarde, su colección de poesía, Me Voyage, ganó la Serie de Yale de los poetas más jóvenes. Pero Agee es fundamentalmente conocido por su libro Ahora elogiemos a hombres famosos (1941), sobre los aparceros de Alabama durante la Gran Depresión; por sus críticas de cine, que aparecieron regularmente en The Nation y The Time; y por sus guiones de La reina de África y La noche del cazador. Murió dos años antes de publicarse su gran obra de ficción, Una muerte en la familia (1957), que ganó el Premio Pulitzer en 1958.
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01

Dinero

Burroughs aporta su mano de obra, y la mano de obra de su familia.

Powers aporta las instalaciones, los suministros y el dinero. Es decir, aporta la tierra, la casa que la ocupa, los edificios anejos, el suministro de agua, la huerta, las órdenes sobre qué plantar y dónde, y cuándo y cómo, las herramientas, las semillas, el mulo, la mitad del forraje del mulo, dinero para víveres, la mitad del fertilizante y, de momento, la parte de fertilizante de Burroughs.

Burroughs paga su renta entregando la mitad del algodón, la mitad de las semillas de algodón y la mitad del maíz que produce. (Algunos terratenientes se llevan la mitad de los guisantes y la mitad del sorgo, también).

Su mitad del maíz la guarda para alimentar a su familia y dar de comer al mulo durante la mitad del año que tiene al mulo.

De su mitad de semillas de algodón, una vez pagada su mitad de la tarifa de desmote, obtiene el dinero del que vive durante la temporada de la recolección.

Todo el dinero que obtiene de su mitad del algodón es para él, una vez ha devuelto el dinero para víveres que le fue adelantado a un interés del ocho por cien, y cualesquiera otras deudas contraídas, como honorarios médicos, que tenga pendientes.

El dinero sobrante es efectivo disponible, con el que comprar los zapatos y la ropa que tanta falta hacen llegadas estas fechas; con el que comprar unas pocas baratijas para los críos en Navidad; y del que vivir los meses más duros del año.

Este acuerdo hace de él lo que se conoce como un mediero, o aparcero.

Si Burroughs poseyese un mulo y herramientas, como Bud Fields, o herramientas y dos mulos, como Frank Tingle, trabajaría como ellos por una tercera y cuarta partes, o se le llamaría arrendatario.[4]

Fields y Tingle trabajan bajo un acuerdo prácticamente idéntico, si bien ellos aportan sus propias semillas, y dos terceras partes del guano que emplean (en su algodón) y tres cuartas partes del nitrato de sodio que emplean (en su maíz), y pagan, como arriendo, sólo una tercera parte de su algodón y de su semilla de algodón y una cuarta de su maíz.

Muy pocos arrendatarios llevan la contabilidad. De entre los que lo hacen, todavía menos son tan estúpidos como para sacar los libros y contrastarlos con los del terrateniente. No se trata solamente de que no haya ningún terrateniente ni ningún ciudadano influyente ni ningún tribunal de justicia que fuese a dar crédito a sus cuentas al confrontarlas con las de su terrateniente. Se trata, y esto es mucho más importante, de que cualquier intento de cuestionar la palabra del terrateniente causaría una impresión extremadamente desfavorable. Un arrendatario así no sería la clase de trabajador servicial que a un terrateniente le gustaría mantener en su puesto. Es más, cualquier otro terrateniente al que acudiese ese arrendatario en busca de trabajo lo vería del mismo modo; como también lo haría cualquier otro empleador local. Es muy cierto que el arrendatario, sin deudas, no es un esclavo. Es libre de saltar de terrateniente a terrateniente y de tierra a tierra. Pero puesto que todo se lleva desde un punto de vista personal, y laboral, está en manos del arrendatario dar y mantener una impresión que, en el peor de los casos, no sea desfavorable. Por supuesto que esto es aplicable hasta cierto punto a los empleos en todo el mundo, pero el caso de un hombre como Burroughs es un tanto particular a la tierra de Burroughs: «Masustaría irme a otro sitio lejos de Maounvul: No sabo como iba a vivir. Sabe usted, es que por aquí me se conoce». Las tres familias se han mudado varias veces; pero ninguna ha salido jamás del vecindario de Moundville.

Burroughs lleva casado once años. Trabajó tres de agricultor y se desanimó. Trabajó tres en un aserradero; ganaba más dinero. Dos dólares al día; pero la vida era más cara; y se desanimó. Volvió a la agricultura y lleva trabajando el campo los últimos cinco años. Un año sacó en limpio una suma de dinero alentadora, ya no recuerda cuánto, y se hizo con un mulo. Cuando descubrió a cuánto le tocaba repartir al año siguiente, vendió el mulo y volvió a ir a medias. La mayor cantidad que ha sacado en limpio han sido ciento cuarenta dólares, el año de la destrucción de cosechas. Reunió siete balas, más del doble de su media personal, que está en torno a tres, se vendieron a doce céntimos la libra, y obtuvo veinticinco dólares del Gobierno por la bala que había destruido. Tenía ciento cuarenta dólares cuando terminó de pagar sus deudas. El peor año, el año anterior, acabó con una deuda de ochenta dólares. El último año de cuyas cuentas hay constancia, 1935, acabó debiendo doce dólares.

El terrateniente compra el fertilizante a granel y suma el gasto a la cuenta del arrendatario al precio de coste más intereses. He ahí una parte importante de la deuda del arrendatario (después de haber pagado el arriendo): la otra es el dinero para víveres. La suma total de este último se decide mediante un acuerdo entre terrateniente y arrendatario, pero al final depende del terrateniente. Un arrendatario puede, después de todo, gastarse hasta el último céntimo que se le haya adelantado sin que ello signifique ni mucho menos que vaya a nadar en la abundancia, y todos los terratenientes lo saben. Algunos terratenientes son tacaños de nacimiento, otros generosos. Algunos se preocupan seriamente de que el arrendatario no quede al descubierto o gaste más de la cuenta. Y otros están dispuestos a adelantarle una cantidad basada únicamente en una estimación de cuál será su poder adquisitivo en otoño. El poder de elección de los arrendatarios, hasta donde alcanza, varía entre escasas posibilidades en primavera y muchas posibilidades en otoño, o viceversa. Entre ellos, también, los hay de distintos tipos. Burroughs ha vivido con seis y con ocho dólares al mes; este último año fueron diez. Fields ha tomado prestados durante varios años, para su familia de seis miembros, siete dólares; y consiguió elevar la suma a nueve dólares el año pasado. Tingle, con esposa y siete hijos, menosprecia a los arrendatarios poco previsores que toman prestado todo el dinero para víveres y llegado el otoño no tienen nada: su familia vive con diez dólares al mes. Este dinero se les desembolsa durante cuatro meses y medio al año, desde el 1 de marzo, cuando arranca la cosecha, hasta mediados de julio, cuando termina. Los ingresos que produce la semilla de algodón varían muy poco: por lo general, un arrendatario saca unos seis dólares por una bala; y un arrendatario con un mulo suele cosechar tres balas de media: dieciocho dólares más o menos, de los que vivir durante la época de la recolección, desde finales de agosto hasta finales de octubre.

Fields tiene un mulo en propiedad y trabaja por una tercera y cuarta partes. En el pasado ha ganado mucho más dinero como mediero, pero te manejan menos trabajando por una tercera y cuarta partes y él odia que lo manejen. Un año, durante la Guerra, cuando el algodón se vendió a cuarenta centavos la libra, sacó mil trescientos dólares. En los años veinte, de tanto en tanto, sacó doscientos cincuenta y trescientos dólares. Incluso hace un par de años vino a sacar ciento sesenta dólares, pero fue muy duro el invierno de ese año, con muchas enfermedades. Hay años, claro está, en los que no ha sacado prácticamente nada: una mala cosecha, o enfermedades y facturas. El verano pasado la sequía quemó prácticamente todo el maíz; buena parte de la cosecha ni siquiera resistió la temporada. Es más, se enteró de que el Oeste estaba calcinado. El maíz ya estaba a un dólar la fanega y subiría para otoño e invierno. Antes que gastarse el dinero en forraje, intentó vender el mulo. El maíz de Burroughs salió mejor parado: estaba plantado en un terreno arenoso y húmedo, ladera abajo, en la colina.

El maíz de Tingle acabó tan mal como el de Fields. Sembró mucho maíz tardío, e incluso para finales de julio estaba tan raquítico que ni mirando a una de las laderas de la plantación desde una distancia de cien metros se acertaba a ver otra cosa que la tierra baldía. De sus poco más de doce hectáreas compartidas, el señor Chris no esperaba obtener quince fanegas: que ya es una exageración, pero es prácticamente seguro que no habrá suficiente para dar de comer a la familia ni mucho menos a los mulos. Y sin embargo, no se le pasa por la cabeza vender los dos mulos: es un optimista y un progresista, maneja una cultivadora, y para él sería caer muy bajo volver a trabajar como mediero. Hace años, los Tingle vivían con relativo desahogo; incluso llegaron a tener diez vacas y vendían la leche. Tingle, muy confiado, adquirió una deuda de cuatrocientos cincuenta dólares a cambio de un par de buenos mulos. Un mulo murió antes de culminar su primera cosecha; el otro murió cuatro años después; él casi muere de apendicitis; casi muere de paludismo; lo pasó muy mal con un desarreglo intestinal; su mujer contrajo pelagra; los niños morían ora sí ora también; tuvo que endeudarse de nuevo para conseguir otro par de mulos y volvió a trabajar como mediero. Año tras año, y a pesar de su frugalidad con el dinero para víveres, los Tingle no han sacado ningún efectivo en absoluto. El año pasado se quedaron a ciento veinticinco dólares de saldar sus deudas. Este año lo habrían conseguido sin duda, de no ser por la sequía.

El dinero que consiguen sacar de la semilla de algodón y de lo que cosechan, o dejan de cosechar, en otoño, no representa el total de sus ingresos. Entre mediados de julio y finales de agosto, y desde el final de la temporada de la...



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